Hoy y mañana se congregarán en el cementerio del pueblo miles de personas y depositarán flores sobre las tumbas. ¡Cuántas veces nos dijiste que las flores en vida! Eso hice, como bien sabes. No estaré tampoco en el recinto sagrado para los cristianos en el día de los difuntos; pero sobre la tumba leerán lo que un hijo tuyo escribió para siempre; tu recuerdo permanecerá en las personas que se agolparán leyendo nombres y más nombres; pero se detendrán unos minutos más al leer los versos con que te coroné como más que santa y reina de la solidaridad, de la entereza, del compromiso, de la entrega. Te fuiste entera con esa belleza que destilabas; todavía te recuerdo en el ataúd con eso rostro límpido, enaltecedor, como preparada para asaltar los cielos: aquí estoy con derecho propio pronunciarás; y en ese instante sonarán acordes celestiales al mismo tiempo que te acogerán serafines, arcángeles, ángeles y toda la corte paradisíaca.
Aunque ya lo he escrito, todavía me viene a la memoria el día anterior que estaba en Donosti corriendo la Behobia. Fue una carrera inolvidable. Disfruté y te la ofrecí cuando empecé a correr. Al día siguiente, cuando estaba desayunando en el hotel sobre las ocho horas me avisaron que habías muerto, que esa mañana no te apetecía desayunar. Era lunes. Esperaste a morir para que terminara la carrera que con tanta ilusión lo hacía.
Esa camiseta con la que corrí, negra-amarilla, será emblemática. Ahí te veo, hoy me la he puesto para entrenar; es como un homenaje. Gracias por tanto.
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