Literatura

¿Por qué la literatura?

Porque es la muestra más viva que tenemos los seres humanos. Los conocimientos y vivencias de todo tipo lo hallamos en los libros que nos relacionan con las experiencias ajenas y nuevas. Es, en fin, un enriquecimiento. Así lo ha entendido la novelista Almudena Grandes al escribir que las lecturas de las obras literarias cristalizan las propias experiencias vividas o soñadas: “La literatura no es más que emoción, vida de más para quienes ya están vivos, risas para los que ríen, lágrimas para los que son capaces de llorar, memoria que llama a los recuerdos de la gente, pasión que despierta pasiones y, por supuesto, diversión, entretenimiento, tensión y dolor, días de nuestra existencia, de la existencia del mundo”. .

Uno de los textos más citados por la crítica literaria en el siglo XX fue la pregunta que se hizo Jean Paul Sartre en el año 1947 en la que se recogen dos partes: ¿“Por qué escribir?”, “¿qué es escribir?”. Sin duda, Sartre explicitaba su concepto de “literatura comprometida”, que tanto influiría en los escritores de los años cincuenta y sesenta. En España, concretamente, no sólo se pondría como paradigma en las novelas más significativas de los autores del “realismo social”, sino en los primeros balbuceos de casi todos los escritores de lo que se ha denominado como “Generación de los cincuenta”. Las ideas de Jean Paul Sartre contra la “literatura burguesa” se convirtió en el maná de los escritores de una Europa que tenían presente los males de la guerra y, más terrible, el holocausto.

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Poesía

La lírica romántica de dos poetas ingleses: J. Keats y T. S. Coleridge

El autor de las Odas- Ode to Psyche, Ode to a Nightingale, Ode on a Grecian Urn, Ode on Melancholy, Ode on Indolence, To Autumn-, J. Keats (1795-1821), quizá sea la mejor voz poética del romanticismo inglés porque engrandeció la poesía inglesa de este período. Su pensamiento siempre estuvo en los parámetros de la virtud, de la conducta; la palabra independencia era algo sustancial; de ahí parten sus versos. Decidió “ganarse el pan, como hacen otros”, con la literatura periodística.

 Una de sus ideas capitales han pasado todas las fronteras existenciales: “El elogio o el reproche no tienen sino efecto momentáneo en el hombre cuyo amor a la belleza en abstracto le convierte en severo crítico de sus propias obras”. A la hora de enjuiciar la poesía, no entiende que la gente “pueda leer tanta poesía”. Además añade: “No tengo ninguna confianza en la poesía. No me maravilla”. Pero más sorprendió que mantuviera el criterio de que el autor debe desaparecer del poema, y de que la poesía debe comunicar sensaciones, no las pasiones o ideas del autor; rompe, por consiguiente con el emblema de literatura como vida tan típico del romanticismo, y abre la puerta a la poesía pura tan señalada de la segunda mitad del siglo XIX y primeros del XX.

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Novela

Homenaje a M. Roig

Hoy se ha celebrado en el Centro Cultural Blanquerna de Madrid un homenaje a la novelista y periodista M. Roig. En algún momento en esta «página web» he hecho alusión a la escritora, incluso contaba una anécdota en la que explicaba mi primer acercamiento a su novela La hora violeta.  Vayan estas líneas como recuerdo a una mujer culta, inteligente e independiente. Así lo escribí en el capítulo «El espacio literario de M. Roig» en el libro Letra de mujer, 2008. He vuelto a releerlo y a pesar del tiempo transcurrido lo mantengo.  Entonces comencé el capítulo con unas expresiones que pudieron chocar a algunos lectores. Si fue así, es que no distinguieron el trigo de la paja, ni los ecos de las voces. Fueron estas: «No necesitó leyes para encumbrarse y ser reconocida en la literatura y el periodismo. Tampoco el ser mujer fue obstáculo para destacar en ambos campos. Es más estaba orgullosa de serlo...».

Las ideas fundamentales allí las vertí, pero no está de más que recordemos sus tres novelas clásicas: Ramona, adiós, Tiempo de cerezas, La hora violeta. Esta última es en  la que Montserrat se encuentra en todo su esplendor. Es el triunfo de las mujeres, pero no, para masacrar a los hombres sino para ser ellas. La hora violeta. La hora en que si no podemos cambiar la sociedad, que quede escrito que ella hizo lo posible. La novela fue el final de una etapa, pero más que una reivindicación feminista es una reflexión sobre el aspecto humano de la mujer, sus señas de identidad, que sin algarabías lo sintió y lo propaló en la tríada novelesca aludida. Pero, al mismo tiempo, se trasluce el rechazo a la mujer resentida, histérica, vengativa, traidora, calumniadora, la mujer víctima, la que intenta imitar lo negativo del hombre, la mujer enemiga de la mujer («Mi madre no podía soportar a las gatas falsas y melosas, a las mujeres que se encogían por nada entre sus maridos pero que después a sus espaldas, los destrozaban con palabras», en Ramona adiós, pág. 18). Por encima de todo defendía el ser humano, más allá de los sexos. Pero ella estaba con la mujer que observa el futuro, la que reivindica, la que actúa, la que planta cara, la que busca la verdad para ser libre. Un pensamiento que muchos/as deberían tener presente: «El día en que las mujeres sean, a la vez, cometas y colas de cometas y los hombres acepten también los dos papeles, entonces la palabra ´compañera´se reconciliará con su verdadero significado». Todo un testamento para la posteridad.

