Ahora que la cultura se deshace por unos y por otros, y el campo de la filología no tiene altura necesaria, cuando menos se espera hallas luminosidad como fue el caso, a finales de junio, al enhebrar un texto de Góngora-el texto iba sin autor- con Bernardo de Balbuena (1561-1627), ni qué decir tiene que me pasé parte del fin de semana leyendo su poesía. Los elogios de Lope de Vega, Cervantes o Quevedo son más que suficientes para elevarlo a las almenas de la poesía. Valga como ejempo el recuerdo de las laudatorias de Lope de Vega:
Y siempre dulce tu memoria sea,
generoso prelado,
doctísimo Bernardo de Balbuena,
tenías tú el cayado
de Puerto-Rico, cuando el fiero Enrique,
holandés rebelado,
robó tu librería;
pero tu ingenio no, que no podía.
Lope de Vega, Laurel de Apolo (Silva II)
He entresacado estos versos del poeta en este julio caluroso como solaz:
¡Oh bellos ojos, luz preciosa y alma,
volved a mirarme, volveréisme al punto
a vos, a mí, a mi ser, mi dios, mi vida!
Terceto extraído de Siglo de Oro.En las selvas de Erífile