Poesía

José Hierro. Llama entre la madera y la ceniza

En tiempos convulsos uno de los cobijos para la mente es refugiarse en la poesía y más si estamos ante uno de los poetas que más información ha suscitado en los periódicos y revistas; siempre hay un motivo para atraer a las páginas impresas al poeta madrileño-santanderino.

Los nueve libros escritos por José Hierro son analizados, si bien desde una atalaya, por don Isidoro Pisonero del Amo, Licenciado en Filología Hispánica y alemana, además de Catedrático. Con ese alarde que le caracteriza por su precisión y llaneza se adentra en un poeta en el que sustenta su poesía en la dicotomía reportaje y alucinación para explorar el corazón humano.

Aparte de la selección bibliográfica y una coda, embrión de todo lo descrito, configuran este ensayo cuatro apartados: Cómo se forja un poeta. Una vida de felicidad, dolor y esfuerzo. Poética de testimonio, personal y colectivo. De la poesía testimonial dolorosa, impregnada de la alegría de sentirse vivo, la irracionalismo desencantado de las alucinaciones, págs. 27-203. Lo fundamental es la lectura sosegada del último, que es donde José Hierro navega, aunque siempre teniendo en cuenta a Juan Ramón Jiménez y a Lope de Vega al que consideraba divino. Incluso para sacar una idea nítida de su poesía no estaría demás las remembranzas de los asertos: el machadiano «La poesía es palabra en el tiempo»; el de Ernesto Cardenal «La poesía es anuncio y denuncia«; el de J. Margarit «es la casa de misericordia«; el de García Baena «la poesía hace que la libertad se derrame como un gran fuego sobre los hombres»; y, sin duda, el común denominador de José Hierro: «La poesía es palabra en la música». Es decir, la poesía como arroyo literario, ahí es donde nos hallamos aunque solo sea con la mirada.

En su primer libro Tierra sin nosotros comienza con esa añoranza del hecho viviente, al partir, por necesidad, en contra de su voluntad, pág. 113. Es uno de los libros más citados del poeta y en el que cupo la sociedad durante tanto tiempo, «como / formas de otro planeta / que vive sin nosotros». Y así va desgranando el dolor con ese verso tan repetido «Alto fue el precio que pagamos: / miseria y llanto de los ojos» en el que solo quedaba la alegría de vivir, del canto salvífico. El mismo año se publica Alegría. Con el dístico «Hay que salir al aire, / desatar la alegría» da un vuelco a su poesía, si bien contenido, y exige solidaridad, no hay otra forma ante quien ha sentido temblar en su ser la necesidad de la alegría a la espera de los días soleados para apartar lo que es oprobio, para agarrarse a la vida. Tres años después Con las piedras con el viento, el destello necesario «teniendo el alma a oscuras» con limpidez versal hasta conseguir el clarear, la voz cantarina, («Descansa, comunicando / con las piedras, con el viento») con su conciencia, con su amada. Es cuando se vislumbra lo que previó en Quinta del 42, la amargura de toda una generación, un alarido de fracaso de una juventud pletórica que quiere vivir, que la imaginación triunfe. No puede brillar la sinrazón, la soledad («el canto / se me ha secado en la garganta»).

Con Estatuas yacentes estamos ante el Hierro contemplador en único poema-255 versos- ante el paso del tiempo detenido en dos personajes históricos de la catedral de Salamanca. Es la vuelta a quiénes somos y qué nos espera. Lo que sí parece exagerado como escribe el editor que el poema sea precursor de la poética de los novísimos», pág. 154, y menos formalmente, si nos atenemos a lo que aporta. Con el recuerdo del verso calderoniano «Esto es cuanto sé de mí» de El médico de su honra se vislumbra una ventana de aire fresco en su poesía. No se trata de un ciclo nuevo sino de un saber adentrarse aun más, en lo existencial en el que el yo lírico se expande desde un mirador más nítido al preguntarse «por qué habrá sido preciso / el dolor para cantar, / el morir para estar vivo». La nombradía se hace realidad («Orquesta de ruiseñores, / soñáis al alba el recuerdo / de vuestro canto de anoche»). Es más que emoción humana. Hombre y poesía juntos en una simbiosis de gracia para trazar un camino de esperanza ante tanta pesadumbre.

