Ayer estuve en la presentación del libro con que titulo estas líneas en el Instituto Cervantes de Madrid. El presentador inició el acto con unas palabras confusas, ante las que se disculpó por no haber manifestado, al principio, lo que oímos casi siempre: que el director del Centro no podía estar presente. Seguidamente pasó a citar a los que conformaban la mesa. Fue positivo que solo dijera «Buenas tardes», y no repitiera el sonsonete de otras presentaciones, que con afán, políticos, periodistas, «and so on», nos martirizan con el manido»Buenas tardes a todos y todas». Lo negativo de la presentación fue que dijera que Guillermo de Torre «era un desconocido». Será para él, ya que «Guillermito», como escribió Juan Ramón Jiménez, es nuestra voz más representativa del ultraísmo, no solo en España sino allende los mares. Intervino después el representante del Banco de Santander, como siempre leyendo una cuartillas. El contenido, el lector se lo puede imaginar.
Lo excelso vino con el académico Darío Villanueva que con verbo florido-¡aleluya!, no leyó- trazó un esquema enriquecedor, y ya desde el principio manifestó que si tuviera que exiliarse lo haría «a los años veinte». Nos trazó un esquema sobre Guillermo de Torre para figurar en las mejores páginas literarias. El polen de las ideas como trampolín para encharcar lo literario como vasos comunicantes; el aire del tiempo como eslabón para conocer más y mejor; ante un público absorto desgranó toda una sabiduria tejida de palabras exactas; hacía tiempo que no escuchaba una exposición tan brillante. El pórtico lo puso muy alto para los otros dos que faltaban por hablar (A, Trapiello y D. Ródenas). Una de las ideas que ya pululan o que vuelven es que la creación incluye también la crítica; no tuvo ningún reparo en denominar el prólogo del libro, escrito por Domingo Ródenas, de formidable. No sin antes lanzar o recordar que la literatura es un territorio abierto, que más allá del lugar en que se produce la obra literaria existe el contexto, el aire del tiempo, para seguidamente nombrar al Premio Nobel (eso sí, con acento tónico en la «e», no esperaba menos de una persona culta) W. Faulkner.
Gracias a la Fundación Banco Santander que nos regaló el libro a los que estuvimos en el acto.
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