Ensayo

Don Quijote de la Mancha o el triunfo de la ficción caballeresca

No sé si estamos ante una nueva lectura o ante un estudio inédito para ahondar más si cabe en el libro que embelleció al mundo de las letras. De cualquier forma, he aquí un libro imprescindible para recordar y proseguir con la ejemplar novela. No te debe importar el tiempo que tardes en su lectura; sus meandros e incluso sus arroyos literarios te animan a pesar de que, a veces, quedes en suspenso en lo que tu mente te descifra, aun siendo chocante, pero siempre saludable.

La portada es nítida en cuanto al colorido, a lo lúdico y espectáculo; estamos ante certámenes, justas caballerescas en lo que también lo literario se establece, bien como exaltación de los libros e incluso en hechos burlescos, fiestas cortesanas o «festejos dedicados a la beatificación o canonización de los santos» para que el mensaje sea más esclarecedor. Todo le permitió a Cervantes asir una sociedad que se tambaleaba, y que hoy nos sirve para nuestra formación. Las frases últimas de este ensayo atestiguan la valía después de tantos siglos: «…el Quijote se alzó como la representación máxima de la ficción novelesca, lo que equivalió finalmente a convertirse en el modelo por antonomasia de cualquier ficción y muy especialmente la literaria», pág. 270.

El libro consta de un Prefacio y trece capítulos. En las primeras líneas del Prefacio, la autora nos avanza: «…hemos tratado, en primer lugar, de leer de nuevo la obra cervantina a la luz de los torneos y las justas caballerescas y literarias, situándolos en el contexto histórico en el que surgieron», pág. 11. Dos reinos, el de Castilla y el de Aragón, y la ciudad que pisa primero el hidalgo: «Barcelona, centro neurálgico de comunicaciones entre el resto de España, Europa y el Mediterráneo». pág.13. Me ha alegrado leer que Cervantes supo libar en varios géneros «para producir su propia miel escrituraria a través de un ejercicio máximo de imitación compuesta», que casi siempre olvidamos. Pero bien es cierto, que a lo inventado sacó ese personaje que supo crear su panal. Aurora Egido trae a colación, en este sentido, las palabras de Polonio respecto a Hamlet: «Though this be madness, yet there is method in it», pág.16. En las dos partes hallamos la dicotomía hechos literarios e históricos contemplados desde el «espejo cóncavo de la locura de su héroe».

En el capítulo primero-«El juego del torneo y las justas de lucimiento»- se nos advierte de que Cervantes » no fue la causa directa de la desvalorización de los libros de caballería» por si quedaba alguna duda. La tríada torneo, justa y certamen están en el mismo campo semántico, aunque quizá con matices. Aurora Egido documenta de forma brillante cada uno por separado y en conjunto con ese trabajo arduo que observo en las páginas según voy leyendo y me obliga al descanso intelectual ante un libro singular. Una sociedad cargada de «resonancias militares», pero con la carga de la aristocracia y realeza en cada instante para enaltecer las riquezas que poseían y su jerarquización. Incluso en el siglo XV la iglesia los sancionó y entraron a formar parte de la sacralización, que luego se extendería con la denominación de torneos espirituales y posteriormente en lo que hemos dado en llamar literatura mística. Este espíritu caballeresco no solo fue nacional, abarcó al resto de Europa. Sin duda, este hecho sirvió para acoger Quijote ante un hecho revolucionario en las artes. El caballero andante se adentró en las conciencias de las personas que atisbaron cómo lo histórico, lo literario se aposentaban en lo viviente. Cervantes supo libar en la tradición para llegar a la cúspide de la relación materia-espiritualidad; ficción-realidad. Lo literario y la justa caballeresca se dieron la mano para amasar aun más la importancia del buen hacer para siglos venideros.

El capítulo segundo-«Las órdenes militares y el Quijote«. Cervantes supo recoger «las órdenes militares» por su importancia no solo de defensa; no podemos olvidar que la dualidad religión-militar las aunaba. («Los principios caballerescos de caridad, lealtad justicia y verdad, inherentes al caballero, conforman un ideal puesto al servicio de la fe católica y también la del señor terrenal», pág.36. Primordial en este capítulo es que la autora nos muestra la diferencia de las órdenes militares en la primera y de la segunda, pues «en esta sería capital la presencia de san Jorge», ya en el reino de Aragón y a los pies de Barcelona, abierta al mundo y al Mediterráneo. Cervantes, en este aspecto, se nos muestra como gran conocedor. Además supo diferenciar a los caballeros reales de las órdenes militares con los de las novelas de caballerías con esa impronta ficcional tan dado en la obra aunque lo veamos en clave humorística, sobre todo, en los personajes Quijote, Sancho y Dulcinea para elevarlos a una clase destellante. La ficción como común denominador en esa fabulación literaria.

Con buen criterio se alude a la diferencia entre el caballero cortesano «encerrado en sus dominios» y el caballero andante, «que discurre a lo libre por los caminos del mundo». Cervantes no iba, no se detenía con los sedentarios, con aquellos que tenían las ideas alicortas, encerradas en su yo; de ahí que recurra al idealismo, a la ensoñación, a la invención de esos caballeros andantes; sin duda, estos no son los que aparentan ser caballeros. He ahí la razón de su creación.

El capítulo tercero: Caballeros santos. Todo por san Jorge. Tal vez haya una cierta preferencia por todo lo que rodea este capítulo, lo cual no quiere decir que no sea certero, pero se advierte y al mismo tiempo resalta el conocimiento que tuvo Cervantes de los tratados militares. Quizá en una lectura apresurada de la obra de Cervantes se nos escapen algunos hechos como esos caballeros santos. La figura de san Jorge es la que más se yergue «puesto a caballo con una serpiente a los pies y la lanza atravesada por la boca…», Santiago como «patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada…»; y sobre todo con esa expresión en boca de Sancho que ha quedado en boca de todos: «¡ Santiago y cierra España!». Martín como «de los aventureros cristianos». A estos tres santos hay que añadir a san Pablo con el apelativo de doctor, «catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo», pág.60. La autora se detiene en magnificar a san Jorge al recoger su importancia o toda su leyenda de lo que se ha escrito o dicho: «sant universal», «megalomártir», su universalidad, unido a las Cruzadas, patrono del reino de Aragón; la Generalidad de Cataluña en 1461 convirtió el 23 de abril en fiesta nacional del reino de Aragón junto a la Virgen María, aunque ya lo había hecho antes la ciudad de Barcelona; patrón de Cataluña a instancias de la Generalitat, págs. 63-68. Tampoco podía faltar que aunque nombrada la ciudad de Zaragoza, no llegó visitarla y prosiguió a Barcelona, ciudad abierta al mar que exalta en todo momento. Pero bien matiza Aurora Egido al final del capítulo que Cervantes fue «buen conocedor de las justas que celebraba Zaragoza en honor de san Jorge, donde los caballeros de su cofradía habían alimentado secularmente los torneos en las entradas reales», pág.77.