No sé si se difuminan como mantiene el editor «realidad y sueño, sujeto objeto», pág.162, en Libro de las alucinaciones, más bien se necesitan, se aúnan, no pueden separarse; pero menos que haya perdido «el sentido de la realidad » como mantiene el sr. Cañas,, citado, pág. 163. Son meandros en su río poético. Es crear como la naturaleza hace un árbol esa realidad imaginada que tiene unos aposentos en qué basarse para constituir una obra de arte en ese «imaginar y recordar«( «imaginar y recordar me llenan / el instante vacío»), hasta ese dolorido sentir «Ya no me importan nada / mis versos y mi vida». Es la poesía del intimismo, del yo abstraído en permanente esencialidad para llevar lo más recóndito del ser humano. ¿Por qué huye el poeta? ¿Por qué busca lo inconcreto? Estamos, tal vez, ante el límite; esa búsqueda del yo trasmuta en alucinación.

Después de tanto tiempo aparece Agenda. Sorprendió. Son 27 años de distancia con el anterior, aunque «la mayor parte publicados en revistas…», pág.177. No sé, si el libro cayó en tierra abonada como apuntan algunos críticos aportados por el sr. Pisonero, págs. 177-182. Más bien, no llegó al público, al menos para el que suscribe esta reseña. Pero, aunque solo sea por la excelencia del poema Lope. La Noche. Marta, es más que suficiente para tenerlo en la cúspide poética de la segunda mitad del siglo XX, de ahí mi extrañeza de que no se haya publicado entero porque es el mejor, el estandarte del libro Agenda, págs. 184-185. Es un Hierro entregado a Lope, a su poesía hecha de trozos de cielo, desnuda, de carne viva, a su capacidad de amar, a esa exigencia, «Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar». Grande, Hierro fundido en Lope. En el poema se avizora a un Hierro que desea fundirse con Lope y Marta. Creo que estamos ante uno de los poemas de más carga emotiva de la literatura, que es redondeada con el verso final y esa declaración de amor: esos ojos verdes que hacen oír el mar, en los que Lope desea incrustarse. Esos ojos verdes que le hacen oír el mar transportan serenidad, placer, encuentro, más allá. Identifica los ojos de Marta con el mar, que es sinónimo de final amoroso, de paz. No es solo cuerpo de mujer; es algo que se nos escapa de nuestro nuestro ámbito existencial. El amor no solo material sino también espiritual; más allá de la situación terrenal. José Hierro ha sabido captar el verdadero amor de Lope-Marta.

 Por si faltaba poco, la explosión mediática le vino con la publicación de Cuaderno de Nueva York; fue el más vendido-tengo dudas que fuera tan leído-, pero sí fue el que coronó toda una obra, la excelencia. Hay un poema que se adentra más que el resto por su profundidad, por su hermandad, por su silencio sonoro, por su inteligencia, por su más que recuerdo: «Cantando en Yiddish». Las hojas disecadas son la memoria cual resurrección de pascua florida.

El último verso del segundo terceto del soneto Vida, «después de tanto todo para nada» es de una persona que ha sufrido mucho-quizá por tantos- en el que se apoya el título del libro contribuye en demasía a la negatividad de la vida cuando debería ser lo contrario, un grito de rebeldía para extender la vida como un privilegio, como una dádiva, y así recordar al poeta culterano «que se nos va la pascua, mozas, que se nos va». O el renacentista Garcilaso, «Coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que el tiempo airado…». Es la alegría de vivir.

En la poesía de José Hierro se enhebran musicalidad, plasticidad, vivencias hasta llegar a la máxima cota poética; es su tiempo, es su fe de vida. Sus palabras pletóricas de canto quedan cinceladas para la posteridad, para los que saben escuchar, para los que miran en el espejo más interior de la persona, para los que buscan el paraíso perdido; en ese donde reine el hermanamiento, la solidaridad eterna, quiere que nos encontremos. No fue otro el objetivo de su poesía.

Lo primordial es que canten las palabras, que el camino esté henchido de literatura, de poesía, de perfección, que nos sintamos partícipes de esa belleza con la que escribimos o amamos.
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Novela

El pícaro inglés. (Retratado en la vida de Meriton Latroon, un ingenioso trotamundos)

Hacía tiempo que quería acercarme a la picaresca inglesa, no para compararla con la española, no tiene semejante parangón porque la sociedad es distinta y otras cuestiones que muy bien vienen señaladas por al editora, pág. 29, además de otras si tienes sosiego en su lectura, por lo que me ha venido muy bien que se haya publicado por la editorial Cátedra.

«Así como por su carácter pionero en el desarrollo de la novela del siglo XVIII», pag.70. Si bien es una muestra de investigación e importante, lo ideal es que se lea la obra; sin duda, la introducción nos puede servir para entenderla mejor y más si se comienza con lo que supuso la picaresca castellana, que aunque breve, es más que suficiente para poder compararla, a parte de lo bien estructurado y escrito. Mas, es muy necesario leer la introducción para que nos sirva de ayuda y adentrarse en el complejo mundo del personaje capital, Meriton Latroon, de lo contrario quizá no lleguemos a comprender todo el ajetreo de la novela o los entresijos en que se desenvuelve. Para mí ha sido primordial.

