Poesía

En el día mundial de la poesía: El vanguardismo de Gerardo Diego

 Gerado Diego es uno de los poetas de la llamada «brillante pléyade», que poco antes de morir se definió con el dístico «Soy el total contemporáneo / cantando siempre ante el atril». Personalmente he de reconocer que ya en el bachillerato me impresionó su poesía, y, sobre todo, ´el ciprés de Silos´, y a partir de ahí vino lo demás, de manera que siempre el poeta revoloteó por mi mente, y dio la casualidad que con el paso del tiempo viviera, durante un tiempo, casi enfrente de su casa de Covarrubias, a pesar de que no me atreviera a saludarlo por timidez o, tal vez, para no ser tildado de intruso.

Siempre he pensado, emulando a Miguel de Cervantes, que «el quehacer poético» era lo máximo a lo que puede aspirar una persona, y a fe que Gerardo Diego consiguió la gloria al lograr adentrarse en la savia poética; hasta nueve definiciones halló de lo que él consideraba como poesía, una para cada musa. Sólo recordaremos, en este momento, la novena: «Creer lo que no vimos, dicen que es la fe. Crear lo que nunca veremos, esto es la poesía».

Lo que el poeta añoraba fue buscar un punto de convergencia entre tradición y vanguardia; esta síntesis fue el estandarte, y Gerardo el abanderado de sus compañeros «del 27». Su poesía quiere ser, pero también para ser; es decir, llegar a alguien, y este arribaje debe impregnar, si antes el hacedor poético tiene fe en ella. Y sin duda, Gerardo la tuvo. Pero yo no sé, si, como escribe el poeta, la poesía es la «palabra incorruptible«;  quizá en esto, san Juan de la Cruz con «un no sé qué» que queda balbuciendo, o la palabra en el tiempo machadianamente hablando, o la desnudez toda de Juan Ramón Jiménez, completan de manera más certera ese ámbito tan difícil, muchas veces, de descubrir.

 Pero, por encima de meandros poéticos clasificatorios, Gerardo Diego se entregó de lleno hacia ese mundo reservado a unos pocos: la poesía. Para llegar a esa cota se dirigió por diversas sendas: la pureza en la expresión, la libertad y la fe. Nada más humano, nada más generoso como ofrenda de un hombre a los demás hombres.

 Más de sesenta años dedicado a la poesía, da tiempo a contemplar la vida en todo su largor. Gerardo Diego intervino en todos los movimientos del siglo de ámbito regional o nacional: Escuela Montañesa, Ultra, Creacionismo y Generación del 27. Son sus señas de identidad y cuando sólo se le inscribe en la Generación del 27, se comete -manifiesta el poeta- una inexactitud por parcialidad, por injusticia a los eslabones precedentes de la cadena. Su entrega a la poesía fue total, tanto en los versos tradicionales como en los vanguardistas, sin que esto predetermine diversas etapas en su quehacer poético. Su ejemplar trayectoria la definió él mismo : «Cuando yo empecé a aficionarme a la poesía ya no vivían los fundadores de la escuela, sino sus discípulos, y en cambio triunfaban, después de descomunal batalla, los modernistas, que eran todo lo contrario. Pues bien, yo fui -y en cierto sentido continúo siendo- a la vez ambas cosas. Poeta montañés, epígono del modernismo y, casi a la par, neófito y hasta inventor del Ultra y de la poesía de creación. Y no me arrepiento de nada, sino de los muchísimos malos poemas de cada signo, de los que soy culpable»..

Sinceridad no falta en el poeta. Pero habrá que convenir que también ha parido versos inigualables en el presente siglo y en buena lógica en su haber está el que seleccionara una memorable antología en honor de Góngora y creara la revista Carmen con su suplemento Lola –difusoras, sin duda, del grupo «del 27»-, además de su contribución al homenaje en Sevilla del poeta cordobés con motivo de su tricentenario.

Tampoco podemos echar en saco roto su actitud integradora al enlazar las vanguardias europeas con la tradición española; pero siempre entendiendo la vida como poesía, «como un único verso interminable». O esta otra concepción poética gerardiana: «Ante todo el hombre y después el poeta…AZOTEA -poesía pura o creada y creadora- o BODEGA -poesía impura, interpretativa e interpretable, literaria- el plano del edificio es el mismo. Sólo varía el horizonte y la luz. Pero, una u otra han de ser humanas y poéticas no frialdad de estatua». En la revista Carmen, Gerardo Diego,  escribirá: «Hay que crear. O lo que es lo mismo: hay que poseer, domeñar, tener conciencia». Sin embargo, antes había defendido las formas cerradas de Góngora: «la rica arquitectura material de las estrofas encierra en sí una propia virtud poética».

