Novela

La sombra de Pérez Galdós

Alegría enorme ante esta publicación en Letras Hispánicas- Cátedra-. Da igual que se denomine novela corta, ensayo anovelado o cuento novelado-cuento largo- como el autor lo encajó en su momento (en el prólogo apunta: «veinte años próximamente después de La sombra escribí ´Celín´, que pertenece al mismo género», pág. 92). Es el primer Galdós ( «…mis primeros pinitos…, en el pícaro arte de novelar»), que con el paso del tiempo se convertirá en una de las figuras universales; el dicho, «después de Cervantes: Galdós«; esto ya lo aprendí en la escuela primaria; posteriormente, en la universidad: «el más grande escritor que vieron los siglos después de Cervantes». O Ortega y Gasset: «El pueblo sabe que se le ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes nuestro. Habrá un dolor íntimo y sincero que unirá a todos los hombres españoles ante la tumba del maestro inolvidable«. Pero no hay que quedarse con frases hechas, hay que leerlo; tampoco discutas con las personas que despotrican sin leerlo que estos abundan. Es más, quieren hacerse famosos con esa coletilla a costa de Pérez Galdós.

La contraportada te anima a su lectura cuando lees: «…perfectamente parangonable a otras figuras literarias de la talla de James, Turguniev o Flaubert». O el pensamiento cernudiano que ha quedado para la posteridad, entre tantos,: «Hay una trascendencia en Galdós de la realidad física a la metafísica, que comparte con otro novelista, con Dostoiesvski». Buñuel lo definió como el «Dostoievski español». María Zambrano fue más lejos al escribir: «ofreció transustanciada en poesía la realidad misma de España«. Se escribirían miles de páginas de los que se han postrado ante el escritor canario-madrileño-santanderino. Supo amasar, como nadie, ficción y realidad.

El editor con una «Coda» nos muestra el por qué del escrito galdosiano: …»la encomiable flexibilidad sintáctica que facilita la acusada musicalidad de las frases, la generosa contención que impide que el humor se deslice hacia la caricatura, y sobre todo la magistral economía en la creación de ambientes así como la extraordinaria densidad y carga expresiva de la luminosa prosa, convierten a La sombra en una apreciable opera prima que anuncia de manera indiscutible a un escritor moderno». Es decir, la novela como arte.

Tampoco seré yo, el que escriba el nombre de ese Premio Nobel-como relata el editor- que nos insta a: «hay que votar bien», como insinúa Molina Moix en la página 53. Pero sí he manifestado y escrito que ese señor o no ha leído a Galdós o no lo ha comprendido como han descifrado la crítica más exigente del ensayo que no ha mucho se ha publicado en el que podemos constatar errores y horrores. En mi «blog» escribí: «me aburre lo repetitivo del narrador que es el primer personaje que inventa un novelista y, claro, Flaubert-como si fuera el dios de la tierra-.» El editor le manda el siguiente recado: …»que sí hace acto de presencia este tipo de narrador e incluso de manera profusa, en La sombra se manifiesta una duplicidad de narradores…». El Premio Nobel se refería a que Galdós no estaba en la vanguardia y ponía en duda la modernidad de su prosa porque no entró en la narración omnisciente cuando es capital a la ficción moderna. Solo los que han leído detenidamente la prosa galdosiana se percatarán que el Nobel erraba en ese punto y en tantos. Si la crítica profusamente se ha decantado por el carácter omnisciente con hechos concretos en la prosa galdosiana no se puede entender ese pensamiento y otras formas dichas y escritas en ese ensayo superficial con que nos ha dado su visión mortecina que no conduce a nada, quizá solo a su desprestigio.

Poco importa que esta novela o cuento sea de «suspense o fantástica» o novela romántica, pero sí recalcar que estamos ante casi el primer Galdós. que con el paso del tiempo se convertirá, valga la expresión, en un caballero andante de la palabra, eso sí, adentrándose en lo más profundo del alma y sentándose en la morfología psicológica, que le servirá para adueñarse de la imaginación para construir un mundo en el que los personajes exploran todo su ser para dar rienda suelta «a la loca de la casa» en expresión de santa Teresa. Muchos años después esta imaginación se desbordará en Marianela. La observación es esencial, pero más lo es la imaginación; es en lo que nos agarramos en tiempos convulsos. El «soñemos alma soñemos» ventea toda la obra galdosiana sin que la expresión saber mirar disminuya.

En La sombra lo fantástico y lo costumbrista se aúnan para llegar a un cuadro que entraña dificultades si el lector/a no está atento al laberinto con que nos envuelve. La obra consta de tres capítulos y en cada uno de ellos hay diversos apartados en el que sobresale el protagonista llamado Anselmo y cuenta los hechos en primera persona. El otro narrador es anónimo, aunque guardan una misma identidad a pesar del desdoble. Se complementan a la hora de narrar la historia. Al advertirse la polifonía hay que estar más atento porque el protagonista narra su historia, pero al lado cuenta los hechos que le suceden con una imaginación desbordante; la creación se adueña del relato. Lo real y lo ficticio se dan la mano. Es una lucha entre los dos narradores que te convence de la verosimilitud de los hechos.