Es de agradecer que la editora nos inicie con el término «literatura picaresca«, y de inmediato una cita de Claudio Guillén de cómo entendió el «género picaresco», y de qué manera se convirtió en mítico en el que el realismo, lugares geográficos, ambientes, su estructura, el protagonista y el narrador, cobran todo su esplendor narrativo para atraer a los lectores/as. Al lado subyace la sátira, la ironía, la necesidad de comer, la situación económica-social, el engaño, la necesidad sexual, comunicación, la delincuencia con el común denominador de personas de malvivir. La breve estampa de lo que se ha entendido por el mundo de la picaresca castellana nos ayuda para entender mejor la inglesa y si esta tuvo conocimiento de los aconteceres españoles. Hay tres libros primordiales en los que se apoya: El Lazarillo de Tormes. Guzmán de Alfarache. La vida del Buscón. Son los ejemplos más nítidos, aunque se añaden más, por ejemplo La pícara Justina. Está atestiguado que estas obras tuvieron éxito en Inglaterra por lo que puede haber atisbos singulares entre ambas picarescas.

El análisis que realiza María José Coperías de El pícaro inglés ( The English Rogue) es capital su lectura antes de adentrarnos en la obra, si queremos llegar a una comprensión más certera, págs. 37-70. Se hace hincapié en el éxito de ventas en la que se nos narra la vida de Meriton Latroon; sobresale su vida sexual-en demasía-; este tema ha sido recurrente en la literatura, tiene momentos que hacen que prosigas en su lectura para ver su desarrollo. Más allá de que sea un pícaro o no según se ha entrevisto en lo inicial, sí tiene rasgos que estarían en el borde del mismo. Pero esto, poco importa al menos para el que suscribe estas líneas.

Los hechos narrados en los setenta y seis capítulos, más un apéndice pueden conducirnos en algún momento a abandonar su lectura por lo escabroso en algunos pasajes «con un tono vulgar, grosero y chabacano, llegando incluso con descripciones explícitamente violentas y sexuales y también escatológicas», pág. 48. Es complejo entregarse a las partes de la novela, y más cuando según el trascurrir del tiempo se publican partes singulares o se añade como en la posible quinta. Según la editora serían cuatro partes y en cuanto a la quinta, «esta nunca fue publicada o no lo fue ni por R. Head ni por F. Kirkman», pág. 52. Todo un mundo difícil de llegar a un acuerdo; de ahí que yo insista en que lo ideal es la lectura de la obra sin más, a pesar de su obscenidad continua.

Parece que en la intertextualidad no se albergan dudas, bien descrita y analizada por María José Coperías, pág. 63 y ss. Citemos El lazarillo de Tormes , Guzmán de Alfarache. No quita, como apostilla «para que se haga una firme defensa de la creación de un pícaro autóctono». Incluso en el prefacio podemos leer: «jamás les extraje ni una gota de su espíritu. Como si no pudiéramos producir nosotros un pícaro inglés», pág´91. Al ser una ventana abierta, la literatura picaresca pudo influir aunque tenga ribetes propios. Es recomendable leer con atención las notas a pie de página. En esto puede allanar caminos opuestos, diferentes, arroyo de la picaresca, aunque se mantenga con fiereza, «no he esquilmado el ingenio de otros hombres, ni recogido flores en los jardines de otros para adornar mis ideas…», pág. 92; y más adelante insiste de que no es «un mero ladrón que roba el trabajo de otros». Pero, eso sí, se nos recuerda en la edición de 1665 la picaresca española y francesa: «Los que otros escribieron a crédito tomaron; / eres tú a ese respecto lo que otros simularon. / Engolaron la voz con el habla ampulosa; mas tu lengua es más viva en el verso y la prosa. / El Guzmán y El Buscón, Lazarillo y Francion / brillaban con luz propia hasta su aparición».

