Personales

Al M. Maratón de Sevilla

Día 26 de mayo. Desde la ventana del vagón observo cómo los rayos mañaneros del sol penetran en la acristalada estación de Atocha, a la espera de que el A.V.E. parta para Sevilla. El hojear de una señora de una revista con fuerza interrumpe el silencio que se respira, y cómo no , también, un cuarentón con gafas oscuras-«rayban»- de los años setenta que le  dan un aire de insastisfecho, no deja de hablar y  hablar con el móvil  en la oreja que encrespa con tanto monosílabo como deslizan sus labios; sin embargo, en frente del señor, el rótulo del compartimento nos advierte de que bajemos el volumen de los móviles y usemos las plataformas para hablar por teléfono. A mi mente llega la tan cacareada Educación para la ciudadanía. Su obligatoriedad es una necesidad, pero no solo en los institutos, sino también en los colegios y universidades. Partimos y ya se oye la voz monótona de la locutora que en esta ocasión parece que tiene una piedra en la boca por su tonillo de rastrojo. ¿Tan difílcil es encontrar una voz agradable, o es que todo vale? Sigue leyendo «Al M. Maratón de Sevilla»

Personales

Fin de semana en Ávila

Otra vez en la estación de Chamartín a la espera de que el tren parta hacia Ávila. Me espera otro Medio Maratón (21km. 97, 05 metros), hoy, día 12, a las 17.30 minutos. Como siempre, el periódico del día y un libro. A pesar de que los libros están desperdigados (Madrid, Extremadura y la Sierra madrileña), siempre tengo a mano el que necesito, en este caso el LIbro de la vida de santa Teresa de Jesús por lo que evoca la capital castellana. La primera cita, curiosamente, de la «Salutación» de esta página «web», es de la doctora de la iglesia (» Tened olio en la aceitera / de obras y merecer,/ para poder proveer / la lámpara, que no muera«), pero esto no es óbice para que esté en desacuerdo, y a mi parecer anticristiano, el hecho de que exigiera dote para las novicias que entraban en el convento; y eso sí, las que no podían, estaban destinadas a realizar las labores de las letrinas, cocinas, etc. Jesús de Nazaret no lo haría. Solo me refiero a ese hecho concreto, no a su lucidez estilística que brota de sus escritos. En lo demás, «el tiempo de perdiz» y «el tiempo de oración», no entro.

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Personales

Camino de Santander

Al alba salgo hacia Chamartín para coger el tren que me lleva a Santander al medio maratón internacional (21 km., 97, 05 metros) que se celebrará, al día siguiente, 4 de marzo. En el vagón, el contínuo parloteo inane de tres personas no me permite concentrarme en el libro que me han regalado, Nacidos para correr, hace un par de días; lo que he leído me permite augurar que está bien construido, pero demasiado expansivo. A mi mente acude la expresión «Educación para la ciudadanía» tan rechazada por algunos; tal vez hubieran aprendido lo que es el respeto a los que leen, piensan o dormitan.

Están a mi izquierda; por el atuendo y el aspecto físico seguramente que también van a Santander. En frente de mí, una mujer con sobrepeso, desaliñada, cincuenteña, lee el periódico con gafas diminutas que le dan un aire intelectual.

El sol atraviesa los cristales que da vida al compartimento; se refleja en la mesa. El grupo de los tres no se callan ni un instante, pero todo sea por esa mujer de mirada penetrante, atractiva, con el pelo limpio, espacioso, desordenado, juvenil, aunque treintaiñera, con un lenguaje directo, arrebatador, quizá sincero, en el que su habla es una contínua pregunta a un interlocutor; el otro, parece mudo, escaso de pelo; entre sus manos retiene la última novela de Pérez Reverte. En un par de ocasiones, cruzo la vista con la mujer; se siente mirada, y su rostro acicalado desprende alegría, hermosura, primavera.

Por un momento, se oye el silencio; la mujer, de repente, rendida por el cansancio, cae en un profundo sueño; son cuarenta minutos en los que avanzo en la lectura; de vez en vez, levanto la vista y contemplo su rostro cubierto por su cabellera negra, arrebatadora. Es la estampa viva, sobrecogedora de la tranquilidad, del sosiego.

La llegada a Santander, ciudad hecha de trozos de cielo,  me produce alegría al recordar otros momentos de mi estancia, primero como alumno, como profesor, como confereciante en la Biblioteca Menéndez y Pelayo, y como turista con la familia. Me dirijo por calles llenas de luz hacia el hotel Bahía a ocho o nueve minutos de la Estación de ferrocarril. Inscripción en el hotel, ducha y salgo al paseo Pereda que tantas veces he recorrido. Recuerdos vivientes que llevo a cuestas en este caminar siempre hacia la luz, hacia la solidaridad. Ahora, otra vez, aquí en este Medio Maratón Internacional.

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