Poesía

En el día mundial de la poesía: El vanguardismo de Gerardo Diego

 Gerado Diego es uno de los poetas de la llamada «brillante pléyade», que poco antes de morir se definió con el dístico «Soy el total contemporáneo / cantando siempre ante el atril». Personalmente he de reconocer que ya en el bachillerato me impresionó su poesía, y, sobre todo, ´el ciprés de Silos´, y a partir de ahí vino lo demás, de manera que siempre el poeta revoloteó por mi mente, y dio la casualidad que con el paso del tiempo viviera, durante un tiempo, casi enfrente de su casa de Covarrubias, a pesar de que no me atreviera a saludarlo por timidez o, tal vez, para no ser tildado de intruso.

Siempre he pensado, emulando a Miguel de Cervantes, que «el quehacer poético» era lo máximo a lo que puede aspirar una persona, y a fe que Gerardo Diego consiguió la gloria al lograr adentrarse en la savia poética; hasta nueve definiciones halló de lo que él consideraba como poesía, una para cada musa. Sólo recordaremos, en este momento, la novena: «Creer lo que no vimos, dicen que es la fe. Crear lo que nunca veremos, esto es la poesía».

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Literatura

Los estudios literarios «ayer-hoy»

La dicotomía lengua-literatura se complementan y dan como resultante una mayor amplitud de conceptos de la obra literaria. Además, todo texto literario nace de la capacidad que tenga el escritor para la utilización del código lingüístico; el artífice, por consiguiente, de la simbiosis literatura-lengua debe tener sumo cuidado con las expresiones porque éstas quedarán, con el paso del tiempo, impresas; de ahí que la literatura conserve usos que el habla había olvidado. No pueden concebirse los textos literarios como meros reductos del pasado y crear un vacío que nos inunde. Nuestra meta, necesariamente, tiene que ir a la reconquista del lenguaje; éste tiene que ensamblar para poder identificarnos. Se puede, en fin, plantear con rigor ese código de señales que nos eleve el pensamiento para construir nuevos andamiajes ante perspectivas de posibles análisis.

La lucha constante por la expresión es el origen del arte literario; la palabra como irradiación de nuestros pensamientos bien hilvanados; la palabra, en fin, como canto, como elemento de unión entre lo material y espiritual, como simbiosis entre cielo y tierra. Miguel de Unamuno enalteció la palabra en la estrofa: “¡Ara gigante, tierra castellana, / a ese tu aire soltaré mis cantos, / si te son dignos bajará al mundo / desde lo alto!”

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Personales

Camino de Santander

Al alba salgo hacia Chamartín para coger el tren que me lleva a Santander al medio maratón internacional (21 km., 97, 05 metros) que se celebrará, al día siguiente, 4 de marzo. En el vagón, el contínuo parloteo inane de tres personas no me permite concentrarme en el libro que me han regalado, Nacidos para correr, hace un par de días; lo que he leído me permite augurar que está bien construido, pero demasiado expansivo. A mi mente acude la expresión «Educación para la ciudadanía» tan rechazada por algunos; tal vez hubieran aprendido lo que es el respeto a los que leen, piensan o dormitan.

Están a mi izquierda; por el atuendo y el aspecto físico seguramente que también van a Santander. En frente de mí, una mujer con sobrepeso, desaliñada, cincuenteña, lee el periódico con gafas diminutas que le dan un aire intelectual.

El sol atraviesa los cristales que da vida al compartimento; se refleja en la mesa. El grupo de los tres no se callan ni un instante, pero todo sea por esa mujer de mirada penetrante, atractiva, con el pelo limpio, espacioso, desordenado, juvenil, aunque treintaiñera, con un lenguaje directo, arrebatador, quizá sincero, en el que su habla es una contínua pregunta a un interlocutor; el otro, parece mudo, escaso de pelo; entre sus manos retiene la última novela de Pérez Reverte. En un par de ocasiones, cruzo la vista con la mujer; se siente mirada, y su rostro acicalado desprende alegría, hermosura, primavera.

Por un momento, se oye el silencio; la mujer, de repente, rendida por el cansancio, cae en un profundo sueño; son cuarenta minutos en los que avanzo en la lectura; de vez en vez, levanto la vista y contemplo su rostro cubierto por su cabellera negra, arrebatadora. Es la estampa viva, sobrecogedora de la tranquilidad, del sosiego.

La llegada a Santander, ciudad hecha de trozos de cielo,  me produce alegría al recordar otros momentos de mi estancia, primero como alumno, como profesor, como confereciante en la Biblioteca Menéndez y Pelayo, y como turista con la familia. Me dirijo por calles llenas de luz hacia el hotel Bahía a ocho o nueve minutos de la Estación de ferrocarril. Inscripción en el hotel, ducha y salgo al paseo Pereda que tantas veces he recorrido. Recuerdos vivientes que llevo a cuestas en este caminar siempre hacia la luz, hacia la solidaridad. Ahora, otra vez, aquí en este Medio Maratón Internacional.

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Novela

La novela desde 1939 a los años setenta

La guerra trajo desolación, hambre, separación, tristeza. La cultura se vio cercenada. Este corte brusco repercutió de manera capital en los géneros literarios.

 Los inicios de la novela de los años posteriores a la guerra están marcados por el ambiente miserable y de opresión como consecuencia de los hechos acontecidos en 1936-39.  Aunque se intenta renovarla, sin embargo, algunos  continúan con lo que se ha denominado “estilo barojiano”; pero hay una serie de novelas que sobresalen por encima de todas que son: La familia de Pascual Duarte (1942)de C. J. Cela, La fiel infantería  de García Serrano, Golpe de Estado de Guadalupe Limón (1946), Javier Mariño(1943) de Torrente Ballester, Nada (1945) de Carmen Laforet, Mariona Rebull de I. Agustí, La sombra del ciprés es  alargada (1948) de Miguel Delibes, La quiebra (1947) de Juan Antonio Zunzunegui, este más con la necesidad de imprimir una regeneración de  ideas con esa escritura a borbotones, pero precisa.

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