Novela

Retrato del joven artista de James Joyce

La idea escogida para la introducción de Juan Ramón Jiménez nos anima a comenzar la lectura y no abandonarla («Me imagino también la obra escrita de Joyce como uno de esos ponientes de ciudades o campos infinitos en cuyo mundo acumulado por la despedida se oye el rumor de todos los siglos, de todos los países.»).

Estamos ante la primera novela de Joyce, si bien su proyecto se había iniciado con Dublinesses. Estas dos obras nos conducen a lo impresionante, a lo prodigioso, como es Ulises, que una vez terminada, te invita a que comiences de nuevo. En la mente de la crítica más exigente subyace la idea de que lo que entendemos por novela nace con Quijote y llega a su culminación con Ulises.

Ante Retrato del joven artista debemos dejar al lado si estamos ante una novela o prosa poética. Lo capital es cómo se puede llegar a la creatividad sin que aparezcan los rasgos primordiales por los que se fundamenta la novela, sobre todo, la del siglo XIX. Joyce rompe con ese concepto y quiere imprimir otra modalidad que le lleve a lo que unos años más tarde consiguió con el Ulises, huida del realismo para lanzarnos a un impresionismo en el que la palabra es la clave, y a ser posible fundida en piedra para siempre. Dejemos la palabra Modernidad aparte porque no nos pondremos de acuerdo con su inicio y significado. Sueño, naturalismo, simbolismo, impresionismo, ficción, se dan la mano para constituir un mosaico verbal. Si triunfa el naturalismo es para hacernos ver los detalles más nimios que observa en su Dublín y elevarlos a la categoría estética con personajes vivientes. Ezra Pound llegó a afirmar: «No hay nada en la literatura actual que esté a su altura».

La tensión que el autor nos proporciona al dejarnos en vilo todo el rato constituyen uno de los hechos significativos en ese buscar las palabras para que la imaginación trabaje al lado de los lugares que describe, sin olvidarnos de un común denominador: la religión. La referencia del entorno a través de la palabra religiosa nos hace pensar su interioridad de lo que ve o de lo que le han enseñado en su educación católica.

Cinco capítulos configuran el «Retrato». págs, 101-297); en el primero-más allá de lo que hoy se acoge a la autoficción- se nos muestran sensaciones desde que Stephen era pequeño hasta su semi-victoria con el padre Dolan. Páginas ágiles de todo un devenir en la escuela con sus problemillas pero que van haciendo mella en su mente. La precisión con que describe los hechos nos hace comprender mejor el lugar en que se encuentra, por ejemplo. «Sonó la campana y los alumnos comenzaron a salir de las aulas y enfilaron los pasillos en dirección al refectorio»; además de lo que se comía, olor, etc. se nos muestran casos típicos del colegio; no podía faltar lo religioso con las oraciones consuetudinarias; en la capilla: «¡Oh Dios, ayúdenos pronto!»,.. «Oh Señor te suplicamos que visites esta morada y alejes todas las trampas del enemigo», que constituían parte de las oraciones nocturnas, Y, cómo, no la Nochebuena no podía faltar. Ante un requerimiento, Stephen bendijo la mesa: «Bendice, Señor, estos dones que vamos a recibir gracias a Tu munificencia a través de Cristo Nuestro Señor. Amén». Sin que falte la cercanía de la jerarquía eclesiástica irlandesa en lo que sucede en el país. Esta dicotomía en Irlanda es capital. No cabe razonamiento; el fanatismo lo puede todo; el poder de la iglesia católica es imprescindible y Dios como el Supremo; pero el ataque estaba vivo: («Somos una desdicha raza de besasotanas, siempre lo hemos sido y siempre lo seremos hasta el fin de los tiempos»).