Al calor de las imprentas de Zaragoza y Barcelona es el título del capítulo cuarto en el que se hace hincapié: «Zaragoza fue después de Sevilla, y junto a Toledo, la ciudad en la que se publicaron más libros de caballerías…». Las prensas se convirtieron en propagadoras de los diversos certámenes poéticos, amén de la difusión de los pliegos sueltos, claves para comprender los avatares de una sociedad convulsa por tantos hechos como se avecinaban. En concreto, Barcelona se convirtió «en centro mediático en el siglo XVII, sus imprentas fueron una muestra de la difusión de las muchas relaciones que corrían de mano en mano gracias a los pliegos sueltos», pág.86; por ejemplo, a las fiestas por san Raimundo de Peñafort. Se advierte de que los pliegos se escribían en catalán y castellano.

Cambio de destino, capítulo quinto. Por si el lector no se había percatado, de nuevo, se nos dice que » don Quijote decide ir al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza para asistir a las solemnísimas justas por la fiesta de san Jorge», edición, 1615. Inmediatamente se nos aclara el motivo por el que pasó de largo: «la aparición del apócrifo le obligara a cambiar definitivamente ese destino».

Los grados de la caballería son evidentes, puesto que no todos los que se llaman así lo son. La evidencia del ser y parecer se deslinda. También la dualidad armas-letras dan pie para entender mejor; en este aspecto se diferencian las órdenes religiosas que no podían ser militares por su origen. Añadamos la nitidez entre los caballeros cortesanos y los caballeros andantes verdaderos, estos estaban sujetos «al sol y al frío»; los otros, encerrados en sus habitaciones paseaba con su imaginación «mirando un mapa».

En este capítulo, tiene importancia la «Cofradía de san Jorge»- aunque se repita-, la Corona de Aragón adoptó «al caballero y mártir san Jorge como su patrón». Sus caballeros se diferenciaban de otros.

Capítulo sexto. Orillas del mar. Entre caballeros, damas y muchachos. Está bien que se nos recuerde, de nuevo, la importancia de los pliegos sueltos en los que hallamos los eventos principales de la segunda mitad del siglo XVI y parte del siglo XVII, en las lenguas castellana y catalana. El hervidero social de aspectos, a veces, increíbles los hallamos en estos pliegos; era la mejor forma de llegar a la sociedad; los relatos informaban, capital en años convulsos, de ahí su proliferación.

No sorprende que se haga mención a «muchachos»: «le seguían los muchachos por las calles como si fuera loco, diciendo a voces. Al hombre armado, muchachos, al hombre armado». Las niñas, los niños tuvieron su importancia en los festejos tano religiosos-sobre todo procesiones- como profanos; quizá más aquellos. Un dato significativo en Barcelona es cuando Quijote sale al balcón para que se rían o mofen «a vista de las gentes y de los muchachos». Otro tanto ocurrió cuando salió a pasear por la calle con un letreo en su vestimenta. Presencia o no de Cervantes en Barcelona no quita para mantener que había leído o paseado por ella por lo certero que resulta de sus descripciones. Los historiadores del hecho literario se decantan por su estancia antes o después. Sus elogios («archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospìtal de los pobres, etc.) nos hacen pensar que sí. Su singularidad y abierta al mar la enaltecen. Y un dato que no puede pasar desapercibido: la aparición de muchas lenguas en contacto «con el catalán y el castellano».

En el capítulo siguiente se insistirá en la presencia continua de niños y niñas en los acto religiosos y en los festejos en la calle o en los templos. Se nos recuerda con motivo de la canonización de san Raimundo de Peñafort en varios momentos: en los festejos de 1601 » la presencia de niños vestidos de blanco y coronados de flores, la igual que la de las niñas». (…). «El número de niños en procesión va creciendo conforme la relación…». (…). «No faltaron tampoco los niños pobres» . Las diversas clases sociales se dieron cita para enaltecer a san Raimund0, pág. 135.

El capítulo séptimo está coronado con Gigantes y caballitos cotoneros. Un paso más en la investigación en la que se detallan las fiestas y los torneos; se extienden a «ciudades, villas y lugares». La caballería se aposentaba con otras miras. Las cofradías, las universidades, las órdenes religiosas tomaron los eventos no solo como algo lúdico, también como cultura, como sapiencia. Las justas literarias llevaron la iniciativa y se unificaron, aun más, lo caballeresco y lo religioso. Se nos aclara que Cervantes fue testigo de esos gigantes y cabezudos que pululaban en las fiestas de los pueblos, incluso en el Corpus Christi; sin duda, un poco chocante porque lo fundamental de esta fiesta religiosa todas las miras deben ir a la consagración de Cristo en forma-hostia-. La autora refrenda que los gigantes de Quijote, contrahechos o no, merecen también en la tradición festiva de las figuras que los habían representado secularmente en las procesiones del Corpus Christi y en otras muchas», pág.140. Torneos y gigantes se asociaron ya en el siglo XV, y proliferaron a partir del siglo XVII. También los caballitos cotoneros tuvieron su importancia en los diversos estratos de la sociedad. Pero la figura que destella en este capítulo es la de san Raimundo de Peñafort y unas páginas dedicadas a hechos del Quijote de Avellaneda.

Caballeros con espejos armados a la antigua. El Paso venturoso, Capítulo octavo. Empieza, de nuevo, con el recuerdo de las fiestas barcelonesas por san Raimundo de 1601. Un capítulo en que la base versará sobre el santo. Comienza con una convocatoria «que los conselleres y el consejo de la ciudad mandaron publicar en honor del santo» para honrar la canonización y fiesta del glorioso Santo. Entre otras cosas llamó la atención las lenguas en que se podía concurrir : «Allí de Palma y de Laurel corona / darán de gracia, las hermanas bellas / pues la Ciudad Ilustre Barcelona / ofresce premios para dar con ellas, / la patria lengua, Limosina abona / en que derrama Ausias sus querellas, / la general Latina y abundosa, y la elegante Castellana hermosa,(pág. 159). Es decir, cualesquiera de las lenguas catalana, latina y castellana podían servir para participar en el certamen cuyo tema tenía que estar bajo el paraguas de san Raimundo. Fueron muchos los festejos que se dedicaron al santo. Entre otros fue la participación de los obispos de Cataluña; también se extendió a los actos universitarios, como el Certamen de la Universidad. No podían ser menos los pobres del Hospital de la Misericordia en la que los niños fueron los protagonistas, «vestidos de peregrinos…, aparecieron en procesión junto a la mulaza, llevada por cuatro hombres que tiraban cohetes…».

Entre las tradiciones históricas y caballerescas destaca «la defensa y conquista del PASSO VENTUROSO» en el que se fundía lo religioso y lo guerrero; en este paso venturoso los caballeros dieron en la iglesia «una graciosa arremetida hasta al Altar del Santo»; después, pasaron a la «plaza del Borno» donde tuvo lugar la fiesta caballeresca. Bien es sabido que la canonización del santo se extendió tanto que Barcelona se convirtió en una peregrinación » para visitar las reliquias del santo». La defensa del lugar fue prioritaria. Estos hechos fueron conocidos por Cervantes. Las justas por san Raimundo arraigaron. Al final del capítulo es interesante el «Ave Fénix», que como sabemos se introdujo en los diversos géneros literarios. En este caso la transformación de los torneos en teatro y lo divino como eje vertebrador (…»la figura de don Ramón, con una llave de plata y las insignias de penitencia y oración. Tras lo cual este levantó la mano y echó la bendición, dándose fin a la fiesta», pág. 174.

