Con motivo del centenario del nacimiento de Miguel Hernández, cayó en mis manos El diario de Miguel. Ha estado en la mesa apilado con otros libros a la espera de leerlo. Sinceramente no sabía que hubiera escrito un diario. Me lo he leído de un tirón. Al finalizar la lectura, dudé que lo hubiera escrito; pero, por otra parte, lo que se narra ya lo conocía. Es decir, no ha sido novedoso. Ahora bien, hay que felicitar a la editorial Oxford por haber impreso el libro y a José Luis Ferris por el ahínco con que nos muestra el diario en las breves líneas de «Un prólogo necesario», y en el que subrayo la expresión «El diario de Miguel sigue siendo un misterio»(pág.8). El editor, también, se vale de un apéndice, con fotografías, para animarnos a conocer y a leer a Miguel Hernández.
El diario comienza un 20 de febrero («Me llamo Miguel, tengo trece años y soy poeta»), y termina un 28 de marzo («Durante meses, Pío-pa ha sido mi única compañía. Venía todas las tardes»). Se puede calificar este diario de prosa poética. Su lectura nos invita al sosiego, al conocimiento, a la reflexión, con una sencillez expresiva que me ha recordado la prosa de Juan Ramón Jiménez.