Poesía

García Montero en los cursos de verano de la Universidad Complutense

Con retraso-parece que es una norma en los cursos veraniegos-, en este caso no por el confereciante, de nuevo, la presentadora del poeta y profesor leyó unas líneas que traía escritas-duró un minuto- para adelantarnos que el encabezado de «Francisco Brines y la Generación de los 50» sería pregunta-respuesta; aspecto que sorprendió a García Montero porque había preparado una conferancia que traía en unos folios; después de un titubeo, el poeta quiso agradecer a Carlos Marzal la invitación, pero que en la forma no se habían entendido.

Ante una sala llena-escuchar a García Montero es una celebración, una enciclopedia poética viviente- trazó la tríada de esta generación que le había conmovido: Ángel González, Gil de Biedma y Francisco Brines. Cuando comienza su quehacer poético se vio envuelto, por una parte, con una poesía culturalista, y por otra, con una poesía social panfletaria. En esa encrucijada se decantó por una conciencia personal, de compromiso con la realidad sin consignas. La presentadora quiso ir más allá e incluso enhebrar la «Generación del 98», «Generación del 27», pero inmediatamente salió del atolladero manifestando que él no es un «sabelotodo», que se había preparado una conferencia; y se adentró en desbrozar la poesía como conciencia ética al traer a colación los pensamientos de Carlos Bousoño y Olivio Jiménez, y suturarlo con la dualidad la poesía como conocimiento y como comunicación; la toma de conciencia del individuo, bien sea el hacedor o lector es una de las peanas primordiales de la poesía. Evidentemente, habrá matices estéticos de cada poeta y el carácter personal

El poeta de Completamente viernes, Habitaciones separadas,La intimidad de la serpiente, Vista cansada, Un invierno propio, Ropa de calle,  entre otras, quedó un regusto poético en el aire como obra de arte. Marcó los senderos de la poesía, en los que debemos pararnos para leer. Cuando somos lectores nos hacemos creadores, admitimos lo bueno de los demás. La indagación y el conocimiento como baluartes de lo personal. Es, en definitiva, la capacidad de encontrarnos, de concebir la poesía como creación de efectos.

Si tuviéramos que buscar un adjetivo para el rato en el que se dibujó la conferencia, sería el de ¡admirable! Añadamos, también, el de ¡esplendente! por las sabias palabras con que terminó el acto en boca de Francisno Brines, en el que quedamos prendidos de la forma poética con que dilucidó aspectos de su poesía y por qué es agnóstico. Los aplausos corroboraron con sinceridad el agradecimiento tanto a García Montero como a Francisco Brines. Son las 11.35 del 23 de julio; el acto comenzó a las 10.30 horas.

Poesía

Un intruso en «Francisco Brines: la poesía y la vida»en el Infantes de san Lorenzo de El Escorial

Mañana esplendente, hoy 22 de julio, en un entorno paradisíaco. Se forman colas para recoger las credenciales y carpertas de los diversos cursos que se impartirán en esta última semana de lo que se ha denominado «Cursos de verano de la Universidad Complutense».

Con un «Buenos días» y sonrisa que se agradece abrió el curso el poeta Carlos Marzal. Siete minutos duró la inauguración, más que nada informativa, aunque enfatizó la expresión, referida a Brines, como «un clásico en vida» sin que causase rubor ni en él ni en los escuchadores. El tono en que lo dijo no sé si fue para enfatizarlo, llamar la atención o, tal vez, porque lo crea. Posiblemente sea lo último porque fue más lejos al señalarlo como «clásico superviviente». Dejó constancia de su pertenencia a la «Generación de los 50» y el rótulo de su poesía como «intensificar el amor al mundo», así como lo ya manifestado por tantos poetas que la poesía es vida.

Después de un descanso, la presentadora nos lee ( en esto hemos avanzado poco) durante dos minutos lo más significativo del conferenciante Guillermo Carnero, que con retraso disertó sobre La última costa (1995). Sorpendió sus inicios con una cita evangélica del apóstol san Mateo: » Los úiltimos serán los primeros». Fue una reflexión sobre el libro referido como símbolo y tradición clásica en el que el agua como fuente de vida, pero también como final, como muerte, está presente, y en medio la figura materna; el elemento que unirá la vida y la muerte.

