Novela

Virginia Woolf: Orlando

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Poco importa si Orlando es una «alegoría, una novela, fantasía, biografía o larga carta amor». Lo primordial es que te acerques a su lectura para después opinar. Ese es el problema. Lo cierto es que rompe lo convencional como creación literaria para adentrarse en las identidades humanas desde otra atalaya que supuso una ventana en el arte de escribir, como una recreación placentera en la pluma de Virginia Woolf.

El protagonista está inmerso desde la época isabelina ( en las primeras páginas describe el beso de Orlando » besando a una muchacha-¿quién demonios podría ser aquella libertina desvergonzada-?)», hasta bien entrado el siglo veinte en la que la expresión literaria se yergue como basamento de algo que atrapa no solo por la forma, también por cómo se nos detalla un período de la historia de Inglaterra. Inmediatamente, la escena es descrita como que no del todo se podría culpar a Orlando, «era la época isabelina; su moral no era la nuestra; ni sus poetas, ni su clima, ni siquiera sus vestiduras. Todo era diferente». Más allá de las convenciones sociales se desliza con nitidez el cambio del género masculino al femenino y el amor se convierte en lo sustantivo, sin que casi al final se atisbe una diferencia nítida. Según la crítica más exigente, «puede considerarse que la obra es un tributo de amor de Virginia Woolf hacia Vita Sackville-West», pág. 44. Virginia nos dice que el título fue como un automatismo: Orlando: Biografía, «mi cuerpo se inundó de éxtasis y mi cerebro de ideas», pág.45. Detrás de Orlando está Vita; el amor se hizo más que espiritual. En Virginia brotó lo que su corazón y mente clamaba.

Ya desde el capítulo primero se nos traza una semblanza fundamental de Orlando: …»le gustaban los lugares solitarios, las vías panorámicas y sentirse por siempre, por siempre jamás en soledad». La expresión «estoy solo» marcará el devenir, cuyo denominador común, al menos en su juventud, fue la fuerza de la naturaleza («sentir la columna vertebral de la tierra»), que cuando se halla en la meseta central de Anatolia cobrará todo su vigor ya como mujer. En este capítulo se resalta, mientras Orlando estaba dormido, sin darse cuenta que una reina lo había besado. Mucho tiempo después le llegó un aviso que «debía acudir ante la reina a Whitehall». Se le dieron tierras, sería «el roble que le sostendría de su ancianidad». Orlando era «joven, rico, apuesto». Tenía en todos los sentidos un porvenir lleno de felicidad, incluso «muchas damas estaban dispuestas a concederle sus favores». Mas el primer gran amor-breve- de Orlando fue una princesa rusa, que había venido con el séquito del embajador moscovita en un invierno congelado. Según él, conoció por vez primera «los deleites del amor». La huida de la princesa a Moscú fue como un sablazo («el mundo entero parecía repicar con las noticias de su engaño»). Aturdido y pasmado vio cómo el barco de la embajada moscovita estaba haciéndose a la mar«. Furioso, de su boca salieron las palabras más duras a una persona («Infiel, adúltera, diabla, embustera, veleidosa«).

Al trazar la biografía de Orlando, la autora se propuso «trabajar con perseverancia»; «exponer los hechos en la medida en que se conozcan y que el lector saque sus propias consecuencias», pág.119. Orlando se retiró a su gran mansión en el campo y quedó profundamente dormido durante siete días; no hubo forma de despertarlo. Al séptimo se despertó a la hora acostumbrada. Había elegido la soledad para conocerse y sacar conclusiones, el caso es que le causó «un extraño deleite por los pensamientos sobre la muerte». El amor a la soledad, su indolencia, su melancolía le rumiaban su pensamiento. Le dio por la lectura y se puso a leer a Sir Thomas Browene; la creación literaria le esperaba aunque bien sabía que era «una deshonra imperdonable para un noble. Y así «sumergiendo la pluma en el tintero«, se preguntaba qué sería de la rusa que le había abandonado sin que desbrozara ese veneno que le atosigaba con denuedo. Su mente le llevó a pensar que por nacimiento era un escritor más que un aristócrata. En su vida aparece Nicholas Greene, un poeta que Orlando manda llamar puesto que era un gran poeta para entablar conversación para ver cómo se sentía en el arte de escribir. La imagen que le transmitió fue que dedicarse a este menester era pasar penalidades y no se podía vivir de ella; le citó a Shakespeare. Lo que quedó fijo en la mente de Orlando : … «era que el arte de la poesía había muerto en Inglaterra«, pág.137. Sin embargo, admitía que Shakespeare había escrito «algunas escenas que no estaban mal, pero era Marlowe principalmente quien se las había inspirado». Con fuerza nítida vino a decir que la época de la literatura había pasado y se decantaba por la griega, «la isabelina era inferior a la griega en todos los aspectos». Con estas ideas, Orlando se vino a bajo, pero a reglón seguido, oye también que «la isabelina era una gran era». En estos pensamientos decidió que escribiría como le apetezca, dejando al lado imitaciones, se decantó por sacar un cuaderno en el que había puesto «El roble: poema» y escribía hasta bien entrada la media noche. Finalmente, en un arrebato de que su vida tenía que cambiar pidió «al rey Carlos que le enviase a Constantinopla como embajador extraordinario». Era una forma de quitarse tanto sinsabor.