Desafíos caballerescos y poéticos. La aparición del Pariandro. Con este nuevo capítulo la autora despeja las dudas que puedan caber en lo que ha escrito dando un paso más en su desarrollo, con un año clave como viene repitiendo: 1601. Ahora se refiere a la celebración de «El torneo del Desafío de los caballeros forasteros», y en el que se nos detalla «dichos forasteros»: don Miguel de Sanmanar y don Luis de Sayor. Se nos recuerda que el Caballero de los Espejos cervantino se relaciona «en el espejo que llevaba don Miguel de Sanmanar en su empresa con una letra que decía: ´Si me miro en ti engaño, / mas si me miro en don Raymundo, / veo mi ser y el del mundo´. De esta forma se prosigue en posteriores páginas de los encuentros, celebraciones que tuvieron lugar, como la fiesta de los mercaderes en la lonja, desfiles de juristas y abogados, misa de inquisidores familiares del Santo Oficio, la fiesta de san Justo, la devoción al sacramento de la eucaristía, cofradías de corredores de cuello, platicantes de notarios, sermón de los libreros de Barcelona, etc.

De nuevo se nos repite, por su importancia, el uso de la lengua catalana y castellana en los certámenes por san Raimundo («A juicio de Rebullosa, era más fácil seguir las leyes castellanas que la complicidad de las catalanas». No podían faltar los escritos en latín. Llamó la atención que en las justas universitarias hubo poemas en las tres lenguas descritas, algunos poemas escritos por mujeres, incluso algunas cantaban sus versos acompañadas de instrumentos. La figura del Periandro cubierto de máscara, que al quitársela resulta que fue don Pedro Chasqueri. Bien es cierto, como apunta la autora, el Periandro del Persiles de Cervantes fue muy distinto, que revestido «de peregrino cruzó mares y tierras hasta llegar a Roma, tierra de salvación», pág.192.

Cervantes y los dominicos. Las justas por san Jacinto y san Raimundo

Casi se da por hecho en este trabajo que Cervantes pudo haber tenido noticia de las fiestas programadas en Barcelona en favor de san Raimundo, así como las relacionadas por la Orden de Predicadores. Se afirma que Cervantes participó «en el certamen zaragozano por san Jacinto en 1595», que tuvo lugar en el convento de la Orden de Predicadores («Miguel de Cervantes llegó, / tan diestro, que confirmó, / en el certamen segundo / la opinión que le da el mundo / y el primer premio llevó»). Se dice que, tal vez, no asistió a esta justa poética.

El capítulo termina con una exaltación de la Orden de Predicadores y el sepulcro de san Raimundo que «quedaría sellado dentro del espacio conventual de los dominicos barceloneses», pág. 218.

Justas de armas y letras en el gran teatro caballeresco. Las primeras líneas nos previenen de otro acontecer como es «el paso de la justa caballeresca a la justa poética dedicada a san Ramón de Peñafort por la beatificación de santa Teresa». Este evento se celebró en la Rambla de Barcelona «frente al convento del Carmen». La justa caballeresca fue disminuyendo con el paso del tiempo. La traslación a lo literario y festivo de la justa caballeresca fue una constante, incluso del vocabulario; este paso fue significativo; en Quijote se observa también. La vida como literatura o esta como vida fue nítida. Un dato importante fue que la plaza de Born se convirtió en un espacio teatral; los vecinos, cuando había acontecimiento, alquilaban las ventanas y balcones por lo que la fuerza teatral se dejó sentir y fue foco de atracción; en años posteriores fue un lugar de encuentro de todo tipo de festividad, bien como divertimiento o hecho histórico. La autora nos recuerda el capítulo XVII de la segunda parte en el que don Quijote se muestra como si se conociera lo acontecido («Bien parece un gallardo caballero a los ojos de un rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada…»). Se refiere al hecho de cómo Felipe IV participó en dicha plaza con el infante y demás caballeros.

Del paso Honroso al Paso Venturoso. Los ancestros de Alonso Quijano. En este capítulo, la autora se centra en «el pasado de los torneos con el presente de la vida y hazañas de don Quijote de la Mancha», pág. 235. Es una constante la insistencia de que los festejos barceloneses por la canonización de san Raimundo, se inspiraron «no solo en el Paso Honroso sino en el anterior Paso de la Fuerte Ventura». Este con una raigambre religiosa nítida. Los ejemplos que se aportan: la crónica de Juan II como el del Paso Honroso «en el que había intervenido Gutierre Quijada; un caballero del que don Quijote dijo descender…» . De ahí el sobrenombre de Quijada en el capítulo primero. También en Los claros varones de Castilla, aparece la referencia del Paso Honroso; como también en la plaza de Born se rememoró el Paso Venturoso con motivo de san Raimundo; así como el Paso de la Fuerte Ventura en Valladolid. Los caballeros se hicieron casi dueños al imitar los episodios novelescos tan propios en aquel entonces. Todos los «Pasos» se alimentaron entre sí y con la tradición.

Por todo lo dicho en el penúltimo capítulo, Aurora Egido sostiene que Cervantes pudo tener noticias o leído la Relación que en 1601 Jaime Rebullosa había hecho de las justas y fiestas barcelonesas por el nuevo santo dominico»,

El último capítulo con el nombre de El triunfo de la ficción. Don Quijote en el espejo cóncavo de de la caballería es el eje del que partió la autora; como reza la portada «El triunfo de la ficción caballeresca; un nuevo camino para acercarnos a la obra magna de la literatura castellana, un espejo en el que podemos mirarnos. No en vano, el personaje principal quiso ver en la realidad «cuanto había leído y soñado, lográndolo en ocasiones». Consiguió ser personaje de la novela y este no puede morir. La muerte personal se deslinda del personaje. Pero añadamos que tuvo libertad para ofrecernos la ficción y la realidad a su antojo. Tal vez, por eso, lo veamos en esa sublime imitación como un estandarte literario viviente. El arte de la imitación no todos lo consiguen; hecho que los/as lectores son avizores; saben separar ese arte según las escenas descritas en los diversos géneros que hallamos en Quijote. Muchos ejemplos encontramos en la obra.

La aclaración de la autora de que «Barcelona, la única ciudad que visitó, sería para siempre el símbolo de cómo alcanzar el triunfo en la derrota gracias a la derrota, que perpetuaría su nombre durante siglos», es clave en todo el ensayo, así como el concepto de lo caballeresco para que tuviésemos una obra de tal magnitud, «piedra fundamental de la novela moderna». Las últimas líneas son esclarecedoras: «el Quijote se alzó como la representación máxima de la ficción caballeresca, lo que equivalió finalmente a convertirse en el modelo por antonomasia de cualquier ficción y muy especialmente la literatura». Como clave es que se nos diga: «…ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano». El adverbio «ya» se nos muestra como inherente a lo que se ha trazado en la novela. Vuelve a ser el que era: Alonso Quijano cuando la muerte le acecha. El personaje literario queda para la historia, como sabático eternal viviente.

Coda. La lectura de este ensayo me ha supuesto una cierta delectación por un leguaje bien hilvanado que no cansa ante palabras verdaderas; por el contrario, te anima a proseguir la lectura por tanto aprendizaje como se halla. Lo corrobora las 629 notas a pie de página. Es más, una vez leído el ensayo, se puede dar lectura a las notas para asombrarte más de lo difícil que ha podido ser el trabajo. Es un libro lleno de belleza-esta solo se transmite si se siente- en el que se recrea la vista, y quedas prendido por la fuerza estilística del mismo, sin olvidarnos que se trata de un trabajo de investigación después de tantas lecturas.

