El Otro Herrera Oria
En la contraportada del libro leemos: «He aquí un libro de filosofía política de la religión que estudia la tendencia intelectual dominante en la sociedad española…». Don Agapito Maestre, catedrático de Filosofía, se empeña en este ensayo en que Herrera Oria «sea aún actual». Con esta premisa se adentra en la sociedad española de hoy; antes de comenzar el desarrollo, se vale de dos citas; una del Nuevo Testamento (San Mateo, 23, 28-33): «Así también vosotros por fuera parecéis justos a los hombres, mas por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad»…; y la otra de Teresa de Jesús: ¿Para qué quieren que escriba? Escriban los letrados que han estudiado, que yo soy una tonta y no sabré lo que me digo….».

Doscientas cincuenta y siete páginas coronan su pensamiento, que divide en Introducción («Por qué escribo sobre Herrera Oria»), cinco capítulos ( «Por qué está mal visto un cristiano». «Herrera y sus coetáneos» «Herrera y dos cristianos». «Herrera, Laín y Ortega». «Fracasos cercanos»). Despedida.
En la Introducción se nos advierte de que estamos ante la primera parte («de una investigación más extensa sobre los avatares políticos e institucionales de Herrera en la España de la República y de Franco», pág. 19). Y en todo su desarrollo prima la idea herreriana de ser buenos ciudadanos en la que vida y obra deben constituir la base de un buen cristiano como enalteció el cardenal hasta su muerte en 1968. Para poder entender en todos sus términos el adjetivo «fracaso» que ya aparece en el título hay que leerse todo el ensayo y aun así siempre tendremos dudas porque el bien que debe subyacer en una persona cristiana debe florecer en todo momento y lugar, incluso entre las más grandes dificultades, y más cuando parte de la expresión que Herrera Oria fue «un hombre de acción dentro de la Iglesia católica», pág.18. Además, don Agapito, nos recuerda la divisa pro bono comuni » que figuró en el frontispicio editorial de su Escuela de Ciudadanía Cristiana». Bien es cierto que lo explica-lo de «fracaso»- con nitidez cuando saca a relucir la democracia cristiana en la política europea («Su fracaso en España dice mucho del fracaso de Herrera, pero, sobre todo, explica desde la Segunda República hasta nuestros días, uno de los fracasos más rotundos de la democracia», pág. 19).
Con la expresión «acción, no lamentos», el autor saca la daga para llamar la atención a los pasivos, a los que contemplan pero no actúan en la vida política actual : «o se participa en la política o se renuncia a ella» . Aquí el problema radica en la acción si renuncias; para el autor es nítida: «acción cristiana en el mundo»,pág.20. Fácil de entender, pero puede haber otros caminos que no estén en esa dualidad, y de hecho es así. El cristiano debe ser luz, más allá de esas conjeturas. Otra cosa es si es imposible comprender a Herrera «sin pasar por su concepción política del hombre cristiano», pág.22, como sostiene el Dr. Agapito. Es difícil, también, mantener que «la modernidad no podía entenderse sin el cristianismo». Sí parece consecuente situarlo «en los pliegues de la libertad cristiana, que es a un tiempo histórica y sobrenatural». Ahí sí se puede encuadrar la figura egregia de Herrera Oria. La introducción termina con un pensamiento de Ortega y Gasset que está en consonancia con lo que el autor del ensayo viene manteniendo.
El título con que encabeza el capítulo primero, me sorprende; ¿está seguro el autor que la expresión «Por qué está mal visto un cristiano? es orillado, o es que los que creemos o los que se aprovechan del adjetivo no lo son? He ahí el dilema. Muchos cristianos dan testimonio sin que lo digan, ni tampoco tienen miedo a ese señalamiento; es más, son luciérnagas en la noche oscura del sin sentido o de la maldad. Otra cosa es si el autor se refiere a los políticos por su falta de valentía a la hora de afrontar los problemas cotidianos con «esa desastrosa vagancia», pág. 35. Percibo que es lo que siente el autor, sobre todo al enfocar enseñanza-cristianismo con frases rotundas, algunas difíciles de comprender en el siglo XXI y que están lejos de la base de un cristiano. Con nitidez y fuerza estilística de nuevo repite que la vida y la obra de Herrera Oria (….) «ha sido un completo fracaso». No olvidemos que toda exageración es perniciosa, y si lo que se pretende es que el cristianismo se extienda, esas expresiones duras caerán en tierra pedregosa.