En este período, llamado la Restauración, supuso una forma distinta de ver la vida; cumplió con lo que se le pedía, hasta la naturaleza estaba a sus pies, y cómo no, era «prenda codiciada de muchas mujeres y de algunos hombres». De nuevo, se nos advierte: «cae en un profundo sueño entre sábanas muy revueltas» que duró siete días. Un dato importante es que los turcos se levantaron contra el sultán y los extranjeros fueron acuchillados, pero al ver que Orlando, aparentemente estaba muerto lo dejaron sin tocarlo. Más tarde, se nos dice que unos trompetistas hicieron sonar un terrible toque: «La Verdad, ante lo cual Orlando despertó». Se puso de pie, desnudo. y es entonces cuando la relatora confiesa…, «que él era una mujer», pág. 181. Era innegable que Orlando se había convertido en mujer». Y así, el embajador de Gran Bretaña ante la corte del sultán abandonó Constantinopla.

Después de varias vicisitudes, se embarca para Inglaterra. Su pensamiento ya es otro: «Todo lo que podré hacer en cuanto ponga pie en tierra inglesa será servir el té y preguntarles a mis señores cómo lo desean». En su espíritu anidaba lo que siempre soñó: la contemplación, la soledad, el amor, y exclamó: «Gracias a Dios que ya soy una mujer», y era a una mujer a quien amaba. Pero, hete aquí que, nada más llegar la presentaron tres demandas fundamentales durante su ausencia: » que estaba muerta y no podía poseer ningún tipo de propiedad, que era una mujer, que era un duque inglés y se había casado con una tal Rosina». Los litigios disminuyeron su riqueza principalmente por ser mujer. En todo momento sentía su belleza; ante el espejo , el deseo le desbordaba, hasta en una ocasión pudo oír las hojas agitándose con el viento y el gorjeo de los pájaros y después suspiró: Vida, un amante». Solo faltaba introducirse en la sociedad londinense, y esta tampoco le satisfizo («¿es esto a lo que la gente llama vida?). Se percata de que el siglo XVIII tampoco trajo esa luz que ansiaba como mujer («El siglo XVIII había terminado; daba comienzo el XIX», pág. 253). Lo que se decía la hundía más: » las mujeres son solo niños grandes»; están para halagarlas, para el entretenimiento. La entrevista con el señor Pope sirvió de poco; su alivio fue necesario cuando se marchó el intelectual, al contemplar «las alegres barcazas cargadas que iban remando río arriba»; los intelectuales no querían comprender y no sabían. Es el final del capítulo cuarto cuando Londres es descrito como negrura: «Cubría la ciudad una turbulenta y confusa nube. Todo era oscuridad; todo eran dudas, todo era confusión». Así estaban las relaciones humanas en un siglo en que fue bautizado como Ilustración.