El carácter dialogal, según vamos acercándonos al final, es clarividente, asombroso («Calla, por piedad, monstruo-exclamé angustiado-. ¿Qué gran delito he cometido para tan gran tormento? La respuesta es elocuente: «…tú tienes la culpa, tú que me has llamado, que me has traído, que me evocaste con la fuerza del entendimiento y de tu fantasía»). Percibimos todo al aunar dos palabras clave: «entendimiento y fantasía». Con la misma fuerza le exige a Paris que le deje en paz. Ante el atropello mental exige la muerte («es peor que morir»). Con sensibilidad, inteligencia, sentimientos no es posible librarse de todo lo que acecha nuestra mente, solo es posible si nos convertimos en una «máquina automática». ¿Sueño o realidad? He ahí el dilema del que no es posible salir, nos avasalla («Le veo en tus ojos, le oigo en tu voz, está aquí»). Y para colmo del sufrimiento («…la sombra de todos los objetos me parecía su sombra…»). Es el desbordamiento de la imaginación que oprime; lo fantástico se apodera de nuestro ser. Es el poder de la inteligencia humana. En esto, Galdós fue un maestro, hasta Menéndez Pelayo lo tuvo en cuenta a decirnos que Galdós supo explorar «los subterráneos del alma». Tal vez como nos muestra Sáinz de Robles » sin quererlo ni saberlo creó la novela freudiana en España», pág.58.

No sé si se puede llamar «trastorno mental» lo que nos presenta Galdós o es algo más en esa poderosa imaginación unida a la hondura psicológica que hallamos en los personajes de La sombra. La dicotomía del personaje en todo el trayecto se vence («nada puedo contra ti«). Es mejor la andura errante que en vencer lo que es consustancial a la persona. ¿Pero con la huida nos despegamos de todo? He ahí el problema porque no es posible. Lo llevamos inherente: el dolor y la felicidad; el bien y el mal aunque nos provenga del espíritu. Hay que estar preparado para todo si quieres vivir; lo contrario no es desolación, es muerte; y entonces no hay vida.

Los diálogos con los suegros son de tal magnitud que hieren la sensibilidad, unido casi al final de ese amigo que venía a saber de su mujer; las lucubraciones atormentan a la imaginación del doctor Anselmo, es un suplicio que no le deja vivir. El recorrido por Recoletos, Castellana, Prado le obsesiona y se encuentra de bruces con la soledad. Ni siquiera la muerte de su mujer Elena le hace descansar, y encima le tildan de que él tiene la culpa por esos celos «que me inspiró ese hombre….», que le martirizaban. Las fuerzas del espíritu pudieron más: «…conoció que ese joven galanteaba a su esposa; usted pensó mucho en aquello…». Ante la insistencia dialogal explota: ya sé lo que quiere preguntar «si fue infiel o no», La respuesta no puede ser otra que: «Nada sé ni he querido averiguarlo; prefiero la duda». El doctor se sumergió en el silencio absoluto. Paris, Anselmo y Alejandro son tres personajes sacados del hondón de una persona en el que se debate la existencia humana. El misterio nos acorrala con tantas alucinaciones. Es la sombra que nos persigue. Galdós ha sabido penetrar en lo recóndito del ser humano. Cada lectura que se haga de esta obra nos conducirá a más interioridades. Nos preocupamos de tantas cosas que no nos ayudan a vivir, a ser felices.

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Pérez Galdós, B., La sombra, Madrid, Cátedra, 2023, págs. 198


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Personales

Hoz del Huécar, carrera que te libera

Cuando llega el mes por excelencia de las flores me viene a la mente la inigualable «Hoz del Huécar». Es cuando asaltas los cielos de esa Cuenca que te libera, de extraes de todo y solo piensas en subir y subir; y luego esa bajada pronunciada pasando por la Catedral hasta llegar a la plaza España y los aplausos se agradecen por el esfuerzo realizado.

Doce años me contemplan asaltando esos cielos que huelen a gloria, y la vista se recrea ante la singular belleza de los cielos y la tierra; atrás quedó lo terráqueo, te inhibes para entrar en otro aire limpio, sagrado con el que te purificas. Otro año más con el recuerdo del famoso soneto del poeta Federico Muelas que tanto enalteció a su ciudad en ese primer cuarteto: « Alzada en bella sinrazón altiva /pedestal de crepúsculos soñados, /¿subes orgullos, bajas derrotados / sueños de un dios en celestial deriva?» para terminar con el último verso del segundo terceto: «Cuenca cierta y soñada, en cielo y río». Por esa Cuenca soñada y al lado del río Huécar nos extasiamos en silencio, con ese ruido del agua y las orillas vestidas de huertas. Fue un día espléndido para el atletismo a pesar de la dureza de la prueba. Al final nos leíamos en el rostro: hasta 2024.

Ensayo

Don Quijote de la Mancha o el triunfo de la ficción caballeresca

No sé si estamos ante una nueva lectura o ante un estudio inédito para ahondar más si cabe en el libro que embelleció al mundo de las letras. De cualquier forma, he aquí un libro imprescindible para recordar y proseguir con la ejemplar novela. No te debe importar el tiempo que tardes en su lectura; sus meandros e incluso sus arroyos literarios te animan a pesar de que, a veces, quedes en suspenso en lo que tu mente te descifra, aun siendo chocante, pero siempre saludable.

La portada es nítida en cuanto al colorido, a lo lúdico y espectáculo; estamos ante certámenes, justas caballerescas en lo que también lo literario se establece, bien como exaltación de los libros e incluso en hechos burlescos, fiestas cortesanas o «festejos dedicados a la beatificación o canonización de los santos» para que el mensaje sea más esclarecedor. Todo le permitió a Cervantes asir una sociedad que se tambaleaba, y que hoy nos sirve para nuestra formación. Las frases últimas de este ensayo atestiguan la valía después de tantos siglos: «…el Quijote se alzó como la representación máxima de la ficción novelesca, lo que equivalió finalmente a convertirse en el modelo por antonomasia de cualquier ficción y muy especialmente la literaria», pág. 270.

