Poesía

Roma, peligro para caminantes

Se esperaba el libro como agua de mayo; corría el año 1968 en el que ya estaba instalado Rafael Alberti en Roma. La capital italiana le sirvió al poeta para adentrarse en otro mundo con esos paseos romanos y lanzar «urbi et orbi» un panorama sobrecogedor, insólito; pero también una «Roma en la noche, oscura voz de fuente, / Roma en la luz, clara canción del día».

Poco antes de la primera edición en México, 1968, conocimos varios poemas del libro en el tercer número de la revista Litoral en un homenaje al poeta gaditano. El libro está fechado por el poeta: 1964-1967; salió por vez primera en julio de 1968. En 1972, el editor Mondadori lo publicó en Milán en edición bilingüe; eso sí, está incompleta porque el traductor murió poco antes de la traducción total del libro. La primera edición en España la publicó Litoral , Málaga-marzo MCMLXXIV. El poeta mandó un escrito para tal fin en el que había hecho la Roma «antioficial y antimonumental, la más antigoetiana que pueda imaginarse». Pero también quiso dejar nítida su posición; la de «un poeta lejano de su patria, que afronta su vida en medio de un pueblo sencillo y sorprendente». Después se publicó en Seix Barral, 1976; reimpresión, 1977. La cuarta-Aguilar, al cuidado de Luis García Montero,1988- y quinta edición-Seix Barral,2004- se incluyó en Obras completas que cuidó José María Balcells. Y ahora en Cátedra, con la novedad de que detrás de cada poema viene un comentario nítido para poder entender mejor los versos; así como un apéndice en el que comprende: » A Marco, perro de Santa María in Tratevere». «El poeta pide por las calles». «Abel Vallmmitjana, escultor». Abel Vallmitjana». «Para esta edición». Además todos con un comentario que nos aportan más luz. Este último constituye el prólogo de la edición de la revista Litoral en el que se incluye el autógrafo de Alberti y su transcripción. Y termina esta edición de 2021 con «apéndice textuales», págs. 231-258.

La creación del poeta va transformándose según el lugar en que habita. En esta ciudad de acogida se observa una actitud enorme en la que el vitalismo cobra una singularidad nueva, un dominio verbal tan característico que fluye según se van ensartando los versos. Es el nuevo Alberti en medio de una Roma imperial, pero copartícipe de una barrio de monumentos sí, pero también basuras, gatos, grietas, dejadez, gente del común, el bullicio de la vida popular. Trata de elevar a la categoría poética sus vivencias en la ciudad.

Como nos atestigua el editor, Roma , peligro para caminantes presenta una articulación compuesta por «un poema introductorio, y cuatro secciones relativamente homogéneas por temática y pautas métricas», pág.20. Más allá de la estructura, «posee una fuerte cohesión interna debido a su perspectiva espaciotemporal y a la urdimbre temática que construye el discurso albertiano sobre Roma», pág.22 . En el poema «Monserrato,20» que sirve de introducción se entrega completamente («¡Oh Roma deseada, en ti me tienes, / ya estoy dentro de ti, ya en mí te encuentras!») y lo termina con su yo claro: « un hijo de los mares gaditanos, / nieto de Lope, Góngora y Quevedo».

La primera sección consta de «X Sonetos». En el primero, con el título «Lo que tejé por ti» subyace un recuerdo a Argentina («Dejé por ti mis bosques, mi perdida / arboleda, mis perros desvelados») y en el último terceto aparece la añoranza, el sentimiento («Dame tú Roma, a cambio de mis penas / tanto como dejé para tenerte«). La segunda sección: «Versos sueltos, escenas y canciones» comienza con una exaltación y el recuerdo de Cervantes, «Cervantes entró en Roma por la puerta del Popolo. / «¡Oh grande, oh poderosa, oh sacrosanta / alma ciudad de Roma!» / le dijo, arrodillándose, / devota, humildemente». Para inmediatamente recordarnos al patrón de la ciudad juntamente con san Pedro: – «Soy San Pablo». Tampoco podía faltar el recuerdo de La Lozana andaluza de Francisco Delicado en el poema titulado «La Puttana andaluza» con una exaltación a la belleza corporal «que viene dando / amor y gracia y júbilo y desplante / a estas calles y vicoli de Roma» con un final nítido: «Te llamas como siempre y para siempre / te seguirás llamando: / La Lozana andaluza». No podía faltar el otro patrón de la ciudad eterna en el poema «Basílica de San Pedro» con esa petición final por la inmovilización en la que se halla sentado el santo con tantos besos en los pies: «Haz un milagro, Señor. /Déjame bajar al río, / volver a ser pescador, / que es lo mío». En esta amplia sección el poeta se detiene en el otoño de Roma en el que «empieza a coincidir el oro de la hojas de los árboles con el dorado de la arquitectura» en el que subyace, otra vez, su recuerdo argentino en su visita al Cementerio Acatólico de Roma. Y eso sí el Vaticano como centro: «Llega el otoño. El Papa / se marcha con las hojas a Nueva York. San Pedro vaga / cantando/