Pero hay una palabra clave en su trayectoria poética, y esta es -fe-. Para Gerardo Diego fe «quiere decir que la poesía existe y que el hombre no podrá vivir sin ella. Nada más humano, nada más generoso como ofrenda de un hombre a los demás hombres, y tanto más generoso si se lo hace agradecer subrayándoselo en su contexto mismo».

Para llegar a esta cima, Gerardo Diego publicó en el año 1920 Romancero de la novia, libro primerizo en el que se descubre ante el amor que pasa. Dos años más tarde, su acercamiento al creacionismo con Imagen (1922); de 1923 es Soria, y en 1924 Versos humanos. El mismo año publica Manual de Espumas, libro que impresionó a Antonio Machado; en 1931 Viacrucis, del 1932 Fábula de Equis y Zeda; en 1941 Alondra de verdad, impresionante colección de sonetos.

En un primer momento, Gerardo Diego abordó la teoría de la imagen en su manifiesto «Posibilidades creacionistas» (Cervantes, 1919) en el que se arremete contra la retórica modernista y parte de la palabra como basamento de la unicidad. La imagen con palabra: «sólo los niños-nos dirá-, algunos poetas del pueblo y nuestros creacionistas, por su pureza de intención y la ausencia de ilaciones, logran ocasionalmete el milagro». La imagen simple, es decir la imagen tradicional, lo que nos evoca el objeto aludido. La imagen doble, como portadora de dualidades, de dos objetos. La imagen triple, cuádruple…, imágenes que se prestan a varias interpretaciones; el placer de crear nos debe conducir a una realidad nueva; y la imagen múltiple, es el más puro sentido de la palabra.

Pero recordar a Gerardo Diego es adentrarse en Castilla, cantada también por Antonio Machado. Los poemas de ambos «se enlazan, se complementan y hasta se unifican, para entregarnos una Castilla vital, íntegra, vivificada y vivificante, real y soñada, única, sobrecogedora de puro cercana». Machado y Gerardo Diego han labrado sus versos evocadores en esa «muralla desdentada» con sus atardeceres y con su río; han cantado el paisaje; el primero, deteniéndose en el color: «¡Colinas plateadas,/ grises alcores, cárdenas roquedas / por donde traza el Duero/ su curva de ballesta/en torno a Soria, oscuros encinares,/ariscos pedregales, calvas sierras,/ caminos blancos y álamos del río». En el otro predominan más el concepto, más el puro dibujo, más la línea, pero sin renunciar al cromatismo con que salpica su libro Soria. Y, sin embargo, la primera visión de Gerardo Diego de Castilla es sencilla y pobre (Evasión,1919), aunque finalmente la exalte: «Madre, te he adivinado/ en los áureos buñuelos y en la cuerda de la mirilla./Y al abrir el balcón,/¡qué maravilla!/Grito glorioso al descubrirte como un nuevo Colón:/¡¡Castilla!! ¡¡Castilla!!».

Pero, el canto a Castilla se espacia con más nitidez cuando evoca al río castellano más histórico. Gerardo Diego penetra en la soledad del Duero («quien pudiera como tú;/ a la vez quieto y en marcha»), pero también hace suyo la musicalidad de sus aguas. Su oído está presto a recoger las sensaciones auditivas («pasas llevando en tus ondas / palabras de amor, palabras»).

O también una tierra soriana moldeada por la realidad y la ensoñación: «Y en los cerros desnudos, en las lomas lejanas,/ en la tierra ondulante, qué audaz musculatura,/ qué potencia de planos, qué alardes de osatura,/ qué ardientes modelados de visiones paganas». Y de ahí pasa el poeta a, quizá al más logrado soneto gerardiano, «el ciprés de Silos». Aquí reside la destreza, la rigidez, la renuncia, el fervor, la sombra del poeta-existencialista que exige alcanzar la suma perfección desde las tierras sorianas. Es el idealismo convertido en misticismo hasta conseguir lo divino («flecha de fe, saeta de esperanza»).

En fin, el concepto se vuelve línea con sus molduras cambiantes y con su abigarrado devenir. Por el contrario Machado va más a la intimidad, más a la esencia humanizadora de las cosas; emulando a Concha Zardoya, «el color, para Machado, es un aspecto de una o de pocas realidades esenciales. La línea, en Diego, constituye estructuras infinitas, relaciona melodías, y se quiebra y salta a veces, rota en chispas».