El libro consta de un Prefacio y trece capítulos. En las primeras líneas del Prefacio, la autora nos avanza: «…hemos tratado, en primer lugar, de leer de nuevo la obra cervantina a la luz de los torneos y las justas caballerescas y literarias, situándolos en el contexto histórico en el que surgieron», pág. 11. Dos reinos, el de Castilla y el de Aragón, y la ciudad que pisa primero el hidalgo: «Barcelona, centro neurálgico de comunicaciones entre el resto de España, Europa y el Mediterráneo». pág.13. Me ha alegrado leer que Cervantes supo libar en varios géneros «para producir su propia miel escrituraria a través de un ejercicio máximo de imitación compuesta», que casi siempre olvidamos. Pero bien es cierto, que a lo inventado sacó ese personaje que supo crear su panal. Aurora Egido trae a colación, en este sentido, las palabras de Polonio respecto a Hamlet: «Though this be madness, yet there is method in it», pág.16. En las dos partes hallamos la dicotomía hechos literarios e históricos contemplados desde el «espejo cóncavo de la locura de su héroe».

En el capítulo primero-«El juego del torneo y las justas de lucimiento»- se nos advierte de que Cervantes » no fue la causa directa de la desvalorización de los libros de caballería» por si quedaba alguna duda. La tríada torneo, justa y certamen están en el mismo campo semántico, aunque quizá con matices. Aurora Egido documenta de forma brillante cada uno por separado y en conjunto con ese trabajo arduo que observo en las páginas según voy leyendo y me obliga al descanso intelectual ante un libro singular. Una sociedad cargada de «resonancias militares», pero con la carga de la aristocracia y realeza en cada instante para enaltecer las riquezas que poseían y su jerarquización. Incluso en el siglo XV la iglesia los sancionó y entraron a formar parte de la sacralización, que luego se extendería con la denominación de torneos espirituales y posteriormente en lo que hemos dado en llamar literatura mística. Este espíritu caballeresco no solo fue nacional, abarcó al resto de Europa. Sin duda, este hecho sirvió para acoger Quijote ante un hecho revolucionario en las artes. El caballero andante se adentró en las conciencias de las personas que atisbaron cómo lo histórico, lo literario se aposentaban en lo viviente. Cervantes supo libar en la tradición para llegar a la cúspide de la relación materia-espiritualidad; ficción-realidad. Lo literario y la justa caballeresca se dieron la mano para amasar aun más la importancia del buen hacer para siglos venideros.

El capítulo segundo-«Las órdenes militares y el Quijote«. Cervantes supo recoger «las órdenes militares» por su importancia no solo de defensa; no podemos olvidar que la dualidad religión-militar las aunaba. («Los principios caballerescos de caridad, lealtad justicia y verdad, inherentes al caballero, conforman un ideal puesto al servicio de la fe católica y también la del señor terrenal», pág.36. Primordial en este capítulo es que la autora nos muestra la diferencia de las órdenes militares en la primera y de la segunda, pues «en esta sería capital la presencia de san Jorge», ya en el reino de Aragón y a los pies de Barcelona, abierta al mundo y al Mediterráneo. Cervantes, en este aspecto, se nos muestra como gran conocedor. Además supo diferenciar a los caballeros reales de las órdenes militares con los de las novelas de caballerías con esa impronta ficcional tan dado en la obra aunque lo veamos en clave humorística, sobre todo, en los personajes Quijote, Sancho y Dulcinea para elevarlos a una clase destellante. La ficción como común denominador en esa fabulación literaria.

Con buen criterio se alude a la diferencia entre el caballero cortesano «encerrado en sus dominios» y el caballero andante, «que discurre a lo libre por los caminos del mundo». Cervantes no iba, no se detenía con los sedentarios, con aquellos que tenían las ideas alicortas, encerradas en su yo; de ahí que recurra al idealismo, a la ensoñación, a la invención de esos caballeros andantes; sin duda, estos no son los que aparentan ser caballeros. He ahí la razón de su creación.

El capítulo tercero: Caballeros santos. Todo por san Jorge. Tal vez haya una cierta preferencia por todo lo que rodea este capítulo, lo cual no quiere decir que no sea certero, pero se advierte y al mismo tiempo resalta el conocimiento que tuvo Cervantes de los tratados militares. Quizá en una lectura apresurada de la obra de Cervantes se nos escapen algunos hechos como esos caballeros santos. La figura de san Jorge es la que más se yergue «puesto a caballo con una serpiente a los pies y la lanza atravesada por la boca…», Santiago como «patrón de las Españas a caballo, la espada ensangrentada…»; y sobre todo con esa expresión en boca de Sancho que ha quedado en boca de todos: «¡ Santiago y cierra España!». Martín como «de los aventureros cristianos». A estos tres santos hay que añadir a san Pablo con el apelativo de doctor, «catedrático y maestro que le enseñase el mismo Jesucristo», pág.60. La autora se detiene en magnificar a san Jorge al recoger su importancia o toda su leyenda de lo que se ha escrito o dicho: «sant universal», «megalomártir», su universalidad, unido a las Cruzadas, patrono del reino de Aragón; la Generalidad de Cataluña en 1461 convirtió el 23 de abril en fiesta nacional del reino de Aragón junto a la Virgen María, aunque ya lo había hecho antes la ciudad de Barcelona; patrón de Cataluña a instancias de la Generalitat, págs. 63-68. Tampoco podía faltar que aunque nombrada la ciudad de Zaragoza, no llegó visitarla y prosiguió a Barcelona, ciudad abierta al mar que exalta en todo momento. Pero bien matiza Aurora Egido al final del capítulo que Cervantes fue «buen conocedor de las justas que celebraba Zaragoza en honor de san Jorge, donde los caballeros de su cofradía habían alimentado secularmente los torneos en las entradas reales», pág.77.

Al calor de las imprentas de Zaragoza y Barcelona es el título del capítulo cuarto en el que se hace hincapié: «Zaragoza fue después de Sevilla, y junto a Toledo, la ciudad en la que se publicaron más libros de caballerías…». Las prensas se convirtieron en propagadoras de los diversos certámenes poéticos, amén de la difusión de los pliegos sueltos, claves para comprender los avatares de una sociedad convulsa por tantos hechos como se avecinaban. En concreto, Barcelona se convirtió «en centro mediático en el siglo XVII, sus imprentas fueron una muestra de la difusión de las muchas relaciones que corrían de mano en mano gracias a los pliegos sueltos», pág.86; por ejemplo, a las fiestas por san Raimundo de Peñafort. Se advierte de que los pliegos se escribían en catalán y castellano.

