Aún a sabiendas de que nuestro escritor extremeño, hoy, no está en el candelero, e incluso algunos sin haberlo leído despotrican contra él, de nuevo alzo la voz y reivindico no sólo al poeta sino también al dramaturgo, porque creo que es un clásico, en el sentido de que su obra tiene actualidad, y no sólo en España; en Hispanoamérica y Filipinas es apreciado el bardo extremeño.
No está de más recordar que un catalán, director del periódico Hoy de Madrid, en la primera página en 1921 escribiera: “Lloro, río, sonrío…y sigo recitando, en voz alta, los maravillosos versos incomparables”. ¿Se puede pedir más a la poesía? ¿Quiénes se han adentrado tanto en el alma extremeña? El “un no sé qué- en justa expresión de san Juan de la Cruz- la distingue como singular. Las cosas más nimias han sido cantadas por el poeta para que formen parte del devenir histórico; aspecto este resaltado por los dialectólogos Zamora Vicente y J. M. Rozas. Las creencias religiosas, el paisaje, la vida en general de los pueblos se engastan en la poesía chamiciana; sus versos hondos, nítidos, llenos de verdad, de gracia forman parte del “miajón” poético. Su poesía es canción. Recoge lo más recóndito que anida en las personas y lo ventea.
Tampoco podemos olvidar la faceta dramática aunque solo escribiera un drama: Las Brujas. Drama y poesía se conjugan desde los primeros balbuceos literarios. Chamizo supo aunar ambos conceptos. Lo que hizo el poeta es recoger unos hechos de la sociedad y elevarlos a la categoría dramática en verso. El diálogo dramático es una técnica teatral que muy pocos consiguen, de ahí que el éxito coronara a la obra allá donde se representó como podemos leer en la Prensa del año 1930.
Lo que pretendo es desempolvar a uno de nuestros “logotipos”, porque nos guste o no, traer a colación a Chamizo es hablar de Extremadura. Si en otro tiempo, la voz de Chamizo entusiasmó, ¿por qué le vamos a cortar las alas ahora? Si los ambientes literarios y críticos solventes en la España de los años veinte enmudecieron con su poesía, ¿vamos a ser menos nosotros, los que hemos nacido en esta tierra? Las personas cultas no pueden, en modo alguno, juzgar de oídas; por el contrario, deben acercarse a su lectura para apreciar esa musicalidad con que reviste Chamizo su lenguaje, que es, según el pensamiento de Ortega y Munilla, “maravilla del ingenio de los pueblos, que de tal manera saben vestir su pensamiento con el indumento que conviene”[1].
La originalidad y la vehemencia expresivas son notas que nadie puede discutir. Lo que hace el poeta es escuchar el sonido de las palabras de las gentes de la calle y transcribirlas. Un poeta y periodista nos recordó que “hay que activar la función de escucha. Está obturada. Entiendo la poesía como un esfuerzo de escucha. Oír las voces y el silencio de la gente, pero también de las cosas, de la naturaleza”[2]. Sin olvidarnos, lógicamente, de la emoción, premisa capital de los grandes poetas. Y un dato que se nos escapa, con frecuencia, pero que últimamente se nos recuerda es “la consideración del hecho poético como un fenómeno no sólo de lengua o idioma, en efecto, sino también de habla, esto es, de realizaciones lingüísticas concretas”[3]. Este es un asunto capital en la poesía del siglo XX. Se ha elevado el lenguaje conversacional al ámbito poético; el habla cotidiana se ha injertado en la escritura.
El poeta Eloy Sánchez Rosillo insiste en que “si un poema significa algo en la vida de alguien tiene que tener emoción”[4], y ésta, sin lugar para la duda, en el campo de la ebriedad, tal y como otro poeta de la talla de Claudio Rodríguez ha descrito. El referente de la poesía del siglo XX, Antonio Machado, consideraba la poesía “como palabra esencial en el tiempo”. Carmen Bravo Villasante mantiene que “Machado sigue siendo el poeta de la emoción y del sentimiento profundo. No le va la deshumanización del arte”[5]. La poesía de Chamizo, más allá de opiniones interesadas, es palabra cincelada con los seres y cosas más queridos; en ella hallamos esa emoción y ese sentimiento. Por eso, qué triste que algunos no hayan entendido el pensamiento unamuniano: sólo la cultura da libertad, o el del poeta Blas Otero que podíamos resumir: cuando la ideología se impone sobre la palabra, esa palabra es la primera oprimida, la primera que hay que defender. También, el filósofo Emilio Lledó en la Universidad Menéndez Pelayo manifestó que “el silencio sería terrible si no tuviéramos las palabras”[6]; pues en nombre de la cultura y la libertad de pensamiento extendamos esa gran palabra que ya el personaje Sancho pronunció y Don Quijote hizo suya, y no callemos cuando la cultura y el saber sea cercenado por el poder. Y es evidente que nuestro poeta ha sido olvidado por la cultura institucionalizada, aunque no por la verdadera; aquélla, afortunadamente, fenece y ésta permanece.
