Personales

Fin de semana en Ávila

Otra vez en la estación de Chamartín a la espera de que el tren parta hacia Ávila. Me espera otro Medio Maratón (21km. 97, 05 metros), hoy, día 12, a las 17.30 minutos. Como siempre, el periódico del día y un libro. A pesar de que los libros están desperdigados (Madrid, Extremadura y la Sierra madrileña), siempre tengo a mano el que necesito, en este caso el LIbro de la vida de santa Teresa de Jesús por lo que evoca la capital castellana. La primera cita, curiosamente, de la «Salutación» de esta página «web», es de la doctora de la iglesia (» Tened olio en la aceitera / de obras y merecer,/ para poder proveer / la lámpara, que no muera«), pero esto no es óbice para que esté en desacuerdo, y a mi parecer anticristiano, el hecho de que exigiera dote para las novicias que entraban en el convento; y eso sí, las que no podían, estaban destinadas a realizar las labores de las letrinas, cocinas, etc. Jesús de Nazaret no lo haría. Solo me refiero a ese hecho concreto, no a su lucidez estilística que brota de sus escritos. En lo demás, «el tiempo de perdiz» y «el tiempo de oración», no entro.

En punto, el tren se desliza lentamente y decimos hasta luego a unos andenes petrificados de historia. Me viene a la memoria cuando hace poco marché a Santander a otro Medio Maratón. Entonces el continuo parlotear inane de tres personas, me contrarió, aunque después fuera dulcificado.

Hoy, la convocatoria es más silenciosa; no distingo en el vagón si alguien va a participar en el evento reseñado. Abandonamos un Madrid nuboso, pero con temperatura primaveral. Vagón lleno. La palabra que mejor lo define es silencio. Unos leen, otros navegan en su pequeño ordenador; los más, con móviles visibles, solo una señora tienta  un bocadillo delante de dos jóvenes que pueden ser hijos.

Entre ecinares, arbustos pequeños, manadas de ciervos, hierba que despunta, avanzamos a velocidad media a la conquista de pueblos madrileños. Al pasar por la estación de ferrocarril de El Escorial, los recuerdos se agolpan, y la nubosidad prosigue por estos parajes; me enfrasco en el suplemento Babelia del diario El país, hoy, dedicado a los aforismos con una portada significativa: «La inteligencia tiene límites, la estupided no».

Me hospedo en frente de la catedral, en el hotel Palacio de los Velada. La salutación es más bien seca, aunque educada. Las anécdotas de la ciudad, limpísima por cierto, las visitas que siempre realizo a las bibliotecas públicas y a las iglesias, incluidas las catedrales, quizá, sea mejor, después de un fin de semana alegre, reconfortable, no comentarlas aunque irán saliendo, a pinceladas en esta página «web», para cultivar el jardín. Pero, ya adelanto en expresión «cidiana», que «las puertas estaban cerradas a cal y canto».

Ya de vuelta, los regalos a la familia, «pastas de santa Teresa», «pastas muralla» y «yemas de santaTeresa», han sido recibidos con contento, por usar una expresión que usa la santa en demasía en el Libro de la vida.

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