Por si fuera poco, la entrada en el siglo XIX, la época victoriana tampoco se significó por el cambio que deseaba Orlando como mujer («La vida de una mujer promedio consistía en una sucesión de partos»). Cuando la mujer llegaba a los treinta tenía unos quince o dieciséis hijos. Una tarde Orlando se palpó el pecho y encontró el manuscrito de su poema «EL Roble«, «manchado de agua de mar, de sangre, de los viajes», después de tantos años. En la primera página estaba escrito el año de comienzo 1586 con su letra. Atrás quedaban trescientos años («Después de todo…. no ha cambiado nada»). Su pensamiento era transparente. Se preguntó: ahora con la reina Victoria y mucho antes con la reina Isabel, «¿pero cuál es la diferencia?». La ventana a la que se asomaba fue la testigo de su idea. Y además, el siglo XIX «le resultaba extremadamente adverso». La soledad le embarcaba, «todo el mundo tiene pareja menos yo…, estoy soltera, sin compañero, sola«. Su pareja era el páramo, la naturaleza, «soy la novia-susurró-«. A pesar de que había conocido a hombres y mujeres, no había entendido a ninguno. Un día «vio una silueta que se alzaba oscura contra el cielo del amanecer teñido de amarillo». Es entonces cuando encontró a su prometido: D. Marmaduque Bontrthrop, librepensador. Las expresiones «eres una mujer», exclamó ella; y «eres un hombre, Orlando», exclamó él, marcan un interrogante, cuál es la diferencia; quién es quién. Y así estuvieron más de dos horas hablando y del corazón de Orlando salió: «soy una mujer, una verdadera mujer, por fin», pág. 277. La afinidad entre los dos era tan evidente que prosiguieron preguntándose «(«una revelación tal que una mujer pudiera ser tan tolerante y honesta como una hombre, y que un hombre pudiera ser tan peculiar y sutil como una mujer»). La necesidad del compromiso se asentó («cómo pasaba el anillo de uno a otro»). El amor había llamado a la puerta y se había casado.

El último capítulo viene marcado por la primera guerra del siglo XX. Es el final con su libro literario The Oak tree en el que se recogen trescientos años («Allí estaba el tintero; allí estaba la pluma, allí estaba el manuscrito de su poema»). Lo que deseó siempre fue escribir poesía, qué más da que estuviera casada con un marido que siempre estaba en Cabo de Hornos, ¿ «eso era matrimonio»? Su estado de felicidad era otro, la entrega a la escritura, a que volara su pensamiento se hizo: «Escribió, escribió, escribió«. Vida y pensamiento son como dos polos opuestos. ¿Solo queda mirar por la ventana? Entonces es cuando surge la terrible pregunta, ¿qué es la vida?…, «que ¡ay!, no lo sabemos«. En ese momento, Orlando se levantó, «dejó la pluma, se acercó a la ventana y exclamó: «¡Se acabó!». Sorprendentemente se nos atestigua un signo de vida: «Es un niño precioso, mi señora». «En otras palabras, Orlando había dado a luz a un hijo sin percance alguno, el jueves 20 de marzo, a las tres en punto de la madrugada».

«Y sonó la duodécima campanada de medianoche: la duodécima campanada del jueves, once de octubre de mil novecientos veintiocho». Los años 1568 y 1928 se amoldaron. La tríada: Orlando, el hijo carnal y The Oak tree permanecerán para adentrarse en el alma de una mujer con la literatura inglesa como cabecera desde el período isabelino hasta su muerte. Eso sí, la poesía como bálsamo, como refugioQué tienen que ver las alabanzas y la fama con la poesía?).

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Woolf, V., Orlando. Madrid, Cátedra, 2024, 361 págs.

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Cartas sociables de M. Cavendish

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La necesidad de comunicarnos es clave en el desarrollo de las personas, aunque se conciba como «amistad platónica y epistolar», y más si añadimos imaginariamente como en este caso con una prosa esplendente en que la belleza cobra todo su vigor e invita a proseguir la lectura. Lo epistolar se yergue como una atalaya luminosa con base en la antigüedad clásica como formación.

Doscientas once cartas jalonan una trayectoria de una mujer que solo necesitó ser ella, poco le importó que su obra literaria fuera amarga para la crítica-tal vez por ser mujer que piensa– en un siglo en el que reverdeció para airear su pensamiento. Al ser este género epistolar-aspecto que justifica en el prefacio a «Nobles lectores»– , no podemos olvidar la intimidad y la subjetividad con que nos llegan. La singularidad prima en la creación, y más cuando van dirigidas a una persona imaginaria; o el otro yo de quien escribe; es un reflejo que nos apabulla por las verdades que encierra; en definitiva, la necesidad de contar lo más profundo del ser. La verosimilitud y la expresividad con que se muestran nos conducen a la reflexión, quizá el motivo primordial de dar cuenta de lo que sale del alma de Cavendish.

