El título de este canto es el último verso-por eso lo entrecomillo- del poema «La última costa» del libro de Francisco Brines La última costa (1995), su último libro. Lo símbólico del verso posee raíces poéticas o, al menos, nos evoca un final sin que sepamos cuál. Lo primero que nos podemos preguntar es si solo es inspiración, o es el final existencial que nos visita y nos invita al pensamiento ante la niebla, pero que, a su vez no nos permite el conocimiento de hacia dónde vamos. Pero, con claridad se advierte de que el tiempo es limitado. ¿Es una obsesión del poeta? ¿Por qué nos viene a la mente al pronunciar su nombre que es un poeta del tiempo?
En el poema aparecen tres habitáculos y «otras varadas» (referídas a uno de ellos, en este caso a «barca») en los que nos movemos con el matiz de la dualidad vida/muerte; esta necesaria. Tres navíos ( «barcaza», «barco», «barca»), de cualquier forma, prestos para partir en los que cabemos en un momento dado, pero con un matiz sobrecogedor: todos hacia la niebla, enigma que ya fue cantado en la antigüedad; el ejemplo más nítido es «la barca de Caronte», clave, por otra parte para entender el poema, como estado de conciencia permanente.
En este ámbito destacan unos adjetivos que marcan a los personajes según vayan en un navío u otro. Así en la «barcaza» son descritos como «torvos»; los del «barco» como «gentío enlutado», y en la » barca» en la que sube el poeta son como «esclavos mudos». ¿Qué simbología encierran? Habría que deslindar esa estampa majestuosa de la madre desde el barco mirando al poeta que se halla en la barca («Mi madre me miraba, muy fija»), por lo que son dos concepciones opuestas de a dónde vamos, o por lo menos una duda perseverante; tal vez, la lucha entre la razón y la fe, al menos en el transporte elegido por ambos ya que los que eligieron montar en la «barcaza» se excluyen al ser definidos con el adjetivo «torvo»·
Es el tiempo, envidioso, que se mira y nos devora, el que triunfa sobre la fama humana; nos recuerda con nitidez la caducidad de nuestra vida, y nos preocupamos para que la memoria tenga fundamento; pero, no hallamos esa eterna felicidad que nos propuso Petrarca en su Cancionero con el reencuentro de Laura y el poeta como triunfo del amor.
—————————
Poema:
Había una barcaza, con personajes torvos,
en la orilla dispuesta. La noche de la tierra,
sepultada.
Y más allá aquel barco, de luces mortecinas,
en donde se apiñaba, con fervor, aunque triste,
un gentío enlutado.
Enfrente, aquella bruma
cerrada bajo un cielo sin firmamento ya.
Y una barca esperando, y otras varadas.
Llegábamos exhaustos, con la carne tirante, algo seca.
Un aire inmóvil, con flecos de humedad,
flotaba en el lugar.
Todo estaba dispuesto.
La niebla, aún más cerrada,
exigía partir. Yo tenía los ojos velados por las lágrimas.
Dispusimos los remos desgastados
y como esclavos, mudos,
empujamos aquellas aguas negras.
Mi madre me miraba, muy fija, desde el barco
en el viaje aquel de todos a la niebla.