Personales

Desde mi ventana 5

En estos días convulsos, sin duda, la poesía nos libera, y más si nos interioriza y nos conduce a una arista esencial del género humano como es lo sentimental, que es quizá con la libertad soportes esenciales. A ellos acudimos en cualquier momento y más cuando nos preguntamos por lo primordial y hacemos valer el dístico del poeta culterano “Mirad no os engañe el tiempo, / la edad y la confianza”. Muchas veces añoramos, sobre todo, en la primavera la exaltación no solo amorosa sino también de la naturaleza como algo propio. Somos deudos.

«Nos queda la palabra«, esta expresión tan poética que aprendí en el bachillerato en el que el profesor se desvivía para hacernos ver la importancia de la poesía, hasta tal punto que éramos copartícipes leyendo en clase en alta voz, y otras veces animándonos a participar en concursos de declamación en el centro. Sus alumnos éramos parte activa en la clase; no se sentaba, no dictaba; leíamos, comentaba textos, debates contínuos, bien fuera del Poema de Mío Cid, de Berceo, de La Celestina, de la poesía de Garcilaso, del grande entre los grandes como denominaba a Lope de Vega, etc. El recuerdo es salvífico, a sus clases íbamos contentos, ya con lectura realizada o el texto comentado; y si alguien no lo había hecho, no importaba, para eso estaba él y los demás. Vivía las clases. Nos animamos unos a otros. «Venga, hoy a redactar», nos sorprendía; era un oasis de paz durante cuarenta y cinco minutos, y al día siguiente nos decía los errores, y se leían cuatro o cinco redacciones. Otro día al llegar a clase-siempe puntual- nos dijo: ayer leímos en clase sonetos del Renacimiento, vimos de qué constaba y cómo rimaban. «Bueno, pues manos a la obra: tenéis toda la clase para escribir y pulir un soneto«. Al día siguiente, ya los había corregido y se comentaban. «De qué sirve que sepáis de memoria, de qué consta y la rima? Vamos a ver qué somos capaces de hacer«. Y así fue pasando el curso…

No es cuestión de comparar ni «que cualquier tiempo pasado…», no, es que sentía su profesión, la clase la hacía viviente, y nosotros seguíamos su ejemplo. Son días propicios para recordar y ser generosos con aquellas personas que lo dieron todo para que fuéramos felices y agrandáramos el conocimiento.

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Poesía

«Que no se me rompa, no /con qué»

Así termina el poema de Gerardo Diego que el profesor nos hacía aprender, de memoria, para después declamarlo en clase, en bachillerato, cuando llegaba la Navidad. A buen seguro que sabrás que se refiere a «Letrilla de la Virgen María esperando la Navidad». Recuerdo que la primera estrofa «Cuando venga, ay, yo no sé /con qué le envolveré yo, /con qué», di muchas vueltas a cómo haría el «ay», ya que entonces contaba 13 años y era un chico, y claro, la protagonista es una mujer que espera un niño, que fuera divino para ese momento no tenía importancia; al final cerré los ojos e hice con que lo abrazaba con un sentimiento que apenas vocalicé el famoso «ay». En ese momento sentí el silencio en el salón de actos.

Otros compañeros de clase eligieron un poema, también navideño, de Lope de Vega. Creo que el título era «Pastores de Belén«. Sí recuerdo los dos primeros versos : «Este niño y Dios, Antón / que en Belén tiembla y suspira / con unos ojuelos mira que penetra el corazón». Y lo recuerdo porque tuve mis dudas si elegir uno u otro. Si en el primero encontraba dificultad en el famoso «ay«, en el segundo era aún más difícil «con unos ojuelos mira que penetra el corazón».

A pesar de que elegí la poesía del poeta santanderino, con el paso del tiempo me convertí en un fervoroso admirador del «monstruo de la naturaleza», como le llegó a definir Miguel de Cervantes. Aquellos versos que aprendí, «¿Qué tengo…,  que a mi puerta cubierto de rocío / pasas las noches del invierno oscuras? «. Y sobre todo, …»lloró cuanto es amor; hasta el olvido / a amor volvió, porque llorar pudiera; y es la locura de mi amor tan fuerte, / que pienso que lloró también la muerte». Estos versos y otros me hicieron vibrar, amar la poesía, libar del mejor tú. Me convencí en esos años que mi obligación era extender la literatura, como una necesidad, como el pan que nos alimenta.

Pero la Navidad también me trae recuerdos para los que no tienen «Navidad», para los desheredados de ese amor, de esa solidaridad, de esa entrega; para los que sufren; para los que trabajan para que otros sean felices estos días. El artículo de Azorín publicado en el diario El País, el 24 de diciembre de 1896, titulado «La nochebuena del obrero» siempre ha sido un aldabonazo en mi interior. Este reverdecer me inunda el pensamiento cada Navidad. Transcribo algunas líneas: «En tanto que por allá fuera se celebraba con escándalos el Nacimiento de Cristo, él, junto a la máquina, oyendo su runrún cariñoso, pensaba en otro Cristo. Pensaba en un Cristo terrible y feroz; un Cristo que demoliese todas las viejas y bárbaras instituciones, que hiciese un montón de ruinas de todas leyes, de todos los dogmas, de todas la mentiras que impiden el libre desarrollo de la actividad humana..

Que la lluvia de diciembre nos traiga sabor a humanidad. Tú eres el que eres/pero el otro también es.