Literatura

James Joyce: Dublineses

Después del centenario de Ulises, a buen seguro, que al final nos quedará un pensamiento literario si no único, sí distinto; pero si alguien no ha leído a Joyce lo mejor es que calle y se ponga a leerlo si quiere tener unas ideas propias; y desde luego no tenga en cuenta a los que hablan, hablan o escriben, escriben de oídas que abundan. Lo repetiré cuantas veces sean necesarias.

En la introducción se nos advierte de que aunque Joyce no es «estrictamente» poeta, sin embargo, rezuma. En concreto se recoge la opinion de Antonio Machado para recalcarlo: «Ni Proust ni Joyce pueden llamarse poetas, en el sentido estricto de la palabra, pero los poemas esenciales de cada época no siempre son la producción de los cultivadores del verso» (Antonio Machado).

Con esta nueva publicación en la editorial Cátedra se contribuye a que el escritor sea más conocido y sobre todo se lea. No esperemos un-Ulises- en ningún sentido; son doce relatos breves con el título Dublineses. Tardó en publicarse casi una década. El manuscrito es de 1905 y se publicó, por vez primera, en 1914 («Esta demora en su publicación sin duda afectó la recepción del libro», pág.33). Inmediatamente nos percatamos de que estamos ante un proyecto que proseguirá con Retrato del joven artista y culminará con una luciérnaga que invadió el campo literario, Ulises. De ahí la necesidad de leer las tres obras. No sé si exagero que el principio de la novela fue Quijote y terminó en Ulises. Lo demás, o imitación o nada. Sálvese quien pueda.

Con estos escritos, Joyce se detiene en un Dublín que describe como sucio, pero no de forma general; va a lo concreto, a lo más nimio para que los posibles lectores comprendan su radiografía; es el detalle el que busca para reflejar mejor esa «parálisis que muchos llaman ciudad» -pág.35-, como comentó el propio autor. El problema radica en que se queda con un tipo de sociedad: ni alta ni baja; es la clase media y de esta la más cercana a los bajos fondos de una ciudad; de lo que vino en llamarse la «pequeña burguesía».

Comienza con el relato «Las hermanas» y termina con «Los muertos», en este, tal vez, podamos ver a Joyce como nos adelanta la editora, pág. 37. Si el primero es el reflejo de una sociedad mortecina, aletargada, paralítica, en el último subyace su final, el conjunto de cómo ha sabido llenar las páginas de ese Dublín de principios de siglo, si bien con una mirada crítica, pero, al mismo tiempo, nostálgico; es en este en el que observamos que Gabriel es un trasunto de Joyce, por su estar y sabedor de todo lo que le rodea. La dualidad tradición-progreso es lo que quiere que permanezca y ser él el profeta, el que anuncie la buena nueva. Pero en «Las hermanas», también subyace la dualidad prersente-pasado e incluso la relación entre el niño y el sacerdote que nos aporta un conocimiento del pasado y en el que el niño queda absorto ante los comentarios sabios del sacerdote; claro, todo visto bajo el prisma religioso, hecho capital en Irlanda; de otra forma, no se puede entender ese pasado; la iglesia tenía un poder enorme. Por otra parte, se percibe el fracaso del padre Flynn ( «…y luego su vida, podríamos decir, fue una cruz…era un hombre decepcionado», pág.113) y solo la muerte trajo tranquilidad, hasta la vestidura transmitía dejadez; nos queda la duda en cuanto a la fe. La expresión «Dios tenga piedad de su alma, dijo mi tía piadosamente…», nos alerta de la duda.

