La remembranza del pensamiento tantas veces repetido de Juan Marsé de que «la literatura es un ajuste de cuentas», y de que podamos ver, ya, su novela esperada, en las librerías, Caligrafía de los sueños, me ha recordado otra, que, quizá, no se la haya valorado en su justa medida; me refiero a El amante bilingüe.
La novela de Juan Marsé se remonta al año 1975, en la que el novelista nos narra una historia envolvente que nos conduce a la nostalgia de ser otro. Más allá de una historia de amor, subyacen las dicotomías lengua española / lengua catalana; emigración (charnegos) / burguesía catalana; ser y no ser; casamiento / separación; dictadura / democracia, y, cómo no, la ebullición del “Proceso de Burgos”. Son años convulsos, pero apasionantes para la sociedad española.
Juan Marsé se alinea con lo que se ha considerado como un escritor de denuncia y compromiso, que ha llegado a mostrarnos una visión de la vida desalentada, en el que su principal objetivo ha sido el de contar el pasado, recrear la memoria, de manera emocional, para mostrarla entre la realidad y los deseos en un espacio que conoce bien: el barrio en el que creció.
Al final, nos damos cuenta de que no es posible el maridaje entre los desheredados de la fortuna y los hacendados; la cuestión es nítida: la vida no es como la esperábamos, por mucho que intentemos dulcificarla con la palabra; al menos es lo que se desprende del relato, y no sólo de éste en la obra de Juan Marsé. Es la conciencia del fracaso, que no aceptamos; por eso, nos vemos abocados a vestirnos de otra forma para ver si, así, conseguimos lo que anhelamos. En este caso, el fracaso matrimonial de Juan Marés, catalán, pero, de origen humilde, con Norma que proviene de la alta burguesía. Para conquistarla, de nuevo, se transforma en otro personaje que sabe que a su mujer le encanta; se convierte en un “charnego” que toca el acordeón en la calle. Los numerosos componentes con que el novelista adorna la historia la hace creíble en el contexto en la que la escribió, donde mezcla esos primeros años de lo que se ha denominado «transición española».
Lo ficcional se convierte en realidad viviente; la intertextualidad con que Marsé nos envuelve en lo narrado, es como si fuéramos partícipes, como si la dualidad social fuera un hecho que pervive en la ciudad tantas veces descrita: Barcelona. La ironía con que adoba la historia nos empuja a ser protagonistas de los hechos, ya que “en la buena literatura las cosas aparecen sin ser citadas”, como, constantemente, manifesta el escritor.
Las apariencias, el engaño de la realidad, se convierten en la columna de la narración. El héroe, en otro tiempo, mitificado por las circunstancias y el tiempo, se desvanece, pero queda en la memoria, aunque sea como espejismo, probablemente por la carga testimonial que encierra en un medio hostil; en este caso, la desilusión, la resignación, el dolor, sin atisbo de esperanza por mucho que intente sembrarla. Pero, lo primordial de la novela es que mientras la leemos nos parece real, más allá de la inventiva, de ahí que nos quedemos con los dos personajes fundamentales y sus ideas: Norma y Juan Marés; incluso con sus otros “yoes”. Nos encanta la libertad de pensamiento y sus comportamientos; por eso, pensamos que no se puede considerar como fracaso su separación. Los dos, probablemente, estén hechos a partir de muchos retazos soñados o reales, pero eso poco importa.