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Egido, A., Don Quijote de la Mancha o el triunfo de la ficción caballeresca. Madrid, Cátedra, 2023, 270 págs.


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Ensayo

El fracaso de un cristiano

El Otro Herrera Oria

En la contraportada del libro leemos: «He aquí un libro de filosofía política de la religión que estudia la tendencia intelectual dominante en la sociedad española…». Don Agapito Maestre, catedrático de Filosofía, se empeña en este ensayo en que Herrera Oria «sea aún actual». Con esta premisa se adentra en la sociedad española de hoy; antes de comenzar el desarrollo, se vale de dos citas; una del Nuevo Testamento (San Mateo, 23, 28-33): «Así también vosotros por fuera parecéis justos a los hombres, mas por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad»…; y la otra de Teresa de Jesús: ¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados que han estudiado, que yo soy una tonta y no sabré lo que me digo….».

Doscientas cincuenta y siete páginas coronan su pensamiento, que divide en Introducción («Por qué escribo sobre Herrera Oria»), cinco capítulos ( «Por qué está mal visto un cristiano». «Herrera y sus coetáneos» «Herrera y dos cristianos». «Herrera, Laín y Ortega». «Fracasos cercanos»). Despedida.

En la Introducción se nos advierte de que estamos ante la primera parte («de una investigación más extensa sobre los avatares políticos e institucionales de Herrera en la España de la República y de Franco», pág. 19). Y en todo su desarrollo prima la idea herreriana de ser buenos ciudadanos en la que vida y obra deben constituir la base de un buen cristiano como enalteció el cardenal hasta su muerte en 1968. Para poder entender en todos sus términos el adjetivo «fracaso» que ya aparece en el título hay que leerse todo el ensayo y aun así siempre tendremos dudas porque el bien que debe subyacer en una persona cristiana debe florecer en todo momento y lugar, incluso entre las más grandes dificultades, y más cuando parte de la expresión que Herrera Oria fue «un hombre de acción dentro de la Iglesia católica», pág.18. Además, don Agapito, nos recuerda la divisa pro bono comuni » que figuró en el frontispicio editorial de su Escuela de Ciudadanía Cristiana». Bien es cierto que lo explica-lo de «fracaso»- con nitidez cuando saca a relucir la democracia cristiana en la política europea («Su fracaso en España dice mucho del fracaso de Herrera, pero, sobre todo, explica desde la Segunda República hasta nuestros días, uno de los fracasos más rotundos de la democracia», pág. 19).

Con la expresión «acción, no lamentos», el autor saca la daga para llamar la atención a los pasivos, a los que contemplan pero no actúan en la vida política actual : «o se participa en la política o se renuncia a ella» . Aquí el problema radica en la acción si renuncias; para el autor es nítida: «acción cristiana en el mundo»,pág.20. Fácil de entender, pero puede haber otros caminos que no estén en esa dualidad, y de hecho es así. El cristiano debe ser luz, más allá de esas conjeturas. Otra cosa es si es imposible comprender a Herrera «sin pasar por su concepción política del hombre cristiano», pág.22, como sostiene el Dr. Agapito. Es difícil, también, mantener que «la modernidad no podía entenderse sin el cristianismo». Sí parece consecuente situarlo «en los pliegues de la libertad cristiana, que es a un tiempo histórica y sobrenatural». Ahí sí se puede encuadrar la figura egregia de Herrera Oria. La introducción termina con un pensamiento de Ortega y Gasset que está en consonancia con lo que el autor del ensayo viene manteniendo.

El título con que encabeza el capítulo primero, me sorprende; ¿está seguro el autor que la expresión «Por qué está mal visto un cristiano? es orillado, o es que los que creemos o los que se aprovechan del adjetivo no lo son? He ahí el dilema. Muchos cristianos dan testimonio sin que lo digan, ni tampoco tienen miedo a ese señalamiento; es más, son luciérnagas en la noche oscura del sin sentido o de la maldad. Otra cosa es si el autor se refiere a los políticos por su falta de valentía a la hora de afrontar los problemas cotidianos con «esa desastrosa vagancia», pág. 35. Percibo que es lo que siente el autor, sobre todo al enfocar enseñanza-cristianismo con frases rotundas, algunas difíciles de comprender en el siglo XXI y que están lejos de la base de un cristiano. Con nitidez y fuerza estilística de nuevo repite que la vida y la obra de Herrera Oria (….) «ha sido un completo fracaso». No olvidemos que toda exageración es perniciosa, y si lo que se pretende es que el cristianismo se extienda, esas expresiones duras caerán en tierra pedregosa.

Con «Herrera y sus coetáneos» (Herrera y Azaña. Herrera y Luca de Tena. Herrera y Gil Robles), el autor se lanza vertiginosamente a ideas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas-quizá historiadores-. que lo observan con otra amplitud de miras, no solo por expresiones «del tosco socialismo español y del catolicismo integrista monárquico», pág. 56. Sus palabras, como «sectario y dueño material de la Segunda República», «inteligencia arrogante de Azaña», «soberbia totalitaria», «arrogante, despreciativo, cínico», se repiten en las doce páginas hasta la saciedad; son demasiado atrevidas para poder entender unos años convulsos, y más sin que se aluda a su oratoria, a sus ensayos literarios o El jardín de los frailes por poner un ejemplo. Sin que tampoco se aluda a «paz, perdón, piedad».

Lo de Luca de Tena también raya lo insólito al describirlo como propagandista: «siempre, en todos los momentos y ocasiones de su fecunda vida», pág. 82. El buen hacer de Herrera, sin embargo, se percibe; dice a Luca de Tena que es una necesidad «de que acate el nuevo régimen», pág.83. En cuanto a Gil Robles y su relación con Herrera «constituye todo un apartado de la historiografía contemporánea». Dos personas frente a frente; uno, defendiendo a ultranza «el tradicionalismo monárquico»; el otro «el cristianismo» por encima de todo como base de una formación íntegra más allá de los avatares políticos. No podía faltar en el libro la exaltación y defensa de Ortega y Gasset con ahínco, arremetiendo contra todos los que le criticaron en un momento dado; don Agapito saca, de nuevo, el palo intelectual y los aparta de lo que no sea exaltación. Tampoco sale bien parado Bergamín al recordarle » una incapacidad resentida para circunstanciar la vida de un hombre en un acontecer histórico y político». Se refiere a un artículo de Bergamín en contra de Herrera, » por ser una mal cristiano y un peor ciudadano». Herrera por encima del bien y del mal, y los obstáculos son debidos a la falta de «vigor intelectual en los seguidores de Herrera». Más confusión, si cabe, es la relación Herrera- Zubiri. El ensayista lo plantea así: ¿»por qué fue menos que imposible un entendimiento entre Herrera y Zubiri, o mejor, entre la democracia cristiana de Herrera y el liberalismo de Zubiri?». Muchas conjeturas se podían plantear sin que al final distingamos la verdadera luz. Aun así, el Dr. Agapito, da un salto y recoge del camino a Laín Entralgo, humanista y el todopoderoso cultural de una época determinada, » un pozo sin fondo para saber quién es de verdad Herrera» pág. 143. Y remacha con la autocrítica de Laín, «para hacerse cargo de la incomprensión, al fin, el fracaso que el discurso y la acción de Herrera tuvieron entre los intelectuales». En esta situación no podía faltar el ensayo España como problema con esa tríada: «la tradicional, la revolucionaria y la sufrida» . Los nombres de Aranguren, Valverde, Ortega, Calvo Serer, Tovar, Ruiz Jiménez, Araquistáin pueblan unas páginas que hay que leer con sosiego porque se agolpan muchos rincones oscuros detrás de los nombrados. La dualidad Herrera/Ortega se presenta como distante. La síntesis de ambos pensamientos chocó, y a estas alturas del siglo XXI dudo que se puedan plasmar por el antagonismo que subyace.

