Una toma de conciencia en la que lo humanístico se alza e invita al monarca Juan II-destinatario del poema– para que lo tenga en consideración por si le es útil para la reforma del reino (» Al muy prepotente don Juan el segundo«). Es el primer verso. Termina con otro esclarecedor, común denominador del poema ( » que todos vos fagan, señor reverencia»). La literatura, otra vez, como trampolín para recordar a los dirigentes de que la sociedad necesita cambios para el bienestar de todas las personas más allá de las clases en que se las clasifica.
Conviene antes de adentrarse en el excelso poema de Juan de Mena en lengua poética castellana leerse la magnífica introducción para que podamos entender el origen y la causa, además las certeras notas que nos aporta en cada una de las estrofas; sin ellas, quedaría alicorta la lectura. En concreto, a mí me han servido. Una introducción extensa pero necesaria si queremos imbuirnos de todo pensamiento de la época.
Cuando terminas la lectura, se observa nítidamente que Mena quería ensalzar al rey por encima de todo; se vale estructuralmente de tres momentos; el primero es el inicio de una visión alegórica cuando la diosa Belona conduce al poeta al Palacio de Fortuna, baja de una nube Providencia y se contemplan las cinco partes del mundo; el segundo, la visión de tres ruedas: dos inmóviles, y otra en constante movimiento; cada una dividida en siete círculos; descripción de personajes que están en los siete círculos del pasado y presente; destaca a Álvaro de Luna-Condestable de Castilla-; el tercero-cuando la visión desaparece-; es la profecía de la Providencia en la que subyace que Juan II ocupará lo más alto con un esplendor que no tuvieron los predecesores.
Cuando el lector/a comienza, inmediatamente se percatará de que estamos ante una obra perenne si queremos retrotraernos a ese enclave que va del medievo al renacimiento. La primera estrofa es más que sumisión ante el poderoso («aquel en quien caben virtud e reinado, / a él, la rodilla fincada por suelo») . Esa genuflexión, hoy, sería impropio, indigno que se exigiera ser siervo, la pérdida de ser persona, de desatender el humanismo de que estamos hechos. El sometimiento, en ningún caso, ante el poderío y más si lo que pretende el autor en este caso es ayudar para que la luz resplandezca y no se equivoque en el ejercicio del poder político. De la importancia de la poesía para la trasmisión de sus ideas nos lo recuerda en la segunda estrofa al invocar a Apolo-dios de la poesía- para que se perpetúe, sirva de canon para la posterioridad con clave humanística, he ahí lo que late en Laberinto de Fortuna, el tema general («Tus casos falaces Fortuna cantamos, / estados de gentes que giras e trocas, / tus grandes discordias tus finanzas pocas / e en los que tu rueda quejosos fallamos. / Fasta que al tiempo de agora vengamos, / de fechos pasados cobdicia mi pluma / e de presentes facer breve suma. De fin Apolo pues nos convenzamos»).
Con alarde nítido en la tercera estrofa, exige ayuda con ese «tú» imperioso, acorde con la imploración, a Caliope-musa de la elocuencia y de la poesía épica-.para que la voz aúpe la Fama como memorable. El poema heroico no es nuevo, Mena se vale de la antigüedad para sacar el mejor jugo de la imitación para anhelar lo profético con aspectos del más allá. Con ese espíritu también exhortará a Marte para que le proteja (» Belígero Marte, tú sufre que cante / las guerras que vimos de nuestra Castilla, los muertos en ella, la mucha mancilla que el tiempo presente nos muestra delante»). No podía faltar a renglón seguido Palas («Dame tú, Palas, favor ministrante, / a lo que sigue depara tal orden / que los mismos metros al fecho concorden / y goce verdat de memoria delante«).
En todo momento se desprende lo didáctico; lo que pretende el poeta es que Castilla sea ejemplo en cuanto a la ética, y huya de la ambición y se deje de tanto guerrear y de todo aquello que obstaculice el progreso bien llevado; la reforma política y moral; la instrucción de cómo debe llevarse es clave. La codicia, el apetito desordenado solo puede corregirse con la razón y son las personas las que deben tomar el camino de la verdad. La dualidad Fortuna / Providencia se abaten en el poema. Dos formas de entender la vida. La persona con su libertad tiene o puede elegir. El imperativo nos insta a ser precavido, pero que el rey intervenga y tenga en cuenta al Dios por encima de todo : («Faced verdadera la grand Providencia / (…), faced verdaderas señor Rey, por Dios / las profecías que son no perfetas») . Los hechos, la acción, es lo que prevalece. Poco importa que se aúnen lo ficticio y lo real; ni siquiera la distinción, o no, deben achantarnos. La apelación al rey para fomentar la virtud es lo primordial; por eso, elige al monarca como nutriente de lo que ocurre, también de la estructura de todo el poema, teniendo como meta la transformación de la sociedad en la que la virtud sea el basamento, la reforma moral era necesaria.
Sin duda, Mena embelleció la lengua castellana -la dotó de una mayor riqueza expresiva- y, tal vez, fue estandarte de la poesía narrativa. Su estudio y razón de canon hay que tenerlo presente en la lengua castellana. El siglo XVI se rindió ante el poema magistral, de ahí que hoy todavía nos maravillan las doscientas noventa y siete estrofas, algo tendrán. Se propuso que el castellano se convirtiera en instrumento de conocimiento y cultura. Se consideraba un intelectual en la corte, que no abundaba y quiso que permaneciera su cultura. La invocación en la última a la Providencia fue su maná ( «Faced verdadera la grant Providencia / mi guïadora en aqueste camino, / la cual vos ministra por mando divino / fuerza, coraje valor e prudencia»). Es el conocimiento, el rayo de la luz el que debe ser nuestro guía aunque entrevea peligro. La sabiduría y el buen hacer está por encima de todo.
———-
Mena, Juan de, Laberinto de Fortuna. Madrid, Cátedra, 2024, 329 págs.
Cantando sobre el atril by Félix Rebollo Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España License