Cuando se dirige «al lector severo» nos recuerda los motivos por lo que las escribe: «Para recordarles que, como aquellos que cabalgan, / pueden resbalarse, sin pensar por dónde van, / o caer en una zanja», pág. 108. Nos advierte de que no escribe «para avergonzar a nadie». Como nos muestra la editora, las cartas » representan la conversación entre dos damas nobles, separadas por la distancia, pero unidas por una serie de preocupaciones comunes«, pág. 68.

Muchos son los temas que aborda, tales como el amor: «sobre los cuales el amor corona sus vidas con la paz, y los reviste y los engalana felicidad, felicidad que vos disfrutáis…, pág. 221; el matrimonio: «Me alegra que Lady U. S. y su marido viven tan felizmente, solo el uno para el otro, y que se aman tanto el uno al otro que rara vez se separan por la ausencia», pág.304; la mayoría de los maridos o son engañados por sus políticas mujeres, o son obligados a obedecer…», 129; el baile…,» y el ejercicio más importante de nuestro sexo es el baile, no en solitario o entre ellas mismas, porque lo odian, sino en compañía masculina, y esto les gusta tanto como para bailar con una apasionada vehemencia», pág.148; soledad: «volví a casa muy complacida con el espectáculo, y estando en soledad descubrí que tenía un río, un lago, o un foso helado en mi mente«, pág. 431; vida retirada: «una vida casera, libre de la ataduras del confuso estruendo, y del ruido atronador del mundo», pág.70;…»es más acorde a mi condición vivir en el campo porque por naturaleza mi carácter es un carácter solitario, pensativo...», pág.491; la sociabilidad como generadora de bienestar: «...o superar al otro en mérito y valía como muestra de cortesía y sociabilidad, por valor y generosidad…», pág.142; diferencias hombre-mujer: «porque de este modo gobernamos como si fuera por medio de un poder inconsciente, de tal forma que los hombres no perciben cómo el sexo femenino los maneja…», pág,138; la exaltación de su esposo: «sé que tiene el valor de César, la imaginación y el ingenio de Ovidio, y la habilidad para la tragedia, y especialmente para la comedia (…), él está por encima de Shakespeare en la habilidad para la comedia«, pág.400; amistad : «con todo me satisface haber respondido a vuestro deseo, porque preferiría que el mundo me condenara por necia que vos por romper o descuidar nuestra amistad, porque mientras viva, os demostraré que soy», pág. 495. Es el final, la última, por si tenía alguna duda la imaginaria dama, y en todas, se repite: Señora, vuestra leal amiga y fiel servidora. Un alma abierta a la sociedad, directa, asombrosa, sensible, generadora de sosiego, de bienestar, de ser feliz con los demás.

Coda. Cavendish fue enterrada en Westminster Abbey, corría el año 1673. El epitafio lo escribió su esposo; parte del mismo: «Esta duquesa era una dama sabia, ingeniosa e instruida«. Habrá que añadir que la libertad es un derecho de las personas, más allá del género; supo defender lo que sentía en un siglo donde no era tan fácil y más para las mujeres.

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Cavendish, M., Cartas sociables. Madrid, Cátedra, 2024, 497 págs.

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Poesía

Pedro Salinas. El poeta del amor

A los docentes, cuando pronunciamos el nombre de Pedro Salinas nos viene a la memoria «Generación del 27» y el poeta del amor; en un principio, olvidamos que también coronó su obra con teatro en el que lo poético sobresale-no olvidemos que para ser un gran dramaturgo se necesita ser poeta-. Lope de Vega y Shakespeare son ejemplos nítidos.

Pero, es evidente que el poeta del amor que así ha quedado para la posteridad le recordamos, sobremanera, con el título de La voz a ti debida; como sabemos, eligió este verso de la Égloga tercera de Garcilaso de la Vega. Fue poeta-como acostumbraba a decir- porque tuvo un amor vivo, luminoso.

