Este Niño y Dios, Antón, que en Belén tiembla y suspira, con unos ojuelos mira que penetra el corazón. Este Niño celestial tiene unos ojos tan bellos, que se va el alma tras ellos como a centro natural. Ya es cordero y no es león, y como dejó la ira, con unos ojuelos mira que penetra el corazón. Antiguamente miraba en nube, monte y en fuego y en ofendiéndole, luego del ofensor se vengaba; mas después que vino, Antón, donde como hombre suspira, con unos ojuelos mira que penetra el corazón. No se dejaba mirar envuelto en nubes y velos; ahora en pajas y hielos se deja ver y tocar. Y como ve a los que son la causa por que suspira, con unos ojuelos mira que penetra el corazón. | ||
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Lope de Vega navideño
Lope de Vega navideño.Félix Rebollo Sánchez
Otro canto merece esta gloria universal como desagravio por la superficial crónica que se publicó en el diario El País. El otro canto lo publiqué el día 25 de noviembre. A Lope de Vega no se le puede tratar de esa forma chabacana. Muchos escritores universales han aprendido a trazar poesía, dramas y prosa poética teniendo como referente al mito de las letras españolas; sí, así de claro, que se propague; que no ha habido otro de mayor capacidad creadora en el que se funden dos épocas: el Renacimiento y el Barroco. Ningún otro escritor estuvo más cerca del pueblo, fue su alma, su voz; lo que bebía se lo devolvió con creces en obra de arte. Hasta la Inquisición prohibió la parodia del Credo de los cristianos: «Creo en Lope de Vega, todopoderoso, poeta del cielo y de la tierra…». Con este panegírico quiero que no quede ni brizna de los renglones que aparacieron un viernes en el periódico nombrado, ni la cronista se atreva a escribir sobre Lope (¿habrá leído algo?, ¿sabrá que la llamada Generación del 27 cayó rendida a sus pies? Estas ideas no pueden quedar en tierra pedregosa, sino en la fértil, en la abonada para que alimente el espíritu.
Estos días navideños son propicios para recordar a los cristianos cómo Lope se adentra en la espiritualidad más emotiva para festejar la «buena nueva»-ha nacido el Redentor- en esos poemas que traspasaron fronteras: «Este Niño y Dios Antón / que en Belén tiembla y suspira / con unos ojuelos mira que penetra el corazón…» (Sus ojuelos). «No lloréis mis ojos, / niño Dios, callad, / que si llora el cielo, quién podrá cantar? (…). Pues andáis en las palmas / ángeles santos, que se duerme mi niño / tened los ramos» (Pastores de Belén). O estos otros que nos devuelven a la más honda espiritualidad; se adentra alegóricamente en su mundo interior: «Entro en mí mismo para verme, y dentro / hallo, ¡ay de mí!, con la razón postrada / una loca república alterada». Y cómo no recordar la entrega que siente cuando es llamado al sacerdocio:
¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras?
¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el ángel me decía:
«Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía»!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
«Mañana le abriremos», respondía,
para lo mismo responder mañana!
Y como estamos en días amorosos que quede esmaltado el terceto del espléndido soneto a la muerte de Marta de Nevares: «Permíteme callar solo un momento, / que ya no tienen lágrimas mis ojos, / ni conceptos de amor mi pensamiento».
«Que no se me rompa, no /con qué»
Así termina el poema de Gerardo Diego que el profesor nos hacía aprender, de memoria, para después declamarlo en clase, en bachillerato, cuando llegaba la Navidad. A buen seguro que sabrás que se refiere a «Letrilla de la Virgen María esperando la Navidad». Recuerdo que la primera estrofa «Cuando venga, ay, yo no sé /con qué le envolveré yo, /con qué», di muchas vueltas a cómo haría el «ay», ya que entonces contaba 13 años y era un chico, y claro, la protagonista es una mujer que espera un niño, que fuera divino para ese momento no tenía importancia; al final cerré los ojos e hice con que lo abrazaba con un sentimiento que apenas vocalicé el famoso «ay». En ese momento sentí el silencio en el salón de actos.
Otros compañeros de clase eligieron un poema, también navideño, de Lope de Vega. Creo que el título era «Pastores de Belén«. Sí recuerdo los dos primeros versos : «Este niño y Dios, Antón / que en Belén tiembla y suspira / con unos ojuelos mira que penetra el corazón». Y lo recuerdo porque tuve mis dudas si elegir uno u otro. Si en el primero encontraba dificultad en el famoso «ay«, en el segundo era aún más difícil «con unos ojuelos mira que penetra el corazón».