La libertad de criterio fue un axioma que llevó siempre consigo, quizá en una época en la que no era tan fácil, por eso, su obra, hoy, nos inunda de luz y existencia.

Poesía

Anna Ajmátova

Desde hace tiempo quería acercarme a la poesía de una de las más grandes , después de Pushkin, de la poesía rusa. Al poeta le debo un canto, que no sé cuándo lo haré, está en el refugio, con otros libros, a la espera.

En más de una ocasión he evocado la máxima ignaciana: que en tiempo de tribulación, mejor no hacer mudanza. Pero tampoco hay que permanecer pasivo, y una terapia es entregarse a la poesía; con este espíritu he leído a Anna Ajmátova, una de las formas clásicas para beber de las aguas del Leteo, si uno quiere ser feliz. No es que RequiemPoema sin héroe sean los prototipos de felicidad, pero sí nos pueden servir para huir, para olvidar siguiendo con la métafora clásica del Leteo.

No sé la causa, pero siempre he tenido en la mente que la poesía rusa estaba como un peldaño más arriba, que se adentraba más en el puro existencialismo hasta llegar a un espiritualismo difícil de alcanzar. La expresión «Yo soy vuestra voz», referida a las mujeres rusas, nos tiene que llegar al alma, y más si sabemos que Anna (1890-1966) sobrevivió al trágico existencialismo de otros poetas en medio de un silencio impuesto por el poder que no acepta el pensamiento discrepante. Su dístico es todo un albacea: «Y vino una noche / que no conoció la aurora». Otra mujer que clama en el desierto, que deposita su poesía en un altar para que nos postremos, nos veamos, nos alimentemos. Los desencuentros, la humillación, la injusticia, el dolor ante el ser querido, se pueden contener, amasar en lo poético como bálsamo dinamizador para recrearnos en la luz y ahuyentar las sombras. El verso como respuesta a la maldad, a la sinrazón, a la entronizada mentira.

Requiem es el poema testimonio de un verdadero «vía crucis». Es la respuesta a esa mujer que también esperaba en la cola de la cárcel para saber algo de un ser querido, que al enterarse de que Anna era poeta, le pidió que describiera «eso». Aquí está, un palimpsesto, que al principio fue venteado de boca en boca antes de que llegar a papel. Sin duda que Requiem es un canto fúnebre, nos recuerda aquellos que cantaban los primeros cristianos, pero también es memoria histórica, es un grito contra el olvido, contra la muerte. Es el horror de Anna y esas mujeres que hacían cola delante de las cárceles. También nos sirve de esperanza («pero la esperanza canta siempre a lo lejos»), y sobre todo de advertencia, que permanezca vivo, para que no vuelva. El texto es voz,  memoria («Para ellas he tejido un vasto sudario / con las pobres palabras que les oí»). Llena de dolor musita: «A ellas envío mi saludo de despedida».

Poema sin héroe es otro palimpsesto, una crónica poética hecha carne en la que resplandece el yo sincero y poético de Anna. De nuevo se agolpan las palabras de la memoria; de nuevo algo más que la sinrazón. Es el transitar más allá del tiempo y del espacio. La polifonía poética nos conduce a lo imaginario, a la ensoñación, a la necesidad evasiva de la condición humana. Los versos «Y ese tema era para mí / como un crisantemo aplastado / en el suelo, cuando llevan el ataúd» son estremecedores, es la traición que está al acecho, que espera su oportunidad, signo de nuestro destino. Es el amor y la muerte unidos. Más  clarividente en otra estrofa: «El cofre tiene triple fondo».

Poesía

Desencuentro

Después de un desencuentro silencioso, me refugié en la poesía Tata Vasco. Un poema (2011), que acaba de publicarse de Ernesto Cardenal. En más de una ocasión he manifestado que la poesía nos sirve, a veces, como refugio, como casa; coadyuva a olvidar, a ahuyentar lo que nos oprime, a ser nosotros, a desterrar el tiempo airado.

Hacía ya mucho tiempo que no había leído a Ernesto Cardenal. Inmediatamente que vi el libro nombrado en la primera línea me acordé de dos aspectos. Uno, su impresionante Cántico Cósmico, que publicó la editorial Trotta, en el año 1992. Este libro me llenó. Me dije: no es posible que una persona haya escrito esta poesía salvífica, celeste, asombrosa. Me quedé anonadado, pensativo, el silencio pudo más; no sabía qué hacer, parece como si el tiempo se detuviera. El libro lo componen 43 cantiga; la primera con el título «El Big Bang» («En el principio no había nada / ni espacio / ni tiempo»), y la última «Omega», termina con los versos «Y más antes / ¿qué veríamos finalmente? / Cuando no había nada. / En el principio…». Son 410 páginas, todo un récord poético. Su impacto me recordó La Divina Comedia de Dante y el Canto General de Pablo Neruda.

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