Cambio de destino, capítulo quinto. Por si el lector no se había percatado, de nuevo, se nos dice que » don Quijote decide ir al reino de Aragón y a la ciudad de Zaragoza para asistir a las solemnísimas justas por la fiesta de san Jorge», edición, 1615. Inmediatamente se nos aclara el motivo por el que pasó de largo: «la aparición del apócrifo le obligara a cambiar definitivamente ese destino».

Los grados de la caballería son evidentes, puesto que no todos los que se llaman así lo son. La evidencia del ser y parecer se deslinda. También la dualidad armas-letras dan pie para entender mejor; en este aspecto se diferencian las órdenes religiosas que no podían ser militares por su origen. Añadamos la nitidez entre los caballeros cortesanos y los caballeros andantes verdaderos, estos estaban sujetos «al sol y al frío»; los otros, encerrados en sus habitaciones paseaba con su imaginación «mirando un mapa».

En este capítulo, tiene importancia la «Cofradía de san Jorge»- aunque se repita-, la Corona de Aragón adoptó «al caballero y mártir san Jorge como su patrón». Sus caballeros se diferenciaban de otros.

Capítulo sexto. Orillas del mar. Entre caballeros, damas y muchachos. Está bien que se nos recuerde, de nuevo, la importancia de los pliegos sueltos en los que hallamos los eventos principales de la segunda mitad del siglo XVI y parte del siglo XVII, en las lenguas castellana y catalana. El hervidero social de aspectos, a veces, increíbles los hallamos en estos pliegos; era la mejor forma de llegar a la sociedad; los relatos informaban, capital en años convulsos, de ahí su proliferación.

No sorprende que se haga mención a «muchachos»: «le seguían los muchachos por las calles como si fuera loco, diciendo a voces. Al hombre armado, muchachos, al hombre armado». Las niñas, los niños tuvieron su importancia en los festejos tano religiosos-sobre todo procesiones- como profanos; quizá más aquellos. Un dato significativo en Barcelona es cuando Quijote sale al balcón para que se rían o mofen «a vista de las gentes y de los muchachos». Otro tanto ocurrió cuando salió a pasear por la calle con un letreo en su vestimenta. Presencia o no de Cervantes en Barcelona no quita para mantener que había leído o paseado por ella por lo certero que resulta de sus descripciones. Los historiadores del hecho literario se decantan por su estancia antes o después. Sus elogios («archivo de la cortesía, albergue de los extranjeros, hospìtal de los pobres, etc.) nos hacen pensar que sí. Su singularidad y abierta al mar la enaltecen. Y un dato que no puede pasar desapercibido: la aparición de muchas lenguas en contacto «con el catalán y el castellano».

En el capítulo siguiente se insistirá en la presencia continua de niños y niñas en los acto religiosos y en los festejos en la calle o en los templos. Se nos recuerda con motivo de la canonización de san Raimundo de Peñafort en varios momentos: en los festejos de 1601 » la presencia de niños vestidos de blanco y coronados de flores, la igual que la de las niñas». (…). «El número de niños en procesión va creciendo conforme la relación…». (…). «No faltaron tampoco los niños pobres» . Las diversas clases sociales se dieron cita para enaltecer a san Raimund0, pág. 135.

El capítulo séptimo está coronado con Gigantes y caballitos cotoneros. Un paso más en la investigación en la que se detallan las fiestas y los torneos; se extienden a «ciudades, villas y lugares». La caballería se aposentaba con otras miras. Las cofradías, las universidades, las órdenes religiosas tomaron los eventos no solo como algo lúdico, también como cultura, como sapiencia. Las justas literarias llevaron la iniciativa y se unificaron, aun más, lo caballeresco y lo religioso. Se nos aclara que Cervantes fue testigo de esos gigantes y cabezudos que pululaban en las fiestas de los pueblos, incluso en el Corpus Christi; sin duda, un poco chocante porque lo fundamental de esta fiesta religiosa todas las miras deben ir a la consagración de Cristo en forma-hostia-. La autora refrenda que los gigantes de Quijote, contrahechos o no, merecen también en la tradición festiva de las figuras que los habían representado secularmente en las procesiones del Corpus Christi y en otras muchas», pág.140. Torneos y gigantes se asociaron ya en el siglo XV, y proliferaron a partir del siglo XVII. También los caballitos cotoneros tuvieron su importancia en los diversos estratos de la sociedad. Pero la figura que destella en este capítulo es la de san Raimundo de Peñafort y unas páginas dedicadas a hechos del Quijote de Avellaneda.

Caballeros con espejos armados a la antigua. El Paso venturoso, Capítulo octavo. Empieza, de nuevo, con el recuerdo de las fiestas barcelonesas por san Raimundo de 1601. Un capítulo en que la base versará sobre el santo. Comienza con una convocatoria «que los conselleres y el consejo de la ciudad mandaron publicar en honor del santo» para honrar la canonización y fiesta del glorioso Santo. Entre otras cosas llamó la atención las lenguas en que se podía concurrir : «Allí de Palma y de Laurel corona / darán de gracia, las hermanas bellas / pues la Ciudad Ilustre Barcelona / ofresce premios para dar con ellas, / la patria lengua, Limosina abona / en que derrama Ausias sus querellas, / la general Latina y abundosa, y la elegante Castellana hermosa,(pág. 159). Es decir, cualesquiera de las lenguas catalana, latina y castellana podían servir para participar en el certamen cuyo tema tenía que estar bajo el paraguas de san Raimundo. Fueron muchos los festejos que se dedicaron al santo. Entre otros fue la participación de los obispos de Cataluña; también se extendió a los actos universitarios, como el Certamen de la Universidad. No podían ser menos los pobres del Hospital de la Misericordia en la que los niños fueron los protagonistas, «vestidos de peregrinos…, aparecieron en procesión junto a la mulaza, llevada por cuatro hombres que tiraban cohetes…».