_ Al fin, ¡solo en el Vaticano!«.

En este otoño en su visita al Cementerio Acatólico se detiene en lápida del gran poeta inglés con su impresionante Ode to a Nightingale y su epitafio, «Here lies a man whose name was write», «Pienso en Keats muerto en Roma / y siempre amortajado entre violetas». Destaquemos, también, otros que nos conmueven: «Misericordia, Señor». «Nocturno». Predicción». «El agua de las fuentes innumerables». Y cómo no, al monstruo de la poesía y el teatro : «Gatomaquia romana. ¡Qué poema / hubiera escrito aquí Lope de Vega! Y el último: «Cuando me vaya de Roma» en el que al final sobrevuela Keats: «Y al agua corriente / que escribe mi nombre / debajo del puente».

La tercera sección comprende XI sonetos. Todos son admirables, sin duda. Destaquemos «Entro, Señor, en tus iglesias » con el último terceto que refleja su sentir: «Miran acá, miran allá, asombrados, / ángeles, puertas, cúpulas, dorados…/ y no te encuentran por ninguna parte». Vietnam , como una alarido, exigiendo paz » Lo grito desde Roma: ¡afuera! / Afuera esos fusiles y cañones, / esos cohetes, esos aviones, /esa bandera extraña, esa bandera». Esta protesta se extendió desde los Estados Unidos hasta los fines de la tierra en la que destacó Italia y España, un hervidero de paz. El último terceto es clarividente: «Pido la única paz, la verdadera, / la paz de un solo rostro, antes que muera/ . / Pido la paz. ¡ Lo grito desde Roma! Detrás, resuenan lo que ya describió Blas de Otero en Pido la paz y la palabra que tanto eco tuvo en su momento. En la cuarta parte titulada «Escritos con nombre (escritos en Roma«) podemos leer los poemas «Ugo Attardi, pintor». «Bruno Caruso, grabador». «Alisi Sassu, pintor». «Guido Strazza, Pintor». «Carlo Custtrucci pinta el botánico». Giuseppe Mazullo, escultor». «Corrado Gagli, pintor». «Umberto Mastroianni, escultor». Son ocho poemas de artistas que fue conociendo el poeta y posiblemente aprendiera técnicas artísticas de cada uno.

Sin duda, necesitábamos esta edición por lo que aporta en cada poema con su comentario. Si queremos saber las fuentes y la edición completa tenemos que recurrir, sin pensártelo, a esta de Cátedra.

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Alberti, R., Roma, peligro para caminantes. Madrid, Cátedra, 2021

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Pérez Galdós

Pérez Galdós » a la par de Cervantes»

Aclaro que «a la par de Cervantes» no es expresión mía sino de Andrés Trapiello, pero que asumo. De estudiante escuché tanto en la Enseñanza Media como en la Universidad «después de Cervantes: Galdós». La he mantenido cuando era necesario en la docencia. No olvidemos que hasta que llega Galdós nadie se preocupó de Cervantes, salvo los ingleses. No se puede dudar que fue un maestro en el mirar la sociedad, en la belleza y en la penuria, y, sobre todo, en haber sabido escuchar las variedades del habla.

La semana pasada publicó en El País semanal Javier Cercas un artículo con el título «Galdós», que leí con atención. Al terminarlo pensé inmediatamente: ¿cómo es posible que un profesor universitario intente despreciar a una gloria nacional valiéndose, ¡qué cosas! de otro artículo de una galdosiana como Almudena Grandes, que vate el récord de lecturas hoy. Por cierto, el otro día estuvo en el Ateneo de Madrid impartiendo una conferencia sobre Galdós y se salió (¡inmensa, impresionante!). A esto hay que añadir que se «apellida socia» en expresión esproncediana.

