Personales

Al M. Maratón de Sevilla

Día 26 de mayo. Desde la ventana del vagón observo cómo los rayos mañaneros del sol penetran en la acristalada estación de Atocha, a la espera de que el A.V.E. parta para Sevilla. El hojear de una señora de una revista con fuerza interrumpe el silencio que se respira, y cómo no , también, un cuarentón con gafas oscuras-«rayban»- de los años setenta que le  dan un aire de insastisfecho, no deja de hablar y  hablar con el móvil  en la oreja que encrespa con tanto monosílabo como deslizan sus labios; sin embargo, en frente del señor, el rótulo del compartimento nos advierte de que bajemos el volumen de los móviles y usemos las plataformas para hablar por teléfono. A mi mente llega la tan cacareada Educación para la ciudadanía. Su obligatoriedad es una necesidad, pero no solo en los institutos, sino también en los colegios y universidades. Partimos y ya se oye la voz monótona de la locutora que en esta ocasión parece que tiene una piedra en la boca por su tonillo de rastrojo. ¿Tan difílcil es encontrar una voz agradable, o es que todo vale?Llegamos a Ciudad Real; el sol ya nos había abandonado y los nubarrones se ciernen como premonitores de lluvia. El sonsonete del varón que relata lo que lee en un periódico deportivo ya termina; ¡qué alivio!, y eso que se sentaba más atrás.

Una vez desayunado y leído El País, me enfrasco en los versos de san Juan de la Cruz; de vez en cuando levanto la vista para contemplar el campo sembrado y bien cuidado de los aledaños de Ciudad Real. Cuando nos acercamos a Puertollano, de nuevo, suena la voz dejada, cansina de la locutora con los bubarrones al fondo. En Despañaperros, la neblina densa ocupa todo, y solo se oye en estos momentos el traqueteo y algún suplido del tren, mientras releo el dístico tan afamado «Apártalos, Amado, / que voy de vuelo» del poeta, y me paro ante los más famosos («la noche sosegada / en par de los levantes del Aurora, / la música callada / la soledad sonora, / la cena que recrea y enamora»).

Niebla, niebla y más niebla, y de pronto, otra vez, con la voz rota, dejada, se nos informa de que estamos arribando a «Córdoba Central». Los versos de García Lorca me revolotean por la memoria: «Córdoba lejana y sola» que aprendí en el bachillerato en el que declamábamos la poesía en clase. No quiero ni pensar si hoy a un alumno/a le invitas a que aprenda de memoria versos y después declame. Espero que este recuerdo no nos lleve a dilucidar que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque no es así;  me refiero a un hecho concreto, como es el trabajo, el esfuerzo, el estudio; el ir contento al colegio, instituto y universidad. Personalmente me encuentro contento, feliz impartiendo docencia; la alegría inunda mi ser cuando me dirijo todos los días a este quehacer.

Al abandonar Córdoba, mi recuerdo, sin duda, es para el poeta Pablo García Baena, que la describe como si fuera un poema andante. Y probablemente sea chocante que haya dicho y escrito que Córdoba por «más que digan es más romana que árabe». Sus pensamientos han atravesado no solo la geografía española sino allende los mares como un altar poético desde el que se otea lo más sagrado de la poesía. Un grande de la poesía es Pablo.

Sevilla nos recibe esplendorosa, con el sol a sus pies y jubilosa; sin embargo, el bullicio de otras veces no lo percibo; tal vez porque es sábado o quién sabe. Los lugares más emblemáticos hieren su regusto antiguo, pero abiertos. En el hotel no observo ese ir y venir que siempre he hallado cuando participo en carreras populares. Esperemos que mañana el estadio Olímpico sea un hormigueo de corredores/as.

La carrera no fue como la esperaba; son muchos los motivos. No he encontrado tanta frialdad en el recorrido; prácticamente, solos por la carretera, por las alamedas, paseos, bordeando el río Guadalquivir. Ni la organización ni el recorrido invitan a que vuelva; juntamente con la carrera de Ávila ha sido la peor organizada. En una ciudad con un pasado bullente hubiera merecido otro recorrido por lo más histórico para que las gentes se enteraran del acontecimiento y así hacerla internacional. Evocando a Mío Cid las puertas estaban cerradas a cal y canto. El domigo por la mañana-en el recorrido de 11 a 13,30- parecía una ciudad muerta, sin vida. La expresión «silencio, silencio, se rueda» fue lo que me sorprendió. Tuve la oportunidad de comentar estas apreciaciones en el hotel con otros atletas; 2.500 personas no merecíamos ese silencio atronador, como si no ocurriera nada; hojeé la prensa; no éramos noticia, ni el sábado ni el domingo. ¡Qué oportunidad perdida de correr por el casco histórico!. Para mí, adiós Sevilla, me refiero a las carreras que se celebren.

Con puntaulidad se desliza el tren camino del «rompeolas de todas las Españas»; atrás, la siempre limpia, histórica y recordada Sevilla, y, hoy con una estación de tren que sirve de espejo, que admira el viajero. Leída ya la prensa, me enfrasco, de nuevo, en san Juan de la Cruz-el memorable Juan Yepes, «el medio metro» en expresión de santa Teresa- con largos pensamientos como dicta la poesía y más en tiempo de tribulación, aun sabiendo de que es un privilegio leer poesía cuando la necesidad, globalmente, llama a la puerta sin que se sepa cuándo terminará. La Fortuna, tanto material como espiritual, va por barrios y es el «Κ∂ιrós» griego lo que debemos coger para que no se escape. Es la fuerza de un mundo que basa todo en lo material como sinónimo de triunfo. Es el camino pedregoso, del que la condición humana debería abominar, pero que anhelamos.

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