Llegó puntual; mejor dicho, antes de la cita prevista; es una costumbre que adquirió de pequeño, no porque ansiara el encuentro, pero sí por ver el tiempo transcurrido y cómo había cincelado en el rostro después de tanto tiempo sin verla; pero, por otra parte, le gustaba esperar para observar la mirada, el caminar, la vestimenta, el entorno, y más hoy donde la imagen es un punto primordial.
Aunque llevaba el periódico en la mano, se detuvo un momento en el quiosco que estaba en frente de la cafetería y observó una novela que le llamó la atención; el título se las traía: El conocimiento nos sumerge en la nada. Se dirigió al quiosquero:
– ¿Me puede acercar esa novela?
– Es nueva. Ha llegado esta mañana.
– Me sorprende el título.
– A saber. Hoy se escribe rebuscado. Incluso la autora puede ser un seudónimo; pero no se crea, que aunque aparezca el nombre femenino puede ser un joven, quién sabe; y luego si tiene muchos lectores ya se encargará de ventearlo en la televisión. Solo importa lo material.
– Por lo menos la portada es inusual: una cascada de agua que se pierde; quizá tenga enjundia. Me gusta, porque sabrá usted que hoy las portadas de las novelas sirven de reclamo y después decepcionan. Por ejemplo, al lado tiene una con una mujer saliendo del baño; aunque sea un lienzo, la editorial seguro que la ha elegido para vender más.
Entró en la cafetería; pidió un cortado. Son las 17 horas en un Madrid de cielo gris que se disolvía en lluvia; era la hora convenida. Se enfrascó en la lectura de la novela adquirida; al cabo de un rato miró el reloj; (-“¡anda, si son las 17.45 minutos y aún no ha llegado! Tal vez un contratiempo”)-. Por la ventana observó ráfagas de viento que movían las hojas de los árboles y el inclinar de las ramas. La cafetería era un torbellino de gentes que entraban y salían; se oía el arreciar de la lluvia. El viento soplaba con furia.
Hay veces en que uno solo no se encuentra a gusto y necesita estar con cualquiera, pero no era el caso porque a pesar de las diferencias, de nuevo, querían saber el uno del otro, o al menos, aparentemente eso era el motivo de quedar para contarse cuitas después del tiempo transcurrido. Levantó la cabeza. Echó una ojeada alrededor. No vio a nadie conocido; oía palabras que no entendía, pero sí un murmullo cansino que le distraía de la lectura; parecía como si se hallase en un océano de vulgaridad: risas, miradas, cuchicheos, amaneramientos.
Miró, otra vez, a la puerta de la cafetería; de repente, el corazón le empezó a latir más fuerte; era ella. (Cierra el paraguas y una eclosión de ojos quedaron inmóviles ante su mirar enhiesto, alumbrador; el silencio se hizo notar en el recinto). Rápidamente se reconocieron y sin pensarlo, se abrazaron.
– Pero, qué guapa estás, parece que por ti no pasa el tiempo, dijo Fabio, efusivamente.
– No creas, he pasado por algunos momentos difíciles, pero al fin he recobrado mi libertad. La frialdad de Izaskun se notó en sus palabras. La memoria que destruye.
Hubo un breve silencio.
– Bueno, no será para tanto, ya hablaremos con más tranquilidad.
– Y a ¿ti cómo te va?, tampoco has cambiado mucho. Además, no pierdes los hábitos; siempre con un libro en la mano y además coincide con “el día del libro”. ¿A ver? Por la portada parece profundo; me recuerda a lo que estudiaba en la carrera sobre el existencialismo, el pensamiento, el más allá, el sentido de la vida, las aguas de la memoria, la dura incompatibilidad de la acción y el pensamiento; muy lejos del materialismo que nos invade; ahora la cultura del esfuerzo no se valora. La gente se decanta más por la cultura del tener que del ser.
– Pues, aquí me tienes. Siempre cómo contentarme con los demás y con el saber más cada día. Algunas veces con el recuerdo a las espaldas sin que el tiempo me alcance por el momento. Una de mis ideas-como seguro recordarás- es que hay que ser felices con los demás; solo, no es posible. La vida es para vivirla y, especialmente, compartirla.
– No sé, no sé. Ya comienzas con tus teorías. Depende del lado como lo mires; la perspectiva puede influir mucho. A mí, antes, la timidez me absorbía; un gesto, una palabra, o cualquier cosa bastaba para que la sangre me subiese a la cara. No era capaz de tomar decisiones, siempre estaba al socaire de alguien. Ahora, ya no. Ya soy una mujer libre.
– Qué gran adjetivo “libre”. La palabra “libertad” siempre me recuerda el diálogo entre Sancho y Don Quijote. Ahondando un poco más en tu pensamiento, quizá el problema radique en que los hombres sentimentales esperan demasiado de las mujeres; en este sentido, tal vez, la naturaleza ha sido injusta; a unos, les da una cosa y a otros, otra. ¡Qué le vamos a hacer!
– Ya. Mi vida tuvo un fin, un entusiasmo; ahora, debo iniciarla. Viví en un mar de dudas; en un sin vivir. Además todo se complicó, aún más, porque una mujer pensaba en mí. Sinceramente, me asusté. No hacía nada más que llamarme, escribirme “whatsapp”, pero, de repente dejó de hacerlo. De estas casualidades que da la vida la veo un día en el teatro con otra mujer muy acaramelada; así es que respiré. Nunca más supe de ella.
– Es que creemos que cuando nos gusta una persona o nos enamoramos debemos exigir a la otra que sea recíproco; y ahí está el mal. No tenemos ningún derecho a hacerlo por lo que no me extrañan tantos desencuentros; si transigimos o exigimos, todo irá a peor. También entiendo la dificultad de hallar a la persona que mereces, que deseas; al final te quedas con lo que encuentras, he ahí el problema de las relaciones humanas. Por cierto, esta idea me conmovió al leerla en lo último de Marsé. Se me grabó y la he estado dando vueltas: “Nunca olvides que el amor verdadero que puedas merecer de una mujer no será el que estás buscando sino el que no sabías que estabas buscando”. (- “Precioso-contestó ella”). Pero, dejémoslo, nos complicamos en demasía la vida; hay que vivir que el camino se acorta día tras día.
– Oye, cómo no nos vamos a un café más tranquilo; es que percibo que la gente me mira y además así nos sentamos y hablamos tranquilamente. Izaskun quería ser ella; ser dueña de sus pensamientos. Contar, contar, contar para acallar su conciencia; era una necesidad vital.
– Como quieras. Ya parece que ha dejado de llover; vamos.
La calle estaba húmeda y el viento había amainado; al fondo se veía un resplandor en las cogollas de los árboles.