La poesía de Gerardo Diego es bifronte, pero vanguardia y tradición se hermanan. Esta peculiaridad es compartida por Cansinso Assens en «La nueva literatura»: ´No estaría mal decir que Gerardo Diego es un epígono de las retaguardias modernistas que contrajo la fiebre ultraica de 1919, y aún la que sigue padeciendo a intervalos, aunque la combata con una quimera cada vez más clásica»; o Fernández Almagro: «ese desdoblamiento de Gerardo Diego que sorprende tanto como alarma».

El año definitivo de su consagración sin duda tiene una fecha concreta, año de 1927, que es cuando aparece la revista Carmen: «Sólo después me di perfecta cuenta de la encrucijada de bellezas-muchacha, virgen, poema, Granada, ópera- que tal nombre evocaba»; y al lado Lola, boletín en el que se recogía la actualidad literaria.

 Carmen contribuyó a ensalzar la vanguardia del momento. Dirigida desde Gijón por Gerardo Diego, donde el poeta tenía su Cátedra de Lengua y Literatura-aunque impresa en Santander-, comenzó en diciembre de 1927 y terminó su andadura literaria en junio de 1928. Fue reeditada por la editorial Turner en 1977 con Prólogo de Gerardo Diego, en el que apunta el año 1926 como el primer asomo de una revista, aún sin nombre, «aunque ya dibujándose en un sueño de ideal y de voluntad creadora». Gerardo Diego calcula que sería el verano de  de 1926 cuando encontró el nombre y el talle de la revista; sin embargo, reconoce que no encuentra documento que atestigüe tal momento. En cuanto al nombre Carmen, el carácter unipersonal en su concepción, albergó a las mejores plumas del momento, sobre todo poéticas, y tambiñen llama la atención que como subtítulo lleve impreso en letra pequeña, Revista chica de poesía española. Carmen-dirá su director-, «fue una resvista de presentación clásica, homogénea. Antípoda, por ejemplo de Litoral, que era una gran revista, pero perseguía siempre la novedad tipográfica y formal, la diversidad, la sorpresa».

La revista se presentó como, «Aquí tenéis a Carmen. Todos los amigos de la poesía presentíais ya su presencia bella y necesaria de mujer española, esbelta y firme, tierna y desdeñosa, esquiva y sencillísima, escondiendo, animando unas flores arábigas o un poema de latino abolengo (…). Carmen os visitará por ahora seis veces. Después se retirará a su sueño secreto y silencioso. Y de vosotros, amigos suyos y de la poesía, dependerá el que más allá reanude vuestro trato».

El primer número apareció presidido, tras la presentación de Gerardo Diego, por una Égloga de Luis Cernuda. Parece que este poema impresionó tanto a Gerardo Diego que vino a ser el emblema de la «intención elevadora de Carmen«. Sus versos están henchidos de inconfundible sabiduría poética, quieren captar el anhelo más claro y más alto: «Tan alta, sí, tan alta / en vuelo sin brío / la rama el cielo prometido anhela, / que ni la luz asalta / este espacio sombrío / ni su divina soledad desvela. / Hasta el pájaro cela / al absorto reposo / su delgada armonía. / ¿Qué trino colmaría / en dulcísimo rizo prodigioso / aguzándose lento, / como el silencio solo y sin acento?«.

 Este número se cierra con un artículo de Gerardo Diego titulado «La vuelta a la estrofa» en el que viene a decir que la sonata, la estrofa o la cuadrícula eran una obligación para los poetas del XVIII. Para ellos no: «Hemos aprendido a ser libres. Sabemos que esto es un equilibrio, y nada más. Y es seguro que sentiremos muchas veces la bella y libre gana de volar fuera de la jaula, bien calculado el peso, el motor y la esencia para no perdenos como una nube a la deriva».

El número dos-enero de 1928- lo abre Juan Larrea con «Diente por diente» en el que combina la prosa con el verso. La entrega siguiente es doble, números tres y cuatro-marzo de 1928-, y va dedicado «Al Maestro fray Luis de León». Había que demostrar que también estaban con Fray Luis y con todos los más altos poetas españoles. El preliminar, sin firma, de este número doble está redactado por Gerardo Diego según confesión propia, y pide que Fray Luis reciba «desde las luminosas moradas de su esfera, esta leve ofrenda, estremecida de crecientes anhelos de espiritualidad, que Carmen y sus poetas hoy le entretejen». La revista termina con tres poemas excelsos, sobre todo, el bellísimo de J. Larrea, titulado «Espinas cuando nieva», que bastaría con él solo para consagrarle como poeta entre poetas; los otros dos son, «Homenaje a Fray Luis de León » de Luis Cernuda, y el de Gerardo Diego, «Invitación a la transparencia o La nieve ha variado».