Al final del ensayo no podía faltar, otra vez, el adjetivo fracaso; todo gira alrededor; además de «totalitario», quizá demasiadas veces, y todos con un sesgo que desdice de la impronta cristiana que al fin y al cabo es lo que intenta hacernos ver. Y termina con el fracaso periodístico de Herrera : «El día en que la Editorial Católica vendió el diario YA se rubricó el principal fracaso de Herrera Oria en la democracia española», pág. 245. Otra forma de periodismo porque ya no vendía: distintas y difíciles serían las causas. En su «Despedida» vuelve a recordarnos el adjetivo fracaso por si lo hubiéramos olvidado. Fuera de lugar o demasiado bélico que nos apabulla con expresiones como «que convierte las virtudes cristianas en algo indecente», o que «excluye al cristiano de la vida pública», de ahí que «Herrera Oria sea aún actual». Parece como si al autor quisiera mostrarnos su enfado por demasiadas cosas que observa. y finalmente recurre al dístico poético de Rilke que puede entenderse de diversas maneras:

¿Quién habla de victorias?

Sobreponerse es todo».

Paz y buena tarde. Después de estar en suspenso con la lectura es el mejor sosiego.


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Ensayo

Razón en vena

La contraportada del libro es significativa: «Estas conversaciones aprietan los afanes y quebrantos de un filósofo español que ha visto mucho y sabe demasiado como para contarlo todo». Si a esto añadimos que su pensamiento está sustentado en don Marcelino Menéndez Pelayo, Ortega y Gasset y Pérez Galdós, no puede ser otro que don Agapito Maestre Sánchez, catedrático, filósofo, escritor, tres licenciaturas entre las que destaca su Doctor en Filosofía con su tesis: La teoría crítica de la sociedad como reproblematización de la sociología del conocimiento, y actualmente imparte docencia en la Universidad Complutense de Madrid de Filosofía Moral.

Con este bagaje que te apabulla, he leído con miramiento su sapiencia en estas conversaciones con Jorge Casesmeiro Roger. No es para menos cuando ya en la introducción se nos avisa: «los libros de Agapito no se abren, se descorchan y embriagan», p. 11; y por si había alguna duda en la página siguiente se le denomina «miliciano de la inteligencia española». ¿Qué haces ante tanto? Solo queda un camino: enfrascarte en la lectura de los cinco capítulos ( «Sobre la razón apasionada», «Ser independiente o no ser», «Lecciones de radiovitalismo», «El fracaso de un maestro», «Memoria no es historia»). Finalmente un «Epílogo dialogado». Los muchos libros, que asciende a más de cuarenta y como estrella: Ortega y Gasset. El gran maestro, 2019.

Antes de comenzar la lectura de su faro, como es El gran Maestro, conviene leer la contraportada del ensayo; el comienzo es nítido: «Este libro nos sitúa ante una alternativa ineludible: o reconocemos que Ortega ha superado fórmulas filosóficas, intelectuales y políticas inservibles para construir una nación democrática o, por el contrario, seguimos instalados en la ideología que lo convierte en un pensador sospechoso de haber caído en todos los males del progresismo o del conservadurismo». Los tres apartados en que se configura el ensayo es una prueba lúcida de por qué su título. Solo resta, leerlo; pero antes Razón en vena para poder entender su magisterio, su simiente.

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Casesmeiro Roger, J., Razón en vena. Conversaciones con Agapito Maestre. Madrid, Unión Editorial, 2020

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Ensayo

La mirada quieta (de Pérez Galdós)

Ante el revuelo creado en los medios de comunicación de La mirada quieta(de Pérez Galdós)de Vargas Llosa, me decidí a leerlo; en principio, no leo críticas antes. Dicho esto, me sorprendió que me enterase al día siguiente por la prensa y más cuando soy socio del Ateneo y en la programación del día y del mes no aparecía. ¿ A qué se debe ese oscurantismo cuando en la «docta casa» debe primar la libertad y el respeto? ¿Fue por el autor, la editorial o la dirección del Ateneo? Leído el desarrollo de la presentación, incluidas las preguntas en la prensa del día siguiente, me hice la pregunta, ¿pero todavía se prosigue con los cambalaches, las superficialidades, lo que corre de boca en boca, lo negativo, de los que no lo han leído, lo que no está escrito del más grande escritor en lengua castellana que vieron los siglos después de Cervantes como ya la crítica más exigente lo ha plasmado y venteado urbi et orbi?

Una vez leídas las dos primeras páginas, de nuevo, me pregunté, ¿pero a qué viene todo esto si lo que se concierne es sobre Galdós? Estuve a punto de no proseguir la lectura, pero como ya el tema al que alude lo había escrito en el diario El País hace tiempo, me dije mal empezamos y quizá esto me haya condicionado su lectura. El tema a que me refiero es para recordar a su amigo novelista afincado en Cataluña (» y cuando escribe artículos políticos criticando la demagogia independentista, es convincente e inobjetable».) y echarle unas flores antes de comenzar sus ideas sobre la obra de Galdós. No creo que se tratara como dice «de una provocación», no. Era la superficialidad manifiesta que hirió la sensibilidad de millones de lectores/as, y más cuando se apoyó-sin duda, para desdecir- en un artículo publicado en El País con las primeras líneas en la portada de una gran novelista, galdosiana y ateneísta, Almudena Grandes, tan respetada en el mundo literario para escribir el suyo en El País semanal. Qué lección le dio Muñoz Molina en la forma y en el fondo en el suplemento Babelia. Ahí está el Galdós sublime.

También me ha sorprendido que no aluda a una novela que, efectivamente, no se publicó en vida, pero sí en 1984, editorial Cátedra, descubierta en la biblioteca nacional en el reverso del manuscrito de Gloria ( me refiero a Rosalía, umbral y engarce de las novelas que recibirán el nombre de «realidad contemporánea) y sí dedica unas líneas a un cuento novelado, crepuscular, inconcluyente: La sombra. Por cierto, además de los artículos que manifiesta que no ha leído, olvida también los Cuentos. Celín es una maravilla; y aunque Un industria que vive de la muerte ha pasado como cuento para quien suscribe estas líneas se puede considerar, sin lugar para la duda, un ensayo periodístico. En la relación música- industria-muerte- no cabe más perfección. Tampoco dice si leyó Correspondencia.

A pesar de que me aburre lo repetitivo del narrador que es el primer personaje que inventa un novelista y, claro, Flaubert-como si fuera el dios de la tierra-; incluso lo bautiza con más precisión en Torquemada en la cruz : «Revela una superioridad artificial y petulante del narrador sobre el personaje que no puede defenderse»; lo de novelista anticuado no sé a qué viene ya que Galdós está mas vivo que nunca, y que yo sepa lo moderno comienza con la Ilustración; si no le gusta, que no lo lea y menos que lo escriba; sin embargo, admite que escribió grandes y admirables novelas, como Fortunata y Jacinta, Misericordia, Doña Perfecta, Torquemada en la hoguera, El amigo Manso. Nada nuevo para los lectores/as y crítica.

