Ayer se presentó mi libro Literatura y Periodismo en el siglo XXI en la «Docta Casa» (para Galdós «Templo espiritual«) . El acto fue presidido por Miguel Pastrana, representante de la Junta de Gobierno del Ateneo de Madrid; duró dos horas.
Aparte de los agradecimientos, brevemente, desgrané algunas ideas; entre otras manifesté cómo la literatura me sirve de refugio, como huella, como meditación, como casa de misericordia, para sacar jugo de la existencia, para que las sombras se conviertan en primavera, única forma de ser feliz, de apostar por la vida. El jardín que día a día cultivamos debe tener como asidero la ensoñación, la utopía. He intentado que el arroyo literario pueda con todas las malezas que, a veces, quieren dificultar la limpidez del agua.
La mayor parte de mi investigación está dedicada a la dicotomía Literatura-Periodismo; he puesto todo el empeño para demostrar que en su nacimiento, el periodismo fue el mundo de la literatura. Primero, oral con los juglares que fueron los que pregonaron las noticias con su voz, memoria y donaire. Queramos o no, el embrión de la prensa literaria podemos cifrarla en los pliegos sueltos-cuadernillos de dos, tres o cuatro hojas- que servían para informar, aunque un siglo antes aparecieron “hojas volanderas”. En esta andadura Lemmard Davies ha escrito que la novela inglesa de los siglos XVI y XVII se asemejan a lo que consideramos los orígenes del periodismo. Sin olvidarnos de Andrés de Almansa cuando relata el viaje que hace Felipe IV por Andalucía; se puede considerar como prensa revestida de lo literario, aunque elija la forma epistolar. Quevedo sin saberlo estaba haciendo periodismo con un estilo conciso, improvisado. Era, como Umbral lo definió “periodismo de mano en mano”.
Es en el siglo XVIII cuando la dualidad Periodismo-Literatura se desarrolla. En este sentido recordemos el primer periódico diario aparecido en Inglaterra el 11 de marzo de 1702: Daily Courant dirigido por Elisabeth Mallet. De aquí parte esa irrupción periodística- literaria que recibirá el apelativo de “edad dorada inglesa del periodismo” en la que sobresalen Joseph Addison, Daniel Defoe, Richard Steele y Jonathan Swith. Es como el frontispicio, el faro que nos iluminará hasta hoy. Sin olvidarnos de cómo la prensa en este siglo sirvió como propaladora de los estudios científicos, literarios y filosóficos.
Pero es el siglo XIX cuando el periodismo se viste de hermosura, adquiere su razón de ser; es cuando sirve de propagación de la literatura; la difusión de esta a través del libro fue minoritaria. Tres nombres asombran en este siglo: Larra, Clarín, Galdós. Recordemos de Larra su famoso artículo “Ya soy redactor”. La obra periodística de Galdós es tan magna que no es posible mencionarla. La entronizada frase, ya mitificada en los anales periodísticos “ No me gusta que nadie me cuente lo que puedo ver con mis ojos y tocar con mis manos” es el sustrato de ese árbol gigantesco. Es la historia viva. Clarín dejó su impronta estilística en los diarios y revistas. Sus famosos “paliques” eran seguidos por miles de lectores. Sumemos a todo esto las novelas por entregas y las colecciones de cuentos.
La simbiosis periodismo-literatura prosiguió en el siglo XX. Los nombres de Pío Baroja denominado “el novelista periodístico”, las amplísimas colaboraciones de Miguel de Unamuno (“hagamos, pues, periodismo con toda el alma”), Azorín todo un referente, Eugenio d´Ors, Mariano de Cavia, Ortega y Gasset, Valle-inclán, Miguel Delibes, C.J. Cela, Muñoz Molina, J. Marsé, A. Gala, F. Umbral, Ruano, Torrente Balllester, Manuel Vicent, Vázquez Montalbán, Sánchez Ferlosio, J. Goytisolo, J. Marías, M. Rivas, García Montero, etc.
El siglo XXI ha comenzado bajo el imperio de las palabras (“nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual” ha escrito García Márquez) La necesidad en el siglo XXI de lo literario es un deber. El buen periodismo es siempre literatura.