Dos adjetivos coronan la obra galdosiana: excepcional e incomparable. Fue el representante excelso de las virtudes y flaquezas de las personas que conoció, había escuchado y leído; le cupo ser el auriga de una sociedad viviente de una época trascendente en lo social, económico y político; asimiló el latido de las personas en un período convulso; de esta forma se convirtió en un símbolo nítido del realismo literario. Sus máximas, todavía pendientes en las relaciones humanas, jalonan el progreso, la ciencia, la libertad, la tolerancia y la educación; aún estamos en esa lucha, que trazó en la novela como espejo.

El periódico El País dejó constancia de su importancia: «Don Benito ha muerto. ¡Viva Galdós! (…) vivirá en sus obras mientras viva el mundo». Gran acierto, a pesar de tantos ataques furibundos por tantos, pero sus lectores proseguimos con el espíritu que anida su obra; solo los envidiosos o los que no lo han leído se valen de chascarrillos impropios de gente abierta y culta; por otra parte, es la única forma de que hablen de ellos. Es difícil no sentirse galdosiano después de leerlo. Anímate que no te arrepentirás. No creas tantas tonterías que se propalan por los que quieren ser famosos o que hablen de ellos por pregonar barbaridades del maestro, así, así de nítido. He tenido la valentía de decir esto a un escritor famoso, ya muerto, delante del público asistente en una conferencia que impartía-que no trataba de Galdós, pero aprovechó para denigrarlo- ante un silencio sepulcral. No tuve respuesta. Dudo que hubiera leído algo como tantos que lo citan, y encima mal.
Ya no se dice «después de Cervantes, Galdós». En el siglo XXI lo coronamos: «está a la altura de Cervantes«. Si hubieran nacido Lope de Vega, Cervantes y Galdós en Inglaterra habría procesión, camino, para rendirse ante ellos lo mismo que se hace con Shakespeare. Qué le vamos hacer,somos así; ¡nos invadieron tantos pueblos con la espada…!La envidia nos corroe, sobre todo a los que creen que han descubierto el mediterráneo literario.
Sus posibilidades lingüísticas se pueden observar; la percepción con que las envuelve es un don por su capacidad imitativa; en sus primeros artículos periodísticos lo deja entrever; en concreto me causó una honda impresión la lectura de «Una industria que vive de la muerte» sobre el cólera que asoló Madrid, que después pasó a cuento-todavía no sé por qué-. Es ensayo periodístico como ya escribí hace mucho tiempo. La tríada música-realidad-literatura conforman un mosaico difícil de igualar y menos perfeccionar.
«La sociedad presente como materia novelable», así entra en la Academia para dar vida a sus personajes desde El Audaz, y La Fontana de Oro (1870) hasta el último grito en El abuelo (1898). «He levantado la bandera de la realidad enfrente de un idealismo estragado». En todas ellas subyace la España radiante con sus dicotomías en las intrigas novelescas con ese tono didáctico que tanto caracteriza a Galdós, en fusionar lo político con lo personal con significaciones posteriores, bien reflejados en el mundo conservador y el mundo del progreso, a este pertenecía Galdós. No olvidemos que la vida de un escritor está en sus libros y en Galdós más, sin orillar los puntos de vista, las voces, la verosimilitud para llegar a la verdad de lo que ocurre a su alrededor para lanzarlo a la posteridad. Su vigencia es lo que nos hace recordarlo y leerlo.
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