Hay autores, sobre todo si son poetas, que tienen un pedestal para que volvamos a leerlos, y uno de ellos es Pedro Salinas, que supo aunar libertad y sentimientos, vida-literatura, ficción-realidad. Precisamente este ensayo nos advierte de la importancia, otra vez, del poeta del amor.

Lo que pretende la profesora y más que entusiasta de Pedro Salinas en este ensayo es reverdecer su vida, «acercarse a la interioridad del hombre para entender mejor su producción literaria» (pág. 17). Precisamente, la ensayista se basa en que si bien los estudios de Pedro Salinas han versado sobre la obra múltiple del escritor, no se ha ahondado lo suficiente «en el hombre con encontrados registros, escindido, en lucha, víctima de su falta de seguridad y de un profundo sentimiento de culpa» (pág. 13). Es como un acercamiento «al hombre desconocido, acallado». Al terminar el largo planteamiento, 461 págs., quedas exhausto , cierras el libro, miras a la lejanía y te dices: ha merecido el tiempo dedicado a su lectura, y te viene a la mente era necesario el ensayo, Pedro Salinas está dentro, vivo ; defendamos su obra y si puedes propálala con ese mensaje nítido: que vida y literatura son lo mismo y recojamos la sabia pregunta: » ¿a quién sino a ti voy a decir mis verdades?», ese es Pedro Salinas.
Estructuralmente, el libro consta de diez apartados. Sinceramente me han sorprendido los dos primeros en los que se rememora su niñez y adolescencia ( «Salinas entre lo anecdótico y lo profundo». «Más allá de una vida conocida»). La dualidad que percibía, a pesar de que estaba seguro de su realidad física, de sus apellidos, de sus años, etc. «Pero y la otra, la íntima, la profunda realidad ? ¿Soy yo el que soy?» (pág, 101), se pregunta.
Más conocido, sin duda, es el apartado tercero: «Un hombre entre dos amores». La expresión que siempre nos aflora: «Se fijó en mí en aquella primera clase y eso fue todo; un flechazo». Así nos lo ha recordado Katherine cuando asistió a un curso que impartía Pedro Salinas sobre «La Generación del 98». Corría el verano de 1932; Katherine vino a España para estudiar el tema de su tesis doctoral. Salinas, también, lo recordaría: «No puedo creer que nuestro primer encuentro, que nuestro primer cruce de miradas fue en un aula de la Residencia, una tarde de agosto» (pág. 123). Lo demás, lo que ocurrió ya lo sabemos. Lo primordial es que nos ha dejado sus impresionantes La voz a ti debida, Razón de amor, Largo lamento más allá de lo que algunos críticos han dicho. Me quedo con la opinión de la protagonista aunque, quizá, se la exalte en demasía («Sonreí cuando leí sus reseñas, pero, creo que tenían razón en parte» (pág. 31). Lo que debemos hacer es leer la obra- los tres libros de lírica que ella inspiró-; el resto son aspectos íntimos, son luchas, son celos y tantas cosas más que acarrearon dolor, sufrimiento, pero el amor conlleva, a veces, sinsabores. En el ensayo están recogidos. La mitificación ha quedado para la historia; en realidad, tampoco sabemos cómo sería exactamente porque tal vez la idealizara, algo normal cuando el amor aparece ( «Mi corazón tú lo conoces: eres tú. Tú eres lo que me está pasando siempre»). Sabemos que la ruptura no la entendió el poeta («Otra mujer, en tu lugar, se habría considerado muy afortunada»; la respuesta es nítida : «yo no soy más que lo que soy», pág. 138). Quizá estemos ante más ficción que realidad, eso no quiere decir que no se añorasen siempre. El amor es así.
Otro aspecto capital en el poeta era la necesidad de un interlocutor, la necesidad de diálogo para no sentir el vacío, bien apoyado por la ensayista a lo largo de cuarenta páginas; podemos incluso pensar que fue sobrecogedor; seguramente el aislamiento le ahogaba, de ahí la necesidad de comunicación aunque fuera con el género epistolar (Ese es mi método curativo el ejercicio epistolar, en sus dos direcciones, de ida y vuelta», pág,164.). Es el diálogo entre el tú y el yo («yo soy tu Pedro Salinas», «el que tú suscitaste») que el poeta supo descifrar con limpidez para mostrar qué sentía, verdadero motivo existencial, en este caso quizá obsesivo como se deja desprender en el ensayo. El apartado «Una isla de amor hecha palabras»-el quinto- es un torbellino de querencias arrebatadoras epistolares, lleno de recuerdos, lugares que hablan de amor; el mundo creado de dos personas. «la isla» enhebrada de pétalos rojos que se acarician, que van más allá del color o el perfume para adentrarse en el interior, en los faros del alma.
La mención al exilio, la añoranza de sentirse español, el querer ser, el haber perdido todo, el recuerdo de las costumbres, las calles que recorrió, su entusiasmo por Galdós (¡»Hay que ver lo que sabía aquel hombre»!) exclama al leer Fortunata y Jacinta, Los episodios nacionales, la fuerza de la lengua castellana como motor a pesar de la lejanía, su cosmolitismo, conforman el capítulo dedicado a «¿Quietismo o acción?» No podía faltar en el ensayo la defensa del idioma como escribe la editora «Maestro del idioma», que sin duda fue un dechado, recordemos El defensor en el que hallamos la fuerza del castellano en «Defensa del lenguaje», toda una delicia su lectura en la que tantos hemos bebido para aclimatar el pensamiento, no solo lingüístico.
Su humanismo docente, su vocación poética, lo biográfico trasmutado en poesía, narrativa y dramaturgia, la poesía inédita, los proyectos narrativos y teatrales inacabados conforman otra forma de entender a quien lo fue todo en el arte ser diferente impregnado de sabiduría, acercamiento y sentimiento. Supo elevar la literatura a nuestras vivencias. El acertado título «una vida de novela» nos lo revela. Es «la vida literaturizada».
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