La constatación de que el tiempo humano es limitado revolotea por toda la poesía de Francisco Brines, no en valde hace tiempo se le ha identificado como «un poeta del tiempo». El profesor y poeta Guillermo Carnero insistió en la no planificación del poema, aunque planificación e inspiración se pueden dar y conseguir una magnífica poesía como  Aire nuestro  de Jorge Guillén. Aún, así, se adentró en la simbología de «Barcaza», «Barco», «Barca, y otras varadas»; en todas se hallan personajes que van hacia la niebla. En la primera anidan «personajes torvos», en la segunda «enlutados y tristes», en la tercera, «esclavos mudos»; en esta última va el poeta. ¿Es una visión del poeta de que ha llegado al final? ¿Pero, por qué tres clases de navíos, cuando se nos ha transmitido desde la antigüedad una sola, la barca de Caronte? He ahí el enigma. ¿Nos quiere desorientar el poeta? Según G. Carnero en el barco «de luces mortecinas, / en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,/ un gentío enlutado», irían los creyentes-cristianos; en la barcaza se excluyen al definirlos como hostiles («torvos»), y en la barca donde sube el poeta, («como esclavos, mudos, / empujamos aquellas aguas negras«) aunque vayan tristes, manifiestan un cierto fervor. Es el agnosticismo del poeta-con preguntas sin respuestas- que se opone al cristianismo de lo maternal, de ahí que al final no se juntarán («mi madre me miraba desde el barco / en el viaje aquel de todos a la niebla»).

En realidad,estas ideas, más o menos, han sido vertidas ya en Antonio Machado o en la Odisea.  Lo mítico sigue en pie.

Personales

Conferencia extraordinaria en el «Infantes» de San Lorenzo de El Escorial

La nimiedad del éxito, la persistencia de la mirada

En un salón lleno, en el que predominaban las mujeres de mediana edad, desde la tarima un hombre nos presenta a Lorenzo Silva. En esto de las presentaciones, no tengo suerte. ¿Cómo es posible que todavía para presentar a alguien se tengan que leer uno o dos folios? ¿Para cuándo la oralidad? ¿Es que no se puede preparar? A mí me enseñaron que solo se lee cuando se presenta a un académico; por cierto, que así lo hice cuando me tocó presentar al inolvidable J. L. Sampedro.

Con esta anomalía, comenzó Lorenzo Silva a introducirnos las ideas maestras por las que iba a discurrir su disertación; con una dicción rayando la perfección fue desgranando a tres escritores que tiene en un altar: R. Charles, Proust, Kafka. Llama la atención, y así lo escribo: percibo que se ha preparado la conferencia. Bajó a la arena de las estadísticas de la industria cinematográfica-apuntó que el 90% de los actores están en paro-, alguna referencia a la actualidad política; sacó a relucir el I.V. A. del teatro, la industria editorial, con el sonsonete contínuo que no quería «dar juicios de valor» sino constatar unos hechos; sin embargo, queda un pensamiento que se va decantando. Varapalos de aquí para allá, al resaltar que no se traducen obras capitales extranjeras porque no es rentable. Ejemplos, ejemplos, hasta la saciedad para llegar a criticar a los que piratean, a los que descargan sin rubor.

«¿Realidad dramática?», se pregunta el conferenciante. No sé hasta qué punto. Si el objetivo es crear, hacer algo a corto o largo plazo, es un trabajo que es suyo y debe ser remunerado. Se pregunta, de nuevo: ¿»Es el momento de acoplarnos a esta nueva vida?». Manifiesta que es escritor y que se le puede leer por dos euros.

Pasa a la segunda parte de la conferencia-duró cinco minutos-: la apuesta por construir una mirada. Esta dirigida a la obra, a la búsqueda de algo distinto. Quiere que el creador sea retribuido; vuelve a más ejemplos, a los creadores «a la moda», que rechaza. Hay que crear un espacio propio, ser original, estas deben ser las líneas, el sustrato. Resalta que la lectura siempre ha sido minoritaria. Y termina con el libro CH. Novales A sangre y fuego, que le deslumbró, que leyó hace tiempo, pero que tiene la última edición, que es la mirada de un hombre sobre una realidad.