Y así se van ensartando ideas, enseñanza, hechos cristianos en este capítulo primero; finalmente, el choque que se produce entre el padre Dolan y Stephen por su violencia («el niño no podía ver porque se le habían roto las gafas y no pudo hacer los deberes) -» me ha pegado con la palmeta…, no podía ser; era injusto y cruel y arbitrario»; ante tal hecho, lo denuncia ante el rector que le da la razón; es la otra cara del que acoge con humanismo lo que parecía injusto. Es el poder del que no sabe, del que dice: se hace sin más; aunque al final lo injusto se resolvió de forma tenebrosa que al lector le quedan briznas.., o en interrogación. Por otra parte, Joyce nos describe como una odisea para llegar al aposento del rector; por donde tenía que ir Stephen: «Recorrió el pasillo oscuro y estrecho por unas puertecillas…». En su recorrido pudo ver y leer retratos y santos que estaban en consonancia con el colegio en el que destacaba san Ignacio de Loyola, que tenía un libro delante, y señalaba las palabras «Ad mayorem Dei gloriam«. Es el lema jesuítico.

«En el capítulo segundo se da un vuelco a la historia del colegio: comienza con la relación de su tío Charles («fumaba un tabaco tan negro que su sobrino acabó sugiriéndole que fuera a disfrutar de su pipa matinal a la pequeña letrina que había al final del jardín». Ya desde las primeras líneas, Stephen memoriza palabras que de momento no entiende, pero que después enhebrará con otras para esa relación tan primordial como será sueño-realidad, o simplemente lo que hemos denominado auto-ficción. Y, pronto, la obra El conde de Montecristo, la ensoñación para un chico ante la heroicidad y la fragilidad romántica («las noches eran para él y leía con mucha atención»). Otro hecho: la mudanza a Dublín ( «Dos grandes carros amarillos se habían detenido una mañana delante de la puerta»). De la comodidad a la estrechez; así, Stephen iba asimilando la relación familiar que le esperaba. También aquí le apuntan a otra escuela jesuita ( «ya que empezó con ellos. Le serán útiles en años posteriores). De nuevo la escuela como protagonista y su exhibición de las dotes teatrales de Stephen; pero al final del primer trimestre, «su alma todavía estaba inquieta y deprimida por la sombría magnitud de Dublín. Igualmente asistimos a las bromas de sus compañeros porque el profesor de inglés le acusa de haber cometido una herejía en su redacción, amén de la discusión de qué poeta es más grande, si Tennyson o Byron. El recurso de su experiencia sexual con una prostituta que le dice directamente: «Buenas noches, guapo», cogiéndolo del brazo en la calle, le hace despertar. El lugar, probablemente, ni lo había soñado (» La habitación estaba cálida e iluminada»). En un momento ella inclinó «la cabeza y juntó sus labios con los de él», y finalmente la consumación corporal que anidaba al menos en el joven: «Cerró los ojos, entregándose a ella en cuerpo y alma».

«El veloz crepúsculo de diciembre caía con colores de payaso tras un día encapotado». Así comienza el capítulo tercero. Su remordimiento de que su experiencia sexual es pecado le atormenta incluso en el aula. El temor de Dios está presente, pero también su voluntad de enfrentamiento. La visita al barrio de las putas era frecuente; lo tenía como una necesidad que no podía menguar. La lujuria se enseñoreaba, podía más («cada pecado sucesivo multiplicaba su culpa y su castigo»). Pero, pronto, se suceden páginas prietas con ese espíritu religioso que será el común denominador de lo que se llamaba «retiro» ( «en esta misma capilla para llevar a cabo su retiro anual antes de la festividad de su santo patrón»). Era el momento de exaltar nuestra relación con Dios; es una introspección, de llegar a lo más profundo del alma; un ejemplo es la exaltación del patrón del colegio, san Francisco Javier que dedicó su vida a extender la palabra de Dios; era el mayor ejemplo para llevar una vida cristiana y recordar que estamos aquí para propalar la voluntad de Dios y salvar las almas inmortales. Solo hay una cosa necesaria: «la salvación de propia alma», Y así, página tras página, se recuerda en esta meditación nuestro origen y por qué algunos ángeles fueron expulsados de la casa de Dios. La imaginación es muy necesario que trabaje. Sin duda, el autor busca, rebusca todo lo que se ha dicho acerca de la religión católica (Adán-Eva-paraíso-fruto prohibido, expulsión, misericordia de Dios al mandar a sus Hijo-el Redentor-, el nuevo evangelio,); el final de los ejercicios espirituales es la confesión de un niño de 16 años y posteriormente la comunión con la que queda purificado (» Corpus Domini nostri»); fue el aprendizaje de Stephen; pero en el fondo, parece como si quisiera decirnos que es leyenda; por tanto un varapalo para los que tengan fe, o es lo que se colige según te adentras en el desarrollo de cada capítulo.

