Esta tarde estuve en la Casa de Correo, Puerta de Sol, núm.7, invitado por la Fundación Francisco Umbral, en la concesión del Premio que lleva su nombre del año 2012. Fue otorgado a Luis Mateo Díez por La cabeza en llamas. Enhorabuena; en realidad, fue el que tuvo altura, juntamente con el breve coloquio al final. Lo demás, sucedáneo, cansino, inane, soporífero. Entre frases como «yo diría (hasta en seis ocasiones se repitió), «es de justicia», «asunto a resolver», y otras que no se sostienen linguísticamente se nos pasó el tiempo, ante un publico entrado en años.
¡Cuándo llegará el día en que nos digan unas cuantas palabras verdaderas en estos actos y no nos aburran diseccionanado lo que ya sabemos, y si no es así, de poco sirve! Entre tanto agradecimiento, propaganda de lo bien que lo hacemos, sobre todo los que nos representan en las instituciones; entre tantos «queridos/as», «todos/as», y tanto y tanto que nos apabullan. ¿No se pueden dirigir al público oralmente y no leyendo una cuartillas, probablemente escritas por otros que apenas saben leer y llenas de adjetivos que no dan vida? Uno, después sale cabizbajo y se pregunta ¿habrá merecido la pena? A buen seguro, que Umbral hubiera preferido la palabra exacta en un mundo tan sucedáneo; hubiera sido el mejor homenaje para alguien que fue un orfebre de la palabra, un columnista que aún recordamos y que solo ha seguido su estela Jesús Jurado; no me cansaré de repetirlo.
En el acto no brilló el buen decir, salvo el homenajeado y el breve coloquio como ya he escrito. Una de las ideas capitales de Luis Mateo fue nombrar a Pérez Galdós; es agradecido. «Ese latido de la vida» es el mensaje galdosiano, que Luis Mateo enhebró en ese preciado saber contar como acostumbra.