Poesía

Anna Ajmátova

Desde hace tiempo quería acercarme a la poesía de una de las más grandes , después de Pushkin, de la poesía rusa. Al poeta le debo un canto, que no sé cuándo lo haré, está en el refugio, con otros libros, a la espera.

En más de una ocasión he evocado la máxima ignaciana: que en tiempo de tribulación, mejor no hacer mudanza. Pero tampoco hay que permanecer pasivo, y una terapia es entregarse a la poesía; con este espíritu he leído a Anna Ajmátova, una de las formas clásicas para beber de las aguas del Leteo, si uno quiere ser feliz. No es que RequiemPoema sin héroe sean los prototipos de felicidad, pero sí nos pueden servir para huir, para olvidar siguiendo con la métafora clásica del Leteo.

No sé la causa, pero siempre he tenido en la mente que la poesía rusa estaba como un peldaño más arriba, que se adentraba más en el puro existencialismo hasta llegar a un espiritualismo difícil de alcanzar. La expresión «Yo soy vuestra voz», referida a las mujeres rusas, nos tiene que llegar al alma, y más si sabemos que Anna (1890-1966) sobrevivió al trágico existencialismo de otros poetas en medio de un silencio impuesto por el poder que no acepta el pensamiento discrepante. Su dístico es todo un albacea: «Y vino una noche / que no conoció la aurora». Otra mujer que clama en el desierto, que deposita su poesía en un altar para que nos postremos, nos veamos, nos alimentemos. Los desencuentros, la humillación, la injusticia, el dolor ante el ser querido, se pueden contener, amasar en lo poético como bálsamo dinamizador para recrearnos en la luz y ahuyentar las sombras. El verso como respuesta a la maldad, a la sinrazón, a la entronizada mentira.

Requiem es el poema testimonio de un verdadero «vía crucis». Es la respuesta a esa mujer que también esperaba en la cola de la cárcel para saber algo de un ser querido, que al enterarse de que Anna era poeta, le pidió que describiera «eso». Aquí está, un palimpsesto, que al principio fue venteado de boca en boca antes de que llegar a papel. Sin duda que Requiem es un canto fúnebre, nos recuerda aquellos que cantaban los primeros cristianos, pero también es memoria histórica, es un grito contra el olvido, contra la muerte. Es el horror de Anna y esas mujeres que hacían cola delante de las cárceles. También nos sirve de esperanza («pero la esperanza canta siempre a lo lejos»), y sobre todo de advertencia, que permanezca vivo, para que no vuelva. El texto es voz,  memoria («Para ellas he tejido un vasto sudario / con las pobres palabras que les oí»). Llena de dolor musita: «A ellas envío mi saludo de despedida».

Poema sin héroe es otro palimpsesto, una crónica poética hecha carne en la que resplandece el yo sincero y poético de Anna. De nuevo se agolpan las palabras de la memoria; de nuevo algo más que la sinrazón. Es el transitar más allá del tiempo y del espacio. La polifonía poética nos conduce a lo imaginario, a la ensoñación, a la necesidad evasiva de la condición humana. Los versos «Y ese tema era para mí / como un crisantemo aplastado / en el suelo, cuando llevan el ataúd» son estremecedores, es la traición que está al acecho, que espera su oportunidad, signo de nuestro destino. Es el amor y la muerte unidos. Más  clarividente en otra estrofa: «El cofre tiene triple fondo».