El capítulo cuarto es un paso más («El domingo estaba dedicado al misterio de la Santísima Trinidad»). Novenas, rosarios, actos religiosos le conducen a desterrar todo lo que se conocía como pecado; su alma, entonces, estaba purificada. («Ningún pecado mortal lo tentaba. Le sorprendía sin embargo descubrir que al final de ese camino de intrincada piedad y contención quedaba fácilmente a merced de imperfecciones infantiles e indignas»). Hay un hecho crucial en la vida de Stephen. Se le insta que piense en el sacerdocio («Quiero decir si alguna vez has sentido en tu interior, en tu alma, un deseo de unirte a la orden. Piensa»). se trata de convencerlo para que dé ese paso («Ningún ángel ni arcángel del cielo, ningún santo (…) tiene el poder de un sacerdote de Dios»). Todo había pasado por su cabeza, incluso el dirigirse a los fieles entonando el «Ite misa est «. Pero, también recapacitaba que ser sacerdote es para siempre según la orden de Melkisedec. Finalmente se convenció de que en todo había una cierta frialdad y soledad. Él estaba llamado para otros quehaceres otras metas («Estaba destinado a aprender su propia sabiduría….». La universidad estaba cerca, Se había liberado de tanta pesadumbre, quería ser libre, liberarse de todo. En el paseo por la playa observa a una joven en la que ve verdad y belleza. La búsqueda de esta será lo que le desate otras formas, otra sociedad.

En el último capítulo nos concita a descubrir la estética; en definitiva, su yo, su sabiduría. Estamos en el período universitario («Dios sabe que deberías intentar llegar a tiempo a tus clases». Es la repuesta de su madre. Acto seguido se le pone la palangana para que se lave. Nada más llegar a la facultad tiene el primer encuentro con el decano de estudios; este le reconoce y le lanza la siguiente pregunta: qué es la belleza. Stephen contesta con la idea clásica de santo Tomás: «Pulcra sunt quae visa placent». El sacerdote queda en suspenso y dice: «¿cuándo podemos esperar que usted nos aporte algo sobre la cuestión estética?». «Con un poco de suerte, me viene alguna idea una vez cada dos semanas». Y así con sabrosas palabras se va decantando por lo estético, pero siempre apoyándose en ideas, palabras adquiridas. El diálogo sobrecoge. Sin descuidar el varapalo, sobre todo, a la religión, pero y también a lo establecido, al nacionalismo y, en general, a las formas en que se cimenta la sociedad irlandesa.

-Joyce, James, Retrato del joven artista. Madrid, Cátedra, 2022


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Poesía

Senderos

Hace algún tiempo me mandaron por correo el libro Senderos, lleno de vida; es esta la que nos lleva a la añoranza de lo que fue canción; a buen seguro que la autora fue más lejos, algo más de los/as lectores, ya en el siglo XXI; tal vez no lleguemos a alcanzar su total sentimiento por el tiempo transcurrido desde su publicación en 1957; ante el acto poético, en todo caso, debemos estar genuflexos si es que la naturaleza te ha dado esa cualidad humana como es el sentir la poesía. La pasión por la palabra hermosa, juntamente con su vitalismo, es el sustento de la poesía.

