En el verano, los/as docentes tenemos más tiempo para leer; es la hora de llenar las aceiteras para que no se apaguen, para que alumbren en todo momento. Después de los tres tomos de Larsson, más de dos mil páginas, me he zambullido en lecturas distintas para comenzar el nuevo curso con brío, como si fuese la primera vez de un profesor que le apasiona la docencia; o, al menos, lo es para mí. Hasta ahora leí, The waste land (T.S.Eliot)-relectura-, The black cat and other stories (The oval portrait, Berenice, The mask of the red death) (E. Allan Poe)-relectura- En la carretera (Mcarthy), Pantaleón y las visitadoras (Vargas Llosa)-relectura-, The Canterbury Tales (G. Chaucer)-relectura-, Emma (J. Austen), El sueño del celta, Vargas Llosa-al terminar la novela queda uno como en vilo, pidiendo justicia; hecho añicos por tanta barbaridad, por tanta muerte inútil; te viene al pensamineto, inmediatamente que la libertad se consigue con el sacrificio de unos pocos. Su goce ha significado la muerte de muchos que nos precedieron. Otra vez, la literatura ha servido para leer tanto palimpsesto-; Iqbal´s way ( C.D. Kerrigan), El animal moribundo (P. Roth), y estoy con Atlas de Geografía humana (Almudena Grandes). En todas hallé lo que es la literatura, algo vivo, que nos concierne, que nos apasiona y nos ayuda en el camino existencial, a veces tortuoso, pero sabedores de que hay meta.
¡Qué alegría sentí cuando llegaron noticias de Corea del Sur, informándonos de que el Gobierno implantará la literatura como obligatoria en los nuevos planes de estudio! Un país que todo lo basa en la educación, es para estar contentos; por estos lares, sin embargo, no solo no se invierte en lo que da vida, conocimiento, sino que se quita. Así vamos. Por no saber, no conocemos en qué van los impuestos, salvo en aquellos que tienen como don arrebatarlos para sí. Desaparecen miles de euros y nos quedamos turulatos, sin saber a quién dirigirnos, y encima, amnistía fiscal para los defraudadores, esos que escamotean a Hacienda; pero, eso sí, se abrazan a la bandera, y se consideran los más españoles, ¡faltaría más!
Siempre he mantenido que la heterodoxia es la realidad, lo que nos hace libres y nos trae el progreso, aunque el convencionalismo esté como guardián, al acecho.
Por mi parte, me he visto enfrascada durante este verano en la increíble «Guerra y paz» de Tólstoi. Desde luego, es un libro único. A veces parece que el tiempo se detiene, cuando el príncipe Andrei o Pierre abren alas al viento en un instante fecundo de sus vidas. Se encuentran en vísperas de la muerte que acecha o miran a lo lejos el cielo estrellado en una noche fría de Moscú, y bajo sus ojos se plantean cuestiones que hacen temblar todo lo leído -y sentido- anteriormente para delinear otros horizontes, más limpios y profundos, sobre un fuerte océano azul. Me quedan aún unas pocas páginas de esta historia fruto -y a la vez madre- de la Historia y de la brillante sensibilidad de un hombre que quería romper la fragilidad de los segundos en la vida de las gentes, para, precisamente, ahondar en el vivir humano.
Absolutamente maravilloso.