Con ilusión, la mañana del sábado, nos dimos cita para participar, un año más, en uno de los cross más emblemáticos en el umbral de la sierra madrileña; con llovizna y frío íbamos llegando para recoger el número de dorsal y la camiseta; casi doscientos estudiantes y personas que ya hemos cumplido esa etapa, pero con el anhelo juvenil de proseguir estas carreras llenas de gozo, de primavera. Me sorprendió que este curso no hubiera más gente; tal vez la distancia -La Berzosa- o la esperada lluvia.
A la hora prevista, tanto mujeres como hombres, aunque en este cross ellas salieron primero -en el de la universidad de Comillas se salió juntos- y casi ya sin llovizna que nos respetó hasta que el último corredor llegó a meta, se comenzó con la alegría que se deposita en la mente; al final, cayó una fuerte nube, y más tarde el sol. No podía faltar el entorno paradisíaco esmaltado de hierbas, jaras, tomillos, encinas (en castúo carrascos), etc., y ese aire purificador que nos acompañó en todo momento y nos embriagó con ese olor placentero que deslizaba la conjunción de la humedad de la tierra, las plantas y árboles, en el que predominó, sobre todo, el de las húmedas jaras. Mi más sincera enhorabuena por la organización y el respeto entre las personas.