El profesor comienza su artículo: «Buscaba yo la forma de razonar en esta columna por qué me gusta menos Benito Pérez Galdós…..». Nada que objetar al gusto. Ahora bien, cuando escribe «Galdós, en efecto, se halla en las antípodas de eso». Paré la lectura para coger aire; lo primero, yo prefiero «los antípodas»-lo aprendí en la E.G.B.-. Ya sé que la Academia lo da por aceptable, pero nos insta a que empleemos el masculino. que es la forma correcta. Sr. Cercas, lo de «pensar o no pensar» no siempre ocurre, pero al final es el lector/a el que se decanta por lo que lee, aunque observe la línea del autor. Usted mismo lo hace, en concreto en Anatomía de un instante y en Soldados de Salamina.

Lo que me sacó de quicio: «pueden asimismo aprenderse leyendo libros de historia ( a veces, incluso, un buen manual)». Recapacité y me pregunté, pero ¿este señor habrá leído a Galdós? ¿Qué habrá leído de su inmensa obra (artículos periodísticos, ensayos, cuentos, novelas, cartas, teatro, episodios nacionales)? Incluso estuvo al lado y apoyó revistas modernistas como Electra y Alma española. Su final no se sostiene, casi es un insulto a los millones de lectores de Galdós. La expresión huera, manida «llevados por el celo patriotero» es impropia de un intelectual y menos de un profesor universitario. Ahí estuvo Galdós y estamos sus lectores. Para mí es un insulto ese adjetivo. Por cierto, por lo de «manual» mandé esta carta a El País, que no se publicó: Lo que sí es manualesco: «Fortunata y Jacinta es, tal vez, junto a La Regenta la mejor novela española del siglo XX». Percibo que ha leído poco a Galdós. Como Fortunata tiene por lo menos diez más. Prosiga leyendo y luego escriba.

La contestación ante tanto despropósito vino en el Babelia último con el título «Novelas y doctrinas» del novelista y académico Muñoz Molina, que raudo lo tuitué «urbi et orbi», claro y añadí mi felicitación. Sus ideas conforman el estandarte galdosiano.

No contento el sr. Cercas con el varapalo a una de las tres glorias nacionales (Cervantes, Lope de Vega, Galdós), de inmediato, escribe carta a la directora que pudimos leer «on line» y a la mañana siguiente en papel. Su contestación lo estropea más; yo no veo que lo razone como apunta la carta y menos con «desde Valle-Inclán o Baroja hasta Juan Benet-por mencionar solo escritores españoles-» Me sorprende que usted escriba esto. Valle-Inclán y Baroja aceptaron el magisterio de Galdós. Vamos por parte. Lo de Valle-Inclán. Usted no aporta datos, aunque puede que tenga en mente-como tantos- «don Benito el garbancero» de Luces de Bohemia. A esta expresión recurren siempre los que no leen a Galdós. Valle- Inclán admiraba a Galdós- lo repito: ¡lo admiraba! Aceptó su magisterio- como han escrito quienes le conocieron y críticos como Bermejo Marcos, Fernández Almagro, Iglesias Feijoo, etc. Pero es que la expresión «don Benito el garbancero» es de Darío Gadex, no de Valle-Inlán; eso sí cuatro años después de la muerte de Galdós. De todas formas, no se debe tomar de forma literal el exabrupto (intelligenti pauca).

A pesar de que Valle-Inclán no fue atendido por Galdós en dos ocasiones; la primera, cuando le pide entrar en el teatro como actor: le escribió una carta para que le recomiende a Carmen Cobeña y Emilio Thuiller para que lo incorpore a la compañía. Pero fue Benavente, al enterarse, el que añadió un personaje Teófilo Everit, ejemplo de poeta modernista, a la obra que estaba componiendo La comida de las fieras y actuó. La segunda, lo más conocido: El embrujado. Valle-Inclán le pide a Galdós que haga lo posible para que se estrene su obra después de que las compañías privadas le cerraron las puertas, estamos en 1912. Galdós era el director artístico de El Español. Las compañías tenían entonces un poder enorme; tanto la compañía como Galdós no tuvieron a bien estrenarla por falta de calidad («por su juicio crítico»). Parece que no le faltó razón ya que la obra no tenía la calidad que su autor le suponía. El tiempo le dio la razón. Interesante fueron las conferencias que se desarrollaron en el Ateneo de Madrid acerca de este episodio; pero, en ningún momento, habló mal de Galdós. Antes de escribir (allá va) hay que leer y documentarse.Por si había alguna duda: Valle-Inclán en Cenizas toma como modelo a Galdós, Ibsen y Dumas.