A pesar de que elegí la poesía del poeta santanderino, con el paso del tiempo me convertí en un fervoroso admirador del «monstruo de la naturaleza», como le llegó a definir Miguel de Cervantes. Aquellos versos que aprendí, «¿Qué tengo…, que a mi puerta cubierto de rocío / pasas las noches del invierno oscuras? «. Y sobre todo, …»lloró cuanto es amor; hasta el olvido / a amor volvió, porque llorar pudiera; y es la locura de mi amor tan fuerte, / que pienso que lloró también la muerte». Estos versos y otros me hicieron vibrar, amar la poesía, libar del mejor tú. Me convencí en esos años que mi obligación era extender la literatura, como una necesidad, como el pan que nos alimenta.
Pero la Navidad también me trae recuerdos para los que no tienen «Navidad», para los desheredados de ese amor, de esa solidaridad, de esa entrega; para los que sufren; para los que trabajan para que otros sean felices estos días. El artículo de Azorín publicado en el diario El País, el 24 de diciembre de 1896, titulado «La nochebuena del obrero» siempre ha sido un aldabonazo en mi interior. Este reverdecer me inunda el pensamiento cada Navidad. Transcribo algunas líneas: «En tanto que por allá fuera se celebraba con escándalos el Nacimiento de Cristo, él, junto a la máquina, oyendo su runrún cariñoso, pensaba en otro Cristo. Pensaba en un Cristo terrible y feroz; un Cristo que demoliese todas las viejas y bárbaras instituciones, que hiciese un montón de ruinas de todas leyes, de todos los dogmas, de todas la mentiras que impiden el libre desarrollo de la actividad humana...»
Que la lluvia de diciembre nos traiga sabor a humanidad. Tú eres el que eres/pero el otro también es.
Celebración incompleta
Faltan unos minutos para salir hacia el Madrid galdosiano para anticipar la expresión de anteayer «Ha llegado un ángel» que alguien, en alta voz, me comunicó cuando estaba en la cocina. Ya de vuelta, hemos quedado satisfechos por la comida y el trato recibido, pero el entusiasmo esperemos se confirme el día de Navidad, sinónimo de amor, de amistad, de entrega, de compromiso, de solidaridad, de luz, y tantas cosas que nos deseamos para estos días, pero que yo añado: «ojalá todos los días sea Navidad». Es el carácter connotativo de la expresión lo que yo deseo, pero extensivo a todas las personas que pueblan la tierra; si fuera así predominaría la bondad que en todo ser anida; pero parece que para que exista el bien debe también convivir con el mal. ¿Es la predestinación de la humanidad por no haber querido permanecer en el paraíso , porque queríamos más, o, simplemente, porque sólo el gozo dado es insuficiente y queremos también luchar con otras formas de vida en las que el mal sea la otra cara de la moneda?
Ese paraíso al que me refería ha sido cantado por muchos poetas, en estos momentos recuerdo a Rafael Alberti con ese dístico tan famoso :»No habían cumplido años ni la rosa ni el arcángel/todo anterior al balido y al llanto…..», a J. Milton con su Paradise Lost, y, tangencialmente, el verso de Pedro Salinas «¡Qué gran víspera el mundo!» del libro La voz a ti debida.
Mañana será otro día en el que intentaré motivar el carácter poético de Shakesperare en sus dramas, sobre todo en un fragmento de su obra más repetida, leída, soñada, hecha carne: Hamlet. Luego bucearé en el homenaje que hizo José Hierro a otro grande en la poesía y en el drama: Lope de Vega. Aunque sólo hubiera escrito el poeta madrileño/santanderino el poema «Lope. La Noche. Marta» de su libro Agenda es más que suficiente para figurar en una antología de la segunda mitad el siglo XX. El último verso nos tiene que hacer sentir la poesía: «Abre tus ojos verdes, Marta, que quiero oír el mar».
¿Motivaré a mis alumnos/as? ¿Caerá en tierra abonada uno de los axiomas que mantengo desde que me dedico a estos menesteres de que la vida es literatura y ésta vida? La literatura nos tiene que servir para nuestra formación, si no, no tendría sentido. ¿Y dónde la encuentro? En la lectura, en la lectura, en la lectura.