Con motivo de «el centenario de El miajón de los castúos» se han reeditado varios poemas de María Victoria Chamizo con el título de Senderos por su hija Victoria Díez Chamizo-nieta del poeta universal Luis Chamizo-, como homenaje a su madre, que falleció en 2019, María Victoria Chamizo, además de poeta, tuvo una columna habitual durante muchos años en El Faro de Ceuta. Me cabe hacer constar el espíritu que anida en la mente de su hija al leer el prólogo, y, sobre todo, el final: «Querida madre, ¡cuánto me hubiera gustado que hubiera visto esta edición!». Victoria Díez Chamizo. Barcelona, junio de 2021.

A la edición de 1957, José María Pemán coronó la poesía con un poema en que pregunta en los tres primeros versos «Dime, Victoria Chamizo, / ¿de dónde viene el hechizo / de tus cantares?». Exactamente es lo que sentimos cuando abordamos cada uno de los poemas, que son canción, humanismo, sensibilidad, espíritu que aletea; no hay forma mejor para expresar la exactitud, sintiéndola dentro de sí para alcanzar la lucidez en ese peregrinaje poético desde Senderos– primer poema- hasta Un día sin ti-el último. En todos anida una cierta preocupación, más allá de lo estético. La introspección que subyace en sus poemas es necesaria para después sacarlas y elevarlas al papel, convertirlas en anécdotas creadoras para encajarlas en ese «sendero blanco, donde solo irán lo poetas»; ese sendero que es la elección y, al mismo tiempo, la cúspide en la que se desea llegar, «el sendero de los que sueñan, pág. 11.

Adentrarse en esta poesía, hechas de trozos de cielo, requiere sosiego, limpidez, que se detenga tu tiempo, si no, no llegarás a sacar el mejor tú de cada uno de los poemas de los que entresaco «Tristeza» («Y fue todo una mentira, / por otro amor me dejaste / poniendo luto a mis sueños, / poniendo luto a la tarde…»). No podía faltar un poema a su tierra extremeña que tuvo que abandonar, «A mi tierra»: «…que forjé en tu hermosa cuna, / que lejos marcho, y clavada, / me llevo en el corazón, / junto a su imagen amada, / la espina de mi dolor»). También eleva a lo poético su espíritu religioso con «Plegaria«, ( » Aquí, estoy, Señor, postrada a tus plantas»), con «Oración a la Virgen Inmaculada«. » La noche», «A la Soledad«, («Y que lloren tus ojos, Virgen mía»,,,). «Ceuta a Jesús Nazareno», (….»sangrando su cuerpo, / siento que mis lágrimas / se tornan en fuego». Y cómo no, el amor que nos aprisiona, que nos exige, que nos aprieta, «Cuando menos pensaba»: «…sucedió, y fue sin darme cuenta, / yo creí mi alma liberada / de un amor que ahora me atormenta». «Comprensión», «…tú necesitas mi sol, / yo necesito tu frío», Mi último beso. Maldición. No puedo quererte. Pasión. Alma y cuerpo. Sed de amor. Cómo te lo diría. Y lo más grande: lo que enardece, lo que nos hace vivencia, libres, fuego, espíritu, como es la poesía: «Al poeta«, («¡ Pobre loco!, le dice el que no siente / el batir de las bellas fantasías: es mejor para él vivir ausente, / que soñar y sentir melancolías»).

La última parte viene encabezada con «Pequeñas poesías de amor», y los últimos poemas son un conjunto con el título Un día sin ti, págs.68-92, en los que es el alma que supura llanto, querencia, desconsuelo, primavera, olvido, beso, tentación, sueño, ilusión, lejanía, tiempo, soledad, fuego, pesadumbre, camino, corazón, nubes, obscuridad, talle, azucena, herida, dolor, paso del tiempo, arrepentimiento; son palabras que te mantienen en vilo según desgranas la lectura desde el primer verso «Soledad, llanto, obscuridad», hasta «que no tendrás otra más / parecida a la mía». Este final dirigido al Señor al recordarle las penas y las alegrías » de valor tan desigual». En el fondo es la necesidad, en este caso, de tener fe; de dirigirse al Altísimo para ofrecerle cómo fue su vida. Esta ha sido, en tus manos me encomiendo.

