Poesía

Jardín concluso, una celebración amorosa

En tiempos de tribulación lo mejor es refugiarse en la poesía, esta como conocimiento, denuncia, fe, anuncio, compromiso, amor, espíritu, nuestra última casa de misericordia, diálogo con el tiempo, como aventura hacia la eternidad,ideal de vida en la que los sentimientos y la conciencia se aúnan. Los cuatro libros que conforman Jardín concluso ( Verano inglés, Espejo de gran niebla, Fuente de Médicis, Cuatro noches romanas)  invaden nuestro ser como algo que añoramos continuamente, como es el sentimiento, el amor, la entrega, la dicha presente o pasada, pero siempre constante en el ser humano. Jardín concluso nos evoca placer, paraíso, ensoñación, pérdida, confrontación, todo en el campo semántico de la entrega amorosa como aldabonazo de nuestra conciencia siempre constante en el ser humano. El título ya nos sumerge con el sustantivo Jardín en placer, dicha, paraíso, ensoñación, aunque el adjetivo concluso parece como si debilitara esa ensoñación y, por tanto, estaríamos ante el final o, por lo menos, distancia. La profesora Elide Pittarello insiste en que “desde sus orígenes remotos, el jardín concluso es la metáfora de la civilización que brinda una vida regalada”, pág,33.

Lo primordial, si eres lector de poesía, es la lectura de los cuatro libros, apoyándote sin duda en las notas a pie de página; después el esbozo autobiográfico y finalmente el enjundioso, extenso y magnífico estudio que realiza la profesora; de esta forma, entenderás y te acercarás a una poesía viva para todos los tiempos en que la intensidad nos aproxima a lo existencial.

Las notas a pie de los textos-hechos por el autor- nos esclarecen dudas o desconocimientos. Más nitidez, si cabe, hallamos en su esbozo autobiográfico. Ambos aspectos contribuyen al conocimiento personal y literario

Con Verano inglés Guillermo Carnero inaugura otro mirador en el que otea lo más íntimo unido a la materia humana; la carne se aposenta como fundamental; el autor nos asegura que esta época “ofrece la recuperación de la realidad por obra del amor, con gran intensidad y presencia de los cinco sentidos. El cuerpo femenino se convierte en símbolo de vitalidad”, pág. 39. Es plenitud para el que ama la experiencia amorosa y, claro, es correspondido. El origen de esta creación poética estriba «con quien mantuve una intermitente y tormentosa relación entre 1997 y 2007», pág. 266. Más nitidez no cabe, por eso nos asombra y nos acerca.

El primer poema » Leicester Square» viene encabezado con un dístico de Rodrigo Cota: «Aquellos son los farautes/que yo envío al corazón».

Los primeros versos te invitan a sentir, a recoger la esencia poética amorosa: «En la tensión del nudo de tu blusa / duplican su latido tus tacones / sin alterar la esfera del helado / que te zampas feliz, guiñando un ojo». Es el inicial asomo en que queda petrificado para proseguir con parque, color rojo, » hierba donde se esfuma el mundo», «a creer en ti fuera del tiempo»; todo un alarde de alguien atrapado por el amor.

Ese estar unido, embelesado, lo contemplamos en «El poema no escrito»: «Me gusta contemplarte, te acecho cuando envuelves en la toalla el muslo»; es goce y deseo mental ante la belleza del desnudo.

El último poema, «Campos de Francia», » es de los que a mí más me gusta releer, y de los que más emoción me producen», pág. 211. Es el poeta que siente su pasado en carne viva en la capilla del Palacio de Versalles, cuando se detiene a contemplar «toda esa maravilla de arte y riqueza». Todo es coronado con el último verso: » Nunca / hizo tanto por mí ningún ser vivo». Es el poeta emocionado ante tanta belleza. Su enfático adverbio «Nunca» marca un sentimiento profundo ante el recuerdo de lo que observa.