Debemos estar vigilantes, en todo momento, como nos recuerda otro poeta extremeño, A. Méndez Rubio, para que “el uso sistemático de la propaganda y la publicidad no conviertan las formas oficiales de cultura en sutiles mecanismos de ocultación, de negación de existencia, creo que el mayor desafío del poeta debería consistir en dejar constancia de lo que no (se) vio”[7].
Nuestro poeta, Chamizo, estaba fuera de esa cultura institucionalizada, de esa cultura propagandística, de esa cultura porque lo mando yo, que por desgracia abunda. Esas zonas de silencio de las que nos habla Antonio Méndez, le ha tocado injustamente a L. F. Chamizo, porque estaba muy lejos de esas proclamas institucionales al uso, bien sean culturales, literarias, sociales, políticas o económicas, y, sin embargo, ahora paradójicamente se vuelven en contra de su obra. Él que quiso dejar constancia de un pueblo en una época determinada; él, que en expresión machadiana: “fue en el buen sentido de la palabra bueno”. Esta es la definición que sacamos los lectores de hoy, una vez leída su obra. A los de buena crianza sólo nos resta agradecérsela.
El libro capital que enmudeció a muchos lectores fue El miajón de los castúos, estandarte de L. F. Chamizo; se adueñó de la intrahistoria-en expresión unamuniana- para primero amasarla, hacerla suya, y, una vez, conseguida, entregarla a los demás; no sólo, por tanto, los extremeños debemos contribuir a que esta enseña perviva, sino también los amantes de la poesía. A pesar de que el libro Extremadura se esperaba, como un paso más en el ámbito poético, sin embargo, no supera su primera obra; eso sí, insiste en la exaltación de su tierra donde el conocimiento y el sabor de los temas se ensamblan, para lo cual recurre al verso hondo, sincero, común denominador de su trayectoria poética. No hay, por tanto, afeites y menos secretos en su poesía; Chamizo se acerca a lo humano-tradiciones, desvelos, alegrías- y lo inserta con la naturaleza. Al unir ambos conceptos surge esa poesía hecha de trozos de cielo, cercana.
Su último libro Poesías castellanas, aunque el año de publicación es de 1967, los poemas los escribió entre 1913-1926; este es un dato que aporta el poeta; como sabemos no ocurre igual con las poesías dialectales. Pero, sí creo que en las poesías castellanas existe un influjo modernista, pero no otras corrientes; tal vez porque no evolucionó o no quiso ante tantos “ismos” como nacían. A Chamizo le interesaba sacar la esencialidad de su entorno, pero, sobre todo, una poesía que impregnara a los lectores, que se emocionaran, que la vivieran, tal vez por eso desechara o no quiso entrar en otro concepto de poesía que revoloteaba por los mentideros, revistas y periódicos. Hecho importante es que no aparecen en este libro rasgos lingüísticos extremeños. Como novedad hallamos el espíritu bohemio madrileño de principios de siglo en el que pululan las palabras ensoñación y libertad.
Firmado por Chorot en el periódico La Libertad de Badajoz, el día 30 de octubre de 1930 apareció un poema dedicado a Chamizo que da pie a lo que venimos manteniendo, del que entresaco: “Pues…vino aquel modesto pueblerino, / injerto en literato y tinajero / porque el día de las locas esperanzas, / atrevido y audaz (como extremeño) / mirose, decidido y pretencioso, / a un polvoriento espejo; / y se encontró tan hombre y tan poeta / como el que más, de todos los verseros… /Y qué hago, yo con estas ilusiones / que jierven aquí dentro?… / A Madrid, a volar. A morir pronto / a levantar el vuelo…/ Y…andando, andando, a los Madriles vine; / llegó herido y maltrecho, porque el tren que lo trajo / en la estación chocó con un expreso. / Sangrando entró en Madrid por vez primera, / y en Madrid lo tenemos, / buscando aplausos y mamando gloria… / Y aquí comienza el cuento… / Y andar…y andar…y andar…Esta vez era… / un peregrino nuevo, / que lleva dentro un alma prodigiosa / y un amor a los campos que, por testigo, / merece un puesto grande en el parnaso / y se ha de codear con los primeros…”.