Son cuarenta y nueve poemas los que conforman este apartado: en ellos hallamos un itinerario, un camino con alegría pero también abrojos; dicha-tristeza, dolor-alegría; «música que al sonar / no ha conmovido!; «Goces que el corazón / no ha comprendido»; «aquella que no ha tenido / con un beso, el latido / del propio corazón». «Llegaste sin yo llamarte, / y ahora, sin porqué, te vas». En otros está la entrega, el aliento, el sentimiento, la querencia desnuda: «Por un solo beso tuyo / yo daría el mundo entero». «He soñado que eras tú / el amor de mis amores». «Te quiero como a nadie ha querido».»Por saber si me quieres yo daría / mi juventud, mis sueños, mi alegría». Pero también la llama de amor viva se apaga: «Quisiera verte de fuego, / pero tú eres nieve fría». «No me quieras, por Dios / no me quieras». «Tú no sabes querer, lo sé de cierto; / tú eres solo veleta de los vientos». «Quizá cuando yo muera / darías media vida / porque no hubiese muerto». La añoranza: «…para mí siempre de noche /será, cuando tú estés lejos». A solas he quedado largo rato; / he meditado mucho y he sentido», «…que eternamente perdura / cuando se amó de verdad».

En verdad es un libro que conmueve, que el tiempo no se detiene, que al final lo derrotamos de tanto como nos ha aprisionado, que seguramente María Victoria, a pesar de las dificultades que debió sortear, encontró luz y esperanza al mostrarnos e ir más allá del territorio de lo estético.

Contraportada


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Literatura

James Joyce: Dublineses

Después del centenario de Ulises, a buen seguro, que al final nos quedará un pensamiento literario si no único, sí distinto; pero si alguien no ha leído a Joyce lo mejor es que calle y se ponga a leerlo si quiere tener unas ideas propias; y desde luego no tenga en cuenta a los que hablan, hablan o escriben, escriben de oídas que abundan. Lo repetiré cuantas veces sean necesarias.

En la introducción se nos advierte de que aunque Joyce no es «estrictamente» poeta, sin embargo, rezuma. En concreto se recoge la opinion de Antonio Machado para recalcarlo: «Ni Proust ni Joyce pueden llamarse poetas, en el sentido estricto de la palabra, pero los poemas esenciales de cada época no siempre son la producción de los cultivadores del verso» (Antonio Machado).

Con esta nueva publicación en la editorial Cátedra se contribuye a que el escritor sea más conocido y sobre todo se lea. No esperemos un-Ulises- en ningún sentido; son doce relatos breves con el título Dublineses. Tardó en publicarse casi una década. El manuscrito es de 1905 y se publicó, por vez primera, en 1914 («Esta demora en su publicación sin duda afectó la recepción del libro», pág.33). Inmediatamente nos percatamos de que estamos ante un proyecto que proseguirá con Retrato del joven artista y culminará con una luciérnaga que invadió el campo literario, Ulises. De ahí la necesidad de leer las tres obras. No sé si exagero que el principio de la novela fue Quijote y terminó en Ulises. Lo demás, o imitación o nada. Sálvese quien pueda.

Con estos escritos, Joyce se detiene en un Dublín que describe como sucio, pero no de forma general; va a lo concreto, a lo más nimio para que los posibles lectores comprendan su radiografía; es el detalle el que busca para reflejar mejor esa «parálisis que muchos llaman ciudad» -pág.35-, como comentó el propio autor. El problema radica en que se queda con un tipo de sociedad: ni alta ni baja; es la clase media y de esta la más cercana a los bajos fondos de una ciudad; de lo que vino en llamarse la «pequeña burguesía».

