Los primeros años del siglo XX se ven todavía oreados de las tendencias que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XIX, sobre todo del realismo y naturalismo, aunque al lado brota y crece otra literatura. Esta literatura copó inmediatamente los primeros lugares, y los movimientos vanguardistas se fueron sucediendo. La nueva literatura rompía unos moldes y preconizaba otros; pero, al mismo tiempo, buscaba unas formas de expresión ante la realidad. Las vanguardias europeas
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La novela y el cuento hispanoamericano en la segunda mitad del siglo XX
La novela hispanoamericana en la segunda mitad del siglo XX ha sido considerada como un hecho luminoso en el arte narrativo. La crítica distingue tres momentos: el realismo tradicional, el realismo mágico y el experimentalismo. Dejando aparte el primero, la novela que se produce en la segunda mitad está revestida de lo mágico y de lo que se ha denominado novela experimental. Con ambos términos se llega a lo existencial y a la innovación formal. La mejor narrativa se ha asociado al “realismo mágico” como superación del denominado realismo. Se comenzó en los años cincuenta, como resultado de enlazar ideología y estética para reproducir una realidad en la que se aúnan historia, mito y naturaleza. El término llegó a llamarse “real maravilloso” que abarca las dualidades tradición-modernidad y culturalismo-vanguadia, en la que caben regionalismo, indigenismo. Todo como una ventana abierta al orbe.
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Los estudios literarios «ayer-hoy»
La dicotomía lengua-literatura se complementan y dan como resultante una mayor amplitud de conceptos de la obra literaria. Además, todo texto literario nace de la capacidad que tenga el escritor para la utilización del código lingüístico; el artífice, por consiguiente, de la simbiosis literatura-lengua debe tener sumo cuidado con las expresiones porque éstas quedarán, con el paso del tiempo, impresas; de ahí que la literatura conserve usos que el habla había olvidado. No pueden concebirse los textos literarios como meros reductos del pasado y crear un vacío que nos inunde. Nuestra meta, necesariamente, tiene que ir a la reconquista del lenguaje; éste tiene que ensamblar para poder identificarnos. Se puede, en fin, plantear con rigor ese código de señales que nos eleve el pensamiento para construir nuevos andamiajes ante perspectivas de posibles análisis.
La lucha constante por la expresión es el origen del arte literario; la palabra como irradiación de nuestros pensamientos bien hilvanados; la palabra, en fin, como canto, como elemento de unión entre lo material y espiritual, como simbiosis entre cielo y tierra. Miguel de Unamuno enalteció la palabra en la estrofa: “¡Ara gigante, tierra castellana, / a ese tu aire soltaré mis cantos, / si te son dignos bajará al mundo / desde lo alto!”