Por los motivos que sean, cuando oímos el apellido del extremeño Landero nos conduce a la novela Juegos de la edad tardía (1989). Con ella irrumpió en el arte de narrar con un estilo que cimentó en lo que llamamos vulgar-culto. Espero que se entiendan las dos palabras o el término. Además navega solo, o eso es lo que he percibido en las tres novelas que he leído. La última El Balcón en invierno (2014). Me dio la sensación, una vez terminada esta, que ya la había leído, que era el Landero que tenía en la mente-su legado-, de ahí que me acordara de la primera. Es el Landero de siempre. Esto es lo que escribí en este mismo «blog» al terminarla:
Entre mis manos una nueva novela-autobiográfica o, al menos, eso percibo. En las primeras páginas casi uno no respira ante el agolpo de imágenes surtidas de tantas palabras como se entretejen en la estampa primera. Respiro, otro día seguiré con «El sonido más triste del mundo», su segunda madeja, recordatorio de un pasado que le absorbe.
Ya de un tirón determiné leerla. Según avanzas te percatas de cómo la memoria es un aguijón que te obliga. Tal vez magnifique lo que cuenta en el juego realidad-ficción, aspecto que poco importa al lector, porque hay datos inverosímiles que no se creen; pero es el juego ficcional. Con sus últimas palabras agavilla su sentir: «Eso es todo, y no hay más que contar. Un grano de alegría, un mar de olvido» (pág. 245). Alegría, olvido, búsqueda, personalidad, añoranza se dan cita para que quede constancia de alguien que supo amasar la dura vida con un espíritu emprendedor y entregarse a la «loca de la casa»-estamos en los 500 años del nacimiento de Teresa de Cepeda y Ahumada- para plasmar seres vivientes que pasaron-sobre todo los familiares- y quiere ser agradecidos con ellos, pero, al mismo tiempo resaltar su constancia, su valentía, su entereza para hacer valer lo que su padre tanto quería de él : «ser un hombre de provecho». Este pensamiento se le grabó para siempre; quizá, por eso hoy el novelista es conocido, aunque tampoco pasara por su imaginación el hecho de ser un escritor famoso, y menos a su padre.
Ahora estoy con una relectura de la novela que ha quedado para los lectores y crítica en el cerro literario, Juegos de la edad tardía. La que ha publicado en 2017 La vida negociable, por el momento, no está entre mis lecturas.
Con Landero, el relato memorialístico es como su arroyo en el meandro de una vida inhóspita; quizá el saber contar es el curso por el que se desliza su narrativa creadora y recreadora, eso sí con estampas sencillas para mostrar su autenticidad de lo que escribe con base cervantina, o a mí me lo parece. No suelo apoyarme en lo que dicen los demás para trazar las líneas en las que converge lo que quiere mostrar el novelista porque desvirtúa mi acercamiento; en novela menos, pero en poesía, rechazo la crítica; se pierde la sabiduría, el yo del lector; por eso, si alguien no ha leído una obra, lo mejor es callarse, sobremanera en poesía. La pregunta inane que te hacen «de qué va» me desconcierta, me enfada. Estos son los de siempre, los que no leen, los que se valen de reseñas, de resúmenes y después pontifican. Todo esto me resulta insultante. No tengo en la memoria que leyera en su día alguna reseña de Juegos de la edad tardía, que seguro proliferaron; pero, sí recuerdo que pasó de boca en boca entre el profesorado de secundaria-más allá de que él lo fuera-; la convertimos en un estandarte; esta es la mayor publicidad de una obra de calidad. Su nombre pasó a la memoria.
Con la novela Juegos de la edad tardía nos hallamos en la dualidad narratario y narrador, nada nuevo pero que sirve al novelista para trazar la línea ficcional y la realidad que observa en ese laberinto en que se adentra pero que es aminorado por el placer de contar y así mejor recibido por los/las lectores. El índice ayuda a ver la estructura de la novela a la que no falta el epílogo por si había alguna duda y es aquí donde la realidad / ficción toma cuerpo definitivo a pesar de que transforme lo que habíamos pensado a lo largo de su lectura. La huida del personaje soñador, con ese caminar incierto, lleno de dificultades, le conduce a la leyenda, a lo mítico, a que el posible lector se posicione, abra la ventana de lo existencial, a romper ataduras y no permanezca en silencio.