Aunque solo hubiera escrito Luis Goytisolo la tetralogía, ahora compendiada en un solo tomo por la editorial Cátedra, es más que suficiente para que recibiera el Premio Nobel de literatura; allá por los finales de los años ochenta su nombre fue venteado para que se le otorgara, una vez terminado el último tomo Teoría del conocimiento (1981).

Se hayan leído o no las novelas, conviene antes leerse el epílogo de Gonzalo Sobejano, crítico literario donde los haya; su nombre ha quedado para la historia literaria como un referente sin que haya brizna que se oponga, claro, si antes se han leído las numerosísimas críticas. En esta publicación se sumerge con el título que sirve de epílogo «Antagonía, gran teatro del mundo», pág. 1383. Ya en las primeras líneas deja claro su pensamiento: «la construcción de un edificio novelesco articulado en cuatro unidades autónomas aunque interrelacionadas», que se desgranan en la «historia», la «escritura», la «lectura» y «el pensamiento» por orden de publicación (1972, 1976, 1978 y 1981). O también «en la composición de las partes los elementos de la naturaleza (tierra, agua, fuego, aire)». Acorde con el título se atreve a pensar que «un teatro del mundo es la tetralogía». Una vez terminada la lectura es tu decisión si estás de acuerdo con esa idea.
También conviene leer el Prólogo para que sepas los pormenores, la acogida, las diversas ediciones, la intemporalidad, historicidad de su recepción, su belleza expresiva, lo alegórico, entorno generacional, la singularidad narrativa, variantes y ecos de un sistema policéntrico, trama del conocimiento. En las primeras páginas se nos hace un recorrido por el itinerario de la crítica y su buena acogida desde el principio. No podían faltar la de críticos tan deslumbrantes como Rafael Conte en la revista Ínsula, en el número de julio-agosto de 1985: «el mejor de nuestros narradores». De Gonzalo Sobejano: «Luis Goytisolo se sitúa en el linaje de los alegóricos, desde Dante, Calderón y Gracián hasta James Joyce». Darío Villanueva : » Mil cien páginas de literatura en estado puro». Luis María Anson: «estamos ante un novelista de excepción que deja para la posteridad una de las creaciones literarias del siglo XX». Luis Suñén: «un novelista tan dominador como inteligente, de un escritor excepcional, de un escritor, en gran medida, único».
Más allá de la polifonía, ante las diversas voces, subyace una realidad histórico-social que nos apabulla y nos insta al conocimiento; esta actitud crítica prevalece en todo momento, inserta en un testimonio en el que la belleza expresiva nos conduce a la reflexión con su singular creación literaria, de ahí que al autor no se le pueda encajar con denominaciones con una generación concreta. Nos podemos preguntar si la tetralogía puede separarse; es decir, si podemos comenzar por la cuarta y después ir a la primera. Personalmente, creo que sí, si lo que se pretende es imbuirte en unos aconteceres que se pueden separar, porque no podemos olvidar que estamos ante un bisturí ante la sociedad catalana en años distintos. En esta relectura, comencé con el último Teoría del conocimiento porque lo recordaba como más nítido, más esclarecedor porque lo que realmente me venía a la mente era una la prosa más lúcida como acto creador. El protagonista se hace escritor; es decir, lo que había deseado. No lejos de lo que pensó el autor: «sus líneas maestras cristalizaron en cuestión de pocas horas algún día de mayo de 1960». También podemos acercarnos a la novela como un todo cuando damos por finalizados las cuatro partes.
El peregrinaje que hizo el autor es como una invitación a que tú también lo hagas, en este caso con delectación; no es posible de otra manera, como también realiza Gonzalo Sobejano en su magistral epílogo. En sus palabras estamos ante «la biografía de un hombre, narrada en tercera persona, que en las últimas páginas se entrega a sus primeras experiencias literarias»…., se podría decir que Recuento es la biografía de un hombre (…). Los verdes nos ofrece la vida cotidiana de ese hombre que ya escribe, mezclada a sus notas, a sus recuerdos, a sus sueños, a sus textos. El Aquiles es el libro que tal vez desoriente más al principio (…), el relator ya no es Raúl, ni en tercera persona ni en primera sino una antigua amante (…). El Aquiles es una obra dedicada a Raúl; es como la tierra vista desde la luna (…). Teoría del conocimiento es la obra de Raúl», págs. 32-33. Con estas premisas es más fácil entender el entramado.
