Literatura y Medios de Comunicación

Azorín y la crónica parlamentaria

Azorín y la crónica parlamentaria.

Félix Rebollo Sánchez

Esta modalidad aparece con la primera Constitución en 1812 en Cádiz, en la Iglesia de san Felipe Neri, en la que en una capilla lateral estaba reservada para los tipógrafos y periodistas. Benito Pérez Galdós nos recrea este episodio,  en procesión, desde la Isla de León (San Fernando), acompañan a los diputados desde la iglesia mayor hasta el teatro  que había sido habilitado para celebrar las sesiones de las Cortes:

 El sencillo desfile de un centenar de hombres vestidos de negro, jóvenes unos, otros viejos, algunos sacerdotes, seglares los más (…). El pueblo venía acompañando a los diputados, con gritos de ´Viva la Nación´. ´A las Cortes´. ´A las Cortes´ (…). Y un coro que se había colocado en cierto entarimado detrás de una esquina entonó el himno, muy laudable sin duda, pero muy lo como poesía y música, que decía: del tiempo borrascoso que España está sufriendo va el horizonte viendo alguna claridad. La aurora son Las Cortes que son sabios vocales remediarán los males dándanos libertad. Sigue leyendo «Azorín y la crónica parlamentaria»

Literatura y Medios de Comunicación

La labor periodística de Salvador Madariaga

La doble condición de Salvador de Madariaga, español-europeo, va a marcar las características esenciales de su vida periodística. En sus colaboraciones tanto en periódicos europeos como americanos dará a conocer una idea de España muy lejos de los prejuicios que se tenían.

La labor periodística de Salvador de Madariaga

Literatura y Medios de Comunicación

En la «Docta Casa»

Ayer se presentó mi libro  Literatura y Periodismo en el siglo XXI en la «Docta Casa» (para Galdós «Templo espiritual«) . El acto fue presidido por Miguel Pastrana, representante de la Junta de Gobierno del Ateneo de Madrid;  duró dos horas.

Sala de conferencias de la presentación  del libro

            Aparte de los agradecimientos, brevemente, desgrané algunas ideas; entre otras manifesté cómo la literatura me sirve de refugio, como huella, como meditación, como casa de misericordia, para sacar jugo de la existencia, para que las sombras se conviertan en primavera, única forma de ser feliz, de apostar por la vida. El jardín que día a día cultivamos debe tener como asidero la ensoñación, la utopía. He intentado que el arroyo literario pueda con todas las malezas que, a veces, quieren dificultar la limpidez del agua.

            La mayor parte de mi investigación está dedicada  a la dicotomía Literatura-Periodismo; he puesto todo el empeño para demostrar que en su nacimiento, el periodismo fue el mundo de la literatura. Primero, oral con los juglares que fueron los que pregonaron las noticias con su voz, memoria y donaire. Queramos o no, el embrión de la prensa literaria podemos cifrarla en los pliegos sueltos-cuadernillos de dos, tres o cuatro hojas- que servían para informar, aunque un siglo antes aparecieron “hojas volanderas”. En esta andadura Lemmard Davies ha escrito que la novela inglesa de los siglos XVI y XVII se asemejan a lo que consideramos los orígenes del periodismo. Sin olvidarnos de Andrés de Almansa cuando relata el viaje que hace Felipe IV por Andalucía; se puede considerar como prensa revestida de lo literario, aunque elija la forma epistolar. Quevedo sin saberlo estaba haciendo periodismo con un estilo conciso, improvisado. Era, como Umbral lo definió “periodismo de mano en mano”.

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Literatura y Periodismo 3

 En 1836, Mesonero Romanos publica el Semanario Pintoresco Español, revista literaria, popular y pintoresca. Su propósito no era otro que la generalización de la lectura y el conocimiento de los usos y las costumbres del pueblo. No nos extraña que haya sido bautizada por la crítica como la revista que más contribuyó al conocimiento de España. Mesonero supo como nadie combinar el artículo de costumbres y la novela de costumbres.

            Mas cuando el Periodismo adquiere razón de ser -hasta tal punto que muchos críticos lo ligan como algo inherente-, es en el siglo XIX. En este siglo la difusión de la literatura a través del libro fue minoritaria. Un ejemplo nítido lo tenemos en la poesía culta; la prensa se convierte en el principal canal de propagación. Castelar lo sentía como algo fuera de  lo común (“no puedo menos de sentir un rapto de orgullo por mi siglo y de compasión hacia los siglos que no han conocido este  portento de la inteligencia humana, la creación más extraordinaria de todas sus creaciones. Todavía comprendo sociedades sin máquina de vapor, sin telégrafo, sin las mil maravillas que la industria moderna ha sembrado en la vía triunfal del progreso, ornada de tantos monumentos inmortales; pero no comprendo una sociedad sin ese libro inmenso de la prensa diaria”).

