Literatura

Otra vez Campos de Castilla

Otra vez Campos de Castilla
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.

Félix Rebollo Sánchez
Cuando se recurre a los clásicos es porque recordamos lo que nos impresiona más allá del tiempo. A mí, uno de los poemas que se me adentró fue la carta poemática a “José María Palacio”, y más en concreto: “con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino, donde está su tierra”…. Esa carga sentimental del demostrativo me llega alma; como también la dedicatoria del libro-dos meses antes de morir- “A mi Leonorcica del alma”, o los impresionantes versos “Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”. Es el Machado que supo cincelarse en su autorretrato con sus últimos versos; “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. El poeta García Montero manifiesta que es una verdadera poética, “la explicación del camino elegido en una encrucijada”.
No es de recibo que se le encuadre en generaciones; sabemos por carta a Ortega y Gasset que no lo deseaba: “soy más de su generación que de la catastrófica que Azorín fustiga”; pero, que quede claro que Machado a renglón seguido manifestaba su admiración por Azorín. Pero sí ha permanecido para la posteridad la opinión de Federico García Lorca, que había dos maestros: “Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. El primero en plano puro de serenidad y perfección poética; poeta humano y celeste (…). El segundo, gran poeta, turbado por una terrible exaltación de su yo” . La crítica más exigente lo ha definido como la más alta cima del lirismo, de emoción y melancolía. Ante esto, solo nos resta evocar cómo definía la poesía: “palabra en el tiempo”.
Su fervor por Castilla es nítido cuando publica el libro en 1912 y lo amplía en 1917. Si observamos su pasado hay como un cordón umbilical con la Institución Libre de Enseñanza; no en vano al morir Giner de los Ríos lo plasma en su poesía: “Su corazón repose / bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan / mariposas doradas… / Allí el maestro un día / soñaba un nuevo florecer de España”.
El rechazo a la Restauración es patente; él veía otra España donde se atisba un temperamento fuerte: la del cincel y de la maza (“Una España implacable y redentora, / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea). Es el Machado de la soledad pero también de la esperanza. Pero, es la belleza de los versos la que purifica, la que es fuente de esa poesía desnuda en “¡ Colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas, roquedas / por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria”. O los versos tan señeros, hondos, sentimentales “ ¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco, dame / tu mano y paseemos”. La apelación a Dios: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor contra la mía. / Señor ya estamos solos mi corazón y el mar”.
El largo romance “La tierra de alvargonzález”-unos 700 versos- nos sobrecoge (una leyenda de un labrador asesinado por sus hijos por herencia). El lector no puede quedar impasible ante esos hechos; leyenda que Machado recoge para la posteridad y sirva de acicate para hasta dónde el género humano puede llegar por los bienes materiales-envidia, codicia-, más allá de la forma poética con que lo reviste que posteriormente no prosigue.
Aunque no estamos ante un Campos de Castilla uniforme, es el Machado interiorizado, atento al existencialismo- tan en boga a principios de siglo- en el que hallamos dos segmentos nítidos: esencialidad y temporalidad, la poesía hecha carne, de trozos de cielo.

Personales

Fin de semana en San Sebastián

Día 19. A las 8 horas partimos de la estación de Chamartín; nos esperan cinco horas de viaje. Despliego el Babelia del diario El País, y me enfrasco en la lectura. Un silencio mañadero, como aturdido, se percibe en el coche número ocho, que va completo; muy atrás, una pareja entrada en años hablan en inglés cansino, casi monosilábico de pregunta y respuesta. Son las únicas voces que golpean el aire, el resto casi adormilados.

Leída la prensa, me refugio en la relectura de La olas de V. Woolf, que seleccioné de la biblioteca personal, muy de mañana. Ya, en las primeras líneas, el recuerdo se hace docencia; la vida está diseñada de anécdotas. Fue impartiendo docencia en la Facultad de Ciencias de la Información de Madrid, en tercero de carrera, Literatura Universal; ese día había debate, precisamente, de Las olas. Ante la intensidad del mismo, propio de quienes se forman en la Universidad, al fondo de la clase, levanta la mano una alumna-hoy famosa- y manifiesta que por qué no les hago un resumen de la obra para saber a qué atenernos. Le contesto que está en la Universidad, que no era una academia, y en cualquier caso, la literatura es disidencia, vida. Lee y disfruta; y vuelve a leer si no la has comprendido. Los debates son para ensanchar la inteligencia, confrontar conocimientos; enriquecernos todos.

Después de tantos años transcurridos, me encuentro en un vagón del tren frente a esta prosa excelente, viva, frondosa de esta gran mujer que no resistió los embates de la vida; pero que supo adentrarse en el complejo mundo de las interioridades, y sobre todo ser mujer y defender sus derechos como persona; se denominaría una mujer «en pie», la que reivindica, la que piensa, la que exige. Con los seis monólogos desnuda la interioridad de cada uno; se acerca, se aleja, confronta ante la multiplicidad,  y al fondo el batir de las olas en la playa.

En este diáfano y muriente, pero todavía luminoso, mes de octubre he venido a la «clásica de atletismo», a esta ciudad hecha de trozos de cielo, Donosti. A primera hora, me dispongo para salir en dirección al estadio Anoeta donde está la salida y también la meta, con todo lo que significa entrar por su pista para terminar la carrera. Antes, ya de camino, me paré a tomar un café solo en una pastelería-panadería(Ogi Berri). Sin yo pedirlo, la camarera espìgada y rubia, me sirve también en un plato un dulce-bollo con crema. Al pedir la cuenta, me cobró 1.10 euros. Me quedé pasmado. Pensé que sería más. Hacía mucho tiempo que no tomaba un café tan bueno; me supo a gloria, a ventana; entendiendo este último término como amoroso, como hacían antes los enamorados que hablaban por la ventana por muchas causas. En ese momento, solo recordé el buen café que sirven en el Ateneo de Madrid. Como dentro de un mes vuelvo al día grande de la Maratón, intentaré tomarme otro en el mismo lugar.

La playa de La ConchaPaso obligado es «la Concha». El mar está calmo, y de vez en cuando se oye un empujón de olas que destilan musicalidad para ya la gente que transita, bien paseando o bien corriendo, en un esplendente día de domingo. Al llegar a Anoeta, se respira entre los participantes la alegría en los rostros; es una fiesta; nos vamos despojando de la ropa para dejarla a buen  recaudo, que somos recibidos con una cordialidad rayana en la perfección. Es un buen comienzo que la alegría, la amabilidad destilen entre todos. Algunos llegaron para inscribirse por la mañana, pero la respuesta fue: «está cerrada». Y a la hora anunciada, nos deslizamos unas 5.000 personas por la ciudad limpísima; el recorrido te impacta, pero me encantó esa curva de ballesta-con un público enfervorizado,aplaudiendo a rabiar- con que nos adentramos en el estadio con otro público ruidoso y una música que te llevaba.

Otra perspectiva de la playa de "La Concha"Como coda, antes de volver al «rompeolas de todas las Españas», es obligado pasarse por el casco antiguo para saborear los más que acreditados pinchos.

Estadio "Anoeta"