Al evocar la muerte de Jorge Semprún me viene a la mente las palabras solidaridad, testimonio, libertad; pero, al mismo tiempo, creación literaria. Escritor y buena persona no siempre se ensamblan; en Jorge Semprún se dan la mano.
Hace ya mucho tiempo, en la época de estudiante, compré y leí con fruición Largo viaje; y después Aquel domingo. Me impresionó cómo relaciona lo cultural, lo ético e histórico. En mis libros Literatura y Periodismo, hoy (2000), y Literatura y Periodismo en el siglo XXI (2011) hago referencia a esas novelas como paradigma de cómo la literatura te puede enseñar tanto. De cómo un escritor con una experiencia asombrosa puede hilvanar el problema existencial en el que nos desenvolvemos.
Encabecé estas líneas con dos adjetivos. No lo conocí personalmente, pero su escritos y su oralidad portentosa me hacen describirlo como una persona culta, y la imagen que siempre percibí fue también la del adjetivo bueno. A veces no damos importancia a las grandes voces que tenemos en nuestra literatura; el hecho de que fuera un republicano exiliado es una virtud. La Academia de la Lengua Española (castellana), como tantas veces, no estuvo atenta.