Entre las tradiciones históricas y caballerescas destaca «la defensa y conquista del PASSO VENTUROSO» en el que se fundía lo religioso y lo guerrero; en este paso venturoso los caballeros dieron en la iglesia «una graciosa arremetida hasta al Altar del Santo»; después, pasaron a la «plaza del Borno» donde tuvo lugar la fiesta caballeresca. Bien es sabido que la canonización del santo se extendió tanto que Barcelona se convirtió en una peregrinación » para visitar las reliquias del santo». La defensa del lugar fue prioritaria. Estos hechos fueron conocidos por Cervantes. Las justas por san Raimundo arraigaron. Al final del capítulo es interesante el «Ave Fénix», que como sabemos se introdujo en los diversos géneros literarios. En este caso la transformación de los torneos en teatro y lo divino como eje vertebrador (…»la figura de don Ramón, con una llave de plata y las insignias de penitencia y oración. Tras lo cual este levantó la mano y echó la bendición, dándose fin a la fiesta», pág. 174.

Desafíos caballerescos y poéticos. La aparición del Pariandro. Con este nuevo capítulo la autora despeja las dudas que puedan caber en lo que ha escrito dando un paso más en su desarrollo, con un año clave como viene repitiendo: 1601. Ahora se refiere a la celebración de «El torneo del Desafío de los caballeros forasteros», y en el que se nos detalla «dichos forasteros»: don Miguel de Sanmanar y don Luis de Sayor. Se nos recuerda que el Caballero de los Espejos cervantino se relaciona «en el espejo que llevaba don Miguel de Sanmanar en su empresa con una letra que decía: ´Si me miro en ti engaño, / mas si me miro en don Raymundo, / veo mi ser y el del mundo´. De esta forma se prosigue en posteriores páginas de los encuentros, celebraciones que tuvieron lugar, como la fiesta de los mercaderes en la lonja, desfiles de juristas y abogados, misa de inquisidores familiares del Santo Oficio, la fiesta de san Justo, la devoción al sacramento de la eucaristía, cofradías de corredores de cuello, platicantes de notarios, sermón de los libreros de Barcelona, etc.

De nuevo se nos repite, por su importancia, el uso de la lengua catalana y castellana en los certámenes por san Raimundo («A juicio de Rebullosa, era más fácil seguir las leyes castellanas que la complicidad de las catalanas». No podían faltar los escritos en latín. Llamó la atención que en las justas universitarias hubo poemas en las tres lenguas descritas, algunos poemas escritos por mujeres, incluso algunas cantaban sus versos acompañadas de instrumentos. La figura del Periandro cubierto de máscara, que al quitársela resulta que fue don Pedro Chasqueri. Bien es cierto, como apunta la autora, el Periandro del Persiles de Cervantes fue muy distinto, que revestido «de peregrino cruzó mares y tierras hasta llegar a Roma, tierra de salvación», pág.192.

Cervantes y los dominicos. Las justas por san Jacinto y san Raimundo

Casi se da por hecho en este trabajo que Cervantes pudo haber tenido noticia de las fiestas programadas en Barcelona en favor de san Raimundo, así como las relacionadas por la Orden de Predicadores. Se afirma que Cervantes participó «en el certamen zaragozano por san Jacinto en 1595», que tuvo lugar en el convento de la Orden de Predicadores («Miguel de Cervantes llegó, / tan diestro, que confirmó, / en el certamen segundo / la opinión que le da el mundo / y el primer premio llevó»). Se dice que, tal vez, no asistió a esta justa poética.

El capítulo termina con una exaltación de la Orden de Predicadores y el sepulcro de san Raimundo que «quedaría sellado dentro del espacio conventual de los dominicos barceloneses», pág. 218.

Justas de armas y letras en el gran teatro caballeresco. Las primeras líneas nos previenen de otro acontecer como es «el paso de la justa caballeresca a la justa poética dedicada a san Ramón de Peñafort por la beatificación de santa Teresa». Este evento se celebró en la Rambla de Barcelona «frente al convento del Carmen». La justa caballeresca fue disminuyendo con el paso del tiempo. La traslación a lo literario y festivo de la justa caballeresca fue una constante, incluso del vocabulario; este paso fue significativo; en Quijote se observa también. La vida como literatura o esta como vida fue nítida. Un dato importante fue que la plaza de Born se convirtió en un espacio teatral; los vecinos, cuando había acontecimiento, alquilaban las ventanas y balcones por lo que la fuerza teatral se dejó sentir y fue foco de atracción; en años posteriores fue un lugar de encuentro de todo tipo de festividad, bien como divertimiento o hecho histórico. La autora nos recuerda el capítulo XVII de la segunda parte en el que don Quijote se muestra como si se conociera lo acontecido («Bien parece un gallardo caballero a los ojos de un rey, en la mitad de una gran plaza, dar una lanzada…»). Se refiere al hecho de cómo Felipe IV participó en dicha plaza con el infante y demás caballeros.