Como coda. Me ha sorprendido la conferencia; pensé que iría por otros derroteros;  que hubiera ahondado en la mirada, como factor capital en la literatura; por ejemplo, la frase con que nos desayunábamos esta mañana en la contraportada del diario El País: -«Siempre tenés esos maravillosos ojos zarcos». O tantas miradas con que la literatura ha sido capaz de deslumbrarnos. No fue así, pero permanecí hasta el final. Compredí que era la mirada del  hacedor hasta  escribir; el trabajo, las horas entregadas, la voluntad. La mirada también es observar la realidad. En el turno de preguntas-respuestas hizo una referencia, cómo no, al más grande después de Cervantes: Pérez Galdós. Resaltó la capacidad de escuchar que tuvo el escritor canario-madrileño-santanderino, que también supo plasmar en el papel, bien fuera en la novela, en el teatro o en los escritos periodísticos.

Novela

Rayuela, ¿un clásico?

A fuerza de ser sincero, cuando me acerqué a su lectura-tengo la edición de 1984- lo hice ya cuando la vía de la inteligencia suscita algo más que unos apuntes de clase; es decir, ya había pasado los cinco años-vallas de la Licenciatura, la pendiente de los dos cursos de doctorado,  y estaba inmerso en mi primera Tesis, Las novelas de la primera época de Galdós, publicada en la editorial Tantín como Novela y Sociedad en Galdós. Me percaté de que la novela era algo más que un ejecicio literario por lo que la terminé, pero con ese prurito de no haberla comprendido del todo. Ahora, cincuennta años depués de su primera publicación y veintinueve de mi primera lectura, me acerco con otro mirar desde una almena distinta.

Para adentrarse en la novela hay que arroparse de creatividad, ser un lector activo, de lo contrario, tal vez, sintamos la idea de abandonarla. Me llamó la atención en sus primeras líneas,  «…que la gente que da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo dentrífico» (pág. 120, de Cátedra). El inconformismo como actitud estaba ahí. La búsqueda existencial como necesaria para huir del ropaje convecional de la sociedad. Lo de novela total como leímos de estudiantes es una expresión manualesca que de poco nos sirve. Con el tiempo transcurrido oí muchos apelativos que hoy no se sostienen, probablemente porque, a veces, sin leer una obra lanzamos las campanas a voltear. Claro que contribuyó a una liberación del género lterario, pero no político; al menos, el texto en sí; a no ser que lo entendamos como varapalo al convencialismo y exaltemos la libertad de vivir.

Humorismo, inteligenica, preguntas, saberes, comportamientos, inconformismo, rebeldía, libertad, sexo, amor, inseguridad, lucidez, y así un dédalo hasta ese agurjero negro sugerido por el autor. Ya en las primera páginas me descolocó la frase «Ese idiota que quería ver para creer» (pág.144). El adjetivo idiota supone una carga de negatividad que me chocó, y, en realidad, se podía haber evitado.

Otra aspecto que no entendí fue  por qué se quería indagar quién era «la Maga». ¿Y qué más da? Es una pregunta inane que  nos debilita; es lo mismo que cuando alguien te pregunta, ¿de qué va? Es  lo que denomino el lector pasivo. Así es cuando no llegamos a nada, y menos, en este caso, a denominarla como clásica porque un puñado de críticos la hayan reverenciado; lo clásico, no viene por ahí, sino, como ya escribió William Somerset, «porque muchos lectores, generación tras generación, hallan placer y provecho espiritual en su lectura». Dejemos, por tanto, que los/as lectores cumplan con el deber de elevarla a los altares literarios, o dejarla sin más en el umbral.

Personales

A esas trece rosas, siempre en la memoria

que entendieron lo que es la libertad; esta que ahora disfrutamos algunos seres humanos gracias al sacrifico de otros; entre ellos estas niñas que prefirieron morir antes que perder la dignidad. Nos tiene que dar vergüenza cuando preferimos callar, cuando la injusticia puebla nuestro entorno, cuando aceptamos la caridad (el cristianismo propala: Ubi caritas est amor,Deus ibi est) y no la justicia que nos hace humanos. No podemos contribuir al silencio atormentado. Exijamos, no roguemos. El ser humano no puede permanecer genuflexo, sino altivo ante lo que suponga destrozo existencial.