Poco importa si como se ha escrito este último relato es primordial para poder comprender el espíritu que anidaba en Joyce; los demás, no desmerecen e igualmente entenderíamos las causas por las que se acercó el escritor; pero, sin duda, es la joya de todos, aunque solo fuera porque uno de los personajes se asemeja al escritor y, claro, y único no solo por su extensión, también por su estructura, dividida en tres partes; en la primera resalta la presentación de los personajes, y es Gabriel el que se nos queda en la retina como principal, pero con un dejo, con una mirada recelosa, como estando al acecho de lo que ocurre, pero en el fondo sabe que es él que representa las dos ideas que aparecen en la sociedad: la tradición y el progreso; él está llamado a discernir, a unir ambos términos; en la segunda parte sobresale el momento en que se reúnen como símbolo de hospitalidad, inherente al pueblo irlandés; pero es en este momento cuando surgen las dos opiniones contrapuestas del nacionalismo, el humanismo hecho carne, cobijo; ¿ se está perdiendo o permanece? La superioridad de Gabriel se percibe, pero le molesta que le digan unionista («y le susurró al oído: ¡Unionista!»), o que vaya de vacaciones al extranjero, En todo hay un común denominador: la hospitalidad irlandesa.

La tercera parte es la despedida con cierta simpatía, y cómo ya el frío y la nieve cae en las calles de la ciudad. Por si faltaba algo-acostumbra Joyce a recordarlo- el sexo, la excitación al ver a su mujer como un objeto sexual, aunque lo minimice con la pintura («la habría pintado en esa actitud»). La estética del cuadro como lo permanente; su excitación, aunque sea brutal, pasará; en su mente subyace la idea si ella también siente esa atracción suma por él. La objetivación como sexo, como la necesidad carnal que tenemos los humanos.

Casi al final me recuerda su novela Ulises cuando «Se tendió bajo las sábanas, junto a su esposa, procurando no despertarla. (…). Pensó en cómo la mujer que yacía a su lado había guardado en su corazón durante tantos años la imagen de los ojos de su amante mientras le decía que no deseaba vivir», pág. 349. No me percato si cuando sus ojos se llenaron de lágrimas es solo sentimiento o quizá amor; («Nunca había sentido eso hacia ninguna mujer, pero sabía que ese sentimiento debía ser amor»); las dos formas pueden caber, pero, también, diferenciadoras; el corazón es el que habla, tanto en una forma como en otra.

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Joyce, James, Dublineses. Madrid, Cátedra, 2022, 351 págs.


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Literatura

Cartas (1604-1633) de Lope de Vega

Félix Rebollo Sánchez

«Yo nací en dos extremos, que son amar y aborrecer. No he tenido medio jamás»(c.189, p. 445).

En enero de 2018 saltó la noticia de que la Biblioteca Nacional de España había adquirido 117 cartas-96 escritas por el puño y letra del Fénix de los ingenios-. Ya se conocían las que publicaron Agustí G.de Amezúa-reeditadas en facsímil por la Academia en 1989-, Nicolás Marín y Ángel Rosemblar. Incluso el hispanista norteameriacano Donal McGrady, recientemente, ha publicado ochocientas diecinueve. Tal vez nunca sabremos con exactitud las que ecribió.  Ahora, la editorial Cátedra-con buen criterio- publica las Cartas de Lope de Vega, gloria nacional; faltaban; solo resta leerlas y no recurrir a los chascarrillos que se cuentan del más grande dramaturgo-poeta en lengua castellana del que han bebido tantas generaciones de poetas y dramaturgos; claro, sus rivales-entonces y siempre- les mueve la envidia, y no quieren aceptarlo; pero, cuando se estrenaba una obra caían genuflexos ante la magnificencia artística; hoy ocurre igual; siempre los teatros llenos; es único ante las representaciones allá donde las hubiere. Creador de Arte nuevo de hacer comedias, toda una preceptiva, una simiente que crecerá con luz radiante.

Las Cartas que publica la editorial Cátedra para el duque de Sessa en las que apreciamos no solo lo literario sino también lo histórico y biográfico deben servirnos para un mayor conocimiento de Lope ; sin ellas, no podremos analizar un siglo tan emocionante y convulso, ante escritor tan prolífico.Todo se recoge: conventos, iglesias, amoríos, gastos, autos de fe, vestimenta, hijos-su Marcela:»serrana hermosa, que de nieve helada»-, esposas, mentideros, sacerdocio, citas evangélicas, celos, viajes, desavenencias, Góngora, sentimientos, Cervantes, Quijote, Marta de Nevares, fiestas, frailes, espiritualidad, amor, etc. Leámoslas para entender no solo su vida sino también su teatro y poesía.