Del paso Honroso al Paso Venturoso. Los ancestros de Alonso Quijano. En este capítulo, la autora se centra en «el pasado de los torneos con el presente de la vida y hazañas de don Quijote de la Mancha», pág. 235. Es una constante la insistencia de que los festejos barceloneses por la canonización de san Raimundo, se inspiraron «no solo en el Paso Honroso sino en el anterior Paso de la Fuerte Ventura». Este con una raigambre religiosa nítida. Los ejemplos que se aportan: la crónica de Juan II como el del Paso Honroso «en el que había intervenido Gutierre Quijada; un caballero del que don Quijote dijo descender…» . De ahí el sobrenombre de Quijada en el capítulo primero. También en Los claros varones de Castilla, aparece la referencia del Paso Honroso; como también en la plaza de Born se rememoró el Paso Venturoso con motivo de san Raimundo; así como el Paso de la Fuerte Ventura en Valladolid. Los caballeros se hicieron casi dueños al imitar los episodios novelescos tan propios en aquel entonces. Todos los «Pasos» se alimentaron entre sí y con la tradición.

Por todo lo dicho en el penúltimo capítulo, Aurora Egido sostiene que Cervantes pudo tener noticias o leído la Relación que en 1601 Jaime Rebullosa había hecho de las justas y fiestas barcelonesas por el nuevo santo dominico»,

El último capítulo con el nombre de El triunfo de la ficción. Don Quijote en el espejo cóncavo de de la caballería es el eje del que partió la autora; como reza la portada «El triunfo de la ficción caballeresca; un nuevo camino para acercarnos a la obra magna de la literatura castellana, un espejo en el que podemos mirarnos. No en vano, el personaje principal quiso ver en la realidad «cuanto había leído y soñado, lográndolo en ocasiones». Consiguió ser personaje de la novela y este no puede morir. La muerte personal se deslinda del personaje. Pero añadamos que tuvo libertad para ofrecernos la ficción y la realidad a su antojo. Tal vez, por eso, lo veamos en esa sublime imitación como un estandarte literario viviente. El arte de la imitación no todos lo consiguen; hecho que los/as lectores son avizores; saben separar ese arte según las escenas descritas en los diversos géneros que hallamos en Quijote. Muchos ejemplos encontramos en la obra.

La aclaración de la autora de que «Barcelona, la única ciudad que visitó, sería para siempre el símbolo de cómo alcanzar el triunfo en la derrota gracias a la derrota, que perpetuaría su nombre durante siglos», es clave en todo el ensayo, así como el concepto de lo caballeresco para que tuviésemos una obra de tal magnitud, «piedra fundamental de la novela moderna». Las últimas líneas son esclarecedoras: «el Quijote se alzó como la representación máxima de la ficción caballeresca, lo que equivalió finalmente a convertirse en el modelo por antonomasia de cualquier ficción y muy especialmente la literatura». Como clave es que se nos diga: «…ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano». El adverbio «ya» se nos muestra como inherente a lo que se ha trazado en la novela. Vuelve a ser el que era: Alonso Quijano cuando la muerte le acecha. El personaje literario queda para la historia, como sabático eternal viviente.

Coda. La lectura de este ensayo me ha supuesto una cierta delectación por un leguaje bien hilvanado que no cansa ante palabras verdaderas; por el contrario, te anima a proseguir la lectura por tanto aprendizaje como se halla. Lo corrobora las 629 notas a pie de página. Es más, una vez leído el ensayo, se puede dar lectura a las notas para asombrarte más de lo difícil que ha podido ser el trabajo. Es un libro lleno de belleza-esta solo se transmite si se siente- en el que se recrea la vista, y quedas prendido por la fuerza estilística del mismo, sin olvidarnos que se trata de un trabajo de investigación después de tantas lecturas.

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Egido, A., Don Quijote de la Mancha o el triunfo de la ficción caballeresca. Madrid, Cátedra, 2023, 270 págs.


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Personales

A runner at «Run and Feel»

Por segunda vez participo en una de las carreras en Santa Eulària des Rius (Ibiza); ya estuve en la de Formentera y en la de Palma de Mallorca. Las tres son paradisíacas por el entorno en el que se desenvuelven; además en Santa Eulària sientes esa puesta de sol con el mar al lado. No puedes olvidarlas por su singularidad, al final por tu cabeza se desliza el pensamiento de que volverás.

A dos kilómetros de la meta en una tarde calurosa y a ratos con aires ibicencos.

Mucho público se agolpó tanto a la salida como en meta con aplausos sentidos y griteríos felices. Esta carrera es una de las mejores organizadas, se afianzan cada vez más para que quedes contento y vuelvas. Me cabe la satisfacción de nombrar dos hechos que me enternecieron; uno – sería aproximadamente sobre el kilómetro nueve- cuando una persona de voz cantarina, melodiosa, delicada – tal vez una niña- me dijo «¡ánimo Félix! En ese momento sentí un escalofrío y me acordé de esa niña que recibe al Mío Cid cuando arriba a Burgos mientras las puertas está cerradas «a cal y canto». Y el otro momento fue cuando el «speaker» en los últimos 100 metros gritó por los altavoces «¡ánimo Félix!». Son los únicos que recibí en toda la carrera. En este último la felicidad fue enorme ya que había mucho público que empezó a aplaudir con fervor.

Al día siguiente, domingo de Ramos, a primera hora, me fui a ver en qué consistía la expresión «misa ibicenca» que advertí en las informaciones que te dan en los hoteles; en realidad, salvo la lengua-que fue toda en catalán, con acentos propios de la isla- fue como todas; el templo se llenó; tampoco me sorprendió que fuera del templo-estaba en en la calle principal- se amontonaran tanto público en los laterales y en el centro, a la espera de la procesión de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén hace siglos para rememorarlo, poco antes de la última cena. Fue presidida por varios sacerdotes, y muy cerca el alcalde, concejales, guardia civil, cofrades-todos con prendas impecables; detrás y delante mucho público con ramas de olivos, de palmeras y laurel. Tampoco faltó la música. Una vez que dieron el permiso para comenzar nos enfilamos por las calles principales y pronto se empezó a subir por calles empedradas hacia «Puig de Missa» en donde tendría lugar la misa solemne. Esta iglesia está en una colina y fue uno de los cuatro templos fortaleza «que se erigieron en la isla como protección frente a los ataques de los corsarios turcos y norteafricanos». No hace falta decir la belleza que sientes y ves cuando desde esta altura contemplas el pueblo, el mar, los montículos y más con un sol de justicia en que la claridad lo preside todo.