Lo de Baroja es otro cantar. Seamos serios, hasta mi entender, solo se refirió a Galdós en un prólogo a La nave de los héroes, en 1925. Es decir, cinco años después de la muerte de Galdós. en el que atacaba al personaje el «Empecinado» de uno de sus Episodios. De Benet sí-pero no de forma desaforada-, en alguna ocasión, su no simpatía con Galdós, pero en periódicos o tertulias y que conste que he leído a Benet y también escribí en la revista Ínsula acerca de su obra de forma laudatoria y siempre lo expliqué en mis programas docentes cuando no era tan fácil; no sé si todos pueden escribir lo mismo. Aunque sea en los periódicos hay que tener cuidado con lo que se escribe porque detrás hay un mundo que, quizá, se sonroja por tanta frivolidad como creo que el sr. Cercas ha escrito esta semana. Sin duda, tiene todo el derecho a opinar e incluso escribir que no le gusta pero no con argumentos que no se sostienen y menos descalificando a sus lectores.

Coda.La nómina galdosiana es inmensa ( es un poco fuerte, pero el desconocimiento de la obra de Galdós del señor Cercas es sublime, raya lo insólito, al menos por el artículo de El País semanal , y si no es así «perdones mil», quizá tuvo un mal día); pero voy a citar algunos que leyeron y apoyaron con ahínco: Torrente Ballester,Clarín, Max Aub, Jacinto Benavente, Juan Ramón Jiménez, Gregorio Marañón, Antonio Machado, García Lorca, Cernuda, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Américo Castro («no ha habido y no lo hay todavía un novelista español tan grande, tan rico como él, con excepción de Cervantes». Hasta Rafael Aberti en su Arboleda perdida escribe del «grande y popular novelista Benito Pérez Galdós, (…), la del inmenso novelista dejó también en mí sus escondidos hoyos». .

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Ensayo

María Teresa León, todo un símbolo literario

Me enfrasco en la lectura de Palabras contra el olvido.Vida y obra de María Teresa León (1903-1988), ensayo de José Luis Ferris. Que vaya por delante, que de olvido nada, al menos por mi parte, puesto que en mi docencia siempre estuvo presente en el ensayo y en el periodismo-escribó mucho mejor que algunos/as que se creen, hoy, que lo hacen bien-y sobre todo, en el arte de enhebrar la palabra exacta, y menos la mujer de Alberti-eso lo suelen decir los que no leen, cuentan chascarrillos o se contentan con lo que dicen otros-. Evidentemente, que más de cincuenta años con el poeta gaditano están ahí, pero se beneficiaron ambos, por lo que eso de las mujeres del 27 y otras majaderías que a continuo oímos sobran. Incluso me atreveré a escribir, cuando al autor de este ensayo manifiesta que «aún siga siendo una gran desconocida» (pág. 16), que María Teresa León tiene nombre propio en la literatura y así hay que contemplarla y leerla; o mucho más joven, Monteserrat Roig, también ya muerta, y, sin duda, otras muchas. Hay que leerlas pero no por ser mujeres sino porque son extraordinarias y ocupan un lugar preferente en la literatura del siglo XX y en el periodismo. Los latiguillos sobran, ¿qué mas da que sea hombre o mujer? La humildad de María Teresa al definirse como «la cola del cometa» la hace más grande ( su hija fue nítida: «Ella y mi padre fueron dos cometas con luces paralelas…». Recordemos que María Teresa ya era escritora antes de conocer a Alberti y había publicado, también, en revistas y periódicos.

