Ayer me invitaron a la representación de El amor de Eloy. Fui con tiempo para pasarme por las exposiciones del Círculo de Bellas Artes «Woman» y «He, she, it». Si hay un adjetivo que las recoja es brillante ; la primera, la vanguardia feminista de los años setenta, y la otra, que me encantó más, «Dialogues between E. Weston and H. Callaham», two great masters of modern american photography. La relación entre visión y deseo; una exaltación de la belleza en la que quedas petrificado.
Ya en el teatro Bellas Artes estuve sentado en la fila 13, butaca 17; es decir, al fondo, que apenas me podía mover por la estrechez. Conocía el teatro por haber estado en varias ocasiones con grupos de alumnos. Con música agresiva, un acomodador se las veía para ir colocando a los que iban llegando con vestimenta primaveral y cara risueña.
Con el anuncio de que apagásemos los móviles, comenzó la representación. Me sorprendió, sin más. No porque los actores y la actriz lo hicieran mal; al revés, la interpretación rayaba la perfección; me refiero al lenguaje y la enjundia de lo que se puede denominar una comedia, y no sé si lo que antes se llamaba «revista» (esto no lo tengo muy claro, por lo que mis disculpas si no es así, pero es la palabra que me vino a la mente según se iba desarrollando). Por lo demás, te entretiene y pasas el rato, quizá es lo que se pretendía. No entro a comentar las reflexiones del autor.