Ya en el primer capítulo se nos narra los aconteceres de los primeros años y, sobre todo, con la primera persona, el anticipo de cómo es: «Engaño y disimulo siempre fueron en mí características innatas. Siempre estuve dispuesto a morir a manos del verdugo antes que faltar a la venganza, aun con débil fundamento», pág. 108. Su lectura nos hace pensar que eso que se ha llamado picaresca española no es igual a la inglesa aunque tenga muchas cosas en común. La digresión que realiza en el capítulo segundo es concreta («y explique brevemente los pormenores de la rebelión irlandesa»). Crueldad y horrendos asesinatos son claves para entender el pasaje. Asesinado brutalmente su padre por ser «pastor protestante» y no haber lugar seguro se aventuraron al mar madre e hijo. Sin rumbo fueron de aquí para allá; se da cuenta que con diez años no sabía leer; le guiaba el sentido común, y los robos proseguían, no existía otra alternativa. Es significativo cómo su madre consigue para apartarlo de la criada y mandarlo con un maestro «estricto, tirano», que no le dejó apartarse de los libros.

Se deshace de su madre y emprende la aventura solo «(«Era agosto cuando por fin me hice caballero andante»). El recuerdo de frases, ideas de Quijote se traslucen inmediatamente, sin duda, con diferencia abismal. Al encontrarse solo se une a una sociedad de personas, pero precisa que le «despojaron de mi buen atavío». Como bien apunta la editora nos recuerda parte del Buscón. Pronto se dio cuenta que no era su sitio («al fin resolví desertar en cuando se me ofreciera la primera oportunidad«). De esa forma se lanza a viajar solo y, claro, a mendigar. Topó de inmediato «con uno muy ejercitado en el arte» y se hicieron amigos. Londres les esperaba. Y así dando tumbos, tretas, van pasando los días a la búsqueda, como sea, de qué llevarse a la boca, y a pesar de los desaires, cárceles, manotazos, malvivir, engañar con todo tipo de pensamientos que le venía para conseguir lo que deseaba.

Se cobra un cierto descanso cuando un mercader lo escoge como sirviente; después conocería a aprendices «viciosos y lascivos». Todo no fue óbice para engañar a su señor, como casi nunca estaba en casa, «pedía permiso a la señora para ausentarme durante una hora, prometiéndole no llegar más tarde de lo acordado». Se da cuenta después de tantas trazas como iba haciendo, al engañar a su amo y señora, le pareció que «la libertad era una cosa estupenda, solo comparable a la salud». Se hace caballero en el andar al tener dineros en los bolsillos y otro joven-aprendiz de mi misma edad a quien conocía bien-, que aportó doscientas libras. Emprendieron el camino.

En el inicio del capítulo trece se nos advierte de sus correrías: «De un burdel a otro, era nuestro periplo diario, y aun encontrábamos algo de variedad para satisfacernos el gusto». Pronto se deshizo: «este pavo me encontré y no supe que era suyo». Y cómo no, se ofreció para servir en una residencia de muchachas-ya con atuendos femeninos para conquistar mejor todo lo que saliera-, como así fue. Allí se hartó de sexo y cuando se dio cuenta de que lo podían descubrir-«algunas doncellas empezaban a encontrar extrañas alteraciones en sus cuerpos, nauseas frecuentes», se planteó su huida.

No es que resulte cansino la repetición de algunos temas, por ejemplo el sexo en todo tiempo y lugar-más allá de lo verosímil que pudiera ser-, pero se podía haber evitado para que los hechos narrados fueran más vivos y rápidos. Cuando casi se llega al final desde el capítulo LXX, se agradece; son más llevaderos por lo breves que son y quieres que termine la historia porque lo primordial de lo que se entiende por picaresca no da para más, al menos para lo que se propusieron los autores.

Muy lejos termina la historia, después de haber recorrido tanto y distinto; no sabemos si se eligió a propósito; el caso es que India es tierra elegida para su final donde se casa-«le pedí su consentimiento para desposar a aquella india alegando lo beneficioso que iba a ser para mí», pág.547; no sin dejarnos entrever lo que no se puede hacer; es decir lo que está fuera de la virtud. Pero, resulta chocante lo que piensa antes de yacer: «un demonio del Infierno escapado, / y al que allí, por salaz habían carbonizado». Pensó que el infierno le quemaba. E inmediatamente la voz de la mujer: «soy tu amiga amorosa, y soy de carne y hueso: / si tus ojos se ofenden por mi aspecto exterior, / no los abras, pero ama: pues ciego es el amor». Después de tanto, las palabras de la india negra sobresalen, aunque tenga que aceptar casarse por la iglesia y renunciar a su paganismo.

El final se esperaba después de tantas páginas, a veces innecesarias, es prometedor y descanso para el lector/a, ya fatigado y saturado, y nos deja servicial: «para que la lectura de mi vida sirva de algún modo como instrumento para la reforma de los disolutos» .

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Head, R., El pícaro ingles. Madrid, Cátedra, 2024, págs. 561
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