            Al principio, la lectura de la Prensa fue fervorosa. Incluso los analfabetos sentían la información como algo necesaria. Por eso tuvo importancia la lectura periodística en grupo, sobre todo para satisfacer al iletrato. Espigando, encontramos en La Época de 30 de julio de 1888 el juicio que emitimos: “Llegan a la villa, al pueblo, a la aldea; uno de los dos o tres que saben leer reúne en derredor a los que no tienen más ideas que las que el otro les trasmite; se leen los artículos o sueltos en los que se reniegan de todo, desde el Evangelio hasta la última Encíclica; se pone en evidencia y ridículo el orden sacerdotal, clero superior e inferior; se presenta como un personaje grotesco al cura de aldea y se diviniza al individuo, etc.”

            En el siglo XIX nítidamente encontramos, en la primera mitad, una prensa de opinión, sobre todo enmarcada en el factor político-ideológico como bien ha escrito María Cruz Seoane. Los partidos buscan en los periódicos los órganos de expresión. Sin embargo, en la segunda mitad, los que más se venden son los periódicos que tratan de información. Por ejemplo La Correspondencia de España, Las Novedades o El Imparcial. A partir de este momento, adquieren gran importancia los anuncios, que son los que mantienen, en gran medida las  publicaciones. También aparecen las secciones amenas y los reportajes, que unidas a las noticias ocupan el “corpus” del periódico.

            Como consecuencia de la transformación de la Prensa hacia una dependencia del público y menos de los partidos políticos, trajo consigo un periodismo literario y la propalación del folletín-novela, que fue  el paradigma de la Prensa. Las novelas por entregas se convirtieron en el motor de la difusión y la interrelación entre Periodismo y Literatura. No en balde, la segunda mitad del siglo XIX ha sido denominada como la época de oro del folletín en la Prensa. La avidez de los lectores por las noticias sensacionalistas eran parejas a las del folletín. Y en este siglo cobran importancia las colaboraciones de los grandes escritores, ya que complementan la labor de creación con el periodismo. Además, sus obras se editan por entregas. Pensemos en Pérez Galdós ¾el más grande novelista que vieron los siglos después de Cervantes¾, al que muchos acuden y pocos lo citan; en un primer momento se dedicó al periodismo, y probablemente, según parte de la crítica, las dotes de observador provengan del periodismo. Sin lugar para la duda, no sólo fue el periodista destacado con sus crónicas en el siglo XIX para las publicaciones periódicas, sino también el gran cronista épico de una sociedad española desgarrada por tantas causas.

Pedro Antonio de Alarcón, director de El Látigo en su época de estudiante, conservó su vinculación con el periodismo en su obra novelesca, al menos en lo estilístico. Leopoldo Alas “Clarín”, uno de los mejores críticos. En los diarios y revistas dejó su impronta didáctica, orientadora en el campo de la literatura y del periodismo. Sus “paliques” eran seguidos en los periódicos por miles de lectores, no sólo por su forma sino también por el espíritu que emanaban. Y cómo no, la siempre distinta Emilia Pardo Bazán, con esa agudeza con que escribía para cualquier medio.  Una forma clara y distinta de periodismo fue la fundación de El Imparcial, y, sobre todo, el suplemento literario Los lunes de El Imparcial en el que colaboraron todos los grandes escritores del momento.

            Pero traer a colación el siglo XIX y el Periodismo es nombrar a Mariano José de Larra. La importancia de la Prensa en el siglo XIX es capital. En 1835, Larra escribía:

 En todos los países cultos y despreocupados, la literatura entera, con todos sus ramos y sus diferentes géneros, ha venido a clasificarse, a encerrarse modestamente en las columnas de tiempo en tiempo. La moda del día prescribe los libros cortos, si han de ser libros. Los hechos han desterrado las ideas. Los periódicos, los libros.

 Con estas ideas, Larra nos indica la importancia que adquiere la prensa durante el siglo XIX. La opinión pública quería participar en el hecho informativo. Esta eclosión periodística es debida a que el público se acostumbraba al artículo breve. El tiempo es fundamental para el lector. Esto da pie para que el escritor publique sus obras por capítulos en las páginas de los periódicos y de las revistas. Y como consecuencia surgen nuevos géneros literarios en consonancia con el periodismo, como el artículo de costumbre o la novela-folletín.

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Literatura y Periodismo 2

La relación entre Literatura y Periodismo  ha sido una constante, incluso cuando no existía como tal el término. Por no retrotraernos a la antigüedad, en la Edad Media, los juglares y los trovadores transportaban las noticias y la literatura, y aquéllas revestidas del germen literario. Los pliegos sueltos eran verdaderos textos literarios, históricos-literarios o periodísticos-literarios que fueron pregonados por truhanes y mendigos en las ferias y los mercados de Aragón, Castilla, Extremadura y Andalucía. Podíamos hablar, sin temor a equivocarnos de periodismo literario, o como lo ha definido la investigadora María Rosa de Malkiel “periodismo versificado”.

