Novela

Realismo y naturalismo en la novela española del siglo XIX Félix Rebollo Sánchez

Durante la segunda mitad el siglo XIX se produce uno de los hechos más significativos en el arte de narrar. El florecimiento de la novela es tan deslumbrante que bien puede considerarse como áurea, no solo en España, sino también en el resto de Europa. El apogeo es de tal calibre que no se puede entender sin nombrar la palabra burguesía; esta es quien protagoniza la novela realista, y, al mismo tiempo, la destinataria. Pérez Galdós escribió que «la grande aspiración del arte literario en nuestro tiempo es dar forma a todo esto». El rechazo a lo romántico es algo emblemático, se sustituye por el término realismo. Los novelistas emplean «técnicas y formas narrativas» que servirán como estandarte. Así se inmiscuyen en reflejar la realidad social de manera exacta; lo subjetivo debe quedar al margen, es lo que se ha denominado  objetividad o «narración objetiva», casi siempre en tercera persona.  Esto no quiere decir que vaya en contra del punto de vista omnisciente cuando el autor anticipa lo que va a ocurrir, opina, juzga a los personajes. Además utilizan un lenguaje sencillo para que el lector no encuentre dificultades y se refleje el habla de los diferentes grupos sociales. Las técnicas narrativas naturalistas son semejantes, pero llevadas al extremo y con el máximo rigor. La idea stendhaliana que concebía la novela como un espejo que se pasea a lo largo del camino es el signo característico del llamado realismo.  Clarín elige a Balzac como «el más a propósito para reproducir impresión de realidad en la novela».

De esta novela me ha llamado la atención que el protagonista casi siempre fracase, o se le castigue por ser demasiado idealista, siendo como es una característica primordial de este arte de narrar, por lo demás sencillo, pero bien elaborado, pulido.

La frase ya clásica de que la novela española del siglo XIX es una «literatura de frutos tardíos», en expresión acuñada por Menéndez Pidal, poco importa. Lo primordial es que esta novela no es ajena de lo que se produce en el resto de Europa. Tenemos una fecha clave históricamente y literariamente; me estoy refiriendo al año 1868. Esta fecha marca el devenir del arte narrativo. Sin esta fecha memorable, es difícil que se hubiera producido de igual forma. La confrontación ideológica narrativa hace que Pereda, Alarcón o el padre Coloma se decanten en sus novelas por la tradición católica-conservadora. Por el contrario,  Galdós, Pardo Bazán y Vicente Blasco Ibáñez  se inclinan por un pensamiento progresista, abierto, tolerante. Juan Valera quedaría en tierra de nadie en esta dicotomía.

La aportación de Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891) a la narrativa realista, de tesis, como se denomina también, se circunscribe a El escándalo, El niño de la bola, El sombrero de tres picos, y La pródiga. Bien es cierto que todavía se puede observar una cierta veta romántica. Se le considera como prerrealista, al lado de Cecilia Böl de Faber (1796-1877) con novelas La gaviota, La familia de Alvareda. Los dos alternan aspectos románticos con realistas.

José María Pereda (1833-1916), aunque se inicia en el costumbrismo, pronto se suma a la novela de tesis con Los hombres de pro  como contrapunto a La Fontana de Oro de Pérez Galdós. Pero referirse al novelista santanderino es nombrar De tal palo tal  astilla (como respuesta a la novela galdosiana Gloria), Don Gonzalo González de la Gonzalera, El buey suelto. En todas muestra sus ideas conservadoras, católicas, tradicionales. No podemos olvidar la faceta regionalista con El sabor de la tierruca- en el prólogo Galdós lo define como «el portaestandarte del realismo literario-«, Peñas arriba.

Juan Valera (1826-1905), quizá esté más cerca de lo que se entiende por idealismo que por realismo; pero no puede quedar marginado. Sus novelas Pepita Jiménez, Doña luz, o Juanita la larga marcan una prosa considerable, a veces, modélica y siempre sugestiva. Su cultura la trasladó a la escritura

  Pero, el más grande, sin lugar para la duda, es Pérez Galdós (1843-1920). El escritor canario-madrileño-santanderino es algo más. Desde sus primeras líneas ataca la obcecación religiosa y la intolerancia política; para el escritor, son los dos males del país que no permiten que crezca. En un primer momento se adentra en las novelas que yo denomino «Tratamiento histórico (La Fontana de Oro, El Audaz) y Realidad contemporánea (Doña Perfecta, Gloria, Marianela, y La familia de León Roch)». Y como engarce Rosalía (novela que no publicó en vida). Novela y sociedad como ejes capitales de lo narrado.