La primera, Recuento, es la más extensa-quizá demasiado-; en 1960 » empezó a gestarse», en mayo, en una prisión en donde estaba el autor; muchos años contemplan esta tetralogía; tal vez, el autor, no quiere desprenderse de todo lo que vio, pensó o imaginó («Cuando salieron a la calle todavía sonaba algún cañonazo lejano, algún disparo perdido. Habían abierto las ventanas de par en par…»); la evocación de la «guerra civil» es nítida. El novelista comienza en esos años tan luctuosos y llenos de muerte, entre otros, la de su madre, para proseguir en esta la primera parte con una radiografía en dónde estamos y las ideas que marcarán en la sociedad. Un dato que no puede pasar desapercibido es la referencia al himno de la Falange Española «Cara al sol» con ese verso que se hizo popular «Volverán banderas victoriosas». El entorno es esclarecedor. La dualidad azul-rojo distinguía el pensamiento de las personas. En las primeras líneas de la segunda parte ya se nos advierte del lugar en el que nos vamos a desenvolver: «Durante todo el mes se rezaba el rosario en la capilla». Y claro, el recuerdo del mes de mayo dedicado a la Virgen: «Con flores a María...». Como estamos en Cataluña el término «roses d`abril» es muy significativo al hacer referencia a la Virgen de Montserrat. También aparece ya el nombre, el personaje capital, Raúl. Es la trayectoria de Raúl Ferrer, con más nitidez su biografía («mientras Raúl, sentado frente por frente, miraba las colinas plateadas, las viñas, los cerezos, cargados de roja fruta, doblegados, reventones»). Estamos ante una prosa torrencial llena de descripciones, voces, lugares sin fin, plazas, iglesias, colegio; es la Barcelona en estado puro con los sitios más emblemáticos y sus gentes («las Ramblas-era no solo un cambio de calle, sino también, y sobre todo, de estado de ánimo»-,Diagonal-Paseo de Gracia, monumento a Colón, Barrio Gótico, masías, servicio militar, plaza de Cataluña, Gaudí, religión, prostitución, luchas estudiantiles, consejo de guerra, cárcel-«ciertos hábitos que adquirí en la cárcel-contar los pasos, los peldaños peldaños«-, de la universidad a la calle, huelgas, republicanos, comunistas, anarquistas, detenciones, los llamados charnegos, la burguesía catalana, sitio carismático como la Barceloneta, Barrio Chino, milicias universitarias, el Tibidabo, noticias familiares de Vallfosca, Vilasacra-atemporal en su acondicionamiento a la función de residencia campestre-, Santa Cecilia-una fantasía muy fin de siglo-, el patrullar de los grises, Montserrat-arpadas cimas, corona de rocas, pétreo cetro alzándose con énfasis místico, dominante-,(…) » un monte sagrado desde siempre, con independencia de la clase de culto al que se halle dedicado«; la Puerta de la Fe-arrobado retablo centrado en la representación de Jesús en el templo-, etc.). Sin perder de vista al personaje principal y el mundo por donde se mueve, como son los militantes del partido, la familia, los amigos. En la narración lenta, con paradas continuas caben todos; las imágenes se agolpan y el lector no sabe lo que le viene, pero lo desea para ver a dónde nos conduce. El tiempo y el espacio se juntan y los lugares se elevan. Todo es la historia de Barcelona-y su estado físico- unido al político-social, o, al menos, lo esencial, y todo bajo el prisma ideológico del narrador del que participa, se quiera o no, el posible lector/a. Si hay un adjetivo significativo de este saber recontar es el de asombro por tanto dicho o narrado.
