El martes una parte de los españoles festejaron el día. Hoy, recuerdo este artículo de Joan Maragall publicado en el Diario de Barcelona el 25 de junio de 1905 que comenté en clase universitaria y publiqué en mi libro Análisis de textos literarios y periodísticos.
¿No es verdad que estas palabras: “Santiago, Patrón de España”, despiertan en seguida en nosotros aquella visión de niños: un peregrino montando un brioso caballo (¡singular composición!), espada en alto,en actitud de acuchillar un tropel de moros que huyen despavoridos? Y, enseguida, la Reconquista, aquella Reconquista de los epítomes-compendios, Clavijo, las Navas, y los Alfonsos, y fechas aprendidas nemotécnicamente, imborrables, se alzan en bélico torbellino entre los rayos ardientes del sol de julio que cobija la fiesta esplendorosa. ¡España! ¡España! ¡Santiago! ¡España! ¡Guerra! ¡Moros y cristianos!
España… Y enseguida nos aparece la piel de vaca extendida en el mapa, prendida de un lado de Europa por los Pirineos, con un gran zurcido al otro lado, Portugal, toda rodeada de unas letras muy negras muy espaciadas sobre el fondo gris de los mares: mar Cantábrico, Océano Atlántico, mar Mediterráneo; y, abajo, este fondo gris se estrecha tanto que la punta de España se uniría al gran continente africano; pero no, hay un poquito de mar en medio; y aún, en la punta de la misma hay una manchita, cosa de nada, Inglaterra.
Y cuando estas visiones de nuestros años infantiles se desvanecen ahora súbitamente como un espejismo en la ardiente irradiación del Sol de julio, quedamos con una sensación de vacío, de desconcierto, y nos cogemos otra vez ávidamente a las palabras ¡España, España!… Ya pasó la Reconquista, pasaron aquellos moros y aquellos cristianos: las Navas, Clavijo…,¡ qué remoto es eso!, ya hemos perdido el sentido de aquella España. ¡Otra, otra España…la de ahora!, y nos excitamos a evocar la España de ahora; y otra vez surge el mapa, la piel de vaca, tirante, prendida a Francia por arriba, de la cabeza de alfiler de Gibraltar por abajo, junto a la gran expansión de África; y a un lado el remiendo de Portugal, y en torno los mares. Esta es España , y ¿qué más?…La Historia…¡ vuelta a lo pasado! No; ahora, ahora. ¿Qué es España ahora? Su anhelo ¿adónde va? Su espíritu, ¿dónde está? ¿Dónde está España? No pregunto donde está el mapa de España, ni dónde está la historia sino ¿dónde está España?
Y su Patrón, Santiago, el de Clavijo y los moros, el de la Reconquista, el de las visiones, el de estos reinos, ahora en que ya no hay moros, ni reconquistas, ni visiones, ni reinos, porque hay uno solo en España, y otro de Portugal; ¿dónde está ahora Santiago?, ¿dónde está en la tierra como en el cielo?
Me dicen que allá, en la misteriosa Galicia, la tierra más dulce de España hay una vetusta Catedral, donde entre lámparas de plata y grandes incensarios se guarda el sepulcro del Santo, objeto de la devoción antigua de aquellos sencillos labriegos que parecen vivir en un lejano ensueño, más lejano aún que las visiones del Santo en las batallas y las glorias de la Reconquista. No otras serían las gentes a las que predicó el Apóstol cuando, según la leyenda, de Judea vino a España, trayendo escondida bajo la esclavina del peregrino la primera luz del Evangelio. Él había sido también un hombre oscuro; uno de aquellos pobres pescadores a quienes Jesús, después de obrar un milagro ante sus ojos maravillados, decía simplemente: “Seguidme.” Y ellos, sin una pregunta, sin una duda, fascinados, dejando caer de sus manos las redes cargadas, dejando sus barcas en la playa, sus familias en el hogar, sus amigos, su tierra, todo, iban, iban tras Jesús, viviendo solo de su palabra y de su presencia. Y este era uno de los predilectos, de los que le vieron en el Huerto y en el Tabor, y después de la Resurrección. Era hermano de aquel san Juan a quien tanto amó Jesús, del Evangelista. Y dicen que, después de haber recibido la luz del Espíritu Santo, volviose gran predicador, y que tenía su palabra una virtud especial para conmover y convertir; y así vino a España a predicar, y tras haberla dejado sembrada de cristianos, y habérsele aparecido la Virgen en el Pilar -¡y entonces la Virgen vivía aún en la tierra!- volviose a Judea. Y allí siguió predicando hasta que fue preso y degollado, y enterrado su cuerpo en Jerusalén.
Pero de España le habían seguido unos discípulos unos españoles se habían ido con él y estos desenterraron su cuerpo y, como un tesoro para su patria, se lo llevaron a Iria Flavia, pueblo de Galicia, y al cabo de muchos siglos, esto es, que había tenido tiempo de consumirse toda la fuerza del Imperio romano, y que habían pasado los bárbaros invasores, y que se habían abierto tantos sepulcros sobre tantos sepulcros, y que habían reinado en España las dinastías godas, y habían caído, y habían dominado los árabes las mismas tierras, y no hacía más que empezar la reconquista cristiana, entonces un rey trasladó el cuerpo del Apóstol de Iria a Compostela, donde todavía se venera, al cabo de otros tantos siglos, con una devoción que más podemos imaginar semejante a la de aquellos discípulos que lo trajeron de Jerusalén a Galicia como un tesoro, que a la de aquellos que lo veían extrañamente transfigurado en guerrero volando por los aires en brioso corcel y acuchillando moros.
Porque el ideal del cuerpo milagroso del Apóstol allí está en la oscura devoción de las buenas gentes de ahora; pero la batalla de Clavijo y la brillante visión guerrera, ¿dónde está? ¿Dónde está el grito de Santiago y cierra España? Perdiose en el viento de los siglos.
Ya no existe aquel Patrón de España ni la España de aquel Patrón. Santiago está en el cielo y en Galicia. España está en la Historia y en el mapa.
Y cuando al encontrar el día de hoy señalado todavía en el calendario con estas palabras: “Santiago, Patrón de España”, queremos encontrar al mismo tiempo el sentido actual de esta locución, nuestros ojos pensativos quedan deslumbrados por la ardiente irradiación del sol de estío, el mismo que alumbró la predicación del Apóstol, el mismo que alumbró las batallas de la Reconquista, y que hoy nos deslumbra sin visión actual alguna de España. Es un día de estío más; y en cuanto a fiesta nacional, nuestra mente solo puede llenarla con un recuerdo infantil; pero nuestro corazón de hombres tiene esperanza bastante para transfigurar esta fiesta y todas las del calendario.