 Desde los orígenes de la prensa periódica, las páginas han estado abiertas «a todas las gentes de letras que podían escribir un artículo, un comentario, una crítica con toda la rapidez y cobrarlo con la misma celeridad (…). Pero hay algo más: el escritor, que conoce la vida por vocación y oficio, no puede quedarse al margen de un fenómeno comunicativo cuyo medio proporciona la posibilidad de influir en lo cotidiano, bien con la transmisión de noticias, bien con la transmisión de opiniones que pueden informar la actitud de sus lectores, de su comunidad y aún de su gobierno»[1].

Mas hablar de Periodismo y Literatura es adentrarnos en el siglo XVIII. El primer periódico diario apareció el 11 de marzo de 1702 en Inglaterra[2]. Su título: Daily Courant, dirigido por Elizabett Mallet, aunque a los ocho días pasaría la dirección a Samuel Buckly. De aquí parte esa irrupción periodística-literaria, que con el tiempo recibirá el apelativo de “edad dorada inglesa” del periodismo, cuya cabecera la componen Joseph Addison, Daniel Defoe, Richard Steele y Jonathan Swith. Daniel Defoe publicó en 1722 el reportaje ¾ novelado¾ “A journal of the Plague Year” en el que describía la epidemia de peste que asoló, en 1665, la capital de Londres. Es el origen sin duda del ensayo periodístico. Y también el sustrato para fomentar  la lectura de libros; a que el lector de periódicos disfrute con la obra literaria. Sin olvidar que en Inglaterra la mayor parte de los escritores pasaron por los periódicos, aunque muchos de los mismos sólo fueran colaboradores literarios.

 En España, en el siglo XVIII, la prensa se dividía en la de los “Diarios noticiosos y de avisos”, y otra prensa, que era vehículo de comunicación entre Ilustrados. Sempere y Guarinos afirmaba en 1787 que “los progresos de las ciencias y las artes, o a lo menos para la mayor y más rápida extensión de sus conocimientos, han contribuido mucho los papeles periódicos”. Por otra parte, la prensa se convirtió en este siglo en el principal vehículo de divulgación de las nuevas ideas dieciochescas. El periódico, a partir de este momento, va a cumplir una tarea informativa, y, al mismo tiempo, crítica, posiblemente incomparable a  la alcanzada por ningún otro género de publicaciones. La prensa  se refugiaba en el interés por los estudios científicos, por la literatura y por la filosofía establecidas, como muy bien ha estudiado el investigador Aguilar Piñal.

En la primera mitad del siglo XVIII, surgió una de las publicaciones periódicas más notables; me estoy refiriendo a Diario de los literatos de España, revista trimestral; el primer número apareció el 13 de abril de 1737. Su modalidad era la literaria-erudita, de ahí que le quepa ser el primero que propagó las nuevas ideas y gustos literarios; es más, sus artículos sirvieron de modelo a generaciones posteriores. Las preferencias casi siempre se inclinaban a obras científicas y filosóficas, y alguna vez de la amena literatura.

El periódico salió con el propósito de ser paradigma, vocero de nuevos caminos que nos llevaran hacia Europa. Cada uno de sus volúmenes encierran reseñas en las que se observa la cultura española del momento, léase teología, literatura, ciencia, medicina, ensayos, etc. En sus páginas hallamos las bases de lo que entendemos por aspectos intelectuales modernos  Sin duda, estas reseñas servían como bases de información, pero bien hecha, sin que quepa sólo el mercado del libro por el mercado.

 La crítica consistía en un análisis reflexivo de la obra. Este Diario es considerado como la veta literaria que se incorpora al Periodismo. Menéndez Pelayo lo calificó como “uno de los más grandes y posibles servicios a la cultura nacional”. También este signo caracterizador lo hallamos en el Mercurio Literario, en el que se pueden observar colecciones de piezas eruditas y curiosas, fragmentos de literatura para utilidad de los estudiosos, y en general los géneros de Ciencias y Artes.


[1] ACOSTA MONTORO, J., Periodismo y Literatura. Madrid, Guadarrama, 1973, pág. 51

[2]. Según Alberto Dallal en su libro Periodismo y Literatura, “se tienen noticias de que en la Alemania del siglo XVII ya se leían pequeños ´corantos´ y puede situarse en Brena la aparición del primer periódico. Para 1621, Londres atestiguaba la circulación de uno y, diez años más tarde, París hacía lo mismo. Según Edin Emery, ´un periódico de la corte que comenzó a publicarse en Estocolmo en 1645 sigue apareciendo y es el más antiguo del mundo, de publicación continua”, pág. 25. Cito por la segunda edición corregida y aumentada. México, ediciones Gernika, 1988