No cuido las palabras que te digo,
soy todo uno que
cabalga hacia la luz
fuente de los días
el anhelo insaciable de ser.
Prima la sinceridad
que extraña en un mundo
tan convencional.
La palabra empeñada
No cuido las palabras que te digo,
soy todo uno que
cabalga hacia la luz
fuente de los días
el anhelo insaciable de ser.
Prima la sinceridad
que extraña en un mundo
tan convencional.
Para que esta «página literaria» mejore, atrévete a colaborar con un «Bizum» al 637160890. A final de año daré cuenta de lo recaudado.
Campos de Castilla marcó una época, una poética; fue la palabra cotidiana hecha carne, resplandor, fuente, vivencia, arroyo. Vaya este escrito como homenaje al cumplirse los cien años de la publicación de Campos de Castilla
Para que esta «página literaria» mejore, atrévete a colaborar con un «Bizum» al 637160890. A final de año daré cuenta de lo recaudado.
Tantas cosas se agolpan en nuestra mente cuando queremos hablar de literatura que, a veces, tenemos que aparcar algunas ideas para enaltecer lo esencial de lo que constituye lo primordial de nuestra existencia, como es el pensamiento. ¿Se puede dar este sin antes libar de nuestra lectura lo que otros han plasmado en el papel? Si se ha alumbrado el canto de la existencia, coadyuva; lo primordial es que canten las palabras, que el camino esté henchido de literatura, de poesía, de perfección, que nos sintamos partícipes de esa belleza con la que escribimos. Desgraciadamente, la imaginación, la ensoñación cada vez ocupan menos espacio; las bibliotecas que en otro tiempo, nos sirvieron de reflexión, ahora se cierran por el falso concepto de la palabra “crisis” que nos anega.
La belleza de la palabra poética es su música. Es el arroyo literario. Acerquémonos a esas aguas cristalinas que arrastran el devenir y lo purifican. Contemplémoslo como catarsis.
La literatura no puede sucumbir ante el mercado si la entendemos como libertad, como vida, como faro, como pensamiento, como luz eternal; la creatividad sólo es libre en la voluntad, en la imaginación del que escribe, del que piensa, del que realiza; es el tiempo de inocencia, la época del alma. Pero, también es soledad, aunque nos conduzca a la angustia existencial tan propia del género humano.
Si la expresión flaubertiana “escribir es una forma de vivir”, ¿por qué no hacerla factible en nuestras vidas para orientarnos mejor por ese laberinto lleno de dudas que trascienden nuestras formas de conducta?