Novela

La actualidad de John Dos Passos. Manhattan Transfer

Los que hayan leído al novelista norteamericano a buen seguro que recuerdan sus ideas sobre España, quizá más certeras que algún diplomatiquillo que no ha mucho dijo sandeces, pero eso sí quiere vivir aquí, en España, con un gran sueldo y ciertos privilegios. A veces, la ignorancia es muy atrevida. Más le valiera que leyera a Antonio Machado como hizo Dos Passos que aprendió el español-castellano con una antología del poeta sevillano, ya universal («Por supuesto, toda poesía que valga la pena contiene la esencia de una lengua. Así que durante meses enteros anduve con los Campos de Castilla de Machado y un diccionario en el bolsillo»- Ínsula, núm. 347, pág. 12-). La segunda idea que nos viene es que ya ha sido bautizado el novelista como «el cronista de América», más allá de las técnicas narrativas que impregnaron ese devenir de la sociedad en un conglomerado para hacer más visible lo que vio a su alrededor que tituló con el cartel Manhattan Transfer que colgaba en una estación de ferrocarril.

La entrada o salida de esos pasajeros; es el momento crucial; es la permanencia de seres abocados a un destino a la búsqueda de sustento. Ahí es donde se incrusta el novelista y nos trasmite la cruda realidad, aunque se perciba «esa delgada línea que separa la ficción de la realidad», como apostilla la editora (pág. 36). Pero el hecho está en la que se consideró «como tierra de las oportunidades». Aquí arribaron a la búsqueda existencial, tan necesaria, desde otras tierras no tan fértiles.

Nada que objetar a la limpidez de una prosa en la que se nos descifra la dicotomía riqueza-pobreza, y esta incluso llevada a la mendicidad, impropio del género humano y más en una ciudad opulenta, en la que cabe la explotación. Doss Passos encierra con su prosa no solo la belleza sino también conciencia sensible ante los desamparados. Como ejemplo valga el tema de la emigración, candente a principios de siglo; Dos Passos no es ajeno a relatarlo en boca de un personaje, parece como si no hubiera pasado el tiempo: «Este pueblo es demasiado tolerante. No hay otro país en el mundo donde esto se permita… Primero levantamos este país y ahora permitimos a los extranjeros, la escoria de Europa, las heces de los guetos de Polonia, que vengan y dirijan por nosotros, en nuestro lugar (…), y así continúa con adjetivos hirientes como «sucios judíos» y «piojosos irlandeses» (págs. 189-190). Poco hemos avanzado en este aspecto.

No podía faltar ya casi al final de la novela  la idea de que estamos imbuidos por el texto sagrado, como es la Biblia, al menos para los cristianos. La expresión «¿Sabéis cuánto tiempo tardó Nuestro Señor en destruir a Babilonia y a Nínive? Siete días» ( pág.504). De esta frase se parte para recordarnos que «hay más corrupción en una manzana de Nueva York de la que había en Nínive en un kilómetro cuadrado. ¿Y cuánto pensáis que necesitará Dios  para destruir Nueva York con Brooklyn y el Brons? Siete segundos». La nitidez nos sumerge en ese  afán de poseer aunque sea costa de los demás. Es lo que se denomina la escala social, unos bajando, otros subiendo; es el sino de tener más.  El espíritu cainita desde distintas cotas ha estado y está perenne en lo humano. Y casi con seguridad  que la descripción del hombre muerto  por ponerse el sombrero antes de temporada -solo se podía de  mayo a septiembre- nos parece absurda. El buen hombre quiso romper esa moda y ser él, usar de su libertad. Tal vez, como dice la editora,  Dos Passos se inspiró en el artículo «The Hat in Manhattan Transfer» que apareció en el New York Times (pág.540) por lo que puede ser verídico. El novelista recoge este hecho para que percibamos otras formas de la conducta humana en un mundo cargado de atmósfera maligna en esa sociedad opulenta en una cara, pero que en la otra anida la podredumbre. Es el fracaso sin más al que están destinados la mitad de la sociedad.

En suspenso nos deja el autor con el breve diálogo con el que termina la novela:

-Oiga, ¿me deja usted subir? – pregunta al hombre que lleva el volante

-¿Adónde va?