Si se admite que Recuento es la referencia-en tanto en cuanto es la biografía de Raúl-, necesariamente tiene que haber un hilo, un gozne que una; y de hecho es así, se puede pensar porque casi terminando se nos describe a Raúl y a Nuria en «La Bahía» de Rosas, «un pueblo que está dejando de ser lo que ha sido«. Fueron al hotel de siempre; al llegar, la dueña los abrazó. Al ser fuera de la temporada, el pueblo estaba vacío, y desde la habitación veían «picos nevados, con esplendores de carámbanos«. Sin duda, las descripciones del pueblo y el campo se visten de hermosura, se siente como placer al ir leyendo las páginas; es una recreación lectoral. Los detalles abundan, incluso, el día que con el título de Pentecostés hicieron el amor con el sol en la cama: «Nos fue mal». Al terminar Recuento se siente alivio después de tanta grandeza y belleza; y, por fin, se desea descansar después de más de seiscientas páginas, y claro, el recuerdo de tantos años transcurridos en los que el conocimiento unido al arte de escribir nos hace pensar.
Después de Recuento, el lector/a encuentra un cierto alivio; es la segunda parte-o proseguimiento de la vida del personaje primordial- con el título Las verdes de mayo hasta el mar ahora solo se circunscribe a Rosas-espacio y tiempo son más cortos-, pueblo catalán y marinero; ya el agobio desaparece. El turismo como tema primordial. El aumento fue significativo. En las últimas páginas de Recuento en «La Bahía» se narra la llegada de Nuria y Raúl : » A Rosas: un pueblo que está dejando de ser lo que ha sido», pág.655. Otra forma de conocer ámbitos y actitudes distintas. Todo está ceñido al pueblo. Sin olvidarnos de que Los verdes se inicia al final de Recuento, como he escrito. El comienzo con el título «El viejo» es una continuación de un espacio abrasador lingüísticamente, pletórico; con una prosa que nos hace sentir partícipes de las descripciones («Las laderas eran suaves y escaso los accidentes del terreno. Un panorama cuyo principal relieve lo constituían, de hecho, las ruinas diseminadas por aquel vasto jardín abandonado«). Son las primeras líneas. Y casi al final se nos recuerda lo que fue el «regreso a Rosas con Rosa, de aquellos días pasados trabajando en las líneas maestras de la obra«. Está dentro de lo denominado «Periplo». La referencia a las imágenes que guardamos de la infancia, e incluso «del momento en que se empieza a fijar en representaciones la propia infancia» que uno se hace («Un trabajo no muy distinto a fin de cuentas, del que supone la obra en cuestión, seis días entre todo, un tiempo tradicionalmente apropiado por dar, por acabada una obra»). El recuerdo del libro del Génesis nos retrotrae a lo que aprendimos, leímos, oímos en nuestra infancia (y el séptimo día descansó). Es la escritura la protagonista, que es realmente el punto de partida con que el autor se mece en su andamiaje novelesco.
En La cólera de Aquiles, de nuevo, es otro pueblo: Cadaqués. El tema de la burguesía prosigue candente y el sexo ocupa la mayor parte, que ya nos lo advierte en el comienzo («He tenido amantes masculinos, en ocasiones creí amarlos; hasta llegué a estar casada. (…) Cuanto me atrae de los hombres (…), pertenece al dominio del espíritu, no de del cuerpo«. E inmediatamente se explaya más con el cuerpo de la mujer, («de lo que la mujer es, pura invitación al amor. al cuerpo y a la contemplación«). Pero a continuación el varapalo, lo que menos le gusta: («… el conjunto de su persona. Su modo de ser y, sobre todo, de actuar: esa manera tan suya de seducir, y una vez alcanzado el objetivo, disponer a su arbitrio de la felicidad o desgracia de su presa»).