Con «Herrera y sus coetáneos» (Herrera y Azaña. Herrera y Luca de Tena. Herrera y Gil Robles), el autor se lanza vertiginosamente a ideas que pueden herir la sensibilidad de algunas personas-quizá historiadores-. que lo observan con otra amplitud de miras, no solo por expresiones «del tosco socialismo español y del catolicismo integrista monárquico», pág. 56. Sus palabras, como «sectario y dueño material de la Segunda República», «inteligencia arrogante de Azaña», «soberbia totalitaria», «arrogante, despreciativo, cínico», se repiten en las doce páginas hasta la saciedad; son demasiado atrevidas para poder entender unos años convulsos, y más sin que se aluda a su oratoria, a sus ensayos literarios o El jardín de los frailes por poner un ejemplo. Sin que tampoco se aluda a «paz, perdón, piedad».
Lo de Luca de Tena también raya lo insólito al describirlo como propagandista: «siempre, en todos los momentos y ocasiones de su fecunda vida», pág. 82. El buen hacer de Herrera, sin embargo, se percibe; dice a Luca de Tena que es una necesidad «de que acate el nuevo régimen», pág.83. En cuanto a Gil Robles y su relación con Herrera «constituye todo un apartado de la historiografía contemporánea». Dos personas frente a frente; uno, defendiendo a ultranza «el tradicionalismo monárquico»; el otro «el cristianismo» por encima de todo como base de una formación íntegra más allá de los avatares políticos. No podía faltar en el libro la exaltación y defensa de Ortega y Gasset con ahínco, arremetiendo contra todos los que le criticaron en un momento dado; don Agapito saca, de nuevo, el palo intelectual y los aparta de lo que no sea exaltación. Tampoco sale bien parado Bergamín al recordarle » una incapacidad resentida para circunstanciar la vida de un hombre en un acontecer histórico y político». Se refiere a un artículo de Bergamín en contra de Herrera, » por ser una mal cristiano y un peor ciudadano». Herrera por encima del bien y del mal, y los obstáculos son debidos a la falta de «vigor intelectual en los seguidores de Herrera». Más confusión, si cabe, es la relación Herrera- Zubiri. El ensayista lo plantea así: ¿»por qué fue menos que imposible un entendimiento entre Herrera y Zubiri, o mejor, entre la democracia cristiana de Herrera y el liberalismo de Zubiri?». Muchas conjeturas se podían plantear sin que al final distingamos la verdadera luz. Aun así, el Dr. Agapito, da un salto y recoge del camino a Laín Entralgo, humanista y el todopoderoso cultural de una época determinada, » un pozo sin fondo para saber quién es de verdad Herrera» pág. 143. Y remacha con la autocrítica de Laín, «para hacerse cargo de la incomprensión, al fin, el fracaso que el discurso y la acción de Herrera tuvieron entre los intelectuales». En esta situación no podía faltar el ensayo España como problema con esa tríada: «la tradicional, la revolucionaria y la sufrida» . Los nombres de Aranguren, Valverde, Ortega, Calvo Serer, Tovar, Ruiz Jiménez, Araquistáin pueblan unas páginas que hay que leer con sosiego porque se agolpan muchos rincones oscuros detrás de los nombrados. La dualidad Herrera/Ortega se presenta como distante. La síntesis de ambos pensamientos chocó, y a estas alturas del siglo XXI dudo que se puedan plasmar por el antagonismo que subyace.
Al final del ensayo no podía faltar, otra vez, el adjetivo fracaso; todo gira alrededor; además de «totalitario», quizá demasiadas veces, y todos con un sesgo que desdice de la impronta cristiana que al fin y al cabo es lo que intenta hacernos ver. Y termina con el fracaso periodístico de Herrera : «El día en que la Editorial Católica vendió el diario YA se rubricó el principal fracaso de Herrera Oria en la democracia española», pág. 245. Otra forma de periodismo porque ya no vendía: distintas y difíciles serían las causas. En su «Despedida» vuelve a recordarnos el adjetivo fracaso por si lo hubiéramos olvidado. Fuera de lugar o demasiado bélico que nos apabulla con expresiones como «que convierte las virtudes cristianas en algo indecente», o que «excluye al cristiano de la vida pública», de ahí que «Herrera Oria sea aún actual». Parece como si al autor quisiera mostrarnos su enfado por demasiadas cosas que observa. y finalmente recurre al dístico poético de Rilke que puede entenderse de diversas maneras:
¿Quién habla de victorias?
Sobreponerse es todo».
Paz y buena tarde. Después de estar en suspenso con la lectura es el mejor sosiego.
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