El naturalismo parte de la concepción de Zola (1840-1902) al comparar medicina-literatura: «Puesto que la medicina, que era un arte, se está convirtiendo en una ciencia, ¿por qué la literatura no ha de convertirse también en una ciencia gracias al método experimental?». Inspirado en las ciencias experimentales pretende que el escritor actúe como científico. Es el ambiente social en el que viven y la herencia genética lo que prima en los personajes novelísticos. Pero nos podemos hacer la siguiente pregunta: ¿por qué, casi siempre, estos personajes están marcados por taras físicas, síquicas, ambientes sórdidos, desheredados de la fortuna? Son los temas capitales del naturalismo, juntamente con la corrupción y el alcoholismo. Se recogen los ambientes más desagradables de la sociedad.

En España trajo polémica, pero se aceptan matices tanto de Emilia Pardo Bazán, Galdós, como de Clarín. En Pérez Galdós podemos destacar La desheredada (1881), Tormento, Lo prohibido. Pero, solo estas tres. Con El amigo manso, El doctor centeno, La de Bringas consigue otra forma narrativa que se puede denominar un realismo trascendido o portentoso que nos conducirá a su obra maestra: Fortunata y Jacinta.  

Galdós supera el realismo con una nueva concepción narrativa; es lo que se denomina estado espiritualista con Ángel Guerra, Tristana, Nazarín, Misericordia. Como en un «suelto» estarían las novelas de Torquemada (Torquemada en la cruz, Torquemada en la hoguera, Torquemada en el purgatorio, Torquemada y san Pedro). Faltaba lo fantástico, lo mitológico en su narrativa para cerrarla, que lo aborda en El caballero encantado y La  razón de la sinrazón.

El torrente naturalista lo hallamos en Pardo Bazán en sus novelas La Tribuna, Los pazos de Ulloa, La madre naturaleza, Insolación, Morriña. Es la que más se acercó a Zola, pero con el matiz siempre a cuestas con que escribía doña Emilia, una personalidad independiente, ingeniosa e inteligente.

Clarín (1852-1901) y doña Emilia (1852-1921) son los dos escritores que mejor representan el naturalismo zoliano. Dos novelas son suficientes para denominar al escritor asturiano como grande en el arte de novelar, aunque la gran mayoría solo cite a La Regenta, orillando a Su único hijo. Las etiquetas con que se ha intentado enconsetar a una de las obras cumbres de la literatura española no tienen sentido, es amenguarla. Ni novela «de todo un pueblo», ni «novela de la frustración», es todo un rosario existencialista provinciano de la España finisecular, pero a nadie se le escapa que ha inmortalizado a Vetusta; esto sí lo podemos mantener.

El amor en La Regenta es signo de controversia. Hasta el Magistral abandona a la Regenta por la infidelidad  de esta al decantarse por el otro pretendiente.Los celos del sacerdote son tan insultantes para el lector que incluso sentimos desprecio. El tema no era nuevo en la literatura, pero sí abunda en la novela decimonónica. Adulterio y matrimonio ha dado para muchas páginas impresas. No olvidemos que el marido de Ana cae muerto en el duelo que él mismo propició. Doña Emilia también nos narra el amor como problemática de dos hermanos en La madre naturaleza.

A Blasco Ibáñez (1867-1928) se le define como un naturalista tardío y el «Zola español», otra vez con las famosas etiquetas. En el escritor valenciano anidan la dualidad naturalista y regionalista, en las que sobresalen las novelas Arroz y tartana, La barraca, Cañas y barro, Entre naranjos. El problema de Blasco Ibáñez es que quiso ser Maupassant, Zola o Flaubert. Parte de la crítica mantiene que por ideología representa el único naturalista español.


Finalmente, en las novelas, tanto realistas como naturalistas, subyacen una serie de características y temas que serán los que den sustancia a lo narrado dentro de la tríada observación, representación y explicación de la realidad social. Aquellas propugnan la creación de atmósferas verosímiles que reflejen el medio en que viven los personajes; se mantiene una postura crítica ante la sociedad; se describen a personajes verosímiles; se narran temas en especial referente a la clase media. En cuanto a los temas, aparte del amor, bien sea en el matrimonio o fuera, se generan otros como la dicotomía ideología-religión, quizá con más fuerza que el primero,  la familia y su entorno, la dualidad campo-ciudad. La fuerza estilística es tan apasionante que hoy miramos con asombro el lenguaje popular, el coloquial, los dialectalismos, y, sobre todo, lo capital de la novela: que saben contar, aspecto que hoy parece que está en el desván.

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