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«Cuenca, de piedra ruda, / fue la fuente tallada

en el desierto lento de la vida«.

Entrecomillo los versos porque me han venido a la memoria, pero no sé a quién pertenecen. A mi memoria, de vez en vez, acuden ideas, versos, frases que aprendí en el bachillerato. Era cuando me hacían aprender de memoria sonetos, tercetos, cuartetos, y después como práctica teníamos que hacerlos nosotros. Era cuando no se conocían «apuntes», sino libros de textos, libros de lectura, y el profesor explicaba, no dictaba. Nos hacían ver la literatura como vida, y toda lectura nos debía conducir a la escritura.

La universidad fue un desencanto; guardo todavía la carta que se hizo y que se repartió por la Facultad al terminar el 5º año de Filología Hispánica. En otro escrito he hecho referencia. El verdadero estudio filológico lo inicié cuando ya tenía la titulación.

Tal vez los versos anteriores tengan alguna relación con el poeta conquense Federico Muelas, pero por mucho que busco en su poesía no los encuentro, por eso sí voy a nombrar el terceto de un soneto con que el poeta la homenajea: «¡Cuenca, cristalizada en mis amores! / Hilván donde al aire del lamento. / Cuenca cierta y soñada, en cielo y río».

No podía pasar la oportunidad  de un canto a esta ciudad ensoñadora, acogedora, vital y existencialista, después de mi participación en la XXIV Carrera Popular del Huécar, 5 de junio, 2011. El olor a piedra, a flores primaverales,  a sombra, a sol, a agua límpida, a huertos, a desfiladero, te anima a proseguir una carrera que exige voluntad, esfuerzo, para llegar  a la meta como algo necesario que te pide el espíritu. Alegría que uno siente cuando ya vas coronando el kilómetro doce y ves cerca la cota; es indescriptible, la otra cara del esfuerzo humano. Sabes que después tienes una bajada de 2 kilómetros empedrados, y el último kilómetro con al ansia de llegar y los aplausos del público te cuesta más porque no sabes si un tirón, una caída puede dar con todo al traste después de  hecho lo más difícil.

Vine encantado de Cuenca; no en vano recibe el nombre de «Ciudad encantada». El año que viene estaré, de nuevo, en la salida.

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