Excelente que la editorial Cátedra eleve al poeta con su dramaturgia; otro venero imprescindible para extender un género que aunque no adormecido, quizá, no fuera todo lo conocido por la gran mayoría, aunque sí por la crítica. Precisamente, a eso responde la editora por lo que ayudará a contemplar desde otra almena la dramaturgia del poeta. Parte de un hecho, de una frase del propio autor, que  nos recuerda: «vivir es representarse, es verse a uno mismo (p. 11). Alegría que la profesora comience con el horaciano prodesse et delectare en este tiempo convulso de las humanidades.Hay que ser constante y exigir cultura, sapiencia, pensamiento; sin ellas no puede haber libertad. Y una forma es la lectura de este ensayo con delectación en el que Montserrat Escartín desgrana en nueve capítulos y  apéndice ( Doña Gramática. Consonancias peligrosas o el triunfo del hispanismo. Borradores y proyectos inacabados) una línea clara para cimentar cómo poesía y teatro se aúnan en Pedro Salinas. Reverdece el sentimiento del poeta ante las dificultades para que se representaran sus obras en España; entendía que si una obra no se representaba era un teatro imperfecto. Era necesaria, por tanto, esta publicación no solo para que Pedro Salinas prosiga en el candelero sino también para que lleguemos a entender su sentimiento dolorido ante lo que no llegaba a comprender con su teatro, «un marco donde proyectar sus conflictos de conciencia, que acabaron convirtiéndose en motivos repetidos de su obra literaria», pág.177

En el primer capítulo se nos informa de cómo Pedro Salinas era un fervoroso del teatro ya desde niño cuando iba al teatro de La Comedia de Madrid con su familia y cómo caló hondo las Misiones pedagógicas y La Barraca («La vocación… ha de verse dentro del resurgir del teatro en los años de la Segunda República«, p. 20). Precisamente, el resurgimiento del teatro en los años treinta hizo posible que Pedro Salinas lo viera como algo educativo; para eso, la renovación de las escena era primordial.

El capítulo segundo versa sobre las ediciones y montajes escénicos. Aspecto capital si queremos abarcar las diversas tesituras de sus obras-el balance final de las representaciones- y, sobremanera, las que se representaron en vida y después de su muerte, amén de todas las ediciones hasta la actualidad de su teatro completo. Y así, capítulo tras capítulo («Concepción del hecho teatral». «Géneros, formato, temas y recursos». «La escena c0mo proyección del autor». «La diáspora republicana en Estados Unidos: Middlebury College». » Docencia y tradición teatral en la Escuela Española». «El profesorado español y su pedagogía». «Producciones teatrales: Doña Gramática y consonancias peligrosas o El triunfo del Hispanismo».) se enhebra un ensayo capital para extender el otro yo del poeta-dramaturgo.

Pedro Salinas es consciente de que el problema  son las personas ante la realidad y ahí es donde profundiza con el diálogo y la acción, pero bien entendido que el amor es la línea que marca su teatro en la relación hombre-mujer con esa impronta idealizada de ambos, con expresiones metafísicas tan importante. Todo, nos conduce a la intelectualización y, por ende, a la lectura más que a la representación, al igual que le ocurre a Miguel de Unamuno en el que se vertebra también un teatro demasiado intelectual para ser representado, aunque en el vasco es todavía más difícil.

En el apéndice se pueden leer dos producciones (Doña Gramática-Juego cómico en ocho escenas y un proscenio para estudiantes de español- y Consonancias peligrosas o el triunfo del Hispanismo.). La lectura de la primera es un verdadero deleite el diálogo de los personajes simbólicos ( Poeta, Indicativo, Subjuntivo, Cláusula, Imperfecto, Pretérito, Poe y Para, Las Dos, Modisma, Sinónimo, Esta, Ser, Diccionario, Excepción, Explicación, Varias). El final es esclarecedor de la Gramática y el poeta: «Aunque el verbo tiene espinas / también tiene muchas flores / se lo digo yo a las freshmen / las juniors, sophomores… El subjuntivo es gentil, / nada su encanto resiste, y que nadie diga ya / que la Gramática es triste», pág. 232. Es otra forma de enseñar para motivar a los alumnos.

Las últimas páginas están dedicadas a proyectos inacabados, págs.264-301, en los que se percibe ese estilo literario tan propio de Pedro Salinas.

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Escartín Gual, M., Pedro Salinas tras el telón. Madrid, Cátedra, 2018, 301 págs.