La biografía se lee con delectación; es un saber contar que se aprecia, y algunos hechos te alegran; por ejemplo me ha sorprendido que tan jovencita leyera a A. Dumas, V. Hugo y Galdós («A quien iba a echar de menos la pequeña era a don Benito Pérez Galdós. Había descubierto al gran novelista con apenas once años, en las lecturas secretas de la casona de Barbastro, al lado del tío viejo, solitario y loco, leyendo a Trafalgar. Tras el descubrimiento que le produjo aquella novela, escuchó de alguien que el escritor acostumbraba a tomar el sol en el Parque del Oeste madrileño. Y allá que fue María Teresa, de la mano de su madre, un día propicio para el encuentro: ´Nos acercamos a saludarle siempre. Sí estaba medio ciego. Nos acariciaba la cara. ¿Y esta niña? ¿Quién es? Es la hija del teniente coronel, ya te lo hemos dicho, le explicaba el sobrino que se llamaba Hurtado de Mendoza. ¡Ah, sí!, decía don Benito, volviendo a su silencio. El sobrino miraba a las chiquillas. Las chiquillas se dispersaban jugando y él tenía que quedarse junto a su tío ilustre, ya tallado como si fuera de piedra´, págs. 44-45).

Y cómo no, otro hecho que me ha alegrado es que cuando Alberti conoce a María Teresa, Ferris haga mención al Premio Nacional de Poesía de 1924 que fue otorgado a Alberti (el jurado: Antonio Machado, Gabriel Miró, José Moreno Villa, Carlos Arniches y Ramón Menéndez Pidal, pág.86). Y sin embargo, todavía, en libros de textos, en ensayos, en universidades, en colegios, en institutos, en oposiciones,  algunos/as docentes digan que fue «ex aequo». Me he cansado de propalarlo en las clases y en los escritos e incluso en este «blog»; pero todavía se mantiene no solo en lo escrito anteriormente sino, cómo no, en la radio y en la televisión como tantos errores.

Me viene a la memoria cómo el propio Alberti en el homenaje que se tributó a Antonio Machado en Baeza en 1983 aludíó al premio y al jurado, y evocó al poeta sevillano cuando se lo encontró en la calle General Arrando y se apresuró a saludarlo y darle las gracias; » no me tiene que agradecer nada, era el mejor»- le respondió Machado-;bien conocía Alberti este hecho porque Machado había olvidado su escrito en el libro: «Mar y Tierra. Rafael Alberti. Es a mi juicio, el mejor libro de poesía presentado al concurso». Ferris alude a que una vez juntos, «Alberti tuvo el detalle de regalar a María Teresa un objeto de gran valor personal. Se trataba de un ejemplar de su libro Marinero en tierra, ilustrado con sus manos, y que guardaba la sorpresa, entre la páginas de una nota olvidada de Antonio Machado en la que razonaba limpia y brevemente su voto para el Premio Nacional de Poesía de 1924. (…)». ´A veces, paso los dedos sobre la escritura de Machado desvaneciéndose, quisiera  detenerla. Rafael me hizo con este libro su primer regalo», pág.94). Cuando estuve en la Fundación Rafael Alberti en el Puerto de Santa María, hace tiempo, no me percaté de buscarlo por si estaba allí.

Tenemos que ser agradecidos con  José Luis Ferris por habernos recordado mucho, pero también por otros avatares que quizá desconocíamos-al menos, yo-. Las últimas líneas-la lucidez es tanta- que los ojos se vuelven acuosos. Su pluma eléctrica nos ha hecho ver con limpidez y altura la grandeza de María Teresa León- en la que inteligencia, talento, y estilo se aúnan-, que se necesitaba. Al final queda uno como en vilo, pensante, con la idea si alguna vez veremos publicado Amor en vilo, pero esto no mengua a María Teresa que tiene un cajón hermoso en la literatura.

Cuando escribo Amor en vilo me refiero al libro amoroso que escribió Alberti que no se ha publicado-aunque sí poemas sueltos-. No sé si esto sucederá alguna vez. ¿No sería lógico que a quien van dedicados estos poemas fuera la verdadera dueña del libro más allá de herencias, hechos judiciales o testamento si lo hubiere?