Otra vez el autor nos explica su Espejo de gran niebla: ¨Mi libro trata de lo equivalente, por analogía, a lo que en el ámbito religioso se considera la pérdida del estado de gracia, y el vacío que deja en el alma la ausencia divina como consecuencia de la falta de amor», pág. 114. También nos adelanta el espíritu de Santa Teresa, aunque no como concepto de pecado sino a la pérdida del amor y al vacío posterior. Es la hora del ensimismamiento como finitud. El desplome ante lo evidente, que el amor también pasa. El último poema de este libro «Ficción de la verdad» lo deja nítido. Descarna su verdad. El primer verso «¿Por qué habría de hacerlo con palabras? » nos alumbra su verdadero pensamiento. Ya el recuerdo es decrépito. El tiempo devora y a lo sumo queda la belleza imaginada en su interior aunque se recurra a la ficción de la palabra en esa pérdida amorosa que tanto añora. Ahora, el poeta se extasía y escribe «para saber de mí», pero consciente de que » el papel me devuelve esa mirada», pág. 358. La suma de las palabras espejo, sombra, cieno, realidad rendida, agua detenida, heces, soledad, niebla, ojos, ángel, ceniza no representarían fracaso sino final de un pasado glorioso en el que la luz triunfó antes sobre la sombra. Es la exaltación del amor lo que permanece. Es el recuerdo obsesivo de Verano inglés.

El título del poema Fuente de Médicis nos evoca juventud, belleza, Renacimiento. Es, de nuevo, el recuerdo de quien amó en el verano londinense ahora descrito en el diálogo entre el desnudo de Galatea y el poeta. Es el lamento . Los recuerdos le abrasan ante tanta belleza femenina marmórea. El inicial interrogante «¿A qué vienes? » lo llena todo. La escultura de mármol hecha carne le devuelve el deseo de un tiempo pasado («tu desnudez, que encarna/la Hermosura suprema/junto al amor ardiente», pág. 367.

El final del poema nos muestra la triste realidad («Hoy solo veo en ellos abandono,/ sin vida ni esperanza, / ni más aspiración que ser escrito. / Llévame de la mano a las aguas tranquilas»). Es la petición del poeta a la insigne estatua. Galatea le responde con certeras palabras llenas de misterio (-«Todas serán tranquilas para ti / ya que vas de las manos que no sienten», pág.382). La imagen representa a la amada ya perdida. Es el refugio en el que el poeta se columpia («Hace tiempo buscaba estos jardines / abandonados para percibir / mi identidad creciente en su vacío / de árboles grises y de estatuas yertas», pág. 381). En definitiva, como ha expresado el poeta, el jardín como señal recurrente en el que se alían la memoria, la reflexión y la soledad.

Para G. Carnero, Cuatro noches romanas es la mezcla de magnificencia y miseria, de belleza y sordidez, que es y ha sido siempre Roma, pág. 169. De nuevo lo dialogal con todo su esplendor, con el epígrafe de J. Donne: «Environ me with darkness whilst I write». El dístico de la primera noche – «Después de tantos años escribiéndome, / hoy has venido a verme» marca el inicio de la exaltación de la ciudad eterna en la Plaza de las flores. El móvil: «Yo he sido tan feliz y tan desgraciado en Campo de Fiori que no he podido evitar el darme cuenta de que ese lugar está lleno de dolor», pág.173. Es la condición humana ante el lugar que le hace recordar; la memoria como estandarte. Desolación y plenitud amorosa se deshojan.

La noche segunda en Jardín de Villa Aldobrandini comienza con otro dístico histórico, «Nadie, hace siglos, viene por la noche / a este lugar oscuro y solitario». En la noche tercera recurre al «Cementerio acatólico», » como lugar que más emoción me ha producido nunca», pág.186, En este cementerio está enterrado J. Keats. La noche última, «Noche cuarta, y albada» como espacio cerrado («Esta noche has dormido en mi cama», pág.415). Es el rayar de un nuevo día, de un nuevo quehacer, despojado de sinsabores, ahora la entrega debe ser certera, límpida, aunque la memoria prosiga percutiendo. En días aciagos esta poesía te yergue, te conduce a la interiorización, a la meditación necesaria de las personas.

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Carnero, G., Jardín concluso (Obra poética 1999-2009). Madrid, Cátedra, 2020

Cantando sobre el atril by Félix Rebollo Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España License