A fuerza de ser sincero, cuando me acerqué a su lectura-tengo la edición de 1984- lo hice ya cuando la vía de la inteligencia suscita algo más que unos apuntes de clase; es decir, ya había pasado los cinco años-vallas de la Licenciatura, la pendiente de los dos cursos de doctorado, y estaba inmerso en mi primera Tesis, Las novelas de la primera época de Galdós, publicada en la editorial Tantín como Novela y Sociedad en Galdós. Me percaté de que la novela era algo más que un ejecicio literario por lo que la terminé, pero con ese prurito de no haberla comprendido del todo. Ahora, cincuennta años depués de su primera publicación y veintinueve de mi primera lectura, me acerco con otro mirar desde una almena distinta.
Para adentrarse en la novela hay que arroparse de creatividad, ser un lector activo, de lo contrario, tal vez, sintamos la idea de abandonarla. Me llamó la atención en sus primeras líneas, «…que la gente que da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo dentrífico» (pág. 120, de Cátedra). El inconformismo como actitud estaba ahí. La búsqueda existencial como necesaria para huir del ropaje convecional de la sociedad. Lo de novela total como leímos de estudiantes es una expresión manualesca que de poco nos sirve. Con el tiempo transcurrido oí muchos apelativos que hoy no se sostienen, probablemente porque, a veces, sin leer una obra lanzamos las campanas a voltear. Claro que contribuyó a una liberación del género lterario, pero no político; al menos, el texto en sí; a no ser que lo entendamos como varapalo al convencialismo y exaltemos la libertad de vivir.
Humorismo, inteligenica, preguntas, saberes, comportamientos, inconformismo, rebeldía, libertad, sexo, amor, inseguridad, lucidez, y así un dédalo hasta ese agurjero negro sugerido por el autor. Ya en las primera páginas me descolocó la frase «Ese idiota que quería ver para creer» (pág.144). El adjetivo idiota supone una carga de negatividad que me chocó, y, en realidad, se podía haber evitado.
Otra aspecto que no entendí fue por qué se quería indagar quién era «la Maga». ¿Y qué más da? Es una pregunta inane que nos debilita; es lo mismo que cuando alguien te pregunta, ¿de qué va? Es lo que denomino el lector pasivo. Así es cuando no llegamos a nada, y menos, en este caso, a denominarla como clásica porque un puñado de críticos la hayan reverenciado; lo clásico, no viene por ahí, sino, como ya escribió William Somerset, «porque muchos lectores, generación tras generación, hallan placer y provecho espiritual en su lectura». Dejemos, por tanto, que los/as lectores cumplan con el deber de elevarla a los altares literarios, o dejarla sin más en el umbral.
Nunca he podido con ella.
Lo he intentado tres veces, que es el tiempo que le doy a un libro para estar conmigo o poder ser leído, yo, que he leído varias veces La montaña mágica y Doktor Faustus de Thomas Mann. Lleva en mi biblioteca como quince años, si no más. Recientemente la he reorganizado y he pensado que debería salir de ella para que algún lector, que no soy yo, la disfrute.
Yo nunca he hallado «placer y provecho espiritual en su lectura».
Y los cuentos de Cortázar, aunque hace tiempo que no vuelvo sobre ellos, me gustan mucho.