En realidad, el título Amor en vilo apareció por vez primera en las revista Los Cuatro Vientos para designar un puñado de poemas de Pedro Salinas. ¿Fue consciente el poeta gaditano de tal hecho? Esta pregunta no me la puedo contestar. Con el paso del tiempo, P. Gimferrer nos sorprendió con el mismo título Amor en vilo, en 2006. ¿Otra historia de amor? No olvidemos que después-o al uníseno- de la palabra libertad es lo más grande que tenemos los humanos.

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Personales

Primera clase del 2º cuatrimestre

Como siempre-tengo por costumbre-espero a los alumnos de pie en la clase; lo aprendí del profesor Morales en un curso de Doctorado en la Universidad Complutense que versaba sobre El Quijote. No solo llegué a percibir la importancia suma que tiene la inmortal obra, sino también el respeto, el trato, la sabiduría, el saber impartir un curso a doctorandos sin que la tarima oprimiera harto difícil para otros/as.

El primer día, las alumnas/os están como arrobados por contemplar la imagen del profesor con sus movimientos bien en la tarima , bien sobre el pavimento; el pasear al explicar la teoría contribuye a que se vuelva a ese espíritu engendrador que se daba en la antiguedad cuando se impartían conocimientos.

La segunda parte de la clase nos acercamos al poema-como parte práctica de creatividad- «Tres recuerdos del cielo» extraído del libro Sobre los ángeles. El significado de los versos seleccionados sorprenden más allá de que el autor gaditano tal vez aluda a un trasfondo autobiográfico que desgajo para llegar no solo a la belleza del mismo, sino también si nosotros somos capaces de enhebrar nuestras señas de indentidad cuando descubrimos, como es el caso, la primera brizna amorosa («Entonces, detrás de tu abanico, nuetra luna primera»).

Es el esfuerzo el que nos hace más personas; he ahí una parte de nosotros que no desarrollamos; solo queremos que el otro, en este caso el profesor nos lo diga, no que seamos copartícipes de una clase, y, sin embargo, tenemos que ser capaces de cambiar esa metodología.

Como creatividad de Rafael Alberti, aunque se valga del texto bíblico como imagen, como referente, crea, enhebra «No habían cumplido años ni la rosa ni el arcángel. / Todo anterior al balido y al llanto». Es la máxima expresión para referirse a un época paradisíaca, anterior en la que no existía dolor, ni cumplían años las personas ni fenecían las flores.

Otro ejemplo del mismo poeta es cuando le viene a la mente la poesía de G. A. Bécquer para ensartar su propio pensamiento, que aún no se había iniciado en el amor o por lo menos aún no existía esa reciprocidad, no se había declarado lo que anidaba en su corazón («Era la era en que la golondrina viajaba / sin nuestras iniciales en el pico»).

En la última parte de la clase (dos horas de duración) nos acercamos a un texto de Misericordia de B. Pérez Galdós, que solo escribir su nombre nos alumbra el vivir, la trascendecia y su actualidad; solo los alicortos pueden desmitificarlo.

Teatro

El teatro anterior a 1939

Es difícil toda clasificación en el género dramático porque más allá de las obras, tendencias, autores, tiene que predominar un teatro basado en la palabra; teatro con cara y ojos, con personajes, que nos inculquen nuevas esperanzas, confianza  en este camino existencial en el que nos desenvolvemos; esto es lo que hicieron los grandes dramaturgos de todas las épocas.

La crítica lo ha entrevisto, en este período, como de alta comedia, costumbrista, poético, costumbrista con la vitola cómica, humorístico, de compromiso, histórico, incluso como innovador; y aún así hallaríamos aquella obra singular que no encajaría en estas divisiones. Pero, hay cuatro dramaturgos que se levantan por encima de todos: Benavente, Valle-Inclán, García Lorca y Pérez Galdós. Cada uno de ellos destaca por alguna faceta dramática.

Si nos detenemos en el Premio Nobel de Literatura, Benavente, no hay término medio en cuanto a la crítica. La mitificación y la censura forman parte de su estandarte,  y eso que escribió 172 obras, desde El nido ajeno (1894) hasta Por salvar su amor (1954). Intentó acercarse a la sociedad, y además estaba orgulloso de haber llegado a los entresijos de la misma. Sin embargo, el crítico José Monleón escribió que “ su inteligencia le hacía ver la mezquindad de la sociedad a la que servía, sin atreverse a afrontarla en los puntos fundamentales”.

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