La iglesia no es grande; parece ser que «tras la reconquista cristiana de la isla, en 1235, se edificó un templo en la colina». Como dato, aquí solo se celebran misas los domingos y fiestas de guardar; el resto de días, en la Capilla de la Virgen de Lourdes de donde partió la procesión.

Estos días, en la isla, me acordé de la novelista M. Roig; más en concreto de su novela La hora violeta. Es una obra que no puede quedar en el desván, y más si eres mujer; su lectura enriquece; en uno de sus pasajes, recuerdo la expresión «La hora violeta tanto a la hora del ocaso como la del alba». Ella hacía mención a la obra de T.S. Eliot The waste land, en concreto al verso «At the violet hour, the evening hour that strives Homeward» (esta idea está recogida en mi «blog», en salutación). El poeta resaltaba la hora violeta al atardecer-al ocaso-. Montserrat Roig mantenía que también se producía al alba. Con esta idea, observé esa hora al atardecer en donde se celebró la carrera. Pensé que era un momento ideal para contemplar la hora violeta al alba; con esta idea, salí del hotel a entrenar, a las siete de la mañana, el día 3 de abril, y la alegría fue enorme porque también como escribió la novelista se producía este hecho. Vi cómo una mujer con su cámara en ristre sacaba fotografías, y también el conductor de un camión de basuras, se bajó y empezó a fotografiar con su móvil. Yo no llevaba móvil, pero se me pasó por la cabeza bajar a la arena, a la orilla del mar donde estaba la mujer y pedirle si me podía mandar a mi correo electrónico las fotos; no me atreví. No sabía cómo me iba a responder, y en cuanto al conductor montó rápido en el camión y marchose y yo proseguí entrenando ya con vuelta a desayunar al hotel.

Poesía

La tierra baldía de T.S.Eliot

No sé si se ha tenido en cuenta la lectura en 2022 de La tierra baldía al cumplirse los cien años; al menos, se le ha recordado; la dificultad de esta poesía es una de las claves que debemos tener presente más allá de la transcendencia, ya de por sí ardua e ignota cuando nos detenemos en el alma que va más allá de lo que podamos pensar.

Aun así, la excelsa introducción puede servir para disipar alguna duda, por lo que es necesaria su lectura antes o después de adentrarse en la complejidad de La tierra baldía, en edición bilingüe. Uno de los datos que nos aporta Viorica Patea es la importancia de Dante en el pensamiento de Eliot («Dante era el ideal a través del cual medía el presente», pág.25). El poeta italiano supo asimilar la teología con la mitología; eran tiempos en que lo transcendente, lo espiritual, iban mucho más allá de lo terrícola. Tampoco se puede dejar en saco roto la formación del poeta en París, símbolo de vanguardias artísticas en aquel entonces. Filosofía, literatura, cristianismo se adornan para conseguir un vitalismo que haga surgir, unido a un pensamiento crítico, así como a puntales místicos que se agolpaban en su mente. Tampoco podemos desgajar el sufrimiento interior y las penurias que el poeta tuvo que pasar para poder sobrevivir un tiempo; sin duda su poesía recoge esa interiorización, ese ahondamiento que solo se puede traslucir con la palabra poética. El imperativo pronunciado por E. Pound «leedle» es necesario más que nunca (Asistió a los funerales en la abadía Westminster, 1965, y eso que tuvo que desplazarse de Venecia a edad muy avanzada). A la historia han pasado sus tres libros capitales que hay que releer, incluso en tiempos convulsos: La tierra baldía (1922), Miércoles de Ceniza (1930), Cuatro cuartetos (1943). Es el mejor homenaje que se le pueda tributar después de tanto tiempo.

El libro está estructurado con partes clarificadoras para poder entenderlo mejor. Estamos ante una introducción muy extensa (págs. 7-219), pero necesaria y brillante. Después, los poemas de La tierra baldía (págs. 241-293). En tercer lugar, las «Notas a La tierra baldía» (págs, 274-293). En cuarto lugar, las esclarecedoras «Notas a esta edición crítica» (págs. 295-335). En quinto lugar, un ampuloso «Apéndice» (págs. 337-409). Todo un hecho que nos puede da una mejor visión del libro.

El primer poema «El entierro de los muertos» denota ya, no solo cultura, también ahondamiento intelectual ante hechos que intenta descifrar. Tanto las notas que aparecen al final de poema como las que nos recuerda y amplía la editora nos conducen a hechos pasados en los que ha bebido el poeta (Ezequiel, Eclesiastés, Tristán e Isolda, Inferno, Baudelaire. La editora en una extensa nota con el título «El entierro de los muertos» nos da a conocer «el origen de las leyendas del grial con los antiguos ritos de fertilidad», así como las referencias «al motivo de la tierra baldía»).

El primer poema consta de 75 versos, y el 76 es un verso extraído de Las flores del mal, por si había alguna duda de la idea que quiere transmitirnos; ya el primero te retrotrae («Abril es el más cruel de los meses, hace brotar….), hasta el cuarto quedas como en suspenso en el que surgen atisbos de esperanza «con lluvia primaveral». Esta expresión como evocadora de un nuevo renacer de la naturaleza que ha permanecido casi dormida en la época invernal. Evidentemente, choca con al adjetivo «cruel». El final te destroza, otra vez, y te hace ser copartícipe del hastío, de la soledad, del mal existencial. No podía faltar, tampoco, el recuerdo de Dante («A veces suspiraban con presteza / cada uno con la vista fija a sus pies»,,,). Tal vez la simetría entre lo que observa en la actualidad y la época medieval. De todas formas, en todo el poema subyace la negrura y la luz; la muerte y la germinación; o la muerte como la resurrección. En definitiva, postrados ante la muerte-vida («muerte en vida y la vida en la muerte», pág. 108). Y la pregunta, ante la simiente (qué árbol, qué planta, qué trigo nacerá); o también la persona destinada a la tierra, a ese invierno,¿ resucitará, como lo hace la naturaleza o permanecerá en tierra baldía? Si lo pensamos, fuera de la fe, no está resuelto. Simplemente nos hace reflexionar y recurre a con el último verso a Baudelaire en Las flores del mal: «hipócrita lector, mi semejante, mi hermano».