Ensayo

María Teresa León, todo un símbolo literario

Me enfrasco en la lectura de Palabras contra el olvido.Vida y obra de María Teresa León (1903-1988), ensayo de José Luis Ferris. Que vaya por delante, que de olvido nada, al menos por mi parte, puesto que en mi docencia siempre estuvo presente en el ensayo y en el periodismo-escribó mucho mejor que algunos/as que se creen, hoy, que lo hacen bien-y sobre todo, en el arte de enhebrar la palabra exacta, y menos la mujer de Alberti-eso lo suelen decir los que no leen, cuentan chascarrillos o se contentan con lo que dicen otros-. Evidentemente, que más de cincuenta años con el poeta gaditano están ahí, pero se beneficiaron ambos, por lo que eso de las mujeres del 27 y otras majaderías que a continuo oímos sobran. Incluso me atreveré a escribir, cuando al autor de este ensayo manifiesta que «aún siga siendo una gran desconocida» (pág. 16), que María Teresa León tiene nombre propio en la literatura y así hay que contemplarla y leerla; o mucho más joven, Monteserrat Roig, también ya muerta, y, sin duda, otras muchas. Hay que leerlas pero no por ser mujeres sino porque son extraordinarias y ocupan un lugar preferente en la literatura del siglo XX y en el periodismo. Los latiguillos sobran, ¿qué mas da que sea hombre o mujer? La humildad de María Teresa al definirse como «la cola del cometa» la hace más grande ( su hija fue nítida: «Ella y mi padre fueron dos cometas con luces paralelas…». Recordemos que María Teresa ya era escritora antes de conocer a Alberti y había publicado, también, en revistas y periódicos.

La biografía se lee con delectación; es un saber contar que se aprecia, y algunos hechos te alegran; por ejemplo me ha sorprendido que tan jovencita leyera a A. Dumas, V. Hugo y Galdós («A quien iba a echar de menos la pequeña era a don Benito Pérez Galdós. Había descubierto al gran novelista con apenas once años, en las lecturas secretas de la casona de Barbastro, al lado del tío viejo, solitario y loco, leyendo a Trafalgar. Tras el descubrimiento que le produjo aquella novela, escuchó de alguien que el escritor acostumbraba a tomar el sol en el Parque del Oeste madrileño. Y allá que fue María Teresa, de la mano de su madre, un día propicio para el encuentro: ´Nos acercamos a saludarle siempre. Sí estaba medio ciego. Nos acariciaba la cara. ¿Y esta niña? ¿Quién es? Es la hija del teniente coronel, ya te lo hemos dicho, le explicaba el sobrino que se llamaba Hurtado de Mendoza. ¡Ah, sí!, decía don Benito, volviendo a su silencio. El sobrino miraba a las chiquillas. Las chiquillas se dispersaban jugando y él tenía que quedarse junto a su tío ilustre, ya tallado como si fuera de piedra´, págs. 44-45).

Y cómo no, otro hecho que me ha alegrado es que cuando Alberti conoce a María Teresa, Ferris haga mención al Premio Nacional de Poesía de 1924 que fue otorgado a Alberti (el jurado: Antonio Machado, Gabriel Miró, José Moreno Villa, Carlos Arniches y Ramón Menéndez Pidal, pág.86). Y sin embargo, todavía, en libros de textos, en ensayos, en universidades, en colegios, en institutos, en oposiciones,  algunos/as docentes digan que fue «ex aequo». Me he cansado de propalarlo en las clases y en los escritos e incluso en este «blog»; pero todavía se mantiene no solo en lo escrito anteriormente sino, cómo no, en la radio y en la televisión como tantos errores.

Me viene a la memoria cómo el propio Alberti en el homenaje que se tributó a Antonio Machado en Baeza en 1983 aludíó al premio y al jurado, y evocó al poeta sevillano cuando se lo encontró en la calle General Arrando y se apresuró a saludarlo y darle las gracias; » no me tiene que agradecer nada, era el mejor»- le respondió Machado-;bien conocía Alberti este hecho porque Machado había olvidado su escrito en el libro: «Mar y Tierra. Rafael Alberti. Es a mi juicio, el mejor libro de poesía presentado al concurso». Ferris alude a que una vez juntos, «Alberti tuvo el detalle de regalar a María Teresa un objeto de gran valor personal. Se trataba de un ejemplar de su libro Marinero en tierra, ilustrado con sus manos, y que guardaba la sorpresa, entre la páginas de una nota olvidada de Antonio Machado en la que razonaba limpia y brevemente su voto para el Premio Nacional de Poesía de 1924. (…)». ´A veces, paso los dedos sobre la escritura de Machado desvaneciéndose, quisiera  detenerla. Rafael me hizo con este libro su primer regalo», pág.94). Cuando estuve en la Fundación Rafael Alberti en el Puerto de Santa María, hace tiempo, no me percaté de buscarlo por si estaba allí.