A buen seguro, todo lector de Góngora buscará  alguna que se refiera al poeta cordobés. Efectivamente en la carta setenta y cinco-13 de septiembre de 1613- podemos ver una crítica a la Soledad primera («Un cuaderno de versos desiguales y consonantes erráticas se ha aparecido en esta Corte con nombre de Soledades, compuesta por vuestra merced, y Andrés de Medoza se ha señalado en esparcir copias»). En otra carta-la más extensa-, el 16 de enero de 1614-83 del ensayo- le da consejos: » Si vuesa merced, como lo dice, fuera observante de los preceptos de Horacio, dejara reposar sus obras, si no el tiempo que él aconseja el necesario por lo menos para que salieran libres de descuidos, que aunque es general en que en esta han introducido algunos poetas nuestros, deseosos más de gozar las flores y agudeza de ingenio que la madurez y  fruta del juicio, viciándose por no practicar lo más precioso de su Arte, vuestra merced no puede excusarse con los muchos siendo tan único en publicarse, tal en la observancia de él.» El atrevimiento de Lope con sagaz satírica lo observamos en el soneto que aparece en el epistolario-carta 310-; son nítidos los dos tercetos: «Mal afecto de mí con tedio y murrio/cáligas diré ya, que no griguiescos, /como en el tiempo del pastor Bandurrio. Mas que me enciendas turcos o tudescos: / tú letor Garybay, si eres Gongurrio, /aplaude los que son polifemescos». Se ha llegado a la conclusión de que detrás de Bandurrio se esconde el nombre de Góngora. La confusión del lenguaje de Góngora le lleva a pensar que solo un buen conocedor de ella la puede aplaudir, de ahí «Gongurrio». No hay duda que «polifinescos» se refiere al Polifemo, el gran poema gongorino.

Las anotaciones a cada una de las cartas-311- nos ayudan a comprender algunos aspectos primordiales de la época para un mayor conocimiento; el trabajo del editor es encomiable. Además añadió la amplia bibliografía que tenemos de Lope: manuscritos, impresos, ediciones, estudios. Sin duda, era necesaria esta nueva edición; aporta aspectos desconocidos y clarividentes.  Se percibe un cierto empeño en dar aconocer la importancia que tiene el poeta-dramaturgo, por tanto gloria para el editor.

Lope de Vega, Cartas (1604-1633). Madrid, Cátedra, 2018, 684 págs.

Literatura

Un nuevo Premio Nobel de Literatura: Kazúo Ishiguro

El nuevo Premio Nobel me sorprendió terminando la novela Clarissa de Stefan Zweig. Volví a sus novelas después de mucho tiempo (Me impactaron Carta de una desconocida y Veinticuatro horas en la vida de una mujer-  las puse como obligatorias en la Facultad-). Una vez finalizada, me propuse leer a Kazúo Ishisguro-lo desconocía-. Cayó en mis manos Never Let Me Go. Estuve a punto de dejarla en el primer capítulo. No caí en la tentación. El hecho de que el Sunday Times la bautizara como «A clear frontrunner to be the year´s most extraordinary novel» o el Washington Post «A wonderful novel, the best Ishiguro», me hizo continuar.

Ahora bien, quizá debido a que su lengua materna no sea la inglesa haya contribuido a que el estilo no sean esas hebras que se aúnan y ayudan a que  lo contado contribuya a no decaer en la lectura o a mí así me ha parecido-quizá hayan contribuido estos días convulsos-, a pesar de que la narradora intenta hacernos ver con exactitud un pasado de un centro educativo del que nadie podía salir-solo se tenía «vagas nociones» del mundo exterior-; seres que son considerados clones, pero en que el sexo, el amor y el poder forman una tríada necesaria. Es más, todo pulula en este triángulo con el añadido de «Sobre cómo el arte revela el alma del artista»; pero para descifrar este pensamiento se ha entretenido en demasía con los hacedores con un diálogo tan extenso que ensombrece tanto lo narrativo como lo descriptivo.

