Todavía, después de tanto tiempo, resuenan en mi mente el triple adjetivo pronunciado por Nina en la novela Misericordia. Cada día observo a personas que extienden la mano y piden «misericordia»; si a finales de siglo XIX este hecho lo podíamos considerar como un fracaso de la Restauración española, hoy, ¿cómo lo podíamos llamar?
La novela de la que he extraído el título de estas reflexiones se publicó en 1897 y está encuadrada en lo que se denomina el cuarto estrato narrativo, del más grande escritor-según parte de la crítica-, después de Miguel de Cervantes: Benito Pérez Galdós. Este período narrativo está configurado por la progresiva interiorización individual de los personajes, evocada desde la realidad, por lo que se rebela contra el destino y exalta la voluntad de vivir, no exenta de espiritualismo; es más, se agarra al mismo, exactamente como en Nazarín y Halma. Pero esto no quiere decir que rompa con el realismo, sino que es un estudio nuevo de la realidad examinada artísticamente. Este axioma llevará a Galdós a adentrarse en el sueño de la realidad con Casandra (1905), El caballero encantado (1909), La razón de la sinrazón (1915).