En abril de 1928 sale el número cinco que se inicia con una carta, fechada en Hendaya, en verso y prosa, con seudónimo, «un poeta enigmático y solo». Su destinatario era José Bergamín, y el emisor don Miguel de Unamuno. Fue el único de los tres poetas mayores que colaboró. Juan Ramón Jiménez se negó, y Antonio Machado prometió mandar, pero otros compromisos se lo impidieron. No obstante, escribió una carta   de felicitación a Gerardo Diego por la revista. El último artículo de este número es el famoso «Defensa de la poesía» que Gerardo Diego defendió en diciembre de 1927 en Sevilla. Recogemos el final: «No era preciso defenderla. Es invulnerable. Abolidos todos los poemas, ella sigue ilesa. Pero sí era preciso afirmarla. Frente a los horóscopos. Frente a la duda. Frente a la trampa y a la herejía. Frente a los oídos que escuchan para no entender y a los ojos que se abren para no ver. Y era preciso por dos razones, las de todo poeta, las de todo creyente. Porque sí y porque no».

El doble número seis y siete sale en junio de 1928. Gerardo Diego se despide dando las gracias a los que han colaborado: «Amigos de Carmen y de la poesía española: Adiós, es decir: A Dios. Quedad con él. Que yo Carmen, no sé si puedo hoy deciros más».

El suplemento de Carmen fue Lola que llevó como subtítulo «amiga y suplemento de Carmen«. Nació en Sigüenza. Tampoco Gerardo Diego sabe decirnos si nació antes o después que Carmen. Por eso lo deja en «a la vez y después». Pero como nos recuerda el poeta Carmen  supone a Lola, implica a Lola, necesita a Lola para ser de verdad Carmen. En los números uno y dos se recogieron las distintas actividades que con motivo del centenario de Góngora se celebraron con el rótulo «Crónica del centenario de Góngora (1627-1927)». En la primera página en un recuadro aparece su razón de ser: «Sin temor a los líos que la armen, / desenvuelta, resuelta y española / aquí tenéis a Lola / que dirá lo que debe callar Carmen. / No estaba bien, -señores, no se alarmen- / -una muchacha- la inocente- sola».

El primer número consta de «Ideas y proyectos» en donde se nos narra los pasos que hubo que dar para tan magno acontecimiento; era el mes de abril de 1926, en una tertulia vespertina se puso de manifiesto el tema del tricentenario de Góngora. Las líneas generales quedaron diseñadas esa tarde, y se acordó convocar una reunión general de todos los amigos de la poesía.

En el número dos se prosigue con la crónica del centenario en la que Gerardo Diego aborda los «dimes y diretes» entre los que no estaban por la labor de festejar a Góngora. En los números tres y cuatro se aclaran los melentendidos sobre las revistas y literatura. Gerardo Diego contesta una carta de Antonio Marichalar en la que le dice que Lola saldrá cuando le parezca, sin obligación ninguna. «Seguirá riéndose de todo lo risible y quitando solemnidad a toda la figurería literaria española, que tan a menudo desbarra en sus palabras y actitudes frente a la poesía». También escribe una breve carta Azorín en la que le manifiesta que no se ha declarado enemigo de Góngora. Estos números se cierran con una carta de Gerardo Diego a Francisco Ayala en la que admite la rectificación por parte de F. Ayala en La Gaceta Literaria sobre el centenario de Góngora.

El número cinco se abre con la famosa «Coronación de Dámaso Alonso» en la venta de Antequera. El número se cierra con el autorretrato de Rafael Alberti: ´el tonto de Rafael´. En la primera página de los números seis y siete aparece un «prologo a la tontología» en el que se manifiesta que las tonterías abundan más que las bellezas. Por eso, Gerardo Diego se inclina a publicar algunos de los muchos resbalones de los poetas capaces de escribir versos buenos, que no versos malos de poetas malos.

 Y para despedirse, Gerardo Diego se vale de un poema de La Amante de Rafael Alberti: «¡Al sur, / de donde soy yo, / donde nací yo, / no tú! / Adiós, mi buen andaluz! / -Niña del pecho de España, / -¡mis ojos! ¡Adiós, mi vida! / -¡Adiós, mi gloria del sur! / -¡Mi amante, hermana y amiga! / -¡Mi buen amante andaluz! «.

Para remachar su despedida, Gerardo Diego, finalmente, escribe entre paréntesis: «Y después de esta despedida tan conmovedora que es también de La Amante, Lola también se despide. -¡Adiós, prenda!- ¡Adiós, que se nos va, que se nos va, que se nos va! -Adiós, mi infierno del norte! ¡Adiós!».

Pero «adiós» no se puede decir a la poesía mientras la vida continúe. Poesía y vida se hermanan, como Carmen  y Lola


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