 De todas formas, la narradora-con una monotonía aplastante y lentitud exasperante- nos ha dado otra perspectiva de una juventud que no conocen quiénes son; una parodia de un colegio-Hailsham- en el que crecen unos jóvenes; todo parece extraño; quizá haya jugado demasiado entre la ficción y la realidad; entre la clonación y el humanismo, o quizá sea una adelantada del futuro que nos espera; por ahora, para mí es difícil imaginarlo. Eso sí, el título y la foto de la portada es llamativa, pero una vez que iba leyendo no hallé esa fuerza de Nunca me abandones. De ahí que haya encontrado desilusión, una vez leída.

Literatura

Otra vez Campos de Castilla

Otra vez Campos de Castilla
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.

Félix Rebollo Sánchez
Cuando se recurre a los clásicos es porque recordamos lo que nos impresiona más allá del tiempo. A mí, uno de los poemas que se me adentró fue la carta poemática a “José María Palacio”, y más en concreto: “con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino, donde está su tierra”…. Esa carga sentimental del demostrativo me llega alma; como también la dedicatoria del libro-dos meses antes de morir- “A mi Leonorcica del alma”, o los impresionantes versos “Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”. Es el Machado que supo cincelarse en su autorretrato con sus últimos versos; “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. El poeta García Montero manifiesta que es una verdadera poética, “la explicación del camino elegido en una encrucijada”.
No es de recibo que se le encuadre en generaciones; sabemos por carta a Ortega y Gasset que no lo deseaba: “soy más de su generación que de la catastrófica que Azorín fustiga”; pero, que quede claro que Machado a renglón seguido manifestaba su admiración por Azorín. Pero sí ha permanecido para la posteridad la opinión de Federico García Lorca, que había dos maestros: “Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. El primero en plano puro de serenidad y perfección poética; poeta humano y celeste (…). El segundo, gran poeta, turbado por una terrible exaltación de su yo” . La crítica más exigente lo ha definido como la más alta cima del lirismo, de emoción y melancolía. Ante esto, solo nos resta evocar cómo definía la poesía: “palabra en el tiempo”.
Su fervor por Castilla es nítido cuando publica el libro en 1912 y lo amplía en 1917. Si observamos su pasado hay como un cordón umbilical con la Institución Libre de Enseñanza; no en vano al morir Giner de los Ríos lo plasma en su poesía: “Su corazón repose / bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan / mariposas doradas… / Allí el maestro un día / soñaba un nuevo florecer de España”.
El rechazo a la Restauración es patente; él veía otra España donde se atisba un temperamento fuerte: la del cincel y de la maza (“Una España implacable y redentora, / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea). Es el Machado de la soledad pero también de la esperanza. Pero, es la belleza de los versos la que purifica, la que es fuente de esa poesía desnuda en “¡ Colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas, roquedas / por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria”. O los versos tan señeros, hondos, sentimentales “ ¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco, dame / tu mano y paseemos”. La apelación a Dios: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor contra la mía. / Señor ya estamos solos mi corazón y el mar”.
El largo romance “La tierra de alvargonzález”-unos 700 versos- nos sobrecoge (una leyenda de un labrador asesinado por sus hijos por herencia). El lector no puede quedar impasible ante esos hechos; leyenda que Machado recoge para la posteridad y sirva de acicate para hasta dónde el género humano puede llegar por los bienes materiales-envidia, codicia-, más allá de la forma poética con que lo reviste que posteriormente no prosigue.
Aunque no estamos ante un Campos de Castilla uniforme, es el Machado interiorizado, atento al existencialismo- tan en boga a principios de siglo- en el que hallamos dos segmentos nítidos: esencialidad y temporalidad, la poesía hecha carne, de trozos de cielo.