– No sé…Bastante lejos.


Coda. Para la compresión mejor de la  novela, la editora nos ayuda con  96 notas al final clarificadoras.

Dos Passos, J., Manhattan Transfer. Madrid, Cátedra, 2018, 542 págs.

Literatura

Otra vez Campos de Castilla

Otra vez Campos de Castilla
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.

Félix Rebollo Sánchez
Cuando se recurre a los clásicos es porque recordamos lo que nos impresiona más allá del tiempo. A mí, uno de los poemas que se me adentró fue la carta poemática a “José María Palacio”, y más en concreto: “con los primeros lirios / y las primeras rosas de las huertas, / en una tarde azul, sube al Espino, / al alto Espino, donde está su tierra”…. Esa carga sentimental del demostrativo me llega alma; como también la dedicatoria del libro-dos meses antes de morir- “A mi Leonorcica del alma”, o los impresionantes versos “Mi corazón espera / también hacia la luz y hacia la vida, / otro milagro de la primavera”. Es el Machado que supo cincelarse en su autorretrato con sus últimos versos; “Y cuando llegue el día del último viaje, / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, / me encontraréis a bordo ligero de equipaje, / casi desnudo, como los hijos de la mar”. El poeta García Montero manifiesta que es una verdadera poética, “la explicación del camino elegido en una encrucijada”.
No es de recibo que se le encuadre en generaciones; sabemos por carta a Ortega y Gasset que no lo deseaba: “soy más de su generación que de la catastrófica que Azorín fustiga”; pero, que quede claro que Machado a renglón seguido manifestaba su admiración por Azorín. Pero sí ha permanecido para la posteridad la opinión de Federico García Lorca, que había dos maestros: “Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez. El primero en plano puro de serenidad y perfección poética; poeta humano y celeste (…). El segundo, gran poeta, turbado por una terrible exaltación de su yo” . La crítica más exigente lo ha definido como la más alta cima del lirismo, de emoción y melancolía. Ante esto, solo nos resta evocar cómo definía la poesía: “palabra en el tiempo”.
Su fervor por Castilla es nítido cuando publica el libro en 1912 y lo amplía en 1917. Si observamos su pasado hay como un cordón umbilical con la Institución Libre de Enseñanza; no en vano al morir Giner de los Ríos lo plasma en su poesía: “Su corazón repose / bajo una encina casta, en tierra de tomillos, donde juegan / mariposas doradas… / Allí el maestro un día / soñaba un nuevo florecer de España”.
El rechazo a la Restauración es patente; él veía otra España donde se atisba un temperamento fuerte: la del cincel y de la maza (“Una España implacable y redentora, / España que alborea / con un hacha en la mano vengadora, / España de la rabia y de la idea). Es el Machado de la soledad pero también de la esperanza. Pero, es la belleza de los versos la que purifica, la que es fuente de esa poesía desnuda en “¡ Colinas plateadas, / grises alcores, cárdenas, roquedas / por donde traza el Duero / su curva de ballesta / en torno a Soria”. O los versos tan señeros, hondos, sentimentales “ ¿No ves, Leonor, los álamos del río / con sus ramajes yertos? / Mira el Moncayo azul y blanco, dame / tu mano y paseemos”. La apelación a Dios: “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería. / Otra vez, Dios mío, mi corazón clamar. / Tu voluntad se hizo, Señor contra la mía. / Señor ya estamos solos mi corazón y el mar”.
El largo romance “La tierra de alvargonzález”-unos 700 versos- nos sobrecoge (una leyenda de un labrador asesinado por sus hijos por herencia). El lector no puede quedar impasible ante esos hechos; leyenda que Machado recoge para la posteridad y sirva de acicate para hasta dónde el género humano puede llegar por los bienes materiales-envidia, codicia-, más allá de la forma poética con que lo reviste que posteriormente no prosigue.
Aunque no estamos ante un Campos de Castilla uniforme, es el Machado interiorizado, atento al existencialismo- tan en boga a principios de siglo- en el que hallamos dos segmentos nítidos: esencialidad y temporalidad, la poesía hecha carne, de trozos de cielo.