Los Episodios Nacionales están analizados a la ligera-no olvidemos que son cuarenta y seis- y da la sensación que son así porque su discurso está bien escrito aunque no sé si bien hilvanados, me caben dudas entre los que conforman la primera serie y las series posteriores. Quizá para el lector ocioso hubiera convenido citar de cómo comienzan haciendo mención a la carta de Galdós a Clarín: «En el año 1873, escribí Trafalgar sin tener aun el plan completo de la obra; después fue saliendo lo demás. Las novelas se sucedieron de una manera…inconsciente». Y ya que cita en otro momento a Unamuno, recuerdo que el escritor vasco se valió de El amigo Manso para llegar al concepto de «nivola», y su novela Paz en la tierra tenía influencias de la tercera serie, aparte de la intrahistoria que tanto propaló el escritor vasco.

En cuanto al teatro hay que removerse de la silla para leer lo que se escribe; me aburren esos resúmenes. Vamos a ver: el teatro hay que representarlo, y es ahí donde el crítico escribe; da la sensación como si Vargas Llosa hubiera visto en el escenario las obras; por ejemplo: «Produjo mucha satisfacción entre los espectadores. Pues Voluntad se deja ver, entretiene y hace pasar un buen rato a quienes se llegan a verla». ¿Tal vez un despiste, sin más? Los argumentos de las obras teatrales son farragosos y repetitivos. Por cierto, ya que define a Pardo Bazán como «diablillo lujurioso», le recuerdo lo que escribió sobre el valor de innovación: «La verdadera novedad del drama de Galdós consiste (,,,) en abrir puertas al realismo en la forma y al pensamiento filosófico en el fondo, uniendo a mayor suma de verdad ese sentido de la vida humana que se revela en un momento supremo y la marca para siempre con un trazo de luz o un estigma de miseria y pequeñez».

Sinceramente es inadmisible que su crítica se valga de frases, sin más, como en Mariucha: «obrita simpática y está bastante bien escrita»; de La fiera: «una obra muy menor»; de La de San Quintín: «la obrita pasó sin pena ni gloria ante el público»; de El abuelo : «no dejó huella importante en el público que acudió al teatro»; Alma y Ciencia: «infortunado título»; Alceste : los espectadores siempre sienten al terminar aquella una sensación de algo forzado y lejano»; Gerona : mi impresión es que está bien hecha». Y así, obra tras obra, va dejando ideas sin que se refleje un análisis riguroso de lo que representó el teatro a principios de siglo; tengo la impresión de que ha leído poco o nada de los artículos, ensayos, congresos que han desbrozado el teatro de Galdós. Sin duda es lo peor de su libro.

Queramos o no, Galdós fue el más completo dramaturgo de su época y «uno de los primeros dramaturgos de todos los tiempos» según Pérez de Ayala en Las Máscaras; se lanzó con sus ideas a expresarlas en las tablas, sin que se entienda torpemente que fue de la barricada, y aunque sí fuera estuvo más en la contemporaneidad al ser notario del pasado, del presente y del futuro. Su teatro fue una fuente de información de la sociedad española de finales de siglo y en la primera década del siglo XX. Se ha escrito que es nuestro Ibsen; pues claro, porque entendió perfectamente su teatro realista. Sirvió a la sociedad al mostrarla desnuda. No hay que recobrarlo porque siempre ha estado. Dejémonos ya de tantos tópicos y leamos con sosiego su obra.

En tiempos convulsos, el teatro es como una ventana abierta que ilumina, que nos hace vivientes, que nos une, que nos salva de tanto atropello inane. Esta obra vivificadora- Santa Juana de Castilla- se alza como un oasis de otras teorías históricas que no pueden sostenerse por mucho que nos lo repitan, una y otra vez. El inmenso vacío con que se ha tratado al personaje histórico revive en lo literario. La necesaria ósmosis entre drama y realidad cobra todo su valor si entendemos el teatro como vida, como pensamiento que se alza en las tablas. Con estas palabras, Galdós nos lo recordó: «No hay drama más intenso que el lento agonizar de aquella infeliz viuda, cuya psicología es un profundo y tentador enigma». Con su teatro quiso poner de relieve sobre las tablas el fanatismo, la intolerancia, la incompetencia, el poder corrupto, el enfrentamiento.

Pero, cómo ha escrito el sr. Vargas Llosa que la obra de «Pérez Galdós es muy superficial». Aplíquese el adjetivo. Primero, está bien escrita; segundo es un problema que aun no se ha resuelto; sin duda, el personaje es un enigma como resalta Galdós; pero no olvide que la santifica, otros dramaturgos como Martín Recuerda la pone como un pedestal con la palabra libertad en El engañao. Incluso Martínez Mediero la eleva al considerarla como ejemplo de amor en la obra Juana del amor hermoso. Hay un hecho que no puede pasar desapercibido cuando Juana lleva en la mano Elogio de la locura de Erasmo. Esperando ya la muerte, Borja le dice: «No sois hereje, señora, en el libro de Erasmo nada se lee contrario al dogma. Lo que hay es una sátira mordaz contra los teólogos enrevesados, los canonistas insustanciales, las beatas histéricas y los predicadores truculentos que han desvirtuado la divina sencillez con artilugios retóricos». Sinceramente no sé de dónde se saca «la ideología que promueve esta obra convierte a la caridad en la manera primordial de combatir la pobreza». ¡Asombroso!, no es caridad, ¡es justicia! Al final, el Duque de Gandía pronuncia: «Ya expiró…¡Santa reina! ¡Desdichada mujer! Tú que has amado mucho sin que nadie te amase; tú que has padecido humillaciones, desvíos e ingratitudes sin que nadie endulzara tus amargores con las ternuras de la familia; tú que socorriste a los pobres y consolaste a los humildes sin vanagloriarte de ello, en el seno de Dios Nuestro Padre encontrarás la merecida recompensa». El espectador o lector/a-, no hace mucho se representó en el Ateneo de Madrid-no puede quedar indiferente. Con su obra, Galdós intentó interesar, conmover, capital en una obra teatral y lo consiguió según la crítica periodística del día siguiente; recordemos, entre otros a Manuel Machado y Pérez de Ayala.

En cuanto a La loca de la casa de 1893 no observo que se haga referencia a que algunos críticos la consideran una novela dialogada, aunque se observe una intención dramática, e incluso algunos la incluyen en la novelas españolas contemporáneas; se necesitaba una explicación; pero, sí fue la primera obra que Galdós escribió, directamente, para las tablas. Se percibe, inmediatamente, un problema social al presentar dos fuerzas opuestas, pero lo que el dramaturgo propone es armonía para modernizar España sin que se vuelva a la violencia. Es decir, la búsqueda de un punto en el que se llegue. En definitiva, la comprensión por muy alejados en que se hallen. El dique, como casi siempre, está en los privilegios de unos. Galdós quiere llegar a la raíz para conseguir un compromiso social y que la sociedad se implique; es decir, llegar a la realidad que no sea solo como conservadorismo /liberalismo ilustrado. Había que actuar. Me sorprende que se diga: «En general, se trata de una obra con más fallas que aciertos» y menos «un tanto convencional». Y asombroso que escriba: «hoy tendría más vigencia entre el feminismo radical».