Tenemos que ser agradecidos con  José Luis Ferris por habernos recordado mucho, pero también por otros avatares que quizá desconocíamos-al menos, yo-. Las últimas líneas-la lucidez es tanta- que los ojos se vuelven acuosos. Su pluma eléctrica nos ha hecho ver con limpidez y altura la grandeza de María Teresa León- en la que inteligencia, talento, y estilo se aúnan-, que se necesitaba. Al final queda uno como en vilo, pensante, con la idea si alguna vez veremos publicado Amor en vilo, pero esto no mengua a María Teresa que tiene un cajón hermoso en la literatura.

Cuando escribo Amor en vilo me refiero al libro amoroso que escribió Alberti que no se ha publicado-aunque sí poemas sueltos-. No sé si esto sucederá alguna vez. ¿No sería lógico que a quien van dedicados estos poemas fuera la verdadera dueña del libro más allá de herencias, hechos judiciales o testamento si lo hubiere?

En realidad, el título Amor en vilo apareció por vez primera en las revista Los Cuatro Vientos para designar un puñado de poemas de Pedro Salinas. ¿Fue consciente el poeta gaditano de tal hecho? Esta pregunta no me la puedo contestar. Con el paso del tiempo, P. Gimferrer nos sorprendió con el mismo título Amor en vilo, en 2006. ¿Otra historia de amor? No olvidemos que después-o al uníseno- de la palabra libertad es lo más grande que tenemos los humanos.

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Pérez Galdós

Pérez Galdós en el Ateneo de Madrid

Ayer se representó en el salón de la «Docta Casa» la obra Santa Juana de Castilla de Pérez Galdós por el grupo La Cacharrería (.grupo de teatro de la sociedad ateneísta de aire libre). Antes de su representación pudimos ver en vídeo, además de los personajes históricos la primera edición y la última, por cierto, que hice yo-adjunto la portada-.La obra se representó, la primera vez, en el Teatro de la Princesa de Madrid el 8 de mayo de 1918.

En tiempos convulsos, el teatro es como una ventana abierta que ilumina, que nos hace vivientes, que nos une, que nos salva de tanto atropello inane. Esta obra vivificadora se alza como un oasis de otras teorías históricas que no pueden sostenerse por mucho que nos lo repitan, una y otra vez. El inmenso vacío con que se ha tratado al personaje histórico revive en lo literario. La necesaria ósmosis entre drama y realidad cobra todo su valor si entendemos el teatro como vida, como pensamiento que se alza en las tablas. Con estas palabras, Galdós nos lo recordó: «No hay drama más intenso que el lento agonizar de aquella infeliz viuda, cuya psicología es un profundo y tentador enigma». Con su teatro quiso poner de relieve sobre las tablas el fanatismo, la intolerancia, la incompetencia, el poder corrupto, el enfrentamiento.

El concepto religioso con que es tratada tal vez sea cómo pensaba el autor. Juana no acude a las ceremonias de la Iglesia, pero en su corazón anida una fuerza evangélica que para Galdós ha merecido el título de santa.La religión la llevaba en su alma e intenta transportarla a los demás y estar con los más humildes, con los necesitados. Juana está mucho más cerca del cristianismo que muchos otros que se basan en lo externo. Pérez Galdós se percató de este hecho y la eleva a los altares.

La importancia del personaje tuvo más repercusión en la dramaturgia. Así Martínez Mediero la ensalza como paradigma del amor verdadero( Juana del amor hermoso,1982). Martín Recuerda nos traza una imagen pletórica, de ansia de libertad, de justicia, del lado de los desposeídos, de los engaños de una sociedad en que los «cuerdos son ladrones» (El engañao). Los tres dramaturgos sintetizan la tríada en la que las personas debemos crecer y ser espejo: libertad, amor y santidad.