El último y extenso poema con el título «Lo que dijo el trueno», los fragmentos desprenden dinamicidad, rapidez, a la búsqueda de lo que cuece, a través del tiempo, en lo intelectual del poeta. En las notas a La tierra baldía en la parte V se nos dice que aparecen tres temas: el peregrinaje a Emaús, la aproximación a la Capilla Peligrosa y el presente declive de la Europa del este. El primer fragmento nos evoca a la figura del Cristo que se nos ha transmitido como agónico, como final («Tras la antorcha roja en sudorosos rostros / tras el silencio escarchado en los jardines / tras la agonía en los pedregales…». A los cristianos nos recuerda al prendimiento de Cristo en donde oraba según el evangelio, a su sufrimiento, su conducción al palacio del sumo sacerdote, después ante Pilato que le debe juzgar, su muerte y resurrección. Pervive en este fragmento la vida como muerte y esta como vida.

El segundo fragmento es más extenso que el primero («No hay agua aquí, solo roca / roca pero no agua, y el camino de arena / que serpentea hacia las montañas / montañas de rocas sin agua….»). No hay vida, todo es sequedad, soledad, baldío, inerte, despojado de lo que da vida, de lo que nos hace seres vivos. Incluso se alude al «trueno estéril sin lluvia»; termina con el verso «Si hubiera agua«, con esa necesidad imperante del agua como vida; idea que va a proseguir en el tercer fragmento («Y no roca / si hubiera roca / y también agua / y agua / un manantial / una poza ente las rocas«). El poeta trae a colación el pájaro que probablemente le hizo feliz al evocarlo en medio de la naturaleza ( » Donde el zorzal ermitaño canta entre los pinos». El agua como más que necesaria. El último verso de este fragmento lo dice todo: «Pero no hay agua». Es la oscuridad total.

En el siguiente fragmento se quiere recordar lo que da movimiento y esperanza con un interrogativo: «Quién es el tercero que camina siempre a tu lado ?/ Cuando cuento, solo estamos tú y yo / pero cuando levanto la vista hacia el camino blanco / siempre hay otro caminando a tu lado«. Es la trascendencia que nos insta a huir a otra realidad. Pero, inmediatamente, otra vez el poeta se sumerge en el caos, en las revueltas, en una Europa a la deriva ( «Qué es lo que suena por el aire?)Y enseguida su educación cristiana («Murmulla de lamentación materna«) al recordar a Cristo:»….no lloréis por mí…».

Y así va desgranando con las evocaciones a la literatura, lugares, Salmos, evangelio, San Juan de la Cruz, Dante-Infierno, Purgatorio-, Venus, Kyd- Spanish Tragedy-, historia, etc, y el espíritu cristiano que anida en toda la obra. El final del poema y de la obra se nos muestra como descanso, sobre todo intelectual que nos deja perplejo ante tanta sabiduría y trascendencia a la que quizá estemos abocados ( «Me sentaré en la orilla / a pescar, a espaldas de la árida llanura / ¿ he de poner al menos mis tierras en orden ? (…) / estos fragmentos he reunido sobre mis ruinas / entonces yo os serviré, no se hable más. Jerónimo está loco, otra vez). Ahora sí, todo lo nombrado. todo lo agavillado ha servido para la esperanza de la trascendencia, el umbral para marcharnos con la idea de que no todo morirá. El último verso- Shanti shanti shanti- nos trae el sosiego definitivo, la paz añorada después de tanto sufrimiento-aunque solo sea intelectual-; la editora corrobora esa tranquilidad con Eliot-y traduce el término por «la paz que supera nuestro entendimiento», en alusión a las palabras de san Pablo a los primeros cristianos: » Y la paz de Dios, que sobrepuja a todo entendimiento, guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús». En sánscrito, shanti representa la finalidad de la verdad contemplativa, pág.335.

El Apéndice consta de 71 páginas. Conviene leerlo porque a veces pasan desapercibidos poemas, artículos, ideas que contribuyen desde otra atalaya a ver la importancia de la literatura en los siglos que nos han precedido por la cantidad de imágenes que aportan y por el estilo amasado con palabras cultas. Enriquecedor son las ideas que aporta T. S. Eliot del Ulises de James Joyce con el título «Ulises, el orden y el mito». Parte de que el libro «es la expresión más importante de nuestra era». La grandeza con que lo escribe debe crear lectores. La idea en las primeras líneas son suficientes: «… me ha proporcionado toda la sorpresa, el placer y el terror que podría necesitar, y ahí lo dejo», pág.339. Y añade, poco importa; no entra en el debate si el Ulises «debe ser concebido como novela; y si preferimos llamarlo épica, tampoco importa».

Completan este «Apéndice», G. Chaucer, Baudelaire, Shakespeare, Webster, Spenser, Marvell, Goldsmith, Froude. san Agustín, El sermón de Buda, En el camino de Emaús, Shackleton, Upanishad, Pervigilium Veneris, Gérard de Nerval, Thomas Kyd. Todo un compendio de sabiduría que es necesario leer con pausa, en inglés o castellano.

Eliot, T, S.,La tierra baldía. Madrid, Cátedra, 2022, 412 págs.


Cantando sobre el atril by Félix Rebollo Sánchez is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 España License