¿Qué puedo leer después de haber estado «en suspenso» con esas 665 páginas de Larsson? Me refiero al autor de la novela Los hombres que no amaban a las mujeres. Me dirijo a las estanterías de mi biblioteca de literatura universal; me detengo. Casi lo he leído todo: este, aquel; pero mi vista observa The waste land de T. S. Eliot que compré y leí en los tiempos heroicos de estudiante en la Universidad Complutense. Leo: Premià editora s.a. La nave de los locos, México, 1977.
Recuerdo que me causó una enorme inquietud entonces; a veces, me perdía, no captaba, no llegaba, ante una poesía desconcertante que formaba nebulosas, que me creaba ideas confusas, desasosiego, silencio. Me pregunto el por qué ha sido denominada epopeya y el latido de la poesía contempánea.
Con este pensamiento, de nuevo, me enfrasco en la lectura. Quizá no sea muy aconsejable por la luminosidad con que nos visita el mes de junio; pero, lo he elegido.
Cinco cantos, El primer verso del inicial ya nos advierte: «Abril es el mes más cruel; engendra / lilas de la tierra muerta«. Toda una verdad que se repite años tras año, extensible al género humano. ¿Qué motivo le condujo para que nos recordara que la muerte es nuestra fiel compañera? ¡Quién sabe! Cada día morimos un poco. Nos lo vuelve a recordar el poeta en el último canto («Nosotros que vivíamos estamos ahora muriendo«).
A mí lo que me llama la atención, otra vez, son los versos del canto tercero. « A la hora violeta, cuando alzamos del escritorio los ojos y las espaldas. (…). A la hora violeta, a esa hora de la tarde que nos empuja hacia el hogar y el mar envía al marinero a su casa«. Es el final de nuestro quehacer, es el basta del día que nos ha consumido y no podemos más. Pero, también es el principio chocante para el espectador Tiresias que predijo el resto y lo toleró («Ella se vuelve y se mira en el espejo / sin preocuparse de su amante recién marchado» (…)»Me alegro que / haya terminado ya». (…) «Cuando una mujer hermosa comete tales locuras y / vuelve a pasearse por su cuarto, sola, / se alisa los cabellos con mano automática / y pone un disco en el gramófono». En la escena reina el silencio atormentado, el que nos aguarda, el que nos diluye, nos advierte. Es el sino de la libertad.
Es verdad, cuando proseguimos leyendo se nos nubla la vista; nos aparece la angustia, el eterno problema existencial; la suma de demasiada poesía anterior; el siempre presente retorno enriquecido de voces, la mitología clásica, el contínuo preguntarse, la sabiduría hecha carne.