Clama al cielo cuando se refiere al diálogo teatral («ya se utiliza en el Ulises»); pero vamos a ver que Pérez Galdós murió en 1920 y la novela de James Joyce es de 1922. Ya me supera que diga que se burla de los personajes por ser «jerga», cuando lo que hace Galdós es recoger fehacientemente el lenguaje, la forma de hablar de la calle, de esos perosnajes.

Olvida, consciente o no, el Discurso de entrada de ingreso en la Academia-aunque lo nombra, sin más, de pasada-. Mejor le hubiera ido analizarlo puesto que versa sobre la novela y la respuesta de don Marcelino( del que extraigo: «artífice valiente de un monumento que, quizá, después de la Comedia humana, de Balzac, no tenga rival, en lo copioso y en lo vario, entre cuantos han levantado el genio de la novela en nuestro siglo»-7 de febrero de 1897); con esto hubiera llegado a la cumbre. Solo con los dos discursos hubiera sido suficiente para un ensayo en esos 18 meses que dice que tardó en leer parte de la obra de Galdós.

Hay aspectos insostenibles si se han leído las novelas con detenimiento. Escribir que La Fontana de Oro «más que una novela es un un panfleto» y que todo es «superficial y alambicado» es no tener en cuenta lo que supuso El trienio liberal y la revolución de 1868 en la historia de España para no volver a las andadas. Fíjense qué sapiencia: «Dos elementos de desorden minaban la Fontana: la ignorancia y la perfidia», a partir de ahí, Galdós distingue entre lo histórico y lo político. El planteamiento que Galdós hace de la novela tiene características similares a la novela de Dickens-no olvidemos que Galdós consideraba al escritor inglés como «mi maestro más amado»-. Dos aspectos hay que destacar en la novela: el organigrama entre hombre-sociedad y el magistral empleo del diálogo, que perfeccionará con el transcurrir del tiempo. Olvida la descripción de tres personajes: «las Porreño», simplemente insuperable. Aquella casa era como un santuario. Pero hay un personaje en esta tríada galdosiana que destaca: doña Paulita, no solo porque el narrador se encariña con ella. Lo de «mirada quieta» no se sostiene en el vía crucis de Clara, por otra parte magistral, como el personaje Paulita en la misma novela.

«Una historia sin pies ni cabeza» de Gloria. Y por si no quedaba claro ahí va su varapalo: «la crítica feroz y destemplada que hace del catolicismo y el judaísmo en Gloria es por ello, una deficiencia literaria». Lo que faltaba, si lo que quería resaltar Galdós en esa historia de amor es por qué un judío no puede casarse con una católica cuando estas dos religiones predican el amor fraterno por encima de todo; la iglesia lo condenó, incluso se sumó su amigo Pereda con las penas del infierno. Galdós ante tanta fiereza y algarabía, por los de siempre, en sus memorias escribió: «Ni don José María Pereda era tan clerical como alguien cree, ni yo tan furibundo librepensador como suponen otros. (…). Nuestras sabrosas conversaciones terminaban a menudo con disputas, cuya viveza no traspasó los límites de la cordialidad . No pocas veces, cedía en mis opiniones. Pereda no cedía nunca». El pensamiento es nítido: el niño nacido de la pareja está llamado a unir los corazones y sinrazones de las personas, por eso al final las campanas, oídas por Morton, anuncian la buena nueva; tocan a gloria, a luz, a entendimiento, a fraternidad. Quizá el fruto de ambos pueda mover a las conciencias de las personas y germinar la libertad. Se quiso impugnar la obra por los de siempre. Hasta su muerte le persiguió la hostilidad, la sombra cainita que siempre está al acecho. La jerarquía eclesiástica tardó casi un siglo en darse cuenta en el Concilio Vaticano II, en un mundo donde triunfara la libertad de cultos y la fe de las personas no se convirtiera en dique para la convivencia; la intolerancia no podía prevalecer por encima de todo. Pero sí alaba al personaje Serafinita: «este personaje sutil y retorcido en pliegues como los de una víbora es una invención genial». Sin embargo, de nuevo, no le concede a Galdós el mérito y apostilla: «no cree que Galdós haya sido consciente», como si fuera el dador del bien y del mal.

De las novelas de Torquemada. «Estas cuatro novelas están escritas de manera apresurada y no valen gran cosa», aunque admita que la primera Torquemada en la hoguera es una obra maestra y añade «el mayor triunfo fue concebir esta joya literaria»; esto no hace falta que nos lo diga porque lo advierte el lector/a y, claro, la crítica más exigente ya sentó cátedra. Las cuatro, lector/a, son extraordinarias. Galdós da un paso más en el arte narrativo, va adquiriendo su madurez. Tampoco se tienen en cuenta los intentos novelísticos experimentales y los diálogos fuera del drama, así como por vez primera se hace relación al naturalismo en La desheredada, aunque sí apunta que es «una de las pocas que con justicia debería llamarse naturalista´. No matiza que con esta obra casi cambia todo; es una nueva forma de narrar, adquiere ese madurez tan necesaria en la novela-, al estilo indirecto libre, al monólogo interior; al poder de la imaginación juntamente con el de la observación con que nos recrea los lugares, los personajes, los pensamientos. Nos repite, otra vez, que «nunca resolvió el problema del narrador». Esta obsesión desdice de quien se considera más allá del bien y del mal. Sus pensamientos son cansinos y repetitivos. Al sr. Vargas Llosa le falta una lectura sosegada, tranquila; a veces, pienso si ha llegado a comprender lo que se propuso Galdós.

Tampoco se nos aclara a cerca de La razón de la sinrazón . Fábula teatral absolutamente inverosímil, primavera de 1915. Muchos críticos la diseccionan dentro de novelas españolas contemporáneas. «Podrá decirse que no es novela, sino cuento, y un cuento deshilvanado». «Y aunque la idea generadora es alta y noble (la lucha de la verdad contra la mentira y el subsiguiente triunfo de la primera…», Es el final de las novelas contemporáneas con notas claramente teatrales.

Es alarmante que diga: «su obra periodística pasó sin pena ni gloria». Y por si faltaba poco, repite, otra vez, su adjetivo preferido: «superficial» y la define como «literatura de escaso vuelo». Me gustaría conocer si este señor ha leído lo que se ha realizado sobre la obra periodística en ensayos y congresos; cuando una persona lo desconoce, lo mejor es callar.

El libro termina con la frase «Fue, sigue siendo y lo será por mucho tiempo un gran escritor; parece como si le costara escribirlo; quitemos lo de «por mucho tiempo» y pongamos siempre porque su obra, más que le pese, seguirá viva mientras lo humano perviva. Las expectativas creadas del libro no se han hecho realidad; es más, voy a recordarle un adjetivo al que recurre en varias ocasiones: superficial. Eso sí la contraportada del libro te invita a que lo leas y arregla algunas de las cosas que escribió que no son sostenibles. Percibo como si se corrigieran los yerros con «no hay ninguno de sus compatriotas que tenga semejante dedicación, inventiva, empeño y la soltura literaria de Pérez Galdós», quizá para que se venda más.