Es cuando el proceso creador aparece y la escritura yergue. Tal vez sirve de unión con todo lo que falta. El comienzo es casi semejante al de Teoría del conocimiento. ¿Lo hizo a propósito el autor para que todo lo escrito formara una unidad novelesca? Poco importa, o sí, para advertirnos de que se prosigue con lo acontecido hasta ahora, pero el lector /a advierte de que es otro el que narra; o más concretamente como nos dice el autor «una antigua amante y prima lejana, Matilde, que nos da su propia imagen del mundo de Raúl… (,,,), es una obra dedicada a Raúl; es como la tierra vista desde la luna». Inventada o no, es la que toma la palabra desde el inicio para contarnos su vida y su obra. Se crea otro personaje en El Edicto de Milán, como novela intercalada. Lo que llamamos «novela dentro de la novela», una pequeña joya. La protagonista nos dice o nos da a entender que la joven, llamada Lucía, de veinte años es un personaje de ficción; en realidad un trasunto de la propia Matilde desde otro altozano, pero siempre como única, como luz entre tinieblas; su sexualidad por encima de todo. Su enamoramiento corporal se trasluce en toda la novela, incluso su bisexualismo es fruto de su yo altísimo, aunque finalmente se decante por la mujer porque su cuerpo es más perfecto, más atractivo, más excitante. La fogosidad amorosa entre mujeres es más feroz; muestran más su ser. Matilde sueña con un cuerpo joven, placentero, radiante para enaltecer la sexualidad. Su adoración a su cuerpo es lo que le lleva a desdeñar lo que no sea belleza, claro y lo que no esté en el ámbito aristocrático; lo demás, lo repudia; incluso la palabra igualdad no está en su mente; la aborrece.
Teoría del conocimiento es más intelectual; es la creación elevada a lo sumo. La restructuración de lo escrito anteriormente. Es decir, estamos ante un proyecto, o la obra en proyecto, «una prueba que es también un objetivo La Ciudad Ideal». Ordena, por si se tenía alguna duda, la realidad descrita y siempre con la palabra justa, equilibrada, como hacedora de la construcción novelesca («La palabra escrita no será ni más ni menos que la palabra pensada por el mero hecho de haberse objetivado; lo que sí ganará, en cuanto a expresión, es coherencia respecto a sí misma, respecto a (…) lo que se quería silenciar, a lo que se quería esconder y se revela«). No cabe la menor duda de que el autor está dentro desde el principio; es como el cirineo que coadyuba- «incluir al autor en la obra y, con el autor, el tiempo, el tiempo que toma a ese autor el desarrollo de la obra«.
El inicio es semejante al de La cólera de Aquiles al insistir en la belleza del cuerpo: «La belleza reside en el cuerpo, pero solo reside, ya que solo hasta cierto punto su naturaleza es en verdad física» . El recorrido llega a su final, a lo que denominamos novela, incluso con la muerte del protagonista: «…, así yo al remontar el aire sobre sus cabezas con renovada agilidad y energía, mientras la enfermera se volvía a sus familiares, amigos y convecinos que rodeaban mi lecho, para anunciarles, señores, este hombre ha fallecido», (pág.1360).
Todo choca con el título Recuento de la primera, lo histórico en sí, pero sirve ese itinerario para poder entender lo que se pretende. De ahí su exposición como propuesta que después descifrará en el resto. El protagonista llega a lo máximo que había soñado: ser escritor («mi propósito de escribir, de escribir y no solo de pensar, a cerca de unas cuantas cosas; de explicarme a mí mismo esta necesidad de hacerlo...»). Es una reflexión sobre el acto de crear en el que la palabra cobra todo su vigor; es la relación entre el creador, la obra y el posible lector/a. No quitemos importancia a la invitación de este último, que también se le puede considerar creador de lo que ha leído. La actividad creadora como la cima de la sabiduría.
Las primeras líneas nos dejan entrever que la palabra certera unida a la belleza de la expresión prosigue, además de que el personaje capital se quiere adornar con sus ideas. No es descabellado que comience en el mes de septiembre-en la penúltima página se nos dice que «el cielo se diría propio de uno de esos diciembres del norte«-, y se evoque la belleza física y se pregunte por si en un rostro, en su rostro, ¿es la belleza en sí de los ojos lo que manda o es la mirada?