El crítico Miguel García-Posada-que no es dudoso- con motivo de la Antología de la poesía española del siglo XX, 1900-1980, de la editorial Castalia, en Blanco y Negro Cultural, el día 3 de enero de 2004, del periódico ABC, escribió que “en una Antología poética del siglo XX no puede faltar Chamizo”. Que en un crítico de la talla de García Posada nos exalte a nuestro poeta es para sonrojar a los que en nombre de la “cultura institucionalizada” quieren y desean arrojar al limbo al escritor extremeño más conocido allende los mares, y simplemente porque cantó la vida humilde, sencilla, porque estuvo al lado de los que no tienen voz, porque defendía la querencia, el trabajo, la honradez, el saber, porque quiso exaltar a su tierra, porque cantó la dignidad de un pueblo ante tanta pobreza, analfabetismo y tribulación, y todo como ha escrito J. Ortega y Munilla con “el secreto de la expresión brava, con el secreto de la expresión tierna”[8]. Claro que los que no lo han leído dicen lo contrario. La ignorancia es muy atrevida. Ya el poeta ruso nos adelantó que no discutiéramos «con el necio».
Y cómo no traer aquí la voz de un poeta de la llamada “poesía de la experiencia”, Álvaro Salvador, Catedrático de Literatura, que en la Universidad de Granada, en el aula “García Lorca”, con motivo de una “habilitación” de Literatura Española, que presidía, en septiembre de 2004, manifestó que en su casa le transmitieron la fuerza de la poesía de Luis Chamizo; fue de las primeras lecturas que hizo, y añadió que el hecho de su entrega a la poesía quizá se lo deba, precisamente, por la lectura de la poesía de nuestro poeta extremeño. No tengamos miedo: extendámosla, casi es una obligación; que todas las voces caben en Extremadura, como en otro tiempo tuvo que clamar Pablo Neruda en su Chile querido antes de que la sombra cainita se apoderara del país. Debemos aceptar la crítica, la disidencia, si no, no estaríamos ante una obra literaria; porque hablar de literatura es hablar de libertad. Esa crítica dialógica que defendió Todorov tiene que resplandecer, “donde la poesía-escribe Laura Serrano- en este caso se revele como una forma privilegiada que traduce la realidad social en encarnadura lingüística, sin ignorar nunca ese vínculo que le confiere razón, identidad, sentido”[9].
Esta es la estampa que quiero transmitir de un poeta casi olvidado, de una poesía que ya no es suya sino que nos pertenece a todos. No sólo a los extremeños, sino al resto de los ciudadanos del mundo; y para los acomplejados, si quieren que olviden su nombre, pero no sus poemas; al igual, que en otro tiempo, clamó José Agustín Goytisolo: “prefiero que recuerden mis poemas, a mi nombre. Es mucho más importante la memoria del poema que la del autor”, declaró, probablemente en su última entrevista a Onda regional de Murcia, en la que reflexionó sobre el oficio de escribir y la poesía[10]. La palabra como arte, como perfección, debe ser una constante para conseguir lo que queramos comunicar; aquí está la máxima objetividad. Es la única forma, o, al menos, la más certera, para conseguirla en su mayor grado. Por eso, hablamos de la poesía como don, como rapto, como fervor.
[1] Ortega y Munilla, J., “Prólogo” de El miajón de los castúos. Madrid, Imprenta Juan Pueyo, 1921, pág. 16. En esta primera edición podemos leer que se imprimió el 31 de enero de 1921. Cito por el libro que Chamizo regaló a la Biblioteca del Ateneo de Madrid, con la siguiente dedicatoria: “A la Biblioteca del Ateneo de Madrid. Luis Chamizo”. Con sello y fecha de 10 de febrero de 1921.
[2] Rivas, M., “Entrevista” de W. Manrique en Equipaje de Babelia del diario El País. Madrid, 5 de junio de 2004, pág. 7
[3] VV. AA., Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española (1950-2000). Madrid, Galaxia-Círculo de lectores, 2002, pág. 17
[4] Entrevista de Javier Rodríguez al poeta Eloy Sánchez Rosillo, que a la pregunta ¿Te interesa, sobre todo, la emoción?, respondió: “Si un poema significa algo en la vida de alguien, tiene que tener emoción”, en el suplemento Babelia del diario El País, 3 de julio de 2004, pág. 11
[5] Bravo Villasante, C., Poesía. Palabra en el tiempo. Madrid, Mondadori, 1988, pág. 10
[6] Extraído del discurso que pronunció en el Paraninfo de la Universidad Menéndez y Pelayo de Santander, según la crónica de Raquel Garzón, en el diario El País. Madrid, 30 de julio de 2004, pág. 26
[7] Méndez Rubio, A., “El mareo y la perdiz” en La otra joven poesía española. Tarragona, Ediciones Ígitur, pág. 154
[8] Ortega Munilla, J., op. cit., pág. 25. Sin olvidarnos de otro pensamiento, escrito en el mismo prólogo : “El libro de Chamizo no es de los que se dejan dormir en la estantería de la biblioteca” (pág. 24)
[9] Serrano, L., Las palabras preguntan por su casa. La poesía de Luis García Montero. Madrid, Visor, 2004, pág. 15
[10] Entrevista reseñada por José Á. Martínez Muñoz en el diario El Mundo, el día 21 de marzo de 1999.