Coda: lector/a, no leas a Galdós de forma inatenta, céntrate, vive lo novelesco, no discutas con los que hablan de oídas; muchos se han retractado de lo que dijeron al leerlo. Huye de los antigaldosianos porque lo que quieren es hacerse famosos con un escritor que se hizo en la lectura del Quijote, cuando, salvo los ingleses, no lo tuvieron en cuenta, incluso algunos de los Premios Cervantes no han escrito sobre Cervantes ni una línea y dudo que lo hayan leído.

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Ensayo

El legado de Luis Chamizo

Después de tanto tiempo e innumerables actos al poeta de siempre en el centenario de El miajón de los castúos que celebramos en el año 2021, recibo en estos días navideños del ayuntamiento de Guareña El legado de Luis Chamizo, editado por la Diputación provincial de Badajoz. Al Ayuntamiento y a la Diputación gracias mil por extender la poesía de Chamizo, clave de los años veinte.

Sin duda conmueve los «recuerdos de María Luisa Chamizo sobre la vida de su padre», la primogénita. Ya murió, pero con motivo de los actos que terminan, alguien me dijo que el estudio que hice de la poesía y el teatro titulado Nueva perspectiva de Luis Chamizo le había gustado porque era la persona que mejor había comprendido tanto la poesía como el teatro de su padre; se lo agradezco, no fue posible en vida.

El libro consta de, además de la introducción, seis apartados( «Los padres del poeta». «La casa grande y su moradores». «Matrimonio de Luis Chamizo». «Luis Chamizo y los avatares de la guerra». «Muerte de la abuela Asunción. Pérdida del patrimonio familiar». «Luis Chamizo en Madrid. Muerte del poeta. Su legado»). y tres anexos ( el primero «Poesías publicadas e inéditas de María Luisa Chamizo. El segundo, Otros poemas de Luis Chamizo documentados a través del Registro de la Propiedad Intelectual. El tercero, Obras inéditas de Luis Chamizo: Gloria, comedia musical . Flor de Luna Zarzuela.).

Siempre que se habla de Luis Chamizo nos viene a la memoria La Nacencia, es el logotipo, sus señas de identidad en la que sobresale la exaltación de un dialecto del castellano hablado, sobremanera, en el pueblo en que nació: Guareña. Quiso dejarnos para la posteridad lo que más tarde se denominó «lo castúo», convertido en sentimiento de los lugareños y que revierte en los que leen su obra, en la que subyace lo que ha estado en barbecho en demasía: «su verdadera dimensión de poeta social, adelantándose en muchas décadas a la que en los años cincuenta del siglo XX habría de ser llamada ´poesía social´», pág.10. Este mismo aspecto nos lo recordó José López Martínez en el periódico Hoy de Badajoz en diciembre de 1962: «Luis Chamizo fue quien mejor supo llevar nuestro campo a su poesía y demostró, por otra parte, ser un adelantado de la poesía de contenido social», pág. 37. Y lo chocante para mí es que fuera encarcelado en Medellín por declamar la poesía «Invocación al héroe» en los festejos que se celebraron en el pueblo de Hernán Cortés con motivo del cuarto centenario del descubrimiento de México en el año 1921 («de ella salió pronto, porque la protesta que armó el pueblo no era para menos»), pág38. Chamizo cantó a los más humildes, a los que trabajaban de sol a sol, a los braceros («fueron a estos últimos a los que Chamizo dedicó sus poemas, por los que se le ha calificado de poeta social, con el significado que empleábamos quienes éramos protagonistas jóvenes de la historia de los años sesenta y setenta del pasado siglo veinte», pág. 125). Fue el poeta de los humildes, de los que no tienen voz. Ya era hora de que se quitaran caretas los que no saben, no entienden o no leen a un poeta excepcional, así de claro. ¡Cuánto le hubiera gustado al poeta oír estas palabras!

La introducción de José Juan González Sánchez nos aporta datos, sentimientos, quehaceres que algunos desconocíamos, fruto de las conversaciones con su hija primogénita y la hija de esta. El redactor ha pretendido «contar mi periplo hasta conocer a María Luisa Chamizo y, a través suya, valorar y admirar a Luis Chamizo, con quien, pasado el tiempo fui identificándome». pág. 13, por lo que debemos estar agradecidos, al menos el que suscribe esta reseña; sus 509 páginas me han producido deleite según iba avanzando la lectura.

Me alegra que su hija mayor nos recuerde que, tal vez, la obra dramática Las Brujas, dejó de representarse en 1931 «debido a su fuerte contenido religioso que no supieron entender, ya que en la obra predominaba la temática social», pág.30. Grande María Luisa. Esas ideas las tienen los de siempre: lo que no leen o no entienden y hablan de oídas por muchos motivos, pero su estreno y los meses siguientes en 1930 fue aclamada no solo en los teatros, también por la crítica periodística más exigente. Quedémonos con los aplausos enfervorecidos en la escena y al final; esto ha quedado para siempre, así como nos recuerda su hija («ninguna de las tres menores vio jamás a mi padre sobre un escenario, que era donde más se crecía», pág.115),


El relato de su hija cuando su padre es detenido por los «milicianos» te emociona. No conocían que era poeta, por eso les declamó «La Nacencia» y quedaron absortos ante el empuje y viveza de los versos, motivo por el que le ayudaron a escapar poniéndole un sombrero de paja y lo metieron oculto en un vagón de carbón que le llevó a Guareña, págs. 132 y ss, Lector /a, si tienes la oportunidad de leer este ensayo no dudes en leerte con tranquilidad la página 145 y ss. «Sobre el papel de Luis Chamizo durante y tras la contienda» para callar a tantos/as que hablan de oídas. Chamizo creía en una España «más justa y de hombres más libres e iguales», de ahí que cantara a los trabajadores, a los desheredados. Hay un dato que no podemos olvidar: la amistad entre Lorca y el poeta desde el estreno de Las Brujas en el año 1930; este mismo año estrenó el poeta granadino La zapatera prodigiosa en el Teatro Español. Más tarde, Chamizo fue a ver el teatro ambulante La Barraca que venía representándose por diversos lugares de Andalucía. En una de esas tardes, al final de la representación subió al escenario a felicitarlo para después recitarle la «Casada infiel». Lorca quedó impresionado y se emocionó. Posteriormente, Lorca fue a visitarlo a Guadalcanal. Aquí se dedicaron El miajón de los castúos y Romancero Gitano. Esta edición, Chamizo se la regaló a su hija primogénita («lo he llevado siempre conmigo. Desgraciadamente, me lo robaron, ya casada, cuando nos saquearon nuestros baúles en el puerto de Montevideo, donde llegamos como embajadores de Honduras», pág. 147). Como sé que me leen mucho este blog en toda Hispanoamérica, sería glorioso que este libro se encontrara y se devolviera a la biblioteca pública de Guareña (Badajoz).

Y así, hoja a hoja, conocerás el verdadero nombre de Luis Chamizo; y eso sí habrá que corregir algunas cosas que se han escrito por falsas. En este legado lo que se pide es «justicia a su nombre, que se editen unas obras completas legales y sin tapujos, donde vayan incluidas las dos que dejó inéditas. Solo perseguimos que la obra no se pierda, se ensanche y que su nombre no caiga en el olvido», pág. 214). Este ensayo era necesario como el aire que respiramos; de nuevo gracias a los que lo han hecho posible.

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VV.AA., El legado de Luis Chamizo. Diputación de Badajoz, 2021, 509 páginas.

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