De nuevo nos recuerda en dónde está afincado como exaltación de unas tierras que siente ese tendero que visita París y proclama la afinidad de París y Barcelona ( » Cataluña, unido a Francia -unido sí, no separado sino unido- por los Pirineos, un pequeño país con grandes ciudades como Barcelona y parajes de belleza incomparable como la Costa Brava, sí, la Costa Brava está en Cataluña, y Montserrat, ¿no ha oído hablar de Montserrat?, ¡ah, pues vale la pena!, un pequeño país, en fin, que siempre ha sentido una gran admiración por Francia...»). El sentimentalismo y la identidad convergen por unas tierras sagradas. Solo cabe respeto y tolerancia. Lógico, los seres humanos somos así y la emoción nos embarga cuando pensamos en los sitios donde fuimos y crecimos felices, como los veranos de la primera infancia con ese detallismo geográfico como si fuera paradisíaco: «Al norte, Por de la Selva; al sur, Rosas; al este Cadaqués: un pueblo por cada uno de los frentes marítimos que flaquean el cabo de Creus (…). ¿Y a poniente, tierra firme adentro?
Según avanzamos en la lectura no podía faltar el saber, el pensamiento crítico de los que nos han precedido en el concepto de la sabiduría con alusiones capitales, pero también con ideas que pueden chocar; el recuerdo para Sócrates, Aristóteles, Platón, Descartes, Pitágoras, etc. El capítulo sétimo, en su primera línea, ya te previene: «La humanidad se idiotiza progresivamente en virtud de la creciente ignorancia que atrofia las facultades intelectivas del hombre» . Por si había alguna duda, mantiene que «los únicos pensadores son los presocráticos». Y más en concreto sobre la novela: «Moisés y Platón no son solo dos grandes novelistas; Moisés y Platón son el modelo mismo de lo que todo novelista, es o no consciente de ello, aspira realizar«. Un Moisés, único dios, el verdadero creador del libro y del mundo; es decir, el lector a sus pies. Platón como la clave en su contar la filosofía de Sócrates de forma dialogada, como fabulador único al representar la realidad y la forma de estructurarla. Todo como una metáfora de la realidad.
El cambio en el capítulo siguiente se hace más llevadero, más comprensible. Nos hallamos en la naturaleza en pie-en concreto el bosque y los árboles- con cierta comparación con el paso del tiempo del cuerpo humano, sus achaques, así como lo que se transmite de generación en generación; ambos van muriendo. La dicotomía campo-ciudad se sobrevaloran; a ciencia cierta ambas se necesitan, pero lo industrial parece como si resaltase más, cuando las apariencias engañan en los dos sentidos. Hay una frase que recoge la idea no virgiliana, sino la realidad: «el campo huele a estiércol y el que lo trabaja también», pág, 1314. El campo, el agricultor, la naturaleza se amasan con visión estelar. Entre estas páginas sublimes, el personaje rememora la perfección unida a la palabra y la música con la evocación de «Mi gran obra preferida es la Creación del inmortal Haydn, antecedente directo no solo de la Misa Solennis sino también de la 9ª Sinfonía, la máxima exaltación jamás lograda de la voz humana».
El final es lo que corrobora que estamos ante una obra maestra-«,,,la obra como punto hacia el que convergen autor y lector, ámbito en el que se reflejan sus respectivas actitudes»; en las posibles relecturas se pueden leer separadas, o, al menos. a mí me lo parece. Otros, por el contario, manifiestan «como una sola obra, como una unidad», incluida la opinión de Luis Goytisolo, que ha insistido «en el carácter unitario de la obra». Sin duda es su visión, pero los/as lectores pueden pensar, añadir otros cabos sueltos que pululan por sus mentes para acercarse, también, al proceso creador. No podemos separarnos de que es como una celebración de la obra literaria con ese torrente de palabras a cual mejor, o una meditación sobre la creación literaria, la teoría del conocimiento. Esta es la conclusión a que llego.
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Goytisolo, L, Antagonía. Madrid Cátedra, 2016, 1394 págs.
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