Personales

Lo que faltaba por oír

Asombro y tristeza si se lleva a cabo. Sinceramente pensé que esto ya estaba superado. Alguien ha sugerido que se retiren, se apilen, se donen o se metan en cajas libros antiguos de una biblioteca para poner los libros actuales porque no hay sitio; inmediatamente me vino a la mente el famoso artículo de Muñoz Molina donde nos contaba que una concejala de cultura quiso hacer lo mismo en su tierra y el pasaje de Don Quijote de a Mancha.

Ante este disparate, no se pueden aceptar ideas trasnochadas cuando hablamos de biblioteca; esta, claro, como templo espiritual, como arroyo que nos conduzca hacia el pensamiento, y este como fulgor, como llama eterna, que sea salvífica, luz ante tanto despropósito. Ese relámpago cultural lo hallamos en los libros clásicos; no los encerremos, no los destruyamos, que aquí yace la savia, la riqueza humana.

Poesía

Pere Gimferrer en Madrid

Como la nube desenmascarada,

ver otra vez tu rostro en los carmines

de la vacilación de amanecer.

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Ante un salón abarrotado-para mí fue sorpresivo- se presentó, tarde-anoche, en  Conde Duque de Madrid el último libro de Pere Gimferrer: No en mis días. El poeta del libro clásico y referente de la poesía de los años sesenta Arte el mar (1966)impregnado de tradicionalismo y sensualismo- nos alimenta, de nuevo, en su siempre alborear poético; no puede pasar desapercibido, es como una estela hacia lo sublime; ya quedamos absortos con Amor en vilo (2006 y Tornado (2008).

Hasta la saciedad nos ha repetido que el tema de la poesía «es la poesía»; claro, unido a la fórmula ya clásica: sonido, ritmo, palabra; y estas dentro del campo semántico musicalidad-literatura; no hay más fórmulas; en esto, Pere Gimferrer es un maestro, aunque, a veces, no entendamos algunos versos por la dificultad que entrañan, pero siempre con fidelidad a la medida, al alejandrino, al ritmo. Es de los pocos que hoy defiende que la palabra se basta así misma; es el retorno al fogonazo irracionalista; es el fulgor que estalla, que inventa lo nuevo, que nos purifica; el relámpago que ilumina como llama perpetua.