Comienza con el relato «Las hermanas» y termina con «Los muertos», en este, tal vez, podamos ver a Joyce como nos adelanta la editora, pág. 37. Si el primero es el reflejo de una sociedad mortecina, aletargada, paralítica, en el último subyace su final, el conjunto de cómo ha sabido llenar las páginas de ese Dublín de principios de siglo, si bien con una mirada crítica, pero, al mismo tiempo, nostálgico; es en este en el que observamos que Gabriel es un trasunto de Joyce, por su estar y sabedor de todo lo que le rodea. La dualidad tradición-progreso es lo que quiere que permanezca y ser él el profeta, el que anuncie la buena nueva. Pero en «Las hermanas», también subyace la dualidad prersente-pasado e incluso la relación entre el niño y el sacerdote que nos aporta un conocimiento del pasado y en el que el niño queda absorto ante los comentarios sabios del sacerdote; claro, todo visto bajo el prisma religioso, hecho capital en Irlanda; de otra forma, no se puede entender ese pasado; la iglesia tenía un poder enorme. Por otra parte, se percibe el fracaso del padre Flynn ( «…y luego su vida, podríamos decir, fue una cruz…era un hombre decepcionado», pág.113) y solo la muerte trajo tranquilidad, hasta la vestidura transmitía dejadez; nos queda la duda en cuanto a la fe. La expresión «Dios tenga piedad de su alma, dijo mi tía piadosamente…», nos alerta de la duda.

Poco importa si como se ha escrito este último relato es primordial para poder comprender el espíritu que anidaba en Joyce; los demás, no desmerecen e igualmente entenderíamos las causas por las que se acercó el escritor; pero, sin duda, es la joya de todos, aunque solo fuera porque uno de los personajes se asemeja al escritor y, claro, y único no solo por su extensión, también por su estructura, dividida en tres partes; en la primera resalta la presentación de los personajes, y es Gabriel el que se nos queda en la retina como principal, pero con un dejo, con una mirada recelosa, como estando al acecho de lo que ocurre, pero en el fondo sabe que es él que representa las dos ideas que aparecen en la sociedad: la tradición y el progreso; él está llamado a discernir, a unir ambos términos; en la segunda parte sobresale el momento en que se reúnen como símbolo de hospitalidad, inherente al pueblo irlandés; pero es en este momento cuando surgen las dos opiniones contrapuestas del nacionalismo, el humanismo hecho carne, cobijo; ¿ se está perdiendo o permanece? La superioridad de Gabriel se percibe, pero le molesta que le digan unionista («y le susurró al oído: ¡Unionista!»), o que vaya de vacaciones al extranjero, En todo hay un común denominador: la hospitalidad irlandesa.

La tercera parte es la despedida con cierta simpatía, y cómo ya el frío y la nieve cae en las calles de la ciudad. Por si faltaba algo-acostumbra Joyce a recordarlo- el sexo, la excitación al ver a su mujer como un objeto sexual, aunque lo minimice con la pintura («la habría pintado en esa actitud»). La estética del cuadro como lo permanente; su excitación, aunque sea brutal, pasará; en su mente subyace la idea si ella también siente esa atracción suma por él. La objetivación como sexo, como la necesidad carnal que tenemos los humanos.

Casi al final me recuerda su novela Ulises cuando «Se tendió bajo las sábanas, junto a su esposa, procurando no despertarla. (…). Pensó en cómo la mujer que yacía a su lado había guardado en su corazón durante tantos años la imagen de los ojos de su amante mientras le decía que no deseaba vivir», pág. 349. No me percato si cuando sus ojos se llenaron de lágrimas es solo sentimiento o quizá amor; («Nunca había sentido eso hacia ninguna mujer, pero sabía que ese sentimiento debía ser amor»); las dos formas pueden caber, pero, también, diferenciadoras; el corazón es el que habla, tanto en una forma como en otra.

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Joyce, James, Dublineses. Madrid, Cátedra, 2022, 351 págs.


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